GRADO UNDECIMO

SUBLIME ELEGIDO

O

ELECTO DE LAS DOCE TRIBUS

DECORACIÓN DEL GRAN CAPÍTULO

CORTINAJE negro sembrado de corazones inflamados; debajo del solio el símbolo, y el cetro de ébano en la mesa; sobre el altar de los juramentos el trián­gulo de oro; las Letras Capitulares y la espada. Sólo habrá doce asientos en los Valles, quedando vacíos los de los aspirantes.

Los otros hermanos se colocan en Oriente.

El Sapientísimo Maestro representa a Salomón.

El Primer Gran Vigilante, a Stolkin, y es PRIMER GRAN INSPECTOR.

El Segundo Gran Vigilante, a Zerbal, y es SEGUN­DO GRAN INSPECTOR.

Él Gran Orador a Johaben.

El Guarda de la Torre es GUARDA DEL GRAN CAPÍTULO.

Las insignias son: banda negra de izquierda a derecha, con doce estrellas bordadas de hilo de plata en la parte anterior; de ella pende el puñal. Mandil blanco de forro y orilla negros. En la solapa se pintan o bordan tres corazones inflamados.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que todos ocupan sus puestos da un golpe en el trono con el cetro y dice el

 Sap.·. M.·. — Hermanos míos, mi intención es abrir el GRAN CAPÍTULO DE LOS SUBLIMES ELEGI­DOS, para llenar los fines de nuestra Institución, y os doy las gracias por haber acudido a mi llamamiento.

¿Cuál es vuestro deber, hermano Stolkin, Primer Gran Inspector?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Cerciorarme de que ninguno nos espía.

Sap.·. M.·. — ¡Hacedlo así, hermano mío!

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Hermano Segundo Gran Ins­pector, ordenad que se cubra el GRAN CAPÍTULO.

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Hermano Guarda del Gran Capítulo haced vuestras pesquisas, y colocad los cen­tinelas necesarios.

Éste lo ejecuta en forma, luego cierra y dice

G.·. del Gr.·. Cap.·. — Hermano Zerbal, estamos libres de espionaje.

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Hermano Primer Gran Ins­pector, podemos proceder.

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Sapientísimo Maestro, el Gran Capítulo está a cubierto.

Sap.·. M.·. — ¿Cuál es vuestro deber ahora, her­mano Segundo Gran Inspector?

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Ver con el Primer Gran Ins­pector si todos los presentes son del grado.

Sap.·. M.·. — Hermanos Primero y Segundo Gran­des Inspectores, servíos en vuestros Valles respectivos pedir a cada uno las palabras del grado.

Se levantan, lo ejecutan y vuelven a bus sillas.

El Segundo Gran Inspector da un golpe y dice:

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — ¡Todos los de mi Valle son SUBLIMES ELEGIDOS, hermano Primer Gran Ins­pector!

El Primer Gran Inspector da otro golpe y dice

 Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Sapientísimo Maestro, todos los presentes son del grado.

Sap.·. M.·. — ¡Pongámonos nuestras insignias!

APERTURA DE LA CÁMARA

Todos se revisten con dichas insignias; da un golpe con el cetro y dice el

Sap.·. M.·. — ¿Sois SUBLIME ELEGIDO, hermano Primer Gran Inspector?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Mi nombre lo atestigua, Sa­pientísimo Maestro!

Sap.·. M.·. — ¿Cuál es, hermano mío?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — ¡AMETH!

Sap.·. M.·. — ¿Qué significa?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — El hombre a quien anima el celo más ardiente de la Verdad.

Sap.·. M.·. — ¿A qué hora deben principiar nues­tros trabajos, hermano Segundo Gran Inspector?

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — A las doce de la noche, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Y por qué, hermano Zerbal?

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Porque el Pueblo nos ha confiado sus intereses y debemos velar mientras des­cansa.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, hermano Primer Gran Inspector?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Las doce de la noche.

Sap.·. M.·. — Pues si es la de principiar nuestros trabajos, hermanos Primero y Segundo Grandes Inspectores, servíos anunciar en vuestros Valles que voy a proceder a su apertura!

Hecho el anuncio el Sapientísimo Maestro da un .golpe fuerte para indicar la decena y otro más débil que señala la unidad siguiente. Los dos Inspectores la repiten.

Sap.·. M.·. — En pie y al orden, hermanos.

Todos los ejecutan.

Sap.·. M.·. — A la G.·., etc., declaro abiertos los trabajos de los SUBLIMES ELEGIDOS. ¡A mí, her­manos!

Sap.·. M.·. — Sentaos, hermanos míos!

Todos lo ejecutan, después de lo cual se anun­cia, lee y sanciona la columna grabada de la sesión anterior; se proponen y votan los candidatos; se despachan los asuntos de familia; se recibe a los visitantes y se les consulta acerca de los candidatos.

INICIACIÓN DE LOS CANDIDATOS

Se envía al Gran Maestro de Ceremonias por los candidatos, dejando entreabierta la puerta para que oigan lo que va a decirse. Así que están en el atrio, da un golpe con el cetro y dice el

 Sap.·. M.·. — Hermanos, desde que mi padre el rey David me ofreció la corona de Israel, a pesar de que era el más joven de sus hijos, traté de mere­cerla corrigiendo en mí la Ignorancia, la Hipocresía y la Ambición, que precipitaron en el crimen e hicie­ron desheredar y morir a mis hermanos Absalón y Adonías y a nuestro arrogante Achitofel. Recorrí la India, la Persia, el Egipto y la Grecia; me inicié en todos los Misterios de los sabios, y, gracias a mi matri­monio con la hija de los Faraones, aprendí el arte del gobierno, y las verdades científicas del mundo civi­lizado. Los magos me enseñaron la astronomía, los bramines, la teología y las artes religiosas, los sacer­dotes de Asis, la ciencia de los jeroglíficos, los Eléusis, la filosofía y adelantos de Orfeo. Desde que mi padre me entregó el cetro sólo aspiro a educar a mi nación, para hacerla la más grande del Universo. Sería monstruosidad que el Pueblo de Dios cayera, por la igno­rancia, bajo el poder de los tiranos, como estuvo por suceder en nuestros días. Para impedirlo quiero ini­ciarlo en todos los misterios masónicos y hacer de él un pueblo de reyes. Por eso he establecido la Ins­titución y la he elevado a la altura de nuestra edad por la unión de la moral a la ciencia, y para que no. olvidéis las causas que hacen a los hombres criminales, y las consecuencias que el delito arrastra, he pintado con vivísimos colores en el drama astronómico de la Maestría la historia palpitante de los principios hu­manos, pues es la Institución del Progreso, y el que la quiera dejar estacionaria destruye sus principios fundamentales, o la aniquila y deshonra. Vosotros me habéis auxiliado con la sublime abnegación de los sostenedores de la Verdad; me defendisteis el día de la lucha; sois mis consejeros privilegiados. Por eso os caractericé llamándoos PRÍNCIPES AMETH. ¡Sed dignos de vuestro nombre, y que la franqueza de her­manos reine entre nosotros!

Hoy más que nunca necesitamos de ella. Quiero que Israel no se vea por más tiempo legislado al antojo del monarca, sino que, conforme a la ley que dictó el Señor a Moisés, se constituya en CONGRESO.

“Congrégame setenta varones de los ancianos de Israel que tú conoces, que son los ancianos y Maestros del Pueblo, y los llevarás a la puerta del Taber­náculo de la Alianza, y los harás estar allí contigo.

Para que yo descienda y te hable, y tome el espíritu tuyo y se lo dé a ellos, para que sostenga contigo el peso del Pueblo y no seas cargado tú sólo.”

Moisés estaba en el desierto y los conocía a todos perfectamente: su nación se reducía a su campamento, y era difícil que se equivocara en los escogidos. Pero hoy mis dominios se extienden hasta los confines de la Mesopotamia, y apenas sé los nombres de la millo­nésima parte de sus habitantes. ¿Cómo hacer para ha­llar esos habitantes? La India y el Egipto tienen casta privilegiada que los rige; pero nosotros no la recono­cemos, y el pueblo de Dios no es ni será nunca patri­monio de ninguna oligarquía. ¡Cada padre de familia debe ser un jefe, cada hombre un ciudadano, y será tal la independencia del carácter que le he de infundir con los grados de Maestro, que si por desgracia se viera acosado y proscrito por el Universo entero, en vez de doblar la cerviz al yugo nefando, o abjurar de sus ideas o dignidad, él se hará Preboste y Juez, Ministro de su religión y de su culto, porque tiene la concien­cia de su deber y de su derecho grabada en el corazón, y en el alma el más alto desprecio a todos los que buscan amos entre los que el Eterno hizo sus iguales!

¿Qué me aconsejáis, hermano Stolkin?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Que busquemos para Representantes y Legisladores del Pueblo a los individuos más puros, independientes e instruidos que hayan obrado siempre con rectitud, posponiendo sus afeccio­nes personales e intereses privados al de la comunidad entera; y como esta reunión de virtudes no es común hallarla sino en las familias de nuestros Patriarcas, Jueces y Sacerdotes, o en los sabios que profesan las ciencias y las artes, o en algunos grandes capitalistas que han mantenido al Pueblo con sus riquezas en los años de hambre, propongo en primer lugar a los que han heredado de sus ascendientes el hábito de dirigir a los hombres, en segundo a los que brillan en las cátedras, y en tercero a los más ricos y generosos.

Sap.·. M.·. — ¿Y cuál es vuestro parecer,  hermano Zerbal?

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Que se escoja a los   propieta­rios y, sobre todo, a los que han ganado su haber con el sudor de su frente, pues son los que tienen interés más directo en la paz y tranquilidad públicas, en razón a que de ellas depende su existencia, mientras los que propone nuestro Primer Gran Inspector adolecen los unos de arrogancia y vanidad por el prestigio de su nacimiento, los otros del prurito de innovar y de establecer utopías tan bellas en el discurso como desastro­sas en su aplicación, y los postreros de la ignorancia más completa de las necesidades del Pueblo, lo que se confirma al ver que gastan en paliativos para el hombre mil veces más de lo que bastaría para impedir que naciera. Por otra parte, esos grandes, esos sabios y esos capitalistas, si proceden mal, voluntaria o in­voluntariamente, con la mayor facilidad hallan amigos en otras naciones, o trasladan a ellas sus riquezas y van a gozar allí de la paz que destruyeron en la suya.

Sap.·. M.·. — Sabéis, hermanos míos, la confianza que tengo en vuestras luces; sois mis asistentes, más vos. Stolkin, disentís de Zerbal, y así, debo oír otras opiniones. ¿Cuál es vuestro dictamen, Johaben, mi Gran Orador?

Gr.·. Or.·. — Que ninguno de los que ejercemos el Poder Ejecutivo y deseamos el bien del Pueblo,, sino el Pueblo mismo, debe intervenir en el nombramiento de sus Representantes, pues de otra Suerte los elegidos serían nuestros mandatarios o servidores, y si un día quisiéramos erigirnos con nuestras hechuras en aristocracia, oligarquía o casta privilegiada o impulsados por la pasión del momento alterar las leyes fundamen­tales o providenciar lo peligroso, ¿quién podría opo­nerse a nuestra ambición? ¿Las masas desprevenidas, o las fuerzas del Estado que dirigen nuestros agentes? Si el pueblo nos elige para ejercer una de las más esenciales atribuciones de la Soberanía, ¿con qué de­recho hemos de escoger a éste o aquél para que las desempeñe? El honor, el talento y la independencia de carácter que deben distinguir a los legisladores, no son patrimonio de señalado linaje, y aún menos de capitalistas o propietarios. El más olvidado en la mul­titud del Pueblo, el más desconocido de nosotros, tal vez sea mejor. Que todo el que se considere apto se pre­sente como candidato o que sus amigos le propongan; que se discutan libremente sus méritos, promesas y garantías, y que el Pueblo, que es el más interesado en el asunto, escoja a los que merezcan su confianza. De otro modo estará en tutela y no se verá nunca libre. Este es mi parecer, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¡Que los que lo aprueben levanten la mano derecha!

Todos lo hacen.

Sap.·. M.·. — Vuestra opinión, hermano Johaben, está unánimemente adoptada. ¿A quiénes presentáis como candidatos?

Gr.·. Or.·. — A los Elegidos de los Quince que aguardan en el Vestíbulo.

Sap.·. M.·. — Hermano Primer Gran Inspector, mandad que se les dé entrada.

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Hermano Segundo Gran Ins­pector, ¡cumplid la orden!

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — Hermano Guarda del Gran Capítulo ¡dadles paso!

Éste lo ejecuta, y el Gran Maestro de Ceremonias entra con los propuestos, saluda con ellos como Elegido de los Quince y dice:

 Gr.·. M.·. de C.·. — Sapientísimo Maestro, tengo la honra de presentaros a los Elegidos de los Quin­ce… que se ofrecen como candidatos.

Sap.·. M.·. — Supongo, hermano mío, que por su propio interés lo pretenden.

Gr.·. M.·. de C.·. — Sapientísimo Maestro, no es un interés personal, sino el bien público, el que los estimula. Los hechos hablan en su favor; han castigado a los traidores, servido a la patria dentro y fuera de ella, y ninguno puede, sin calumnia, atacar su comportamiento.

Sap.·. M.·. — Si es así, ¡dadles asiento!

Los coloca entre los Valles y ocupa su puesto.

INTERROGATORIO

Sap.·. M.·. — ¿Cuántas especies de gobierno conocéis, hermano?

Si no contesta bien, el Sapientísimo Maestro dará la

Respuesta. — Patriarcal, aristocrático, oligárquico, absoluto, representativo y democrático.

Una vez que los han definido, diré el

Sap.·. M.·. — ¿Cuál preferís y en qué os fundáis para ello?

El preguntado responderá lo que le parezca.

Sap.·. M.·. — ¿Cómo harías para establecer el go­bierno popular?

Respuesta. — Definiría las obligaciones y derechos de todos en el lugar mismo, en la provincia de que éste es parte y en la nación; debiendo ser las unas y los otros tanto más directos cuanto más se localicen. De otra suerte sería irrisorio llamar al Pueblo SO­BERANO.

Sap.·. M.·. — Entonces, hermano… ¿cómo lo organizaremos para ejercer esa SOBERANÍA de modo que no sea un nombre vano?

Respuesta. — Se ha de comenzar por constituirlo en Municipios, base tan esencial, que de su buena o mala función depende la ventura o la desgracia del país; luego en Consejos provinciales, y finalmente en Congreso general; y tanto los unos como los otros no serán más que Representantes del Pueblo y obra­rán en su nombre; pues para los primeros cada locali­dad nombrará sus delegados, para los segundos toda la provincia, y para el último, la nación entera.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué se hace de la buena organización del Municipio el fundamento para la felicidad de las naciones?

Respuesta. — Porque es donde se educa al Pueblo; en él aprenden a discutir sus intereses, a apreciar sus necesidades y a remediarlas. Los individuos que lo componen, en contacto íntimo con los ciudadanos que los han elegido y con todos los miembros del cuerpo social que ocupan los extremos de la escala, le sirven de promedio, y por consecuencia, su virtud o su corrupción acarrea la dicha o la miseria de las masas. El Es­tado que tiene malos Municipios tiene mal Gobierno. Ellos fueron el dique de la tiranía y los últimos que han sucumbido en la lucha; más han guerreado los pueblos por sostener sus garantías municipales, que por su independencia; y vuestro gran poderío viene directamente de que dejáis a los Ayuntamientos de los países conquistados el gobierno local y toda la auto­ridad de que antes gozaban.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué la localidad respectiva debe elegir los que compongan su Ayuntamiento, hermano…?

Respuesta. — Porque es la que conoce sus propios intereses y las personas que sabrán defenderlos. Una experiencia universal ha demostrado que el poder de los déspotas se establece de un modo lento y pro­gresivo por la anulación sucesiva del influjo del Pueblo en los negocios generales del Estado, en los de la pro­vincia y en los de su localidad respectiva. Cuando el Ayuntamiento es elegido por la autoridad, directa o indirectamente, ya no hay Pueblo, sino un grupo de viles esclavos. Lo mismo sucede donde el Ayuntamiento no tiene autoridad en su distrito para todo lo que interesa aisladamente.

Sap.·. M.·. — ¿De qué han de ocuparse los Municipios, hermanos. . . ?

Respuesta. — De la policía, conservadora de la paz y tranquilidad públicas; de la educación y mejora de los que habitan el lugar, y del mismo, del buen arreglo de los centros de regeneración, hospicios, talleres y establecimientos comunes; del valor de las fincas rurales y urbanas, y del haber de todos los vecinos, así como de los productos de las industrias, para que cada uno pague, conforme a las leyes de equidad y de justicia, lo que le toque en los gastos locales y generales del Estado, levantando presupuestos de los primeros y cumpliendo las órdenes superiores para los segundos.

Sap.·. M.·. — ¿De qué han de ocuparse los Con­sejos o Diputaciones provinciales?

Respuesta. — De la administración de la provincia. Colocados entre los Municipios y el Gobierno, dirimen las cuestiones de aquéllos, remedian sus necesidades con los recursos que están a su alcance; y sometidos al último en lo que se refiere al bien general, defien­dan las prerrogativas que les da la Constitución, para que una provincia no sea sacrificada a las otras.

Sap.·. M.·. — ¿Y los Congresos de la nación, her­mano . . . ?

Respuesta. — De cuanto corresponde a la legislación e intereses generales.

Sap.·. M.·. — ¿Podrán los Congresos comunes al­terar o cambiar las leyes fundamentales establecidas por los Constituyentes, hermano. . . ?

Se probará que jamás deben ejecutarlo.

Sap.·. M.·. — Desde que sois Preboste y Juez sa­béis de qué ha de ocuparse el Gobierno para no ser tirano.

¿Qué opináis, hermano. . ., acerca del SUFRAGIO UNIVERSAL?

Así que expone las razones que militan en pro y en contra, dirá el

Sap.·. M.·. — Esta cuestión, hermanos, es de la ma­yor importancia, y debemos examinarla bajo todas sus fases, porque vais a ser los sublimes herederos de los grandes iniciados que gobernaban al mundo en las antiguas edades. Recobrad vuestra dignidad, po­neos como ellos a la altura de las circunstancias y modi­ficad la ley de elección concediendo o no el sufragio universal según la conveniencia de vuestro país respectivo; que nada puede asegurar tanto su felicidad como la buena elección de los Representantes. Si los habitantes son de una sola raza deben poseer el derecho activo y pasivo, pues todos tienen igual interés y las mismas condiciones para apreciar la situación y conocer a los más aptos para conseguir el bien de la comunidad, en la que si alguno se ha elevado sobre los demás, no es, generalmente hablando, porque la na­turaleza los privara de sus dotes, sino porque la fortuna, y a menudo una mala administración, los protegió a expensas de sus conciudadanos. No debe limitarse el derecho a los propietarios, capitalistas, sabios, o ricos industriales, porque la propiedad no es garantía de inteligencia: el capital se aviene con la ignorancia y no prueba la honradez; y la ciencia o la industria fructuosa, en vez de acallar, aumentan, por lo común, la ambición, en tanto que el instinto de los que la necesidad arrastra, y la conciencia universal, son guías más seguros del acierto, que la suspicacia que repele a los buenos para buscar los mejores: que los inteli­gentes instruyan a las masas, porque el que sabe se debe al Pueblo, y no el Pueblo a los que saben; ni ha de aislarse la ciencia sino comunicarse con provecho. Negar a cualquiera el derecho de elegir y ser elegido, por una pobreza que no creó su voluntad, porque los instruidos le dejaron en la ignorancia, o por falta de un diploma, es un acto de tiranía tanto más injusto, cuanto es muy excepcional que un pueblo en masa, entregado a su propio juicio, no escoja lo mejor o no se haya comportado de la manera más conveniente.

La situación cambia en los países que se componen de distintas razas, entre las cuales alguna o algunas tienen total ignorancia de los deberes y derechos del hombre civilizado, de las necesidades de la nación o del modo de satisfacerlas; y con especialidad si han sufrido la degradación moral de la esclavitud, de la que sólo rehabilitan méritos personales o relevantes servicios. Sería suicidar a la nación, en vez de constituirla, dar a una u otra de aquellas razas más derechos que los naturales y civiles, porque la barbarie paraliza y la esclavitud corta las alas del espíritu, y ambas le impiden remontarse a las regiones de la virtud y del honor. Una cosa es la legislación y otra la cons­titución de las naciones, y nadie puede negarles su derecho soberano a exigir garantías y a fijar las con­diciones que han de tener los que gocen del derecho político de nombrar o ser nombrados para dictar leyes, hacer que se cumplan, y asegurar la paz.

Cuidaos de elegir para el Congreso a los que ca­recen de educación o de estudio acerca de los hombres y de las cosas, porque éstos no pueden dictar leyes justas, ni ser jueces de hecho o de derecho, son fáciles de engañar o corromper; ni a los que en vez de pres­tigio infunden menosprecio a la Autoridad, o inspiran desconfianza; ni deben recaudar ni invertir las rentas públicas los que proviniendo de la esclavitud se dejan fácilmente arrastrar por la codicia, o los devora la envidia, la presunción o la tolerancia de advenedizos. Todo derecho debe tener por norma la justicia. El débil así como el ignorante, no pueden cargarse de una responsabilidad que no les es dado sobrellevar ni comprender. No es el color, sino el talento y la virtud, los que encumbran a un hombre sobre otro.

Más pasemos a otra cuestión.

¿Qué garantías exigiréis, hermano… de los elec­tores?

Responde el preguntando y luego los otros

Sap.·. M.·. — ¿Qué excelencias debemos buscar en los elegidos?

Respuesta. — Instrucción, virtud y patriotismo.

Concluido el interrogatorio, dice el

Sap.·. M.·. — No somos, hermanos míos, aquellos patriarcas de la Asociación primitiva que natural­mente formaban los Congresos por su edad, su expe­riencia y el poderoso influjo que ejercían en la mul­titud, el prestigio de su nacimiento, sus numerosos ganados y la gratitud de los que vivían bajo su depen­dencia. Tampoco residimos en países de una sola raza y de un mismo interés, sino en pueblos en que abun­dan las divisiones sociales con todos los vicios y vir­tudes que la civilización desarrolla, y en un siglo en que se pide cuenta del porqué de las cosas; siglo que no reconoce más autoridad que la del saber y el ta­lento; siglo lleno de aspiraciones, y pueblos que cuando no quieren creer, destruyen con su brazo omnipotente a los tiranos que intentan obligarlos a que sigan cre­yendo por fuerza; siglo en que la opinión da la ley; pueblos que tienen opinión.

¿Cómo hacer para que estén bien legislados? Tal es el problema de que se ocupa el undécimo grado de la Masonería Escocesa, grado fundamental de la Institución, que trabajaron los babilonios, los caldeos, los sidonios y los egipcios, porque era en el que radicaba la autoridad de sus pro-hombres; lo refundió Moisés en su Congreso de sesenta ancianos, y los reformó Salomón con aquella maestría que ‘le elevó sobre todos los sabios para regir las inmensas naciones que reconocían su dominio. La Historia adulterada de su vida le representa como el más justo de los reyes mien­tras no estableció su gobierno liberal, tolerante y genero­so y como lleno de vicios el día que promulgó la libertad religiosa, los derechos del hombre y la elección de los Representantes de las tribus que eran patrimonio de sus tiranuelos. Nosotros le proclamamos nuestro Gran Maestro, y condenamos a la execración la mano sacrílega que manchó su memoria y destruyó sus produccio­nes científicas para extraviar la marcha del carro del progreso en las tinieblas del oscurantismo. Así, en la Biblia no halláis los Diputados de las doce tribus, escogidos por el pueblo masónico que había fundado para servirle de consejero y legislar con él, porque el ponerlos hubiera sido consagrar la Verdad de que el poder viene del Pueblo, y esto era contrario a los inte­reses religiosos. Mas la Masonería ha conservado aque­llos nombres, y si en el siglo antepasado, al redactar sobre las tradiciones los rituales de este grado sublime de Representantes del Pueblo, los escritores no pudie­ron conocer por su ignorancia y fanatismo el secreto que encerraba ni la significación de los símbolos; si se redujeron al sorteo de los Elegidos de los Quince para recompensar sus trabajos, intercalando torpemente en el título de SUBLIME ELEGIDO la palabra Ca­ballero, que se conoció en la Edad Media, nosotros lo conferimos hoy como lo concibió y lo trabajó Salo­món en nuestro templo.

Los doce Representantes de las tribus son los siguientes: la de Gad eligió a Taber; la de Efraim, a Morfey; la de Simeón, a Tirrey; la de Isacar, a Bendecar; la de Judá, a Johaben; la de Neftalí, a Tito;

la de Aser, a Berthemar; la de Dan, a Kerim; la de Benjamín, a Stolkin; la de Zabulón, a Dorson; la de Rubén, a Zerbal; y la de Josef y Manasés, a Ali- cuber; a todos ellos dio el monarca el título de PRÍN­CIPE AMETH, que se asume en este grado, porque buscaban como nosotras la Verdad, que era siempre su guía.

En la India, que fue la fundadora del grado, tenía por símbolo dos palmas entrelazadas por sus ramas, para indicar que el Poder Legislativo debía unirse al Ejecutivo. Es cierto que de su armonía resulta la paz, la libertad y la riqueza; pero no confundáis sus facul­tades, porque volveríais al despotismo. Salomón le dio por emblema tres corazones que arden en el fuego sa­grado de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, como esos que culminan en el solio y brillan en los negros muros de nuestro GRAN CAPÍTULO para re­presentar el fuego de la Verdad que nos abrasa y desvanece las tinieblas en la lucha que hemos provo­cado del progreso contra el oscurantismo. Que esas llamas animen, a los vuestros y les infundan el Valor, la Confianza y la Fe, garantías de su triunfo sobre la Ambición, la Hipocresía y la Ignorancia.

Servíos, Príncipe Ameth, Gran Maestro de Cere­monias, conducir al aspirante al Ara; y vosotros Su­blimes hermanos, acompañadme para solemnizar el ju­ramento y otorgar el grado.

Se ejecuta en forma, y hecha la bóveda de acero dice el

Sap.·. M.·. — Repetid conmigo.

JURAMENTO

Yo… renuevo todos mis juramentos anteriores y prometo cumplir mis deberes de ciudadano bajo palabra de honor y de verdadero Masón. ¡Que el G.·. A.·. D.·.U.·. me ilumine!

Todos. — ¡Así sea!

El Sapientísimo Maestro levanta el cetro sobre la cabeza de los candidatos.

 Sap.·. M.·. — A la G.·., etc., os nombro, creo y constituyo Sublime Elegido, Jefe o Electo de las Doce Tribus, o Príncipe Ameth, miembro de nuestro Gran Capítulo, a vos. . .

Les toca sucesivamente la frente con su cetro.

Sap.·. M.·. — ¡Hermanos míos, consagrémosles por la batería del grado!

Todos lo ejecutan con las palabras VINCERF. AUT MORI.

Sap.·. M.·. — Hermano Gran Maestro de Ceremo­nias, conducidlos a Oriente para instruirlos. ¡Vosotros, Sublimes hermanos, sentaos!

Sap.·. M.·. — Hermanos: este grado tiene caracteres propios: EL SIGNO se llama de las cuatro escuadras, que se forma cruzando los brazos sobre el pecho con las manos cerradas y el pulgar levantado. Indica la Igualdad perfecta que profesamos.

EL TOQUE se reduce a dar la mano derecha y golpear tres veces con el pulgar la primera falange del dedo de en medio del hermano.[1]

LA BATERÍA, dos golpes pausados, el primero fuerte y el segundo débil.[2]

LA PALABRA DE PASE…

LA PALABRA SAGRADA…

LA EDAD, veintiséis años.[3]

Sublime Hermano Gran Maestro de Ceremonias, conducid a los neófitos a los Grandes Inspectores para que los examinen.

CLAUSURA DEL GRAN CAPITULO

El Sapientísimo Maestro da un golpe con el cetro y dice:

 Sap.·. M.·. — ¿Qué edad tenéis, Hermano Primer Gran Inspector?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Veintiséis años, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿A qué hora terminan los estudios de los Sublimes elegidos, hermano Segundo Gran Ins­pector?

Seg.·. Gr.·. Insp.·. — A la de ponerlos en práctica; al rayar el día.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, hermano Primer Gran Inspector?

Pr.·. Gr.·. Insp.·. — Las cinco de la mañana.

Hecho el anuncio, se les proclama, aplaude y da asiento en los puestos vacíos de los Valles. El Gran Orador dice su columna grabada; se aplaude, se ofrece la palabra; después se dan gracias a los visitadores y se circula la Caja de Asistencia.

Sap.·. M.·. — Pues si ha llegado la hora de cerrar el GRAN CAPÍTULO, hermanos Primero y Segundo

Grandes Inspectores, pedid a los Príncipes Ameth que decoran vuestros Valles respectivos, que se unan a vos y a mí para proceder a su clausura.

Hecho el anuncio, el Sapientísimo Maestro da la batería y dice:

Sap.·. M.·. — ¡En pie y al orden, Sublimes her­manos!

Todos lo ejecutan

Sap.·. M.·. — ¡A la G.·. etc., declaro cerrados los trabajos del GRAN CAPÍTULO de los SUBLIMES ELEGIDOS, Jefes de las Doce Tribus de la Sublime Logia Capitular de Perfección. . . N°. . .

¡A mí, hermanos!

Signo y Batería con las palabras: VINCERE AUT MORI.

Sap.·. M.·. — ¡Id en paz, hermanos míos, pero an­tes jurad guardar silencio acerca de lo ocurrido en esta sesión! ¿Lo juráis?

Extienden la mano y dicen:

TODOS. — ¡Lo juro!

Y se retiran en silencio.