GRADO SEXTO

SECRETARIO ÍNTIMO

DECORACIÓN

Cualquier sala sirve para los trabajos comunes. Pero si se trata de iniciación, se procurará darle una forma circular con el cortinaje rojo que cubra los muros. Habrá un solo trono en Oriente, con dos espadas y dos asientos: el de la izquierda para el Doctísimo Maestro, que representa a Salomón, con el título de SAPIENTISIMO MAESTRO, y el de la derecha para el Gran Orador, que es Hiram II, rey de Tiro, con el título de PODEROSO REY. Debajo del solio un cuadro con el símbolo del grado y en la mesa el Cetro de ébano, la Es­pada, los Reglamentos, y tantos collares y mandiles del grado como aspirantes.

En el Altar de los juramentos, vestido de rojo como todo lo demás, estará la Carta Patente, que faculta para los tra­bajos, sobre un cojín de lujo, y encima de ella un triángulo de oro y la espada flamígera.

En Occidente dos sillones: el que está a la derecha del Jefe, para el Capitán de Guardias, que es el Primer Gran Vigilante, y el de la izquierda para el Teniente de Guardias, que será el Segundo Gran Vigilante. En los semicírculos, sillas para los concurrentes. En fin, el Guardia de la Torre, que se llama Centinela, tendrá su asiento junto a la cortina que separa la Audiencia de la Cámara de los Guardias de Salomón.

Esta antesala será un atrio cubierto de verde o azul, la alumbrará una sola lámpara y no tendrá ningún asiento. La ocuparán durante cierto tiempo de la ceremonia los dignata­rios y concurrentes. El aspirante representa a Hohaben, el más fiel amigo de Salomón, y cuyo nombre significa “Hijo de Dios”.

Las insignias del Grado son: collarín carmesí que sostiene la alhaja, o sea el triángulo de oro, y mandil blanco con orilla roja, en cuya solapa se borda el pico, la palanca y la man­darria.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Cada uno ocupa el lugar que le corresponde, sentán­dose en Oriente el Porta-Estandarte,       junto al Muy Sabio Maestro y los demás como en Logia Simbólica, excepto los Grandes Vigilantes, que estarán ambos en Occidente. El Sapientísimo Maestro da un golpe con el cetro y dice:

Sap.·. M.·. — Trato, hermanos, de abrir la audiencia de los Maestros, y os doy gracias por vuestra concurrencia.

¿Cuál es vuestro deber en este caso, H.·. Capitán de Guardias?

Cap.·. de G.·. — Ver si estamos libres de espionaje, Sapien­tísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — Servíos hacerlo así Q.·.H.·. hermano.

Cap.·. de G.·. — ¡Inquirid si estamos exteriormente cu­biertos, H.·. Teniente de Guardias!

Ten.·. de G.·. — ¡Centinela! Ved si estamos libres de es­pionaje!

Este se levanta, se asegura de que no hay nadie en la Cámara de los Guardias; que la puerta y la llave estén corrientes; examina el vestíbulo, ordena al Guarda ex­terior la vigilancia, cierra, da seis golpes, a los que aquel responde, y luego da uno, saca la espada, entra en la Audiencia y dice antes de sentarse:

Cen.·. — La Audiencia está a cubierto exteriormente, H.·. Ten.·. de G.·.

Ten.·. de G.·. — Estamos libres de espionaje, H.·. Cap.·. de G.·.

Cap.·. de G.·. — Podemos proceder, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Cuál es vuestro deber ahora, H.·. Teniente de Guardias?

Ten.·. de G.·. — Reconocer con el Capitán a todos los presentes, Sapientísimo Maestro. ,

Sap.·. M.·. — Servíos, mi Cap.·. y Ten.·. de Guardias, pedir a cada uno en    vuestro Valle el toque y palabras a todos los presentes, y prended al curioso que trate de sorprender nuestros misterios.

Ten.·. de G.·. — No hay curiosos en mi Valle, H.·. Ca­pitán de Guardias.

Cap.·. de G.·. — Todos somos Secretarios íntimos, Sapien­tísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — En ese caso pongámonos las insignias.

(Todos lo ejecutan). En seguida el Sapientísimo Maes­tro preguntará sus deberes a los Dignatarios como en Logia, y éstos responderán de pie y al orden. Así que se convence     de que están bien instruidos, da un golpe con el cetro y procede a la apertura de la Cámara.

APERTURA DE LA CAMARA

Sap.·. M.·. — ¿Para qué nos reunimos, H.·. Cap.·.de Guardias?

Cap.·. de G.·. — Para reconocer las miserias del Pueblo y penetrar en su causa.

Sap.·. M.·. — ¿Cuál es la más poderosa, H.·. Ten.·. de G.·.

Ten.·. de G.·. — La Ignorancia, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Y cuál es el sentimiento dado al hombre para salir de ella, H.·. Capitán de Guardias?

Cap.·. de G.·. — El deseo de saber, o la CURIOSIDAD.

Sap.·. M.·. — ¿Cómo la excitaremos, H.·. Ten.·. de G.·.?

Ten.·. de G.·. — Demostrando que a ella se deben todos los progresos de las Ciencias y Artes, y el grado de civiliza­ción que hoy alcanza el linaje humano.

Sap.·. M.·. — ¿Cuánto tiempo destinamos a tan útil ocupación, H.·. Capitán de Guardias?

Cap.·. de G.·. — Desde la hora séptima a la nona, pues empleamos las demás en la práctica de los principios que es­tablecemos.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, H.·. Teniente de Guardias?

Ten.·. de G.·. — Las siete en punto.

Sap.·. M.·. — Servíos, H.·. Cap.·. y Ten.·. de Guardias anunciar en vuestros Valles respectivos, como yo en Oriente, que para cumplir nuestros fines voy a abrir la Audiencia de Maestros.

Cap.·. de G.·. — HH.·. Ten.·. de Guardias y demás que decoráis mi Valle, de orden de nuestro Sap.·. M.·. os anun­cio que se va a abrir la Audiencia de los Maestros.

Ten.·. de G.·. — HH.·. que decoráis mi Valle, de orden de nuestro Sap.·. M.·. os comunico que se va a abrir la Au­diencia de Maestros.

Anunciado, H.·. Capitán de Guardias.

Da un golpe con el puño de su espada.

Cap.·. de G.·.—¡Anunciado, Sapientísimo Maestro!

Da seis con el cetro en su trono, que repiten el Cap.·. y el Ten.·. de Guardias, y dice el

Sap.·. M.·.—¡En pie y al orden, hermanos!

Todos lo ejecutan.

Sap.·. M.·. — A la G.·. D.·.G.·. A.·. D.·. U.·. bajo los auspicios de los SS.·. GG.·. II.·. GG.·. del 33° y último grado del Rito Antiguo Aceptado Escocés, reunidos en Supremo Consejo y en virtud de la autoridad que me ha conferido el Sob.·. Cap.·. Rosa-Cruz… declaro abiertos los trabajos de la Audiencia de los Maestros. ¡A mí hermanos!

¡Por el signo!

Todos hacen el de saludo.

Por la batería. ¡La dan!

Todos. — ¡Hoshea, Hoshea, Hoshea! (Significa, “Salvador”.)

En seguida se ordena sentarse; se anuncia, lee y san­ciona la columna grabada de la sesión precedente, se des­pachan los negocios de familia, se recibe a los Visitadores, y si hay iniciación se proponen los candidatos. Para proceder a ella, el Sapientísimo sentará al Gr.·. Orador a su derecha y todos los demás pasarán a la Cámara de los Guardias.

INICIACIÓN DE LOS CANDIDATOS

El Gran Maestro de Ceremonias despoja a los candida­tos de todas las insignias y armas, colocará a uno de ellos en la puerta de la Audiencia, que queda entreabierta o remplazada por la cortina, con las manos cruzadas en la actitud de un hombre que escucha y observa lo que hacen Salomón e Hiram, que estarán conversando.

Poco tiempo después los Guardias hacen ruido, lo que obliga a Hiram a mirar hacia la puerta, y al ver al cu­rioso exclama:

Pod.·. Rey. — ¡Cielos, nos escuchan!

Sap.·. M.·. — ¡imposible; los Guardias cuidan de la puerta.

El Poderoso Rey se lanza a ella, se apodera del curioso y le arrastra diciendo:

Pod.·. Rey. — ¡Aquí le tenéis; mirad quién es!

Sap.·. M.·. — ¡Oh, Señor, Dios mío; mi amigo Johaben!

¿Qué haremos de é!?

El Poderoso Rey toma la espada que está en el trono y haciendo el ademán de atravesarle el corazón, responde:

Pod.·. Rey — ¡Su indiscreción merece la muerte!

Le detiene y dice el

Sap.·. M.·. — Suspended un momento vuestra justa cólera, Poderoso Rey. No le condenéis sin oírle. ¿Qué hacíais ahí, Johaben?

El Gr.·. M.·. de C.·. que habrá entrado sin ruido responde por el

Johaben. — Temía por vuestra vida al veros con un ex­tranjero tan irascible, y vigilaba mientras los Guardias se divertían.

Si hay más de un candidato, le hace la pregunta siguiente:

Sap.·. M.·. — ¿Venís solo?

Gr.·. M.·. de Cer.·. — …amigos fieles le acompañan.

El S.·. M.·. da un golpe con el cetro; el Cap.·. de G.·. entra y saluda.

Sap.·. M.·. — Prended a los curiosos que están en el atrio, y conducidlos a nuestra presencia para juzgarlos.

Se ejecuta y todos los guardias entran con los aspi­rantes, los colocan entre el Oriente y el Altar y se alinean detrás de ellos. Pero si no hay más que un aspirante, todo esto se suprime; al decir el Gr.·. M.·. de C.·. vigilaba, mientras los guardias se divertían, el Sap.·. M.·. da un golpe con el cetro, los GG.·. entran, saludan y se alinean detrás del candidato.

Sap.·. M.·. — Vuestra imprudencia ha sido grande y mi amigo el Poderoso Rey Hiram Segundo pide contra voz pena de la vida; pero él es justo, y como ninguna Autoridad debe condenar a otro por las apariencias, y menos aún sin oírle, ¡responded, Johaben! ¿Por qué habéis permanecido aquí al ver que no se necesitaba de vuestros servicios?

Gr.·. M.·. de C.·. — Porque al oír que se trataba de las Miserias del pueblo, se excitó su curiosidad y le hizo olvidar que no se le había llamado a esta Audiencia.

Sap.·. M.·. — La intención constituye la culpa, cuando no daña no hay delito. Vinisteis para defenderme y sin querer sorprendisteis nuestro secreto, lo que cambia la naturaleza del acto. Más confesáis que la curiosidad os detuvo, bien que no tuviera fines maliciosos. Antes de sentenciaros, decid:

Sap.·. M.·. — ¿Qué entendéis por curiosidad?

Pregunta sucesivamente a cada aspirante.

Así que han respondido, dirigiéndose a los Guardias les dirá:

Sap.·. M.·. Cap.·. y Ten.·. de Guardias, apoderaos de esos curiosos, sacadlos de la Cámara, y traedlos cuando se os llame para que oigan su sentencia.

Todos salen y dejan la puerta abierta.

Después de un corto rato de hablar con Hiram en voz baja, Salomón da un golpe, y entran de nuevo, se aco­modan como antes y al levantar aquél el cetro los GG.·. bajan las espadas, dejan a los candidatos entre los Valles con el Gr.·. M.·. de Cer.·. y ellos ocupan sus asientos respectivos.

Sap.·. M.·. — HH.·. míos, el Rey de Tiro, mi aliado, ofen­dido de que hubieses entrado en esta Audiencia sin que se os llamara, quería castigaros de un modo ejemplar: su resen­timiento era justo, porque espiar a otro para sorprender su secreto es robarle su propiedad y atacar uno de los derechos naturales del hombre; pero considerando que no ha sido esa la causa que os ha excitado a tan atrevida acción, sino que temíais por mi vida; que sólo para estar prontos a defender nos oísteis, y que graduados de Maestros Perfectos conocíais nuestro Círculo y el fin de nuestra discusión, lo que excusa vuestra permanencia y la curiosidad que os impidió retiraros, he intercedido por vosotros; y como hemos hecho una nueva alianza y dándonos recíprocas promesas, además de perdo­naros, he conseguido que seáis los Secretarios Íntimos de la nueva negociación y de los acuerdos que habéis sorprendido y tenemos que llevar a cabo. Seréis enviados a investigar hasta dónde llega la miseria que, según informes de mi amigo Hiram, reina en alguna de mis provincias, así como sus causas y la manera de remediarlas.

¿Os sentís capaces de guardar inviolables los secretos que es necesario se os confíen?

Johaben. — Sí, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — En ese caso H.·. Maest.·. de Cer.·. dadles asiento.

Lo ejecuta sentando en el centro a los aspirantes.

Sap.·. M.·. — HH.·. míos: si habéis meditado el orden as­cendente de la instrucción masónica, comprenderéis que tres son los puntos fundamentales que nos proponemos alcanzar: conocimiento del hombre, conocimiento de sus deberes y de­rechos, conocimiento del modo de hacerlos efectivos. El pri­mero se adquiere en las Logias Simbólicas. El segundo en las Cámaras Capitulares. El tercero en las Concejiles. Tal es el significado del triángulo, y por eso le veis en nuestro Altar en vez de la escuadra y el compás de las Logias Azules. No hay ciencia ni principio moral, filosófico, social o político, extraño a nuestras investigaciones. Cuanto se ha hecho en adelanto y beneficio de la civilización, se revisa, se acrisola y se formula en nuestras Cámaras, para que nuestros HH.·. lo estudien, desenvuelvan y perfeccionen. Así, cada grado es más interesante, más instructivo y satisfactorio que su prece­dente; y como no hay progreso alguno que no se deba a la curiosidad, fundamos esta Audiencia, elevando Maestros Per­fectos a Maestros por Curiosidad, y para excitarla les mostra­mos prácticamente que deben arriesgar la vida para aumentar sus conocimiento, pues, según la tradición, esto fue lo que premió el Monarca Israelita en Johaben su favorito.

Voy a leeros la historia compuesta para este grado. Antes de la fabricación del Templo, el Rey de Tiro, Hiram Segundo y Salomón, hicieron un trato, cuyas estipulaciones secretas sólo ellos conocían. Hiram se comprometió a dar el dinero que faltaba, las piedras de Tiro y los cedros de Líbano, así como los mejores operarios y más célebres arquitectos de su país, y Salomón a cederle veinte ciudades de Galilea en, cuanto la obra se concluyese. Cumplió el primero las condiciones, y acabada aquélla pasó a visitar una por una las ciudades que debía recibir. El estado de degradación en que las halló, su territorio inculto y la miseria de sus habitantes, debida al abandono en que Salomón las tenía desde que hizo el con­venio, limitándose a cumplir la letra y no el espíritu de la cesión, asombraron a Hiram, para quien sería una carga en vez de un pago; y sin prevenir al Monarca Israelita se dirigió de incógnito a Jerusalén, y penetró en el cuarto en que él se hallaba. Los guardias al ver que Salomón lo recibía con los brazos abiertos, se alejaron por prudencia y siguieron sus di­versiones. Pasados los saludos, Hiram hizo sus relaciones, afeó al Rey su comportamiento con toda la violencia de su carácter, y Johaben, que apercibió de lejos los extraños ademanes del desconocido, se acercó pausadamente, abrió más la puerta, se preparó a lanzarse en defensa de su Soberano y escuchó lo que decían, para obrar como lo requiriesen las circunstancias.

Apercibióle Hiram, y admirado de aquel atrevimiento sacó su espada para castigar tan audaz curiosidad. Felizmente le detuvo y le calmó diciéndole que Johaben era el hermano que más estimaba en la corte por su fidelidad, instrucción y deseo de saber; que era su confidente particular y el que poseía todos los secretos de su reino. Después de una corta discusión le elevaron a Secretario Intimo de su nueva alianza. (Archivo del Templo.)

Tres personajes simbólicos, el amado, el elevado y el hijo de Dios, o Salomón, Hiram y Johaben, se reúnen para inves­tigar las causas y estudiar el modo de destruir la miseria de los pueblos, y constituyen la Junta civilizadora de la AUDIEN­CIA DE LOS MAESTROS. Son Osiris, Isis y Horus, divinida­des que personificaban en el antiguo Egipto los fenómenos de la naturaleza: Creación, Combinación y Regeneración; y los problemas sociales del origen, pasión y renacimiento de las naciones.

Los que se afiliaban, y la gran mayoría de los que hoy se afilian en nuestra Institución, son iniciados en el hombre, a quienes se dice en los necios rituales que corren por el mundo, que Salomón hacía construir una bóveda subterránea con la mandarria, el pico y la palanca, símbolos del grado, para depositar el tesoro inestimable de la Masonería, y que en ella se entregaba con Hiram Segundo al estudio de las relaciones del alma con Dios, por lo que condenaban a muerte al que los oía.

Aquellos instrumentos simbolizan el Trabajo que remedia las miserias, crea las ciencias, sublima la virtud, y sacará al hombre de la ignorancia y del oprobio en que permanece; y si la verdad y la razón no lo consiguen, esos mismos instru­mentos que sirvieron para abrir la tierra, levantar ciudades y construir el Templo de la Sabiduría, lograrán su salvación, pues con la mandarria pulverizará los ídolos de la Ignorancia, con el pico destruirá la Hipocresía, aunque se guarezca en las rocas; y nuevo Arquímedes, con la palanca desplomará los palacios de la Ambición para que no vuelvan a fabricarse.

No ha faltado quien para explicar los tres instrumentos del símbolo, en la creencia de que este grado perteneció a la Logia, agregara un ataúd de su invención, que contenía el cadáver de Hiram Abif, diciendo que la mandarria servía para clavar el féretro, el pico para abrir la fosa, y la palanca para echarle en ella.

Notaréis que en todas las leyendas de este grado se su­blima la Curiosidad, que fue la que excitó a Hiram Segundo a recorrer Galilea, y la que se excusó en Johaben. Por eso os pregunté lo que entendíais por ella, cuando se os sorpren­dió en la Audiencia. Bien diferentes del espionaje, vicio propio de almas viles, la curiosidad es el excitador vivificante, la pa­sión divina que ha creado las artes, simplificando su proce­dimiento y multiplicando sus beneficios. Por ella distingui­mos la causa de los efectos, salimos victoriosos de los males físicos y acallamos los sufrimientos morales. Aquí nos reunimos para emplearla estudiando las miserias del pueblo, como lo hacían Salomón, Hiram y Johaben. ¿Podríais a semejanza de él llamaros Secretario Intimo, si para investigarlas no os estimulara el ansia de comprender lo que sufre el pueblo?

Revisad la historia del progreso humano, y veréis que, como se os ha dicho otras veces, no es el error su más terri­ble enemigo; es la APATIA, y contra ésta, la CURIOSIDAD es el único sentimiento. El error puede cegar al ignorante, que de nada duda; pero como cada error tiene una realidad por objeto, a los amantes del saber los inducirá a buscar pruebas y sus trabajos los elevarán al conocimiento de lo cierto. Apa­tía y Curiosidad son términos contradictorios, y el que busca hace siempre “descubrimientos que le indemnizan con usura de sus penas y extravíos anteriores. Para convencernos de lo uno y de lo otro, decid, ¿qué error se vio nunca más genera­lizado que el de los inteligentes de la Edad Media, que creían posible hacer oro descomponiendo y combinando distintos cuer­pos? Pues a él se debe la Química, esa ciencia tan exacta como ¡limitada en útiles aplicaciones. Y tan lejos está el error unido a la curiosidad de ser la causa de nuestros males, que sin des­viar del ejemplo os probaré que la civilización moderna trae su origen del descubrimiento de la pólvora, como lo aseguró hace cinco siglos su inventor el célebre alquimista Berthold Echawatz, monje franciscano de Friburg, en Alemania, que la extrajo de su alambique en vez del oro que buscaba.

El pueblo dio a su celda el nombre de “Arca de Sata­nás”, y se le tuvo por mal compañero y mal fraile. Castigado un día tras otro por su curiosidad científica en descubrir la piedra filosofal, sufría la corrección y quedaba incorregible  — ¡Eureka, Reverendo Padre! —dijo un día altivamente a su prior — : vengo a pediros dos cosas: mi libertad y mi secula­rización.

El prior dio un salto como si le hubiera mordido una ser­piente. ¿Vuestra libertad? ¿Olvidáis sin duda vuestros votos? ¿Vuestra secularización? Pedidla al Papa. —No, dijo Bert­hold, Dios me ha llamado a cambiar la faz del mundo, a mo­dificar, transformar o destruir todas las leyes existentes, toda la política, toda la institución humana. Yo acabaré el espí­ritu guerrero de las naciones, y la Ciencia y la Verdad rei­narán en el Universo. Y al ver que su prior le tomaba por un loco, señaló con el dedo el reloj de arena próximo a va­ciarse y dijo; Ese instante que queda, le consagro por última vez a cumplir mi voto de obediencia. ¿Me concedéis mi soli­citud? — ¡No! fue la respuesta. Cayó el último grano de arena, y más rápido que el rayo. Schwartz saca de su manga un cartón embreado con una mecha en la punta, le aproxima a la lám­para que ardía perpetuamente sobre la imagen de San Fran­cisco, se oye una horrible detonación, los muebles de la celda bambolean, los vidrios se deshacen en polvo refulgente, el piso se estremece, y un humo negro, dentro y sulfuroso co­mo si saliera del infierno eclipsa los rayos del día. El viejo prior, espantado del prodigio, cayó de rodillas, y apretando con su boca la cruz de su rosario: — ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete, hermano Berthold! —exclamó con terror convulsivo. — Vete; la casa del Señor no puede ser tuya. Y Berthold fue a Italia, y cargado de oro y dignidades, Venecia lo envió a sus ejércitos. Un griego de Corinto, Perdiceas, aplicó la pólvora a la cule­brina, y desde 1380 se inventó la artillería.

Todo el mundo era antes militar; ¿quién lo es ahora? Las guerras eran incesantes en todos los pueblos y naciones; ¿quiénes son los que hoy pelean? Sabéis que los dos azotes más terribles son la Guerra y la Superstición, esos hijos pri­mogénitos de la Ignorancia. Todos los pueblos no educados han tenido siempre el Valor por la mayor de las virtudes; no el valor moral digno de aplauso, sino el valor material que poseemos como el bruto. Los poetas divinizaron en Vulcano al primero que fabricó instrumentos de guerra, y Homero sólo canta el valor y la astucia de sus héroes. Ser el más diestro en el manejo de las armas que conocían, o el más valiente, era el colmo de la ambición. El hombre de talento o de esperanzas cifraba su orgullo en ser militar, y todo el que se tenía por libre era soldado. El clero mismo empuñaba la lanza, y los obispos y abades dirigían legiones de guerreros. Ninguno se dedicaba a las ciencias: leer y escribir eran oficios que abrían a la plebe las puertas del Santuario o de los banquetes, para glorificar a Dios o cantar las hazañas del guerrero. La imaginación se enaltecía y la razón se anonadaba, y el más sabio del sacerdocio era un controversista que ago­taba su inteligencia en necias especulaciones. Pero la pólvora hizo de un hombre mil, anuló el valor del adalid, su ener­gía y su destreza. El más débil y cobarde podía matar al más fuerte y más valiente; y como eran tan costosas la pólvora y las nuevas armas, y tan difícil el manejo del arcabuz y la artillería, para no perder los hombres amaestrados y el dinero invertido, se crearon los ejércitos permanentes, y el más grande, el más fuerte de los príncipes era el que tenía más di­nero para comprar más soldados. ¿Qué hicieron entonces los nobles, los ricos, los ambiciosos y la gran masa del paisanaje, que se avergonzaba de vivir a expensa ajena? La curiosidad los excitó al estudio, a las artes, a todas las industrias; se cultivó la inteligencia y comenzó la civilización que Smith, Foulton y Morse han sublimado. Decidme si la Pólvora, la economía política, el Vapor y el Telégrafo se conocerían sin la curiosidad.

Como ella constituye el carácter general de la nación in­glesa, que no perdona medios de hallar los secretos artísticos y científicos, se da moderadamente al grado el nombre de Maestro Inglés. ¿Qué hubiera sido Newton sin la curiosidad, o sin esa pasión de saber la Verdad que nos guía en el camino del progreso? ¿Qué Locke, ni Bacon? El país que ha produ­cido personajes tan incomparables, es digno de dar su nom­bre a esta Cámara de la Masonería Escocesa. Alcanzó la cumbre de la gloria con Adam Smith, espíritu investigador, su curiosidad infatigable le indujo a estudiar el origen de la ri­queza de las naciones, y a su obra publicada en 1776, debe el mundo la paz y el grado de civilización en que hoy le vemos. Nadie en la tierra ha hecho tanto bien a la Humanidad como aquel sublime escritor; y nosotros, discípulos suyos, nos vanagloriamos en llamarle Maestro y en proclamar sus doc­trinas y generalizarlas. Pero no olvidéis que Adam Smith no hubiera podido jamás elevarse a tal altura si otro hombre no le hubiere preparado el camino cuatro siglos antes. Imité­mosle nosotros, ocupémonos de aplicar atentamente nuestra cu­riosidad a los misterios de este grado.

INTERROGATORIO

Decid, H.·. …. ¿Qué entendéis por MISERIA DEL PUE­BLO?

Así que han respondido sucesivamente los aspirantes, les dirá la

RESPUESTA. — Llamamos miserias del pueblo a sus pade­cimientos físicos y morales, que se oponen a que utilice los recursos que están a su alcance, o su envilecimiento, que es la más fatal de todas, puesto que pierde por él los derechos. Un pueblo inteligente sufre y tiene conciencia de sus males; el bárbaro los ignora, y el envilecido hace gala de ellas, se sumerge cada día más y más en la degradación, y como el loco que, cubierto de jirones se cree rico, omnipotente, mueve a lástima a los que le observan. El hombre, HH.·. míos, es semejante al bruto como materia y a Dios como ser inteli­gente, y si abjura de su dignidad goza como aquél viviendo su vida animal, explotando y siendo explotado; mas si pre­fiere el honor, muere antes que sufrir el yugo. Esto lo sabían y expresaban los antiguos en su alegórico lenguaje. Dígalo si no la encantadora Circé convirtiendo en cerdos a los com­pañeros de Clises, y la apoteosis que elevaba a Héroes o semi-dioses a los que seguían los principios opuestos.

Sap.·. M.·. — ¿Cuáles son las causas más poderosas de estos males?

Contestan de igual modo los candidatos.

RESPUESTA. — La educación defectuosa y los vicios del poder constituido.

Sap.·. M.·. — ¿Qué diferencia halláis entre CIVILIZACION y EDUCACION, H.·. … ?

RESPUESTA. — La primera es el medio, la segunda es el fin. La civilización pasa por diversas fases según los pobla­dores van adquiriendo nociones exactas de los deberes de cada uno; no alcanza la educación sino cuando saben el modo de hacerlos efectivos. Así una nación puede estar civilizada y no educada.

Para comprender la evolución del entendimiento, es in­dispensable no separar su estudio del Universo. El amor a lo infinito, lo maravilloso, lo sintético y lo deductivo, se enlaza con los peligros físicos de la civilización, y crece con el sen­timiento de la impotencia de nuestros esfuerzos para destruir­los; mientras que el amor a lo infinito, lo escéptico, lo ana­lítico y lo inductivo se deriva de la convicción del poder de nuestros recursos para dominar la naturaleza.

Sap.·. M.·. — Decís bien, hermano, y nos felicitamos por hallarnos en época positiva. Hoy las escuelas teológicas y me­tafísicas ofrecen al sabio el cuadro lastimoso de religiones contra religiones, filosofías contra filosofías, sin que ninguno de sus maestros convenza a sus antagonistas a pesar del es­fuerzo que la inflama. Por fortuna, ha mucho tiempo que renunciaron al dominio de las ciencias físicas o materiales, como indignas de su consideración, o porque no se doblegaban a sus fanáticas hipótesis; libres éstas de su yugo, entraron en el camino del progreso; mas dejaron torpemente fuera de su área el fenómeno tan complejo, gigantesco y espinoso de las asociaciones humanas, y vemos naciones que culminan en las ciencias y artes, que ignoran los elementos de la pri­mera de todas, la que asegura el cumplimiento del deber y el ejercicio del derecho.

La Masonería escocesa ha procurado llenar este vacío, y su estudio del mundo inorgánico y del orgánico y vivo, no acudiendo jamás al dato de una intervención sobrenatural, hace de las ciencias materiales y sociales una filosofía posi­tiva y saca de ellas el arte maravilloso de garantizar el deber y afirmar el derecho.

¿De qué depende el grado de civilización de los distintos países que brillan en el mundo y los cambios que aquella experimenta?

RESPUESTA. — De tres causas: primera la suma de cono­cimientos que poseen sus hombres más hábiles; segunda, la dirección que dará a sus estudios, o la materia a que se refieren sus conocimientos; y tercera, su generalización en las masas y la libertad con que se difunden en ellas.

Sap.·. M.·. — ¿Y qué entendéis por Orden, H.

RESPUESTA. — Lo que asegura la tranquilidad pública, garantizando a todos el ejercicio de sus derechos y el cum­plimiento de sus deberes.

Sap.·. M.·. — ¿Puede haber deberes sin derechos?

RESPUESTA. — Eso es un contrasentido, porque el de­ber supone la existencia de un derecho y viceversa, y como los usos y los otros nacen de la Naturaleza, son recíprocos los deberes y derechos.

Sap.·. M.·. — Decid, H.·. … ¿Cómo influyen la fertilidad del suelo, el clima y los fenómenos naturales que amenazan sin cesar la vida, en la civilización de las naciones?

RESPUESTA. — La fertilidad del suelo, siendo excesiva, satisface las necesidades con poco trabajo, y como éste es el que desarrolla las facultades del hombre, según se demostró en el grado de Compañero, la gran masa vegeta y vive al ar­bitrio de los que saben explotarla, como sucedió en la India, en Egipto y en el antiguo México, Brasil y Perú. Un clima demasiado riguroso obliga a ocuparse únicamente de la exis­tencia material, lo que se opone a todo progreso. Mientras el templado, cuyo suelo requiere la industria humana para la producción, estimula nuestras facultades, despierta nuestros deseos, nos da a conocer lo que somos, o lo que podemos, y nos encamina al Progreso y a la Libertad. Finalmente, en los lugares sembrados de volcanes, sacudidos por terremotos, ro­deados de montañas inaccesibles, y donde el hombre no ve más que su pequeñez en todas partes, la imaginación se desarrolla en la misma proporción que la razón se desvanece; y los pueblos serán fanáticos y serán poetas, pero no se­rán jamás libres si se abandonan a sí mismos. Este influjo local preside igualmente sus creencias religiosas, su literatura, preocupaciones y supersticiones, de una manera tan marcada, que un hombre de talento puede describir los rasgos prin­cipales de la historia de una nación por el lugar que ocupa y su relación con las vecinas, seguro de que lo que diga se verá confirmado por la tradición o por los descubrimientos sucesivos.

Responden los que saben.

Sap.·. M.·. — ¿Cuándo principia la verdadera CIVILIZA­CION de un país, H.·.

RESPUESTA. — Cuando se ha acumulado la riqueza; esto es, cuando están cubiertas las necesidades materiales.

Sap.·. M.·. — Resumid las causas más poderosas de las Miserias del Pueblo hermanos…!

RESPUESTA. — La educación, defectuosa, los vicios del poder constituido y las condiciones materiales del país son las que prolongan la ignorancia y se oponen al Progreso.

Sap.·. M.·. — ¿Y qué entendéis por Progreso, H.·. ?

RESPUESTA. — El adelanto de los conocimientos de la na­turaleza de las cosas. Ese adelanto aumenta según nuestra razón se desarrolla; y así, cada idea, cada ciencia, cada rama del saber humano ha sufrido tres metamorfosis: la primera fue necesariamente ficticia o teológica, porque hallándose en sus albores, sólo nos guiaba el sentido íntimo de la Conciencia en el mundo que desconocíamos, y sin otro maestro para distinguir lo bueno de lo  malo, lo justo de lo injusto; la inteligencia, al concebir la Causa de las causas, atribuyó al Creador, no sólo los primordiales hechos, sino también los privados y finitos; y personificando hasta las abstracciones de la mente, todo fue Dios, excepto Dios mismo. La segunda metamorfosis se debió a los esfuerzos de la Razón para com­prender el “Yo” en el caos de la Inteligencia y la Intuición, así como las verdades materiales y contingentes; fue meta­física y abstracta. La tercera, hija de la duda, para hallar la Verdad, revisó los hechos y produjo la evidencia que trajo la certidumbre, y la Razón en su energía pudo apreciar al hom­bre y al mundo como son en sí; y es la científica o positiva. La edad teológica alcanzó la perfección al proclamar un solo Dios y la inmortalidad del  alma; la metafísica al fundir las  entidades primitivas en la gran         entidad, la Naturaleza; la positiva no llegará a su apogeo hasta que consiga la demos­tración irrecusable de lo cierto en todo lo que interesa a la especie humana.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué se miran a veces como antípodas el Orden y el Progreso, H.·. cuando deben ser insepa­rables?

RESPUESTA. — Porque se ha definido simplemente al pri­mero “el conservador de la tranquilidad pública”, y como to­do orden se modela por una idea, y la de poder o Autoridad que somete a los pueblos a la obediencia pasiva, afianza en el gobierno a los tiranos, se ha creído desorden cuanto se ha­cía para librar a las manos del envilecimiento.

Acabado el interrogatorio, dirá dirigiéndose al pode­roso Rey:

Sap.·. M.·. — ¿Qué opináis, amigo mío, acerca de estos candidatos?

Pod.·.Rey. — Que han respondido satisfactoriamente, y me uno a vos para que sus méritos sean recompensados.

Sap.·. M.·. — Pues si es así, acompañadme para que pres­ten su juramento sobre esta espada. HH.·. Cap.·. y Ten.·. de Guardias, conducid a los candidatos.

Salomón e Hiram bajan del trono, se acercan al Altar; ponen los candidatos la mano derecha sobre el triángulo y la espada de Salomón, quien dice.

Sap.·. M.·.—Repetid conmigo.

JURAMENTO

Yo…. juro por mi honor y prometo en presencia del G.·. A.·. D.·. U.·. y de esta Respetable Audiencia de Maestros, no revelar jamás, directa ni indirectamente, a nadie en el mundo los secretos de este grado de SECRE­TARIO INTIMO; no hablar de ellos con ningún H.·. que sea inferior a él; no mostrar, sino al que de derecho corresponda, los libros, papeles y documentos que se me confíen; obedecer estrictamente las leyes que nos rigen, someterse a los acuerdos de la mayoría de esta Audiencia y utilizar mi curiosidad para comprender las causas que producen las Miserias del Pueblo y la manera de reme­diarlas. Y antes que faltar a este juramento, quisiera que mi cuerpo fuera dividido oblicuamente, y mis entrañas arrancadas para servir de pasto a las bestias. ¡Que Dios me libre de ello!

¡Así sea!

El Sapientísimo Maestro levanta, la espada sobre la cabeza de los graduados y dice:

Sap.·. M.·. — A la G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·. , etc., os creo, nombro y constituyo SECRETARIO INTIMO, MAES­TRO POR CURIOSIDAD o MAESTRO INGLES y miembro de esta Audiencia.

Da seis golpes con el cetro sobre la hoja de la espada.

Sap.·. M.·. — Sentaos, HH.·. míos, y vos G.·. M.·. de

Cer.·. servíos traer a Oriente a los neófitos para instruirlos.

Todos lo ejecutan y hecho esto dirá el

Sap.·. M.·. — HH.·. míos, el juramento sagrado que se os ha exigido, es el que prestó Johaben y han de hacer todos los Secretarios de los distintos grados de la Masonería; y la pena que se impone es la que deben sufrir cuantos den co­municación de los libros que encierran las actas y documen­tos, las columnas grabadas o los balaustres que se le confíen, las decisiones secretas de las Logias, Capítulos y Consejos.

EL SIGNO DE ORDEN de este grado se hace cruzando los brazos delante del pecho; en seguida se dejan caer las manos sobre la espada, y se levantan los ojos al cielo.

EL SIGNO DE SALUDO se ejecuta llevando la mano de­recha al hombro izquierdo y haciéndola bajar oblicuamente a la cadera derecha, en recuerdo del juramento.

EL TOQUE consiste en darse recíprocamente la mano derecha. El primero la vuelve hacia fuera y dice la Primera Palabra de Pase, el segundo la vuelve hacia dentro y le dice la segunda Palabra de Pase, aquél torna a volverla, y se dan silabeando la Palabra Sagrada.

LA BATERIA consta de seis golpes iguales.

LA EDAD, veintiún años.

LAS PALABRAS DE PASE son… y…

LA PALABRA SAGRADA es…

Las palabras unidas significan “voto de alianza indisolu­ble”, ¡H.·. G.·. M.·. de Cer.·. conducidlos al Capitán y Te­niente de Guardias para que los examinen!

Después de hecho esto dice el

Cap.·. de G.·. — ¡Sap.·. M.·. los signos, toques y palabras son justos y perfectos!

Sap.·. M.·. — H.·. G.·. M.·. de Cer.·. , proclamad en el círculo de esta Audiencia de Maestros Secretarios Íntimos, Maes­tros por Curiosidad o Maestros Ingleses y miembros de ella, a los hermanos…

El Gr.·. M.·. de Cer.·. hace la proclamación.

El Sap.·. M.·. cumplimenta a los neófitos, aplaude y luego dice:

Sap.·. M.·. — ¡H.·. G.·. M.·. de Cer.·. conducid a Oriente a los neófitos para hacerles honor!

¡H.·. Gr.·. Orador, tenéis la palabra!

Este pronuncia su columna grabada; se le dan las gracias y se aplaude, se despachan los negocios pendien­tes, se ofrece la palabra; se dan las gracias a los visitado­res y se circula la caja de asistencia.

CLAUSURA DE LA AUDIENCIA

Salomón da un golpe con el cetro, que repiten el Cap.·. y el Ten.·. de GG.·.

Sap.·. M.·. — ¿Qué edad tenéis, H.·. Capitán de Guardias?

Cap.·. de G.·. — Veintiún años, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué esa edad, H.·. Ten.·. de Guardias?

Ten.·. de G.·. — Por ser aquella en que, conociendo los principios que deben regir responsables del ejercicio de los derechos y del cumplimiento de los deberes que nos ligan con los demás hombres.

Sap.·. M.·. — ¿A qué hora debemos proceder a la clau­sura de los trabajos, H.·. Cap.·. de Guardias?

Cap.·. de G.·. — A las nueve de la mañana, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, Teniente de Guardias?

Ten.·. de G.·. — Las nueve en punto, Sapientísimo Maes­tro.

Sap.·. H.·. — HH.·. Cap.·. y Ten.·. de G.·. , servíos anunciar que ha llegado la hora de cerrar nuestros trabajos, y que es mi intención ejecutarlo.

Se hace el anuncio, el Sapientísimo Maestro da seis golpes con el cetro, que repiten el Capitán y el Teniente de Guardias, y dice:

Sap.·. M.·. — ¡En pie y al orden, hermanos míos!

Todos lo ejecutan,

Sap.·.M.·. — A L.·.G.·.D.·.G.·.A.·.D.·.U.·. etc. , declaro cerrados los trabajos de esta Audiencia. ¡A mí, her­manos!

¡Por el signo!

Todos saludan.

¡Por la batería!

La dan diciendo

Todos. — ¡Hoshea, Hoshea, Hoshea!

Sap.·. M.·. — id en paz hermanos; pero antes jurad guar­dar silencio acerca de todo lo ocurrido en la presente sesión!

¿Lo juráis?

Todos.—¡Lo juro!

Y se retiran en silencio.