GRADO DECIMO NOVENO

GRAN PONTIFICE

DECORACIÓN DEL CONSEJO

Cortinaje azul en Oriente sembrado de estrellas de oro. En la parte anterior y superior del solio un gran transparente circular que alumbrará todo el Consejo. Debajo del primero, y encima del asiento del Jefe, el símbolo del Grado; sobre el ara, el Libro de la Ley y la espada.

Frente al Maestro de Elocuencia, o a la derecha del Jefe, se verá la pintura de una ciudad cuadrada, con tres puertas a cada lado, y en el centro un árbol que produce doce frutos distintos; aquella ciudad parece bajar del cielo en una nube, para aplastar una serpiente de tres cabezas que se halla encade­nada y domina al viejo universo.

Al Occidente, y frente al trono principal, otro para el primer Teniente Gran Maestro, con una varilla azul en vez de mazo; y al Medio día, cerca de la entrada de Oriente, una silla para el Segundo Gran Maestro, con una Mesa delante, sobre la cual se pondrá una gran cuchilla curva para los sacrificios, y dos pebeteros con esencia o alcohol perfumado, que se enciende en un tiempo dado de la iniciación.

En el centro de la sala se elevará una montaña, a cuya cúspide pueden subir cómodamente dos perso­nas; mas allí la corta de pronto un precipicio que les impide bajarla del lado de Oriente, hacia el cual está su declive.

Si no hubiera transparente, se alumbrará con esplendor todo el Consejo.

Los Dignatarios son los del Kadosch, pero cam­bian de nombre.

El Muy Poderoso Gran Maestro se llama Muy Poderoso Gran Maestro.

El Primer Teniente Gran Maestro se titula Fide­lísimo Hermano Celador.

Y el Segundo Teniente Gran Maestro se nombra Veracísimo Hermano Sacrificador.

Los demás miembros agregan a sus nombres el epíteto de Fiel y Veraz Hermano.

Las insignias son: ancha banda carmesí orillada de blanco, con doce estrellas de oro por delante, te­niendo en la parte superior un Alfa y en la de abajo un Omega: se lleva de izquierda a derecha. La alhaja es una placa de oro cuadrilonga en que se graba el símbolo del grado.

Se tendrá para los candidatos vendas azules con doce estrellas de oro, que les quedarán sobre la frente al cubrirles con ellas los ojos para entrar en el Con­sejo de los Grandes Pontífices. Además, el Gran Sa­crificador tendrá a mano una cadenilla de mensura.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que todos ocupan sus puestos, el Muy Poderoso Gran Maestro, da un golpe con el cetro, y dice:

M.·. P.·. G.·. M.·.—Hermanos míos, intento pro­ceder a la apertura de la Primera Cámara Filosófica del Consejo Kadosch, y os doy gracias por haber acudido a mi llamamiento.

Fidelísimo hermano Celador: ¿Cuál es vuestro deber antes de abrir el Consejo de los Grandes Pon­tífices, grado decimonono del Rito Antiguo Aceptado Escocés?

Cel.·.—Asegurarme de que estamos a cubierto, Muy Poderoso Gran Maestro.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Servíos cumplir con ese de­ber Fidelísimo hermano!

Cel.·.—Fiel y Veraz hermano Capitán de Guar­dias, aseguraos de que estemos a cubierto.

El Capitán de Guardias reconoce la puerta y el vestíbulo; cierra, da diez golpes, por uno y nueve; toma en seguida la espada, y dice de pie:

Cap.·. de G.·.—¡Fidelísimo hermano Celador, es­tamos a cubierto!

Cel.·.—Estamos a cubierto exteriormente, Muy Poderoso Gran Maestro.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Y cuál es Vuestro segundo deber, Fidelísimo hermano?

Gel.·.—Cerciorarme de que todos los presentes son Grandes Pontífices.

M.·. P.·. G.·. M.·.—En ese caso, pedid a los que decoran el Consejo el toque y palabras del grado.

Lo ejecutan, vuelve a su trono y dice:

 Cel.·.—Muy Poderoso Gran Maestro, estamos a cubierto interiormente.

APERTURA

M.·. P.G.M.·.—Veracísimo hermano Sacrificador, ¿por qué os llamáis Gran Pontífice?

Sacr.·.—Porque me preparo en el Templo de la Verdad o en la Jerusalem Celeste, haciendo, en el puente que ha de conducirme del antro de las tinieblas al foco de la luz, el sacrificio de mis supersticiones, de la arrogancia que me infundió mi Educación Pri­maria y, la vana pompa de los títulos e insignias de mi Educación Secundaria.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué simboliza la Jerusalem Celeste o el Templo de la Verdad?

Sacr.·.—El de la Razón, cuya luz simbólica entre­vimos en el grado de Aprendiz, grado en que sólo se inicia realmente el Gran Pontífice, que por el Pro­greso destruye lo absoluto en las artes, las ciencias y cuanto sirve a los usos de la vida, y reúne materiales para levantar el edificio de la Constitución Social de modo que se obligue cada uno a cumplir sus deberes y se garantice a todos sus derechos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué hora es, Fidelísimo hermano Celador?

Cel.·.—La hora predicha al Universo para que la luz de la Razón alumbre a los iniciados.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Pues si es la hora predicha servíos, Fidelísimo hermano, comunicar en nuestros

Campamentos que voy a abrir el Consejo de los Grandes Pontífices.

Cel.·.—Fieles y Veraces hermanos que decoráis los Campamentos, nuestro Muy Poderoso Gran Maestro va a abrir el Consejo de los Grandes Pontífices.

Anunciado, Muy Poderoso Gran Maestro.

Da un golpe en su trono con la varilla azul.

El Muy Poderoso Gran Maestro da diez golpes, por uno y nueve que repite el Celador.

M.·. P.·. G.·. M.·.—En pie y al orden, Fieles y Veraces hermanos.

M.·. P.·. G.·. M.·.— A la G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·. bajo los auspicios de los Soberanos Grandes Inspectores Generales grado trigésimo tercero y último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, reunidos en Supremo Consejo y en virtud de las facultades que me ha delegado el Consejo Kadosch y esta Primera Cámara Filosófica, declaro abiertos los trabajos del Consejo de los Grandes Pontífices.

A mí, Fieles y Veraces hermanos.

Signo y batería con la Palabra Sagrada.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Sentaos hermanos.

Todos lo hacen; después de lo cual se anuncia, lee y sanciona el acta de la sesión anterior, se proponen los candidatos, admitidos por el Con­sejo Kadosch, se despachan los negocios de familia, se recibe a los Visitadores y se les consulta acerca de los graduantes y se envía por ellos al Gran In­troductor.

INICIACIÓN

El Gran Introductor hace revestir a los candi­datos con sus insignias de Rosa Cruz, les cubre la frente y ojos con la venda, y les manda tocar en su grado a la puerta del Consejo. El Capitán de Guardias no contesta, pero entreabre y dice, em­puñando su espada:

Cap.·. de G.·.—Fidelísimo hermano Celador, a la puerta del Consejo llaman profanamente.

Cel.·.—Muy Poderoso Gran Maestro, a la puerta del Consejo llaman profanamente.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Quién es el temerario que pretende entrar en esta Cámara, cuyo fulgor divino ciega al que se atreve a soportar su luz sin haberse preparado para recibirlo?

Gr.·. Int.·.—Es vuestro Gran Introductor que pre­senta al Soberano Príncipe Rosa Cruz. . . que halló sepultado en las tinieblas del Oscurantismo, y a quien he cubierto los ojos con un velo protector y adornado la frente con la venda zodiacal que le permite acercarse a la Jerusalem Celeste.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Ha hecho el sacrificio de sus supersticiones, de la arrogancia que le infundió su Educación Primaria y de la vana pompa de los títulos e insignias de su Educación Secundaria, para comprender los misterios de la Educación Superior de los Elegidos?

Gr.·. Int.·.—No; pero está pronto a hacerlo.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Si es así, concededle la en­trada.

Cel.·.—Dadle paso, Fiel y Veraz hermano Capitán de Guardias.

Éste abre y el Gran Introductor entra con el can­didato, y deteniéndose en los Campamentos, dice:

Gr.·. Int.·.—Muy Poderoso Gran Maestro: tengo el honor de presentaros a. . ., que pide iniciarse en los Grandes Misterios.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Queréis, hermano mío, que ciña vuestras sienes la triple corona de la Fidelidad, la Verdad y la Razón, que caracterizan a los verdaderos Elegidos? Para ello tendréis que sufrir los doce trabajos de Hércules, y venturoso el día en que pueda yo recompensaras entregándolos este cetro tan superior al TAU como la sombra del poder a la realidad de su posesión, y en el que os llame Muy Poderoso por el Honor, la Virtud y la Inteligencia.

Veracísimo hermano Sacrificador, guiadle en su primer viaje para que haga el sacrificio en el puente que separa la región de las tinieblas del foso de la Luz.

El Sacrificador se levanta, toma de la mano a uno de los candidatos, mientras el Gr.·. Int.·. guía a los otros y los sitúa a un lado de la montaña; él la sube con su compañero hasta llegar al borde del precipicio. Entretanto, la música tocará una marcha solemne. Así que acaba ésta, da un golpe y dice el

M.·. P.·. G.·. M.·.—Hermano… ¿Qué habéis aprendido hasta aquí?

Candidato.—A amar, esperar y crear.

El Sacrificador le dicta la respuesta.

M.·. P.·. G.·. M.·.—No améis objetos frívolos; no esperéis en este mundo la felicidad perfecta, y no creáis las pérfidas insinuaciones de los lisonjeros. ¡Extended vuestra mano derecha!

En pie y al orden, hermanos.

Da un golpe en su trono con el cetro.

Los graduantes adelantan su mano derecha y los Grandes Pontífices se ponen de pie y al orden.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Soberano Príncipe Rosa Cruz, ¿detestáis la perfidia?

Candidato.—Sí.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Prometéis y juráis romper toda comunicación y trato con los pérfidos que explotan la buena fe de las masas?

Candidato.—Lo prometo y lo juro.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Hacéis sobre esa columna en que va a alzarse el puente de la Razón, el sacri­ficio de vuestras supersticiones, de la arrogancia que os infundió vuestra Educación Primaria y de la vani­dad científica que ostentan los títulos pomposos y las insignias de vuestra Educación Secundaria?

Candidato.—Sí.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Alzad la venda que cubre sus ojos, y que arrojen al precipicio que está a sus pies sus bandas y mandiles.

Sentáos, hermanos míos.

Todo se ejecuta. La música tocará algo a propó­sito. Los candidatos con el Gran Introductor que­dan de pie. El Sacrificador baja caminando hacia atrás, dejando solo al de la cumbre; toma la cade­nilla de mensura que le presentará el Gran Intro­ductor, se dirige con él a Oriente, miden sus cuatro lados y al volver junto al pie de la montaña el Gr.·. Introductor, cesa la música y el Sacrificador dice antes de sentarse lo que sigue:

Sacr.·.—Esa ciudad que tenéis delante es la Jeru­salem ¡Celeste. Cada uno de sus lados tiene doce mil estadios o doce mil veces mil pasos, lo que os indica que ha de ocupar el ámbito de la tierra habitable. (Al Muy Poderoso Gran Maestro.) El candidato consu­mó él sacrificio, iniciado en los esplendores de la Ley de la Libertad Religiosa, ha jurado romper toda relación con los pérfidos y se ha hecho digno de contarse entre los Aprendices de nuestra Sublime Logia.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Hermano mío: desde la cum­bre en que os halláis podéis ver a lo lejos la Jerusa­lem Celeste, templo simbólico de la Razón, de ese don divino, de ese deber que tenemos de hallar la Verdad, o de medir el Grado de lo que de ella se alcanza, de comprender entre todos los sistemas el único que está en armonía con la Sabiduría del Eterno y las aspiraciones del alma. La Conciencia y la Inte­ligencia son sus ministros, y ella los ilumina para que la pasión no extravíe a la primera, ni el sofisma ciegue a la segunda. No es la Razón la facultad de discurrir y raciocinar; esta es la Inteligencia, y la otra el regulador que la habilita a conocer los elementos constitutivos de la Verdad. Hasta ahora habéis sido un mero aspirante de la Masonería Escocesa, de esta Institución sublime, cuya base conocéis hoy por vez primera; esa base es la Razón, única hija del Eterno, inmortal como la Verdad que le sirve de trono. No ha tenido principio ni tendrá fin, la engendró el Creador, y su reino impera en este mundo y en el otro. Es el Alfa y el Omega de lo pasado, lo presente y lo futuro. Nos descubre los errores de nuestros pa­dres, nos enseña a corregirlos y a encaminar las nuevas generaciones al complemento de la Civilización Humana.

Si queréis la prueba, dirigid desde esa cumbre una mirada retrospectiva al desastroso cuadro de lo pasado. Envanecido por la intuición que le revela espontánea­mente el bien y el mal, el hombre se ha creído inspi­rado de Dios cuando la pasión le cegaba, y del mismo modo al descubrir las causas de ciertos efectos por su inteligencia, se ha lanzado constantemente hacia las deducciones prematuras, y en el arranque del en­tusiasmo que cada hallazgo reproduce, ha creído poseer toda la Verdad cuando sólo adquiría una de las con­diciones para alcanzarla. ¿Qué fuera de él, a pesar de la Conciencia y de la Inteligencia, sin la Razón? Viviría perpetuado en el error, y sólo la casualidad le proporcionaría algún progreso. Vos mismo, cediendo a esa condición y engañado por vuestra Conciencia y los juicios precipitados de vuestra Inteligencia, di­jisteis al hallar el secreto de la Palabra Perdida: Justitia nunc reget imperia: y en vez de la Paz existe la Guerra y la Iniquidad ocupa la silla curul de la Justicia. Tanta sangre se ha derramado en nombre de Dios, de la Caridad, de la Humanidad, de la Filo­sofía, de los principios abstractos del Deber y del Derecho, en nombre del que proclamó con más energía la tolerancia, la libertad y la emancipación del linaje humano, que éste hubiera perecido si la Razón no levantara su estandarte con el brazo poderoso de los Grandes Pontífices de este Santuario.

Cuando os iniciasteis Aprendiz en la Logia Sim­bólica, se os despojó de vuestros adornos mundanos, sacrificasteis en nuestras aras las malas pasiones para cavar al vicio pozos sin fondo y levantar templos a la virtud, y una venda cayó de vuestros ojos, que servía de emblema a la Ignorancia. Hoy os habéis despojado voluntariamente de la vana pompa de vues­tros títulos e insignias, habéis hecho el sacrificio de toda alianza impura, de toda relación con los pérfidos que explotan al linaje humano, y el último velo se ha descorrido y se ven brillar en vuestra frente doce estrellas en fondo azul, para significar que la duda que sembramos en vuestro espíritu en la Primera Iniciación ha producido sus frutos, y por vuestros estudios incesantes habéis elevado vuestra mente al solio del Eterno, y podéis recibir su luz divina v re­flejarla como nueva constelación sobre los demás hom­bres, vuestros iguales. Conocéis los Derechos y Debe­res de la Humanidad, y venís a aprender aquí cómo han de arraigarse en el mundo. Queréis entrar en el Templo de la Razón, en la Jerusalem Celeste, donde se enseña el arte Hetérico, el del gobierno de los hermanos, el de la Libertad, la Igualdad, la Frater­nidad y la Abnegación. Seréis de hoy en adelante el verdadero Aprendiz de la Masonería Escocesa. Los grados anteriores son preparatorios.

Si habéis comprendido nuestros símbolos miste­riosos, veréis que los llamados astronómicos esencial­mente caracterizan los estudios sociales, políticos y legislativos, y no la marcha de los astros en el firmamento material, cuyas leyes inmutables conocéis desde que os recibisteis Compañero. No son nuestros grados una vaga repetición de la misma enseñanza: vamos siempre adelante. Su escala ascendente remonta al candidato en las alas del Progreso, y lleva de una manera imperceptible de lo fácil a lo difícil, de lo conocido a lo desconocido, destruyendo sus errores e inculcándole nuevas verdades. La Astronomía es la ciencia que analiza las leyes de lo más perfecto de las órdenes del Legislador Supremo, y nosotros nos servimos hábilmente de sus emblemas para indicar al iniciado las que debe discutir y madurar si desea que la Justicia gobierne los imperios. Como son tan completas, porque deben abrazar a la vez lo que satisfaga la Razón, anude las voluntades y garantice los intereses de la persona y de la Asociación, veréis aquellos sím­bolos presentados bajo distinta forma, aunque sean todos de la misma naturaleza.

El edificio de que nuestros padres se valían para gobernar a las naciones, se ha desplomado porque se apoyaba en lo Absoluto. ¿Queréis reparar con nosotros los materiales del Nuevo Tabernáculo?

Candidato.—Sí, quiero.

El Muy Poderoso Gran Maestro da un golpe con el cetro y dice:

 M.·. P.·. G.·. M.·.—Fidelísimo hermano Celador, ¿qué opináis del candidato?

Cel.·.—Que guiado por la virtud, podrá salvar el precipicio, o utilizando’ su Inteligencia logrará entrar en la Jerusalem Celeste.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Fiel y Veraz hermano Gran Introductor, guiadle en su segundo viaje.

Si hay más de un candidato, el Gran Introduc­tor obliga a los que están con él al lado de la montaña a que retrocedan a Occidente hasta el prin­cipio de la subida, sin volver la espalda a Oriente. Los deja allí, va solo a la cumbre; da la mano derecha al que se halla en ella, procura salvar con su compañero el precipicio, y al ver que es imposible, retrocede, andando los dos hacia atrás hasta reunirse con los otros. En seguida les hace exten­der el brazo y la mano derecha hacia el Muy Poderoso Gran Maestro, y en esta postura los encamina a la Jerusalem Celeste por la marcha de Aprendiz. Al verlos cerca de la entrada, el Sacrifi­cador da un golpe en su mesa con el puño de su cuchilla: los viajeros se detienen y aquél se le­vanta y dice:

Sacr.·.—Hermanos míos: no es posible entrar en la Jerusalem Celeste sino pasando por la montaña.

Gr.·. Int.·.—El puente está roto. Veracísimo her­mano.

Sacr.·.—¿Y cómo no le habéis pasado por la FE?

Gr.·. Int.·.—Porque la Fe en lo desconocido es el patrimonio de la Ignorancia.

Sacr.·.—Retroceded entonces, y dadle asiento para que se preparen a atravesadle con la Sabiduría.

El Gran Introductor les hace retroceder tres pasos, les da asiento, y él ocupa el que le corres­ponde. Rato de silencio, durante el cual se oirá una música grave que disponga al recogimiento. Luego el Maestro de Elocuencia leerá o dirá lo que sigue:

M.·. de El.·.—Soberanos Príncipes Rosa Cruz: el peristilo de estrellas que ilumina vuestra frente es el del Templo de la Razón asentada en vuestro cerebro, esa región de la Idea que formó el Supremo Artífice para servir de foco refulgente a su divino efluvio, el Entendimiento. Cada una de aquellas doce Estrellas, símbolos del Zodiaco intelectual en que campea el luminar de la Razón, os recuerda una de las verda­des que habéis aprendido a apreciar con los estudios que hicisteis en los grados anteriores. Que se graben desde hoy más en vuestra memoria. La primera es que no hay principio de virtud, de honor ni de moral que no sea inherente a la Conciencia y que todo hombre de sano juicio y mediana educación no posea en el mismo grado que el más instruido. La segunda, que ninguno de esos principios ni todos juntos, bastan para gobernar la Asociación, porque el bien que se hace a los hombres por el sentimiento moral es, como toda afec­ción del ánimo, pasajero y no produce más que ciertos efectos transitorios, mientras que la sociedad humana es un vasto taller de Trabajo y Producción en que el interés material         es más poderoso que el moral. La ter­cera, que las Religiones hijas del grado de civilización que cada pueblo alcanza, no pueden servir para regirle, pues todas se apoyan en lo Absoluto, y apenas invaden el territorio intelectual le dominan, paralizan la Razón y sepultan al Universo en el Oscurantismo. La cuarta, que la Metafísica y la Psicología ocupadas de lo abs­tracto, se pierden en vanas especulaciones o caen en lo Absoluto por lo que nunca han hecho progresar la civili­zación. La quinta, que la Literatura no puede ser la antorcha, porque es la simple expresión de lo que aquélla ha adelantado, y como abraza los errores y las verdades de una época, así sirve para consagrar el Mal con él prestigio de la Antigüedad, como para el Bien, y éste es tan limitado que más ayuda a la Educación que a la Sabiduría. La sexta, que la Con­ducta moral e intelectual del hombre se regula por las nociones de su tiempo o del país en que vive, nociones que cambian en cada generación y a veces cada año, si los sabios que en él habitan se hallan en el camino del Progreso y pueden propagar libremente sus ideas. La séptima, que siendo las Opiniones y las Institu­ciones relativas al lugar que ocupan los países en el tiempo, querer que las ideas fecundadas en los más civilizados por el transcurso de los siglos penetren y se afiancen en los que lo están poco, es pedir que des­aparezca el intervalo que separa a la siembra de la producción del fruto. La octava que el Gobierno mejor de todos es el que destruye las malas leyes de sus predecesores, ya porque esté al nivel de las luces del siglo, ya porque conozca sus verdaderos intereses. La novena, que el Progreso es el resultado del estudio de las leyes intelectuales. La décima, que el separar las unas de las otras es anularlas recíprocamente; pues si la naturaleza bruta influye en el hombre, Dios le dio la Razón para comprenderla y dominarla. La undécima, que los bienes del adelanto científico se anulan con la Corrupción de las costumbres, que rompe los vínculos de la familia e introduce la des­confianza entre los asociados, como los de la moralidad en un país se desvanecen si marcha, al par de su embru­tecimiento. Y la duodécima y última, que no basta conocer nuestros deberes ni promulgar nuestros dere­chos: es necesario saber cumplir los unos y garantizar los otros.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Habéis oído, hermanos míos, las verdades que bien entendidas y observadas os llevarán al apogeo de la Civilización. Contra ellas lucha la Intolerancia, la Superstición y el Fanatismo; y la serpiente de tres cabezas que domina al mundo y que veis en aquel cuadro de la Jerusalem Celeste, los simboliza. Lo contrario de la Intolerancia no es la Caridad, el antídoto de la Superstición no es la Fraterni­dad, el antagonismo del Fanatismo no es la Humanidad. Lo contrario de la primera, el antídoto de la segunda y el antagonismo del tercero, es la Razón. Aquellos tres malos genios, vencedores constantes de todas las virtudes, porque halagan los sentimientos más enér­gicos de la vanidad y el orgullo humanos, no han traído más que desastres, desolación, muerte. Y mien­tras el edificio social no descanse en el Progreso Moral, unido al Progreso Intelectual, y mientras el Templo de la Razón no se desplome sobre ese nefando reptil, esa hidra que renace sin cesar, ni habrá Paz en la tierra, ni la Justicia regirá.

INTERROGATORIO

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Creéis, hermano…, que nuestros padres ignoraban los Deberes y Derechos del Hombre?

Respuesta.—Como éstos nacen de su naturaleza misma, sería necesario que carecieran del carácter de tales. Y digo que nos son inconcusos, porque fui­mos creador para la Asociación y todas nuestras facultades nos excitan y guían en el conocimiento de la Verdad para que obedezcamos sus leyes inmortales.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿De dónde viene, herma­no…, la mala interpretación y aplicación de esas leyes?

Respuesta.—De la condición propia de los me­dios de que estamos dotados para conocerlas. Nues­tra conciencia las adivina, nuestra Inteligencia las aplica a la satisfacción del deseo, por lo que fecunda el egoísmo en vez de anonadarle, y hasta que la Razón no adquiera su espléndido desarrollo, y nos convence de que el bien individual es inseparable del universal, no alcanzamos el reinado de la justicia. En el intervalo nos adormecemos a su sombra, y los usos y las costum­bres de los pueblos salvajes, así como la historia de las naciones, patentiza la veracidad de nuestros asertos.

¿Qué son las leyes del Decálogo, si no la sensible expresión de las intuiciones de la Conciencia?

Cuando la Inteligencia vino a auxiliarla, se dio un paso más y se formularon las religiones en códigos de Moral e Higiene pública y privada, reduciéndose los Sacramentos a alegorías de las Leyes Sociales, santificadas por la Divinidad y sus misterios a emblemas de los fenómenos de la naturaleza, enseñoreándose así sus esclarecidos inventores de las ciencias filosóficas y gubernamentales. Por eso, al par de aquellos códigos marcharon los civiles y las Constituciones fundamentales de los que se llaman países civilizados, hasta que libres éstos del error en que los mantenían sus explotadores, de atribuir a Dios las obras humanas, la Razón desvanece con su luz las tinieblas que nublan la Justicia.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué decís que los Sacramentos son emblema de las leyes sociales, y la prueba de que nuestros antepasados, no sólo conocían los Derechos del hombre, sino que los santificaron como de institución divina?

Respuesta.—Porque el Bautismo, que es materialmente el aseo conservador de la Salud, expresa que la del Pueblo es la Ley Suprema, y sus mandatarios deben, sobre todo, cuidar de la Higiene y Policía ge­nerales; porque el fin más importante de la Asocia­ción es conservar la vida del individuo y de la especie. La Confirmación proclama el derecho de todo hombre a aprobar o reprobar lo que se hizo sin su consenti­miento. La Penitencia asienta el poder de la Asocia­ción para corregir o reformar al delincuente. La Co­munión es el trasunto palpitante de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad de nuestro linaje. El Orden prescribe el equilibrio de los derechos con las garantías de su ejercicio. La Extremaunción atestigua la rehabilitación del culpable que ha cumplido su condena. Y el Matrimonio es la fusión de intereses y sentimientos vinculados en el Amor, y que propagada a los hijos crea la familia; extendida a los colaterales, forma el lazo que, asentado por el beneficio de la común defensa, funda la tribu, cuyo enlace constituye las naciones; y como en la familia se engendra el heroísmo y se fecunda la vileza conforme a la habili­dad del padre o al talento de la madre, para impedir que su ignorancia ahogue en el hijo los gérmenes de la Grandeza, el sacerdocio pidió garantía a los desposados para la educación de la prole, exigiendo pa­drinos para el primero y el último de los Sacramentos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué se perdieron ideas tan luminosas, hermano. . . ?

Respuesta.—Por el medio que se adoptó para su propagación. Como toda idea exige la ayuda de los sentidos para comunicarse, se crearon los mitos y se inventó el arte del Simbolismo, que era, desgraciadamente, superior a la inteligencia de las masas. Los primeros cristianos recibieron aquellas fórmulas de los Esenios, iniciados por los discípulos de Salomón, el cual, en el último grado de su Masonería, décimo cuarto de nuestro Rito, estableció los Siete Sacramen­tos. Pero el sacerdocio perdió el secreto, tomó el sím­bolo por la realidad, y sumergido en las tinieblas, descendió de maquinista a autómata.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué Fenicia, Tiro y Cartago se elevaron sobre las otras naciones y mu­rieron tan rápidamente a pesar de su opulencia, her­mano. . . ?

Respuesta.—Reducidos a pequeño espacio y en lu­cha contra la naturaleza para su sustento, y contra las naciones vecinas por no verse esclavizados, sus fundadores profesaron la democracia y ejercieron todas las industrias, con especialidad las de la navegación y el comercio; mas hicieron del oro el fin de la existencia, entronizaron el monopolio, sacrificaron al interés material el de su Dignidad y con esta conducta, más propia para levantar odios que para granjear voluntades, suscitaron la enemistad de los extranjeros y de la gran masa de sus mismos ciudadanos desposeídos, y desaparecieron entre las hordas de sus conquistadores.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué las Repúblicas griegas cuando parecía que iban a dar la ley al mundo por su progreso en las ciencias y las artes, perecieron en su indolencia?

Respuesta.—Nacieron tan lozanas y se alzaron tan vigorosas, que el talento y las virtudes individuales abrían a todos el Templo de la Gloria, pero miraban el trabajo material como degradante, vivían de la explotación del hombre por el hombre, negaron el derecho de ciudadanía al pueblo vecino, se aislaron los unos de los otros, redujeron a la esclavitud a los que conquistaban, y para afianzarse en el poder sacrificaron la persona, y hasta la familia, a la entidad Estado, en lugar de dar apoyo a éste en la seguridad del individuo.

Así cayó aquél, inerme en la esclavitud más vergonzosa.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Y por qué, hermano. . ., Roma, que poseyó todo el mundo conocido, murió en la ignominia?

Respuesta.—De pueblo agrícola se elevó Roma a la omnipotencia, porque en su lucha contra los industriales y guerreros consagró la supremacía del pro­ductor sobre el consumidor, sublimándola en su res­peto al hogar doméstico y sus costumbres patriarcales y hospitalarias de sus fundadores. El padre que legis­laba en el Senado era para el hijo la ley viva; y acostumbrado en la familia a la obediencia, cuando le llegaba el tumo de difundirla o legislar, aquélla no hallaba en los corazones adalid más animoso, ni en la tribuna más elocuente representante. Concedió a todos los que conquistaba el derecho de gobernarse por sus leyes indígenas; pero en vez de sostenerse por su trabajo, en cuanto se engrandeció vivió del ajeno, y se convirtió en verdugo del extraño y asesino de sus propios miembros.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué desaparecieron tan rápidamente las Repúblicas italianas, hermano…?

Respuesta.—Por sus errores económicos y sociales; la estúpida rivalidad de unas con otras, y su carácter aristocrático, incompatible con la civilización de sus habitantes, quienes no hallando seguridad ni garan­tías, prefirieron un tirano a una reunión de tiranuelos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuál es la mejor salvaguar­dia de las naciones, hermano. . . ?

Respuesta.—La pureza del hogar doméstico, base de las buenas costumbres, porque el que es digno en la casa lo es en el municipio y en la nación entera.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué leyes creéis más convenientes para contener la Inmoralidad o qué recom­pensas juzgáis que excitarán más a la práctica de las virtudes?

Respuesta.—Imaginar que la Inmoralidad se corta con decretos y leyes contra el lujo y la vagancia, y que la Virtud se crea con recompensas pecuniarias, es desatino. Contra el Vicio no hay más que el Estudio o la vida del Pensamiento; y la Virtud sólo se fecunda en el hogar con la instrucción y la honestidad del padre, y la educación y castidad de la madre.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Pensáis que la ley del di­vorcio contribuya o perjudique a las buenas costumbres?

Respuesta.—Desde el cuarto Grado sabemos que la legislación no crea obligaciones ni derechos, que simplemente los promulga, y que la ley expresa el modo de garantizarlos; por tanto, juzga la del Divorcio incapaz de atraer males, y necesaria para impedir el crimen, represalia inevitable de la naturaleza cuando una ley la ofende. Los legisladores que ven en el matrimonio un Contrato revocable a voluntad, ignoran el móvil de los sentimientos del ánimo. No es el Contrato el que lo constituye; aquél es la consecuencia del deseo de asegurar la conservación del contrayente que sobreviva, y de la prole. Así confunden la pre­visión legal que corta los extravíos de un acto, con el acto mismo. El matrimonio no es el Instinto Ge­nésico regulado por el código, porque aquél es univer­sal entre los animales, y sólo el hombre tiene familia; y hasta en él mismo aquella pasión es impotente para construir la sociedad conyugal. Tanto él como la mu­jer abdican de su dignidad al buscarse como ins­trumento de placer, ya sea la voluptuosidad, ya la ley, o ya ambas a la par, lo que presida a su ayunta­miento. La familia, esta base fundamental de la Aso­ciación, no puede existir sino vinculada en el Amor verdadero de la mujer y del hombre, que consiste en la fusión de sus almas y de sus opiniones, en la unión de lo humano y lo divino, que caracteriza nuestro linaje. Sin la recíproca consagración de los consortes a .su felicidad mutua y a la educación de lo« hijos, no puede haber moralidad ni buenas costumbres. La antigua Roma permitió el divorcio desde su fundación, y tres siglos pasaron antes que un romano se presen­tara a pedir su ejecución.

Corrompióse el pueblo, y el uso del Divorcio fue el metro inflexible para valuar su bastardía. En Ingla­terra el marido podía llevar a su mujer a la plaza pública con una cuerda al cuello y venderla al que se le antojase, y esto no se vio tres ocasiones. En resumen, como no hay derecho a hacer que vivan uni­dos los que se odian, la ley debe garantizar el de su separación o Divorcio; así como no posee el de impedir que dos personas libres se consagren a su común ventura, y debe afianzarlas en su derecho, porque tanto el último como el primero nacen de la naturaleza y no de ficciones legales ni de acuerdos de la Asociación, que hijos de la inteligencia, cuando ultrajan los principios del derecho natural prohibiendo el Divorcio o permitiendo la poligamia, ya perpetúan la desgracia de los engañados, ya destruyen la fa­milia y hacen retroceder a la barbarie a los que se hallaron un día a la cabeza de la civilización, como los sarracenos. En un caso, sacrificadas las perso­nas, las precipitan en el libertinaje, y en el otro, le legitiman; de aquí la corrupción y todos los males.

Y no se crea que proscribimos el Matrimonio Legal, antes por el contrario lo sostenemos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Y por qué?

Respuesta.—Porque cuando dos personas hábiles hacen a la Asociación testigos de su Amor y de sus recíprocas promesas, aquélla los adopta y numera entre los que sostendrán los principios de la Moral pública y privada; y como juez del hecho, elevará a los cónyuges si cumplen sus compromisos, y los condenará si los infringen. Cuando viceversa, se unen en concu­binato por su derecho propio, muestran a la sociedad que no cuentan con ella para nada y ésta les paga con el desprecio, igualando su enluce con el ayunta­miento de los brutos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuál será la base que ga­rantice el cumplimiento del Deber y el buen uso del Derecho, cuyas leyes promulga el Consejo Kadosch y debe asentar el de los Grandes Pontífices?

Respuesta.—La Constitución de la Familia, de suerte que al progreso moral se una el intelectual, y la mejora de las costumbres marche al unísono de los acontecimientos, pues de otro modo las Revoluciones se convertirán en cataclismo y volveremos al caos.

Concluido el interrogatorio dirá el

M.·. P.·. G.·. M.·.—Soberanos Príncipes Rosa Cruz: comprenderéis por el interrogatorio precedente, que el secreto del grado en que os inicio es destruir la creencia de que los Deberes y Derechos podrán garantizarse con Principios abstractos, ya que bastan para que el Orden y el Progreso marchen de consuno. Que al contrario, debemos, para conseguir esto, Educar al hombre desde la cuna, porque la Familia es la base de la Asociación, el núcleo de las virtudes o el foco de los vicios; y tomando a la Razón por único fanal, ilustrar a los padres, esos guardianes del hogar doméstico, y a los legisladores, para que aquélla co­rrija los extravíos de la Conciencia y los sofismas de la Inteligencia. Que todos sepan que la Libertad nace de dos manantiales: las Buenas costumbres, que traen leyes sabias, y la Educación, que crea las primeras y formula las segundas. Que aquéllas no se imponen con escritos ni se desarrollan con recompensas pecu­niarias, sino con el estudio y conocimiento del interés bien entendido de los asociados.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Fiel y Veraz hermano Gran Inspector, haced que dé el aspirante su tercer viaje, comenzando por llevarle al Sacrificador para que le purifique y pueda atravesar el puente y ver de cerca la Nueva Jerusalem.

Así que llega frente al Sacrificador, éste enciende los pebeteros y le perfuma; después el Gran Introductor le conduce por el puente, cuyo pre­cipicio ha desaparecido y le baja a Oriente junto al cuadro.

M.·. P.·. G.·. M.—Hermanos, ese cuadro es la expresión de nuestro deseo de realizar la magnífica invención del Paraíso Terrestre, creado por el sentimiento intuitivo del poder de nuestra Inteligencia para dominar la materia, y el de la Razón para vencer las pasiones. Al ver que a más de los obstáculos físicos, la Ignorancia, la Astucia y la Ambición se oponían al Progreso, y que las perfidias de la segunda y las iniquidades de la tercera, en vez de ir desapareciendo como la primera con el desarrollo de la civilización, se vigorizaban con ella y se hacían más invencibles con las armas que los conocimientos adquiridos les prestaban, los hombres de más preclaro in­genio idearon la leyenda del Paraíso Perdido, con su árbol de la ciencia del bien y del mal, árbol que causaba la muerte al que probaba su fruto. En contra de ese sembramos nosotros el Árbol de la Vida, que resplandece en esa Nueva Jerusalem que veis suspendida en aquella nube de que desciende para reemplazar a la Antigua, que la hidra de tres cabezas sin cesar devora.

La luz única que brilla en Oriente, y que no per­tenece ni al sol ni a la luna, es el símbolo del foco de Luz Verdadera, o la Razón Infinita, de la que es un destello la nuestra. Y así como las partículas invi­sibles del vapor, dilatadas por el calórico, se levantan de la tierra y caen en fertilizadora lluvia que absorben sedientos los continentes y las islas, o juntándose en caudaloso río llevan hasta las arenas del Océano la vegetación y la vida, nosotros animados por el espíritu del Creador, nos elevamos en esta Cámara a las regio­nes de la Verdad, a la Jerusalem Celeste, y reuniendo sin alarma nuestros esfuerzos, verteremos sobre los anhelantes y hambrientos hermanos, el maná de esa Razón que destila aquel árbol de doce frutos, y que les ha de infundir una fuerza más poderosa e irre­sistible que la de las cataratas y los mares.

Y cuando llegue el día en que tendremos que comparecer ante la Eterna Verdad, y se nos pregunte: ¿Qué habéis hecho? Responderemos unísonos: No he­mos podido vencer, pero hemos luchado.

El título de Muy Poderoso que se da al Gran Maes­tro es el emblema de la virtud que le infunde la trini­dad de Conciencia, Inteligencia y Razón, que debe culminar en el Presidente de este Santuario. En él proclamamos el imperio de la última, y destruimos con ella los sofismas de los absolutistas, los errores de los filósofos y las utopías de los ideólogos, exponiendo las leyes de la verdadera República y mostrando que la Pureza del Hogar Doméstico es la primera que se ha de establecer para que la Justicia reine en el Universo.

¿Queréis ser de los nuestros?

Candidato.—Sí, Muy Poderoso Gran Maestro.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Espero, Soberano Príncipe Rosa Cruz, que al sentaros en este Consejo daréis pruebas de abnegación y de la virtud más acrisolada. Con ella y con la Ciencia conquistaréis la inmorta­lidad, eternizando vuestra memoria en el tiempo, pues el paréntesis de la vida es una brevísima cláusula de él, y de ninguna manera la podéis llenar mejor que elevando el puente que ha de salvar al hombre del caos de la Ignorancia, estribándole por la una parte en el Orden, por la otra en el Progreso-. Que nin­gún temor os arredre, y marchad adelante, porque los grandes corazones los descubre la ocasión y los eclipsa el ocio.

Grandes Pontífices, ¿los creéis dignos de sentarse a vuestro lado?

Todos.—Sí, Muy Poderoso Gran Maestro.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Pontífice Gran Introductor, aproximadlos al trono; y vosotros, Grandes Pontífices, servíos venir a solemnizar la iniciación.

Todos se levantan, se forma la bóveda de acero sobre los graduados, el Jefe les presenta su espa­da, sobre la cual ponen su mano derecha, y les dice:

M.·. P.·. G.·. M.·.—Repetid conmigo.

JURAMENTO

Yo…, en presencia del G.·. A.·. D.·. U.·. y de los Grandes Pontífices de este Consejo, juro o prometo bajo palabra de honor, no revelar a nadie el lugar en donde se me ha iniciado y las personas que me han comunicado los secretos de este Grado; hacer cuanto me sea posible por reformar las COSTUMBRES PÚBLICAS Y PRI­VADAS, respetar el HOGAR DOMÉSTICO y no ser jamás objeto de escándalo; no reconocer más guía que la Razón; hacer que marchen a la par el Orden y el Progreso; no consultar en mis relaciones más que el honor, la virtud y el talento; despreciar al que se envanezca con títulos, libreas y distincio­nes, y estudiar las bases de la verdadera libertad y los modos de arraigarla en el Orbe para ser digno de que me llamen GRAN PONTÍFICE del Templo de la Razón. Que el G.·. A.·. D.·. U.·. me ayude.

Así sea.

El Muy Poderoso Gran Maestro levanta la espada sobre la cabeza de los aspirantes, y teniendo el cetro en la mano derecha dice:

M.·. P.·. G.·. M.·.—A la Gloria del Gran Arqui­tecto del Universo, bajo los auspicios de los Soberanos Grandes Inspectores Generales del trigésimo tercero y último Grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, reunidos en Supremo Consejo y en virtud de la auto­ridad que me ha delegado el Consejo Kadosch, os creo, nombro y constituyo Gran Pontífice y miembro de esta Cámara, a vos. . .

Da diez golpes por uno y nueve con el cetro sobre la espada.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Sentaos, hermanos míos.

Todos lo ejecutan, menos los neófitos.

 M.·. P.·. G.·. M.—Este Grado, hermanos míos, tiene, como los demás, su signo, toque y palabras especiales.

Signo.—Extender el brazo y la mano derecha horizontalmente con los tres dedos de en medio hacia abajo, para figurar el cuadro de la Jerusalem Ce­leste desplomándose sobre la serpiente de tres cabezas.

Toque.—Ponerse recíprocamente la palma de la mano derecha en la frente, diciendo el uno… y el otro. . .

Palabra de pase. . .

Palabra Sagrada. . .

Batería.—Diez golpes, por uno y nueve.

Edad.—«Cuarenta años.

Dos veces habéis marchado hacia atrás, hermanos míos, cuando estabais próximos a entrar en la Jerusalem Celeste: la una desde la cúspide de la montaña, la otra desde la entrada de Oriente. Estos viajes son palpitantes alegorías del secreto del Grado. Simboli­zan la imposibilidad de seguir adelante en el camino del Progreso y de alcanzar por la Ley Moral o por la Inteligencia sola, la dicha del linaje humano. Con la primera retrocede a la barbarie cuando se cree en el pináculo de la perfección; y por eso vos, desde la cúspide, retrogradasteis a Occidente, como la doc­trina del Nazareno sepultó al Universo en el cata­clismo de la Edad Media. Con la segunda se va más adelante, se toca, como vos, a las puertas del Paraíso terrestre; mas como vos, también se vuelve atrás, porque la corrupción de las costumbres destruye la paz doméstica, el interés mata la confianza que no se apoya en la Buena Fe, y el vicio toma a sumergir al mundo en la crápula, la tiranía y el Oscurantismo, y cae Egipto, desaparece Atenas y se hunde Roma. Es la parábola de Adán, que señor del Edén y con una inteligencia amaes­trada por el mismo Creador olvidó cumplir el único deber que le había impuesto, y perdió por su ambición la salud, la inmortalidad y la gloria. Unid con la Razón la Ley Moral y la Ley Intelectual, buscad con ello el modo de que marchen de concierto, y cuando hayáis encontrado las instituciones que recíprocamente las afirman, podéis tomar asiento en el Santuario.

Fiel y Veraz hermano Gran Introductor, condu­cidlos al Fidelísimo hermano Celador para que los examine.

El Gran Introductor les lleva, el Jefe vuelve al trono, y cuando los neófitos están entre los Campa­mentos, da un golpe y dice el

Cel.·.—Todo está justo y perfecto, Muy Poderoso Gran Maestro.

En seguida se les proclama, se aplaude la iniciación, se da asiento al lado del Sacrificador a los neófitos, el Maestro de Elocuencia pronuncia su balaustre.

INSTRUCTIVO

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Quién sois, Fidelísimo her­mano Celador?

Cel.·.—Un Gran Pontífice del Rito Escocés Anti­guo y Aceptado.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuál es la etimología de nues­tro nombre?

Cel.·.—Viene de Pons y facere, en el sentido de la palabra griega rézcin (hacer un sacrificio), y así significa el que hace sacrificios en el puente, y tal era el deber de los ministros encargados de su vigilancia en Roma.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué edad tenéis?

Cel.·.—Cuarenta años.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué esa edad?

Cel.·.—Porque es aquélla en que la Razón domina al sentimiento, y por eso la exigía la citada Repú­blica para el destino indicado.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Dónde recibisteis el grado?

Cel.·.—En un lugar que no alumbra ni el sol ni la luna, bujías ni antorchas.

M.·. P.·.G.·. M.·.—¿Y por qué?

Cel.·.Porque en él resplandece la luz de la Razón, ese destello al que no eclipsa ningún obstáculo, y que destruye la oscuridad más tenebrosa.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué queréis hacer con ella?

Cel.·.—Reunir los datos necesarios para destruir los errores y adquirir conocimientos exactos de to­das las cosas, y particularmente acerca del modo de establecer los principios que estudié en los grados Capitulares.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿No lo poseíais con la Ley Moral y la Palabra Sublime que hallasteis en el de Rosa Cruz?

Cel.·.—Lo que sobraba ayer no basta hoy; y la Educación que creíamos fundada en el Progreso Mo­ral y por consecuencia estacionaria como él, sabemos ahora, por una dolorosa experiencia, que dependen esencialmente del Progreso intelectual, y que es inseparable del desarrollo de la Razón, que nos ordena modificar y reformar los principios que nos rigen conforme a las nuevas necesidades y la instrucción que adquirimos, pues el statu quo en el campo de la mente es el patrimonio de la medianía, y toda pereza del espíritu es signo infalible de la pobreza del entendimiento.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuál ha sido el resultado de la Ley Moral separada del Progreso intelectual?

Cel.·.—El Oscurantismo.

M.·. P.·. G.·. M.—¿Cómo lograréis que la Jus­ticia rija las naciones?

Cel.·.—Es lo que deseo aprender en el Templo de la Verdad, o Jerusalem Celeste.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿A qué equivale entonces el grado que acabáis de recibir?

Cel.·.—Al de verdadero Aprendiz del Rito Es­cocés.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué se enseña en él?

Cel.·.—A ser fiel y veraz, a abjurar de la Into­lerancia, la Superstición y el Fanatismo en Religión y en Política; a purificar el hogar doméstico creando las Buenas costumbres, base de la felicidad humana, a despreciar todos los títulos y distinciones exteriores como señal infalible de la vanidad y necio orgullo del que los ostenta, para que se le considere superior a los otros, a no estimar más que el talento, que se apoya en la virtud, y sobre todo en la modestia; y a no reconocer más leyes que la Razón, a buscar con ésta el modo de que todos cumplan sus deberes y a ninguno se prive de sus derechos.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué representa el cuadro que está en el Oriente?

Cel.·.—Una ciudad de doce barrios, con sus ave­nidas y puertas de igual número, y en su centro un árbol de otros tantos frutos distintos. La ciudad está suspendida de una nube y parece desplomarse sobre una serpiente de tres cabezas que devora al Universo.

M.·. P.·. G.·. M.—¿Qué simboliza la ciudad?

Cel.·.—El Consejo de los Grandes Pontífices ba­jando del cielo para restituirnos en el Templo de la Verdad, abismado por sus tres mortales enemigos, cuyas cabezas se reúnen en la serpiente maldita.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué significan las doce ave­nidas y las doce puertas?

Cel.·.—Que la Jerusalem Celeste está abierta al mundo entero, sea cual fuere el país que pida entrada, el año, el día o la hora.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿A qué sirve de emblema el árbol de doce frutos distintos?

Cel.·.—Es el Árbol de la Vida, que por la feraci­dad inagotable del Progreso, ofrece la abundancia a los que vienen a habitar los doce barrios, sirviendo su fruto de antídoto a los del árbol de la Muerte, o del Bien y del Mal, que fecunda el Egoísmo. Entre los Magos y los egipcios era alegórico del Sol, lúmen de lúmine, quien por su calor benéfico fertiliza toda la tierra, según el signo del Zodiaco en que se halla, y produce cada uno de sus doce frutos diferentes.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué el candidato entra con una venda que cubre sus ojos hasta que presta el juramento sobre la montaña?

Cel.·.—Para expresar la ignorancia en que se pre­cipitó lo Absoluto, cuando, encantado por el Progreso Moral, quiso gobernar a los hombres por la Conciencia y descuidó la Ciencia y las Artes; el Sentimiento reemplazó a la Razón, la Imaginación a la Inteligencia, y se sumergió en el Oscurantismo, de cuyas tinieblas le sacamos para mostrarle la Nueva Jerusalem.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué indican las doce estre­llas que brillan en su frente?

Cel.·.—Las Verdades que deben grabarse paira siempre en su memoria, y se le indicaron en Grados precedentes a fin de que las meditara y pudiera comprender las que se le van a enseñar.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿No es, como dice San Juan en su Revelación, porque las doce puertas de la Jeru­salem Celeste estaban defendidas cada una por un án­gel, y únicamente se abrirían al que se presentase con aquellas doce estrellas?

Cel.·.—Todo eso es un mito astronómico. El nom­bre de Juan es un sinónimo de Jano, antigua divinidad romana que simboliza con sus dos caras al sol de estío y al sol de invierno, que el Cristianismo convirtió en santo; y las doce estrellas son el Zodiaco o los signos que recorre el astro rey en su curso anual y eterno como la Verdad, que sólo alcanza el que se estudia a sí mismo, al Universo, y rinde homenaje a su Crea­dor Omnipotente.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué se viste de azul el Consejo como la venda, y está a su igual sembrado de estrellas de oro?

Cel.·.—Para mostrar que en él se perfecciona lo que en las Logias de su color se ha enseñado, y que sus doctrinas son tan puras como aquel precioso metal y tan brillante como las estrellas del Firmamento.

CLAUSURA DE LOS TRABAJOS

El Muy Poderoso Gran Maestro da un golpe, que repite el Celador.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Fidelísimo hermano Celador, ¿qué hora es?

Cel.·.—La hora cumplida.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Por qué decís al abrir los trabajos que es la Hora Predicha y al cerrarlos que es la Hora Cumplida?

Cel.·.—Porque como el hombre ha sido creado para ejercer los derechos que le dio la Naturaleza, se abre la Tribuna al entrar en su posesión y se cierra al concluir de usarlos en toda la majestad de su grandeza.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Pues si es la hora cumplida, servíos anunciar en vuestros Campamentos que voy a cerrar el Consejo.

Cel.·.—Grandes Pontífices que decoráis los Campamentos, de parte de nuestro Muy Poderoso Gran Maestro os anuncio que va a cerrar el Consejo.

Anunciado, Muy Poderoso Gran Maestro.

Da un martillazo. En seguida el Muy Poderoso Gran Maestro da diez golpes, por uno y nueve, que repite el Celador.

M.·. P.·. G.·. M.·.—En pie y al orden, Grandes Pontífices.

Todos lo ejecutan.

M.·. P.·. G.·. M.·.—A la Gloria, etc., declaro cerrados los trabajos del Consejo de los Grandes Pon­tífices.

A mí, hermanos.

Signo y batería, por uno y nueve, seguidos de la Palabra Sagrada.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Id en paz, hermanos míos, pero antes jurad guardar silencio acerca de lo ocu­rrido en la sesión. ¿Lo juráis?

Extienden su mano derecha y dicen:

Todos—Lo juro.

Y se retiran en silencio.