GRADO DECIMO QUINTO

MASÓN LIBRE CONSEJERO DE ORIENTE

O

DE LA ESPADA

COMPOSICIÓN DEL CAPÍTULO

Se compone de dos Cámaras: de Oriente o Roja, y de Occidente o Azul

CAMARA ROJA

Es la del Consejo del Palacio de Ciro, rey de Persia y Media en Babilonia, y se prepara con todo el esplendor posible.

En el trono real, tantos alfanjes como candidatos, y bandas y mandiles lujosos, pero no masónicos.

Los dignatarios de ella, como los de las antiguas cortes de Oriente, son el monarca y sus siete oficiales, a saber:

Un PODEROSO SOBERANO que representa a Ciro, y es el Doctísimo Maestro.

Un PRIMER GENERAL, a Sisinna, jefe de la Caballería, el Primer Gran Vigilante.

Un SEGUNDO GENERAL, a Nabuzaradin, jefe de la Infantería, el segundó Gran Vigilante.

Un GRAN MINISTRO DE PALACIO, a Daniel y es el

Gran Orador.

Un GRAN MINISTRO DEL DESPACHO, a Schemel, y es el Gran Secretario.

Un GRAN MAESTRO DE CEREMONIAS, Abazar.

Un GRAN MINISTRO DE HÁCIENDA, Mitrídates.

Un GRAN CANCILLER, Ratin.

Hay dos guardas armados de picas a los lados de la puerta. Todos los hermanos se titulan CONSEJEROS.

CAMARA AZUL

Representa el antiguo Templo de Jerusalén, y se pondrán en el Altar una escala y tantas bandas y mandiles del grado como graduandos. Bajo el solio de Oriente el símbolo del grado. Los dignatarios son los del Capítulo de Rosa Cruz llamándose el Doctísimo Maestro, MUY ILUS­TRADO MAESTRO.

El Guarda de la Torre, GUARDA DEL PORTICO.

Todos los hermanos se titulan VENERABLES MAESTROS

Entre la Cámara roja y azul habrá un puente artifi­cial; pero si la primera está arriba y la segunda abajo, o viceversa, la escalera suple al puente.

Las insignias son: banda verde aguas, que se lleva al cuello, y en la que se bordan de un lado instrumentos y columnas rotas, cimitarras y alfanjes quebrados y algunos enteros, y del otro lado un puente con las letras L. D. P. Dicha banda sostiene la alhaja, que es una pe­queña cimitarra o alfanje de oro. El mandil es blanco, forrado y ribeteado de verde; en la solapa se pinta o bor­da una azada y una cimitarra entrecruzadas, y en medio del mandil tres eslabones triangulares.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

CAMARA DE ORIENTE O ROJA

Colocados los dos Guardas con sus picas en la parte interior de la puerta, el Primer General da un golpe con el pomo de su espada y dice:

Pr.·. Gen.·. — Oficiales y Consejeros: el Gran Ciro, nues­tro Poderoso Soberano, nos ha reunido para fundar su CONSEJO. ¡Preparémonos a recibirle y oír lo que va a de­cirnos y proponernos!

Todos se levantan y se colocan en dos filas pa­ra recibirle, con los dos Generales a su cabeza.

Pr.·. Gen.·. — ¡Ya llega! Oigo sus pasos.

El Poderoso Soberano da un golpe en el piso con el tacón. Los guardas abren la puerta; aquél entra y se dirige al trono, acompañado de los guardas. Así que llega, da un golpe con el pomo de la cimitarra, y haciendo el saludo con ella, dice:

Pod.·. Sob.·. — Salud a mis Oficiales y Consejeros.

Los presentes, dirigidos por los Generales, con­testan el saludo con la mano derecha o la espada, y toman asiento en cuanto lo hace el Poderoso Soberano. Los Guardas vuelven a su sitio, dejan­do la puerta entreabierta.

Pod.·. Sob.·. — Primer General, ¿cuál es vuestro deber antes de abrir el Consejo?

Pr.·. Gen.·. — Proveer a su seguridad, Poderoso Sobe­rano.

Pod.·. Sob.·. — Pues si es así, Primero y Segundo Ge­nerales, inspeccionad los puestos.

Los Generales examinan la puerta, ven si los centinelas ocupan sus puestos, avisan al Guarda exterior, vuelven a sus tronos y dice el

Seg.·. Gen.·. — El Consejo está libre de espionaje, Poderoso Soberano.

Pod.·. Sob.·. — ¿Basta eso?

Pr.·. Gen.·. — Debemos también cerciorarnos de que to­dos los presentes son Consejeros.

Pod.·. Sob.·. — Aseguraos, Generales.

Se levantan y piden en secreto las palabras del grado a los presentes.

Seg.·. Gen.·. — Primer General, todos los que he reco­nocido son Consejeros.

Pr.·. Gen.·. — Poderoso Soberano, podemos proceder.

APERTURA DE LA CAMARA

Pod.·. Sob.·. — ¿Qué día es hoy, Primer General?

Pr.·. Gen.·. — Aquel en que se cumplen setenta años de la gran victoria de Nabucodonosor, después de dieciocho meses de guerra contra las feroces tribus de Judá y Ben­jamín, últimos restos del pueblo israelita, que no satisfe­cho de la ruina de las otras, proclamó la esclavitud o la muerte de todas las naciones que no reconociesen su go­bierno nefando. El día solemne en que libramos al mundo de aquellos fanáticos que se llamaban el “Pueblo de Dios”, y que en su delirio degollaron a los padres, las ma­dres, los hombres y cuantas mujeres habían conocido va­rón y se repartieron a las doncellas para saciar los apetitos brutales sobre los cadáveres aun calientes de los que és­tos amaban o a los que debían la existencia. El día en que se destruyó el Templo que Salomón había levantado para civilizar al mundo y adorar al Dios de la Paz y la Frater­nidad universales, y que aquellos impíos profanaban con­virtiéndolo en el del genio del. Asesinato y de la Intoleran­cia, y en el cual se habían fortificado creyendo que el verdadero Dios los salvaría. El día en que cautivamos a Sedecías, último rey de la raza de David, redujimos a es­clavitud a aquellas tribus bárbaras y las trasladamos a Babilonia para que no volviesen a horrorizar al mundo con sus crímenes espantosos. Día que será de aquí en adelante el más grandioso de nuestros anales, porque en él habéis convocado por primera vez los Representantes de vuestros inmensos dominios con los siete Oficiales de vuestra Su­prema Corte, para que os sirvan de Consejeros y os ayuden a legislar y hacer felices a las distintas naciones que os han nombrado árbitro de sus destinos.

Pod.·. Sob.·. — Para cumplir tan sagrado deber, servíos: Generales, anunciar que voy a abrir el Consejo.

Pr.·. Gen.·.—Oficiales y Consejeros, en nombre de nuestro Poderoso Soberano os anuncio que va a abrir el Consejo.

El Poderoso Soberano da seis golpes por uno y cinco con el puño de su alfanje, que repiten los Generales, y dice:

Pod.·. Sob.·. — En pie y al orden, Oficiales y Consejeros.

Todos lo ejecutan.

Pod.·. Sob.·. — A la G.·., etc., declaro abiertos los tra­bajos de este Consejo. A mí, Oficiales y Consejeros.

Signo y batería, diciendo el Poderoso Soberano al concluir y por una sola vez:

Pod.·. Sob.·. — Honor y gloria a los Representantes del Pueblo.

Todos. — Honor y gloria al Gran Monarca, que reconoce sus derechos

Este da un golpe con su cimitarra.

Pod.·. Sob.·. — Sentaos. Oficiales y Consejeros.

Todos lo ejecutan.

Pod.·. Sob.·. — Oficiales y miembros de mi Consejo: hoy es el gran día en que por la septuagésima vez se reúne la Corte de Babilonia para conmemorar la gran victoria de mis antepasados sobre los Israelitas, y la primera en que mis pueblos se ven dignamente representados. Deseo principiar nuestros trabajos con una acción que trasmita nuestro nombre a los siglos venideros, y es que en esta capital del mundo civilizado se proclame la libertad del género humano, para que cese la explotación del hombre por el hombre.

Si Nabucodonosor tuvo poderosas razones para destruir el templo de Salomón después de 470 años, 6 meses 10 días de levantado y esclavizar las tribus de Judá y Ben­jamín, que mal dirigidas por Sanhedrin intolerante y fa­nático, abolieron la libertad de conciencia y generalizaron la barbarie de que el sabio monarca israelita había sal­vado al pueblo hebreo, hoy las circunstancias son bien diferentes. ¿Por qué el hijo ha de responder de las culpas del padre? Que semejante doctrina la profese una nación ignorante o de conciencia extraviada por la ambición de su Gobierno estúpido, que le convirtió en una hornada de monstruos, es un hecho positivo, aunque doloroso; más que los jefes de la Persia y la Media sancionemos ese error, es ponernos al nivel de nuestros esclavos. Entre ellos hay también gentes de honor, de instrucción y virtudes. ¿Por qué hemos de confundirlos a todos y mirarlos con igual desprecio? Yo no amo sino la justicia, y por eso hasta na­ciones extrañas me eligen por Soberano. Naciones cuyos nombres oímos por la vez primera. Somos ricos, somos fe­lices, y nos hallamos a la cabeza de la civilización del mun­do. Hagámonos dignos de conservar el puesto.

Devolvamos al hebreo lo que le quitó la fuerza, y que este día, para él tan lleno de dolores que se multiplican en la memoria, se convierta en día de universal regocijo. Sí, Oficiales y Consejeros, seamos justos y no esperemos a que la cólera de Dios se descargue sobre nuestras cabe­zas. Un sueño espantoso me desconsoló la noche pasada. Da repente vi un león rugiendo pronto a lanzarse sobre mí para devorarme. Huía espantado, cuando una brillante luz que salía de los limbos de un triángulo resplandeciente, deslumbró mis ojos. Vi a mis predecesores Nabucodonosor y Baltasar cargados de cadenas, oí una voz agradable que decía: LIBERTA AL CAUTIVO, O SERAS INDIGNO DE REINAR, Y TU CORONA PASARA A MANOS EXTRAÑAS. ¿Será este sueño delirio fantástico, sim­ple efecto del torcedor de mi conciencia, que me pinta a mis antecesores como criminales por haber prolon­gado más allá de lo justo el castigo de un pueblo extra­viado; o la voz del cielo que me avisa el que me aguarda si los imito? Vos, Gran Ministro de Palacio, Daniel, que estáis dotado del don sublime de explicar los sueños, que interpretasteis justamente el del primer Rey que conquistó la Judea y leisteis el letrero fatídico que anunciaba al se­gundo en medio de la orgía el fin de su reinado, ¿qué decís del mío,?

Gr.·. M.·. de P.·. — Poderoso Soberano: ese don no es electo de una sabiduría natural que deba envanecerme, pues no valgo más que cualquiera otro, sino del favor del G.·. A.·. D.·. U.·. a quien a veces agrada derramar sobre los débiles humanos un rayo de su luz divina: ésta es la que me ilustra para comprender los decretos que nos da en las visiones. Vuestro sueño es exacto: la voz que oísteis es la voz de Dios, la que os anunció al mundo, lo que os condujo a la victoria, la que os hace dominar en todo Orien­te. Esta os ordena libertar a los cautivos, a los que hace diez semanas de años gimen en la esclavitud, y devolverles sus bienes, reponerlos en su antiguo estado y redificar su Templo con todo su esplendor, porque estaba destinado a él, y el monumento que se levantó a su gloria no respon­día de la locura de los que le profanaban con su fanática ignorancia. Las cadenas de que estaban cargados vuestros predecesores os indican que si ellos fueron los instrumen­tos de que el Gran Arquitecto se sirvió para corregir a! culpable, sufren por su parte las penas de sus propios ex­cesos, porque el castigo no debe pasar de lo que merezca, la falta, y nunca propagarse a los descendientes. En fin, el león pronto a devoraros presagia vuestra condenación sí persistís en prestar oídos sordos a la voz del Padre Uni­versal del linaje humano.

Pod.·. Sob.·. — El ha hablado. ¿No creéis que debe ser obedecido, Oficiales y Consejeros?

Todos. — Sí, Poderoso Soberano.

Este da un golpe, se levanta con todo el Conse­jo y dice:

Pod.·. Sob.·. — Que el cautiverio concluya y que todo hombre sea libre en mis estados.

Baja la punta de su cimitarra y la levanta con viveza en señal de libertad, como al hacer un sa­ludo. Los dos Generales y los Consejeros presen­tan las puntas de sus espadas y las bajan a tierra en señal de adhesión a la voluntad del Poderoso Soberano, y luego las levantan con viveza de igual modo.

 Pod.·. Sob.·. — Sentaos, Oficiales y Consejeros.

Todos lo ejecutan.

Pod.·. Sob.·. — Abazar, mi Gran Maestro de Ceremonias, disponed lo necesario para que se cumpla el acuerdo del Consejo.

El Gran Maestro de Ceremonias saluda, sale, pone el graduando una cadena que enlaza el cuello y las manos, dejando libres sus movimientos, y cuyos eslabones triangulares partirán de los dos ángulos de otro mayor pasado por el cuello. En seguida lo cubre con un velo de color ceniza y lo conduce a la puerta, encargándole que dé gran­des suspiros. Si hay varios aspirantes, se colocan detrás.

INICIACION DE LOS CANDIDATOS

Al oír suspirar, los Guardas entreabren, al ver al candidato aparentan que le hablan: luego cie­rran y dice uno de ellos:

Guarda. — Segundo General, un hombre encadenado y vestido de luto pide entrar en el Consejo.

Seg.·. Gen.·. — Primer General, un hombre encadenado y vestido de luto pide entrar en el Consejo.

Pod.·. Sob.·. — Informaos quién es, tomad las mayores precauciones ¡y dadme cuenta de su pretensión!

Pr.·. Gen.·. — Segundo General, preguntad quién es, qué es lo que pide, ¡y avisadme!

Seg.·. Gen.·.—Guardas, ¡cumplid vuestro deber!

Uno de los guardas abre y pregunta:

Guarda. — ¿Qué buscáis aquí?

El Gran Maestro de Ceremonias responde por el aspirante.

Zorobabel. — Hablar a vuestro Poderoso Soberano si es posible.

Guarda. — ¿Quién sois?

Zorob. — El primero entre mis iguales. Perfecto y Sublime Masón, y cautivo por desgracia.

Guarda. — ¿Vuestro nombre ?

Zorob. — Zorobabel, de la estirpe de David y descen­diente de Hiram y de los Grandes Masones.

Guarda. — ¿Qué os ha movido a venir a este lugar?

Zorob. — Las lágrimas y la miseria de mis hermanos.

Guarda. — Y para qué queréis al Poderoso Soberano?

Zorob. — Para implorar su bondad y su justicia en nom­bre del Gran Arquitecto del Universo.

Guarda. — ¿En qué asunto?

Zorob. — En el del cautiverio de mis compatriotas que gimen en esclavitud ha diez semanas de años.

Guarda. — ¿Y qué pedís para ellos y para vos?

Zorob. — Que la clemencia del Poderoso Soberano nos conceda con el favor del cielo, en este día solemne de la fun­dación del primer Consejo popular, la gracia de nuestra li­bertad y el permiso de redificar el Templo del G.·. A.·. D.·. U.·.

Guarda. — Instruiré al Poderoso Soberano de vuestros sentimientos y deseos.

Entonces se vuelve al Segundo General y le dice:

Guarda. — Segundo General: es el cautivo Zorobabel, el primero entre sus iguales, Perfecto y Sublime Masón, que pide echarse a los pies del trono para solicitar la cle­mencia del Poderoso Soberano en este día solemne de la fundación del primer Consejo popular, la gracia de su liber­tad y el permiso de redificar el Templo del G.·. A.·. D.·. U.·.

Seg.·. Gen.·. — Primer General, ¿habéis oído?

Pr.·. Gen.·. — Poderoso Soberano: el hombre vestido de duelo y cargado de cadenas es Zorobabel, el primero entre sus iguales, Masón de rango y cautivo por desgracia, que pide echarse a vuestros pies para que le concedáis su li­bertad y la de sus compatriotas, así como el permiso de reconstruir el Templo del G.·. A.·. D.·. U.·.

Pod.·. Sob.·. — Si tan justos motivos lo conducen, dadle entrada y descubridle el rostro.

Pr.·. Gen.·. — Segundo General, el Poderoso Soberano permite entrar al cautivo con la cara descubierta.

Seg.·. Gen.·. — Guarda del Consejo, ¡descubrid el ros­tro al cautivo y dadle paso!

Lo ejecuta, y el Gran Maestro de Ceremonias le quita el velo y le conduce a la entrada de Oriente. El graduando saluda inclinándose noblemente.

Pod.·. Sob.·. — Zorobabel: he sentido como vos cuanto habéis pasado, y os concederé al punto vuestra libertad con una sola condición. Descendéis de los antiguos Masones que fundaron el Templo de Jerusalén y trajeron de Egipto las ciencias y las artes. Conocedor de esos secretos inapre­ciables que he deseado siempre conocer para imitar el ejem­plo del sabio rey Salomón, comunicádmelos, y seréis libre con todos vuestros hermanos.

Zorob. — Poderoso Soberano: uno de nuestros principios es la Igualdad, y ésta no puede reinar entre los reyes de Oriente y sus vasallos. Vuestra educación, títulos y grandeza son incompatibles con la sencillez que profesamos los Masones: y los juramentos que he hecho, y que no puedo violar, me impiden satisfacer la condición que me imponéis. Así, si mi libertad es a este precio, moriré esclavo.

Pod.·. Sob.·. — ¡Pensad lo que hacéis! De vos sólo depende el que vuestra nación sea libre y que podáis re­construir el Templo. Aun más: os condecoraré como a los grandes de mi corte, seréis uno de mis Sátrapas, os prote­geré como un padre y os devolveré todas las riquezas de que os despojaron mis predecesores. Mostrádselas, Gran Maestro de Ceremonias!

El Gran Maestro de Ceremonias le da una vuel­ta fuera de la Cámara; vuelven, y después de decir lo que sigue, continúa respondiendo por Zorobabel.

Gr.·. M.·. de C.·. — Poderoso Soberano, su alma está a prueba de seducciones.

Pod.·. Sob.·. — ¿Podréis privaros a vos y a vuestra nación de tantos tesoros sin conmoveros? ¿Insistís en rehu­sar vuestra libertad y la de los vuestros y esos caudales que os permitirán reconstruir el Templo?

Zorob. — Sí, Poderoso Soberano.

Pod.·. Sob.·. — Unís a vuestra terquedad una audacia inconcebible. ¡No más consideraciones! ¡Veremos si vues­tro cuerpo resiste los tormentos como vuestra alma los reclamos de la razón! Guardas, ¡hacedle devorar por el fuego!

Los guardas traen un brasero encendido. El Gran Maestro de Ceremonias le hace extender las manos sobre él sin que le moleste. Rato de silencio.

Pod.·. Sob.·. — Os voy a hacer quemar a fuego lento si persistís en vuestra negativa. Un solo instante os concedo para responder. ¿Qué decís?

Zorob.·. — Que no puedo faltar a mis compromisos, ni hacer mi felicidad y la de mi Pueblo cometiendo una infa­mia. El mal trae siempre mal, y por grandioso que sea el fin, deshonra siempre al que se prostituye por alcanzarle. Su vileza queda inscrita en los anales del tiempo, y le hace indigno de poseer un bien que no ha sabido adquirir con nobleza. ¡Sólo merece ser libre el que sabe ser honrado!

Pod.·. Sob.·. — Generales y Consejeros: tan sublimes principios y carácter tan superior me sorprenden y aumen­tan mi estimación a la Masonería, que educa así a los afi­liados. Zorobabel, sólo he querido experimentar vuestras virtudes, y jamás hubiera llevado a efecto mi amenaza.

Vuestra libertad estaba decretada

Oficiales y Consejeros, ¿confirmáis su gracia y la de toda su nación?

Los Generales y todos los Consejeros hacen con la espada el signo de aprobación.

Pod.·. Sob.·. — ¡ Que Zorobabel y toda su nación sean libres!

El Gran Maestro de Ceremonias le quita las ca­denas.

Pod.·. Sob.·. — Gran Canciller: haced escribir este decreto, y proclamadlo en todos mis Estados.

“Esto manda Ciro, Rey de Persia: ¡que todo el que yazca esclavo en mis dominios, se levante libre! Dios me ha dado los reinos del mundo conocido, y me ordena alzar­le un Templo en Jerusalén, que está en Judea. ¿Quiénes de vosotros sois de su pueblo? Dios está con vosotros. ¡Acu­did, partid a Jerusalén y edificad el Templo!”

Vos, Zorobabel, id con ellos a vuestro país y apresuraos a reconstruir las obras que derribaron mis predece­sores; os devuelvo todos vuestros bienes y tesoros, y os nombro virrey de Vuestra nación. Quiero que se os ayude y socorra como a mí mismo en todos los lugares por donde transitéis; que de mis tesoros salgan todos los gastos y lo suficiente para ofrecer una hecatombe en vuestros alta­res al G.·. A.·. D.·. U.·. encargándoos se implore su protec­ción para mí y mi pueblo. Para que el nuevo Templo sea tan grande como el destruido, haré que los samaritanos os paguen el mismo tributo que os abonaban antes de la conquista.

Aproximaos y recibiréis de mi propia mano las prue­bas de la estimación y amistad que me habéis merecido!

El Gran Maestro de Ceremonias lo lleva al tro­no; el Poderoso Soberano se levanta y dice:

Pod.·. Sob.·. — Os entrego este alfanje que Nabucodonosor recibió de vuestro rey Jeholachim cuando cayó en el cautiverio, para que con él sostengáis vuestra libertad y derechos. No basta ser libres; es necesario saber defender tan inestimable tesoro, y que cada hombre aprenda como vos a cumplir sus deberes. ¡Desde hoy sois Consejero de Oriente!

Le entrega la cimitarra y le da un abrazo. En seguida lo reviste del mandil y banda lujosos, pero no masónicos, diciendo:

Pod.·. Sob.·. — He adoptado estas insignias que llevan mis Consejeros y Oficiales, por ser análogas a las que usa­ban los fundadores de vuestro Templo destruido. Sé que Salomón creía como yo en la existencia de un solo Dios y proclamó la Libertad de Cultos que reina en mis Estados. Os revisto de ellas para distinguiros entré vuestros igua­les y haceros Sátrapa de Persia. Gozáis de los privilegios de los Oficiales de mi corte. Mi Gran Ministro de Hacien­da, a quien os recomiendo, cuidará de vuestra partida y la de vuestro pueblo, y os proveerá de lo más necesario hasta que lleguéis al sitio más propio para la redificación de vuestro Templo. Cuando esté concluido me pagaréis un pequeño tributo, que enviaré a recibir en su pórtico, no para gravaros, sino para que el mundo sepa que os protejo contra todos vuestros enemigos, y que, como hermanos, vos seréis mío y yo vuestro. Os doy mi mano en prueba de nuestra alianza, y encargo a Nabuzaradin, mi Primer Ge­neral y Jefe de la Caballería, que os dé la escolta necesa­ria. ¡Que Dios os guarde!

Todos salen menos el Gran Maestro de Ceremo­nias y los graduandos.

CAMARA DE OCCIDENTE O AZUL

CONSEJO DEL SANHEDRIM

Así que los Dignatarios están en ella, los guardas dejan sus picas, y armados de alfanjes se co­locan en el puente. Entonces el Gran Maestro de Ceremonias conduce al candidato con otros miem­bros a la subida del puente, y al pasar los asaltan y simulan un combate en que Zorobabel queda victorioso, mas pierde el mandil y la banda; cuan­do llegan a la puerta del Consejo del Sanhedrim, el Gran Maestro de Ceremonias le hace tocar como Perfecto y Sublime Masón. Ninguno contesta, mas el Guarda del Pórtico dice:

G.·. de P.·. — Venerable Maestro Segundo Gran Vigilan­te, ¡tocan a la puerta del Sanhedrim como Perfecto y Su­blime Masón!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Venerable Maestro Primer Gran Vi­gilante, ¡tocan a la puerta del Sanhedrim como Perfecto y Sublime Masón!

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Muy Ilustrado Maestro, ¡tocan a la puerta del Sanhedrim como Perfecto y Sublime Masón!

M.·. Il.·. M.·. — ¡Inquirid quién toca, Venerable Maestro!

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Venerable Maestro Segundo Gran Vi­gilante, ¡preguntad quién toca!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Venerable Maestro Guarda del Pór­tico, ¡ved quién toca!

Entreabre y pregunta:

G.·. del P.·. — ¿Quién toca?

El Gran Maestro de Ceremonias responde por Zorobabel.

Gr.·. M.·. Cer.·. — Un liberto que desea ver a sus hermanos, pues trae la libertad a los restos infelices escapa­dos del cautiverio.

G.·. del P.·. — Venerable Maestro Segundo Gran Vigilante, es un liberto que quiere ver a sus hermanos y dice que les trae la Libertad.

Seg.·. Gr.·. V.·. — Venerable Maestro Primer Gran Vigi­lante, es un liberto que quiere ver a sus hermanos y dice que les trae la Libertad.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Muy Ilustrado Maestro, es un liberto que quiere ver a sus hermanos y dice que les trae la Libertad.

M.·. II.·. M.·.—Hermanos míos: creo fundada la noticia, pues han corrido las diez semanas de años que debía durar el cautiverio. Sin duda llegó el día de la redificación; no desatendamos tan precioso augurio.

Venerable Maestro Primer Gran Vigilante, preguntad­le su nombre, país, edad y pedidle pruebas de lo que dice.

Este se levanta y desde la puerta pregunta, respondiendo siempre el Gran Maestro de Ceremonias por el graduando.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¿Cuál es vuestro nombre, hermano mío?

Zorob. — Zorobabel, hijo de Salathiel (dispersio confusionis).

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¿Vuestro país?

Zorob.·. — Está más allá del Stabuzanairio, al Occidente de Asiría.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¿Qué edad tenéis?

Zorob.·. — Cumplí las diez semanas de años de cautiverio.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¿Y qué me traéis?

Zorob.·. — La Libertad y el permiso de reconstruir el Templo.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¿Qué pruebas nos dais?

Zorob.·. — Todas nuestras riquezas, las donaciones de Ciro y este alfanje para sostener nuestra libertad y nues­tros derechos.

El Primer Gran Vigilante se dirige al centro y dice entre los Valles.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Muy Ilustrado Maestro, es Zorobabei, del país más allá del río Starbuzanaí, que ha cumplido las diez semanas de años y nos trae la noticia de nuestra li­bertad y el permiso de reconstruir el Templo, y por prueba todas las riquezas de nuestros antepasados, los dones de Ciro y el alfanje con que debemos sostener nuestros de­rechos.

M.·. II.·. M.·. — Hermanos míos: cesó el cautiverio, acabó nuestro sueño doloroso. Ese hermano es el príncipe de la casa de Judá que debe levantar nuestro Templo. Que sea admitido entre nosotros y le reconoceremos por Jefe de nuestros trabajos si su pericia iguala a su nobleza. Reciba­mos a Zorobabel en el Gran Sanhedrim de Jerusalem.

Da un golpe en el trono.

M.·. II.·. M.·. — ¡En pie y al orden, Venerables Maestros!

Todos se levantan y ponen al orden: Zorobabel entra con los hermanos que le acompañan, y quedase en el centro con el Gran Maestro de Ceremonias y los otros candidatos.

Gr.·. M.·. de C.·. — ¡Honor y gloria a los Jefes de Jerusalén !

M.·. I.·. M.·. — Gran Maestro de Ceremonias, referidnos cómo habéis obtenido nuestra libertad.

Gr.·. M.·. de C.·. — El día del septuagésimo aniversario de la destrucción del Templo, Ciro permitió a Zorobabel que entrara en el Consejo, y conmovido de nuestras mise­rias, le concedió nuestra libertad y el permiso y los medios de reconstruirlo, devolviéndole todas nuestras riquezas. Le nombró además miembro de su Consejo, le condecoró co­mo Sátrapa de Persia y Virrey de Judea, y le armó de esa cimitarra para que defendiera su Libertad y la de sus her­manos y nos enseñase a sufrir antes que perderla. Vino escoltado por su orden hasta los confines de la Siria, mas apenas llegó al puente que la separa de la Judea, le asal­taron al pasar el río. Salvó los 42,370 hebreos que le acompañaban con sus bagajes, y ahuyentó a los enemigos, per­diendo en el combate las nobles insignias de que le conde­coró el Poderoso Soberano.

M.·. II.·. M.·.—¡Sentaos, hermanos!

Todos lo ejecutan volviendo los candidatos frente a Oriente.

M.·. II.·. M.·. — Esa pérdida, hermanos míos, es obra de la Omnipotencia divina para manifestar cuán desprecia­bles son a sus ojos la grandeza y la pompa mundanas, pues los que profesamos los principios universales de la Igual­dad y de la Fraternidad, nosotros, MASONES LIBRES, descendientes de los que levantaron el Templo de Salomón, no necesitamos de esos símbolos de la presuntuosa arro­gancia. Nos basta ser Hombres. No sintáis las insignias que perdisteis, y con las que pretendió honraros vuestro libertador. Nosotros creemos que el que las usa es un va­nidoso que ostenta sus méritos, si justamente se las con­cedió la patria, o un fatuo que se empavona con la librea de su envilecimiento, si las obtuvo por servir a los tiranos. Sólo el militar ha de llevarlas el día de parada, para que los cuerpos le reconozcan y distingan sus oficiales respec­tivos. Sé que veréis como yo, en lo ocurrido, la mano de la Providencia. Ese puente que atraviesa el río es el de la Libertad del Pueblo, como lo indican las letras L. D. P. Sa­bed que el que no combate por ella no será nunca digno de adquirirla.

Para conservarla seguiremos los consejos del gran Ciro, proclamando la LIBERTAD DE LA PERSONA y el derecho de cada uno a defenderla; y al levantar el nuevo Templo remplazáremos las ideas de Poder y Autoridad por las de Trabajo, Igualdad y Valor; concepciones que fecundan el Progreso mientras que las otras precipitan en la esclavitud, haciéndonos pasar de conquistados a con­quistadores. Que el mecanismo de los poderes políticos deje el puesto a la organización de las fuerzas productoras, y que de hoy más Israel se ocupe en desarrollar los prin­cipios de la riqueza que germinan en nuestro territorio, en convencernos de que no hay fuerza sin unión y sin respeto a la voluntad de la mayoría, pues siempre la opinión par­ticular ha de ceder ante la general, porque el bien público, de que ésta cuida, es inseparable del de las personas; y en hacerlos a todos sesudos para el Consejo y audaces para la ejecución, ilustrando la Conciencia y desenvolviendo el poder físico que asegura las garantías de los ciudadanos. Para eso habéis conservado vuestro alfanje, y os felicito por haber perdido los otros dijes al pisar nuestros umbrales arruinados. Que cada uno sea ardiente adalid el día del combate, y en la paz juicioso legislador, trabajando para sí propio y para los demás, y en vano el infierno de la am­bición lanzará de sus antros atrevidos usurpadores. Sus ejércitos desaparecerán en nuestra presencia como los bandidos de la noche a los albores de la mañana.

Ahora decidnos, Gran Maestro de Ceremonias, ¿cómo movió Dios a Ciro a libertarnos?

Gr.·. M.·. de Cer.·. — Por el sentimiento innato de su Conciencia, que le revelaba la iniquidad de esclavizar a sus semejantes, lo que aquel gran rey expresó en la parábola de un sueño milagroso.

M.·. II.·. M.·. — Hermanos míos: hemos arrastrado las cadenas de la esclavitud durante setenta años, y lo hemos merecido, porque olvidamos las sabias leyes de Salomón, y los Ignorantes, los Hipócritas y los Ambiciosos echaron del Sanhedrim a los que proclamaban la Libertad Religiosa y los Deberes del Pueblo. Las tribus se destruyeron entre sí, y sólo las de Judá y Benjamín sobrevivieron al cata­clismo, para verse a su vez presas del más desastroso fa­natismo; ¡la esclavitud fue la condición que impusieron a los vencidos idólatras que no inmolaban! Fuimos también criminales, y el G.·. A.·. D.·. U.·. nos ha medido con la mis­ma vara con que medíamos a los demás hombres. Le ofen­dimos destruyendo su obra y le insultamos envileciéndola.

INTERROGATORIO

M.·. Il.·. M.·. — ¿ Por qué os entregó el gran Ciro un alfange al libertaros, hermano.. . ?

Si no responde bien, dirá el

M.·. II.·. M.·. — Porque todo derecho supone un deber, y si gozáis del de propia defensa y el de que los demás os ayuden, tenéis la obligación de servir de igual modo a los que necesiten vuestro auxilio. El hombre rio ha nacido para vivir aislado y se debe a su país, como éste a él. Des­pués del Derecho a la Libertad y a la Igualdad, hay el de Seguridad, tan absoluto como los anteriores, y cuya ga­rantía es el fin radical de la asociación humana. La patria no puede exigir jamás el sacrificio de ninguno de los dere­chos naturales de uno solo de sus miembros, ni el de su vida, porque faltaría a su primera obligación. Antes por el contrario, ha de luchar en su defensa y sucumbir, más bien que abandonarlo. De otra suerte sería PARRICIDA, cri­men igual al de aquél que cuando ella sea infeliz, huya o la abandone. Ningún hombre puede sustraerse al peligro co­mún sin ser traidor, y ese alfanje os fue dado para que la salvéis o muráis en la demanda.

LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD; ¡Seguid en el trípode en que descansa la felicidad de las naciones! ¡Seamos los adalides de esa trinidad! Inculquemos sus principios en todas las conciencias que ciegan los errores y extravían los sofismas, para que acaben la esclavitud, la división de castas y la Ignorancia que las apoya, y juremos como MASONES LIBRES morir en defensa de aquellos santos ideales.

Nuestros antepasados conocían todos el manejo de la flecha y de la lanza; así, el día del combate cada uno sabía acometer y defenderse; mas después de la invención de la pólvora, el éxito depende de la destreza del individuo en el uso de las armas, y de la táctica y habilidad de los jefes. Por está razón los jóvenes deben ejercitarse en su manejo y acostumbrarse a todas las evoluciones militares, lo que a la vez desarrolla sus fuerzas, les conserva la salud y los prepara a las exigencias de la guerra sin embarazar sus ocupaciones; antes al contrario, les proporciona amista­des, distracciones y les habitúa a reunirse y a contar unos con otros en los azotes de la vida. Para tener peritos mili­tares que poner a su cabeza en tiempo de invasión o de lu­cha, y hombres que defiendan los puntos peligrosos duran­te la paz, ha de conservarse un cuerpo de tropas regulares, bastante para llenar aquel fin, y tan reducido que jamás pueda dominar al país que lo sostiene.

Acabado el interrogatorio, da un golpe y dice el:

M.·. II.·. M.·. — Hermanos míos; habéis oído las respues­tas de Zorobabel. El Gran Ciro ha apreciado sus talentos y le ha dado los títulos de Consejero de Oriente y Virrey de Judea. Nosotros, que jamás hemos sufrido el yugo, y que errantes, sin patria ni hogar, habitamos los desiertos o dormimos en cavernas, disputando el alimento a las fie­ras de los bosques, entonamos a Dios cantos de alabanza en favor de Ciro, pero no le reconocemos por nuestro So­berano. Es el bienhechor del mundo, y lo que manda como ley a los demás, es para nosotros un simple consejo. Responded, pues, con toda franqueza y libertad, como Maso­nes Libres, ¿aceptáis a Zorobabel en vuestro seno?

Si todos responden afirmativamente, dirá:

Hermano Gran Maestro de Ceremonias, servíos con­ducirle al Ara para que preste el juramento; y vosotros, hermanos míos, acompañadme.

Se procede en la forma acostumbrada.

Repetid conmigo:

JURAMENTO

Yo……………………………. creyendo que lo que promete un hombre que goza de su Razón y de sus cinco sentidos, sin que ninguna fuerza, poder, temor ni violencia humana le obligue a ello, debe ser un eterno compromiso del que no puede separarse a menos de convertirse en un ser sin Ho­nor ni Conciencia, voluntariamente me obligo a no revelar a ningún profano ni hermano inferior en grado los secre­tos de los Masones Libres o Consejeros de Oriente, deci­moquinto grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, a menos que para ello se me faculte. Juro impedir solo o en unión de mis hermanos, por cuantos medios me sea po­sible, que ninguna persona abuse de su autoridad para envilecernos, reducirnos a vasallaje o esclavizarnos, v de­fender con las armas nuestra Libertad y Derechos. Juro trabajar en el fomento de la Riqueza y por el Bien común y no permitir se inquiete al hombre honrado en su perso­na y bienes, ni se le despoje de sus haberes en todo o parte, sino en los casos y con las formas que la ley demanda; y quiero que se me tenga por un vil si falto a lo que ofrezco bajo palabra de honor y de Masón. ¡Que el G.·. A.·. D.·. U.·. me ayude!

¡ Así sea!

El Muy Ilustrado Maestro coloca su espada so­bre la cabeza de los candidatos, y con el mazo en la derecha, dice:

M.·. Il.·. M.·. — A L.·. G.·., etc., os creo, nombro y cons­tituyo MASON LIBRE o CONSEJERO DE ORIENTE, y miembro activo de nuestro SANHEDRIM, a vos

Da seis golpes, por uno y cinco, con el mazo en la espada.

¡Sentaos, hermanos!

Todos vuelven a sus lugares, y el neófito se sien­ta entre columnas.

Hermanos míos: la destrucción del antiguo Templo y nuestra expatriación han causado desgracias tan riguro­sas, que hemos temido que el cautiverio y las desdichas contribuyeran a corromper a los Masones y a relajar los vínculos de nuestra unión: y así, esperando el instante prometido, retirados a lugares secretos, libres del yugo de los tiranos, los más puros nos disponíamos como buenos artistas para el trabajo, fortaleciendo el cuerpo con el ejercicio material y desarrollando con el estudio la inteli­gencia. Cada uno de nosotros pule su palanca, desbasta su piedra y perfecciona sus medios. Dirigid una mirada en derredor, ¿y qué veis? ¡Peregrinos!

Para levantar el edificio desde la base, sólo nos ha alentado el afecto a nuestros hermanos, y nos ha sostenido la confianza en la perfección del hombre.

¡Cuánto tenemos que hacer para cumplir nuestra misión! ¡Ved a qué extremos estamos reducidos, y la desola­ción que reina en la obra más grande de los Masones! Los muros arruinados, el altar abatido, los territorios desbastados, y el temor y la desconfianza entre los obreros! Pe­ro, en fin, llegó el tiempo de la acción, y el lauro será tanto más glorioso cuanto más difícil la empresa.

Zorobabel: tan grande empresa os estaba reservada, la obligación que acabáis de contraer nos asegura el resul­tado; necesitamos de un jefe que nos defienda y guíe en los trabajos. La cimitarra que poseéis, y que supisteis conservar en los combates, nos garantiza lo primero. Ve­nid a tomar la azada y a recibir las instrucciones que nos aseguren lo segundo, pues tenemos a la vez que producir y conservar lo que poseemos o consigamos con el sudor de nuestra frente.

El Gran Maestro de Ceremonias le conduce al Oriente; el Muy Ilustrado Maestro baja y presentándole la azada dice:

Habéis sido  condecorado con el título de CONSEJERO DE ORIENTE o SATRAPA DE PERSIA por vuestro ta­lento, valor y virtudes; yo os he constituido MASON LI­BRE, y ahora os doy el símbolo que os enseña a poseer la libertad. ¡EL TRABAJO! ¡Trabajad con la azada en una mano y defendeos con el alfanje en la otra! Produciréis la riqueza, y la conservación con la segunda.

Le pone la banda y dice:

Esta banda es la insignia del Masón Libre: llevadla siempre que os presentéis en Logia, y morid antes que vol­ver a cargar las cadenas del esclavo.

Toma el mandil, lo reviste de él, y dice:

Este mandil blanco, forrado y ribeteado de verde, simboliza vuestra buena fe y la esperanza que nos alienta de ver libres a todos los hombres, pues son nuestros hermanos.

En fin, Venerable Maestro, el grado que acabáis de recibir tiene como, los demás, sus signos, palabras y to­ques especiales.

EL SIGNO DE ORDEN es llevar la mano derecha al corazón, y el SALUDO, hacer con ella el ademán corres­pondiente. Antiguamente se aparentaba sacar la espada y ponerse en son dé combate, pero es un anacronismo. Los orientales no conocieron la espada hasta después de las Cruzadas, y la Orden de la Caballería se instituyó en la Edad Media. Así, hablar de espada y llamar a este grado Caballero de Oriente o de la Espada, es un doble desatino.

EL TOQUE es extender el brazo izquierdo, dirigiendo el puño al pecho del hermano como para rechazar un ataque, aparentando abrirse paso con el arma que se supone tener en la mano derecha.

La BATERIA consta de seis golpes, por uno y cinco.[1]

La EDAD, treinta años.[2]

La PALABRA DE PASE…

La PALABRA SAGRADA ES… [3]

Hermano mío: os dije hace mucho tiempo que la Masonería no era institución creada como las religiones para establecer un sistema determinado de creencias, sino que se extendía y dilataba conforme al progreso de las ludes; y que siempre a la cabeza de la Civilización, incorpora cada siglo nuevas verdades a las anteriores conocidas. En los catorce grados primeros se os explicó lo que el Gran Salo­món había enseñado para educar a su pueblo; mas como no basta proclamar la. Libertad si no se arbitran medios eficaces para sostenerla, aquélla se redujo prontamente a un fantasma desconocido, y las naciones cayeron en escla­vitud desastrosa. Cuatro centurias después, tantos siglos sepultada en las tinieblas, se vio con asombro redimida por Ciro, que sin1 otro guía que los dictados de su Conciencia reconoció los derechos y deberes del hombre y el modo de hacerlos efectivos. Fundóse al instante el grado de Masón Libre que acabáis de recibir, y que, bien entendido, con­serva al universo la felicidad, a la persona el goce de todas sus facultades y a la nación su independencia. Trabajad hermano mío y acostumbraos a vencer las dificultades de la vida, contando con vuestros propios recursos para crear la riqueza, fundar la Libertad y garantizarla y defenderla contra sus enemigos interiores o exteriores, así es como podréis llamaros justamente uno de los nuestros.

Venerable Gran Maestro de Ceremonias, llevadle a los Grandes Vigilantes para que lo examinen.

Hecho el anuncio, se les proclama aplaude y da asiento en Oriente para honrarlos, y se ofrece la palabra al Gran Orador. Dice su columna graba­da; se aplaude, y después se dan las gracias a los Visitadores y se circula la caja de asistencia.

CLAUSURA DE LOS TRABAJOS

El Muy Ilustrado Maestro da un golpe y dice:

M.·. Il.·. M.·. — Venerable Maestro Primer Gran Vigilante, ¿de dónde venís?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — De Oriente, Muy Ilustrado Maestro.

M.·. Id.·. M.·. — ¿Y qué nos traéis de Babilonia?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — La Libertad y los medios de reconstruir el Templo.

M.·. I.·. M.·. — ¿Por qué habéis merecido esa gracia?

.·.Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Porque he sabido vencer a los que me atacaron al pasar el puente de Starbuzanaí o del Eufrates.

M.·. II.·. M.·. — ¿Y qué sois ahora?

Pr.·. II.·. M.·. — MASON LIBRE.

M.·. II.·. M.·. — ¿Qué deberes os impone este dictado?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — El de proclamar la LIBERTAD DE LA PERSONA y enseñar a los demás a merecerla, adqui­rirla y conservarla.

M.·. II.·. M.·. — Para que cumpláis tan sagrada obligación, anunciad, Venerables Maestros Primero y Segundo Grandes Vigilantes, que es mi intención cerrar los traba­jos del SANHEDRIM.

Se anuncia; da seis golpes, por uno y cinco, que repiten los Grandes Vigilantes y dice:

 M.·. II.·. M.·. — En pie y al orden, hermanos.

Todos lo ejecutan.

 M.·. II.·. M.·. — A la G.·., etc., declaro cerrado los trabajos ¡A mí, hermanos!

Signo y batería con la palabra HOSCHEA re­petida tres veces.

 M.·. II.·. M.·. — Id en paz, hermanos; pero antes jurad guardar silencio acerca de lo ocurrido en la sesión. ¿Lo juráis?

Los hermanos extienden su mano derecha y dicen:

Todos. — ¡Lo juro!

Y se retiran en silencio.