GRADO DÉCIMO

ELEGIDO DE LOS QUINCE

DECORACION DEL CONSEJO DE SALOMON

Cortinaje negro sembrado de lágrimas blancas y rojas. Sobre los tronos de los Vigilantes las dos pinturas que se ponen en la Cá­mara del Medio, o sean las de Jubelás y Jubelos con sus instrumentos. Bajo el solio de Oriente el símbolo del grado, y en el trono el cetro, la cimitarra, un ramo de olivo e insignias para el aspirante. En el Altar de los juramentos la espada, el Libro de la Ley y el triángulo. Sólo habrá quince asientos en los Valles quedando vacíos los que deben ocupar los aspirantes que completan el número; los demás hermanos se colocan en Oriente.

El Sapientísimo Maestro representa a Salomón.

El Primer Vigilante se llama Primer Inspector. El Segundo Segundo Inspector.

El Gran Maestro de Ceremonias es Zerbal.

El Guarda de la Torre se llama Guarda del Consejo.

Las insignias son: banda negra de izquierda a derecha, con quince estrellas bordadas de hilo de plata en su parte inferior; de ella pende el puñal. Mandil blanco de orilla y forros negros. En el centro se pinta o borda con seda negra el símbolo del grado.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que todos ocupan sus puestos, da un golpe con el cetro y dice el

 Sap.·. M.·. – Hermanos míos: mi intención es abrir el  consejo de Ministros, y os doy gracias por vuestra asistencia.

Hermano Primer Inspector, ¿cuál es vuestro deber?

Pr.·.  Insp.·.  – Ver si el Consejo esta a cubierto.

Sap.·. M.·.  – ¡Servíos hacerlo, hermano mío!

Pr.·. Insp.·. – Hermano Segundo Inspector, aseguraos de que este­mos a cubierto!

Seg. . Insp.·.  – ¡Hermano Guarda del Consejo, ved si estamos a cubierto!

Este lo ejecuta en toda forma, y dice:

G.·.  del Cons.·.  – ¡Hermano Segundo Inspector, los centinelas ocupan sus puestos respectivos!

Seg. . Insp.·. – Hermano Primer Inspector, estamos a cubierto.

Pr.·.  Insp.·.  – ¡Sapientísimo Maestro, podemos proceder!

Sap.·.  M.·.  – ¿Cuál es vuestro deber ahora, hermano Segundo Inspector?

Seg.·.  Insp.·. – Ver con el Primer Inspector si todos somos del Consejo.

Sap.·.  M.·. – Hermanos Primero y Segundo Inspectores, pedid a to­dos los presentes las palabras.

Recorren los Valles y vuelven a sus tronos.

El Segundo Inspector da un golpe y dice:

Seg. . Insp.·.  – Hermano Primer Inspector, todos los de mi Valle son Elegidos de los Quince.

Pr. . Insp.·.  – ¡Sapientísimo Maestro, todos los presentes son del Consejo!

Sap.·.  M.·.  – ¡Pongámonos nuestras insignias!

Todos lo ejecutan, y cuando ha concluido, el Sapientísimo Maestro da un golpe con el centro en su trono y procede a la apertura de la Cámara.

APERTURA DE LA CÁMARA

Sap.·. M.·. – ¿Qué hora es, hermano Primer Inspector?

Pr.·. Insp.·. – La una de la madrugada.

Sap.·. M.·. – ¿A qué hora se abre el Consejo de Ministros, her­mano Segundo Inspector?

Seg.·.  Insp.·.  – A la una de la madrugada.

Sap.·.  M.·.  – ¿Y porqué lo abrimos a esta hora, hermano Primer Inspector?

Pr.·.  Insp.·.  – Para que el secreto asegure el resultado de nuestras determinaciones, y la tranquilidad de la noche nos permita discutirlas libremente, para servir a la nación del mejor modo posible.

Sap.·.  M.·.  – Si es así, hermanos Primero y Segundo Inspectores, servíos anunciar en vuestros Valles respectivos que voy a abrir los trabajos del Consejo de Ministros.

Hecho el anuncio, el Sapientísimo Maestro da un fuerte golpe con el cetro. Los Inspectores lo repiten.

Sap.·.  M.·.  – ¡En pie y al orden hermanos!

Todos lo ejecutan.

Sap.·.  M.·.  – U.·. T.·. O.·. A.·. A.·. G.·. I.·.  etc., declaro abiertos los trabajos de los Elegidos Quince. ¡A mi, hermanos!

El Sapientísimo Maestro hace el signo de saludo. Los otros dan el de respuesta, seguido de la batería con las palabras: VINCERE AUT MORI.

Sap.·.  M.·.  – ¡Sentáos, hermanos míos!

Todos lo ejecutan, después de lo cual se anuncia, lee y sanciona la columna grabada de la sesión anterior; se proponen y votan los candidatos; se despachan los negocios de familia se recibe a los visitadores y se les consulta de los aspirantes.

EXALTACION DE LOS CANDIDATOS

El Sapientísimo Maestro envía a Zerbal o Gran Maestro de Ceremonias por los candidatos. Saluda, sale, los hace re­vestir de sus insignias, entran sin anunciarse, vuelve a salu­dar, y dice:

M.·. de C.·. – Sapientísimo Maestro: hay un extranjero (o tan­tos) que piden entrada en el Consejo de Ministros para comunicarle asuntos muy graves.

Sap.·.  M.·. – Esa pretensión es muy extraña y me admira que vos, hermano Zerbal, la apoyéis. En las actuales circunstancias todo ex­tranjero es sospechoso mientras no se le conozca, o halle quien lo acredite. ¿Por qué sin una garantía le recomendáis?

C.·.  M.·.  de C.·.  – Porque dice ha recorrido las riberas del Jordán y del Mar Muerto, atravesando las montañas de Ekren, y después de mil pesquisas ha hallado el paradero de Jubelás y Jubelós.

Sap.·. M.·. – Si eso es verdad el anuncio de nueva tan importante será muy bien recibida. Más no le perdáis de vista un momento, y presentadle con las precauciones necesarias.

Vosotros, hermanos míos, prevenid vuestras armas y preparáos a castigarle si es un espía o alguno de aquellos dos asesinos disfra­zados.

El Gran Maestro de Ceremonias saluda, sale; los herma­nos sacan el puñal, y aquel vuelve con los candidatos y toca como Elegido de los Nueve. El Guardia del Consejo no contesta pero dice:

G.·. del C.·. – ¡Hermano Segundo Inspector, tocan a la puerta del Consejo como Elegido de los Nueve!

Seg.·. Insp.·.  – ¡Hermano Primer Inspector, tocan como Elegido de los Nueve!

Pr.·.  Insp.·. – Sapientísimo Maestro, tocan como Elegido de los Nueve!

Sap.·.  M.·.  – ¡Preguntad quién toca hermano!

Pr.·.  Insp.·. – ¡Hermano Segundo Inspector, inquirid quién toca! Seg.·.  Insp.·. – ¡Hermano Guarda del Consejo, ved quién toca!

Este entreabre y pregunta:

G.·. del Con.·. – ¿Quién toca?

G.·. M.·.  de C.·. – Es el Gran Maestro de Ceremonias que conduce al extranjero.

Se anuncia y dice el

Sap.·. M.·. – ¡Mandad que entre!

Pr.·.  Insp.·. – ¡Dadles paso, hermano Segundo Inspector!

Sap.·. M.·. – Hermano Guarda del Consejo, abrid la puerta.

Al entrar, todos se levantan y dirigen al candidato los puñales; pero al verle entre los Valles dice reconociéndole el:

Pr.·.  Insp.·. – Sapientísimo Maestro, pido gracia para este hermano.

Entonces los presentes envainan sus puñales, hacen el sig­no de orden de los Elegidos de los Quince y dicen:

Todos. – ¡Gracia para él, Sapientísimo Maestro!

Sap.·. M.·. – ¿Y por qué razón la pedís antes de oírle?

Pr.·. Insp.·. – Porque hemos reconocido en él a Bendecar uno de los nueve que castigaron a Jubelón, y en vez de sernos sospechoso, lo creemos digno de recompensa.

Sap.·. M.·. – Está bien, hermano mío sentaos!

Levanta el cetro y todos se sientan, quedando sólo de pie el Gran Maestro de Ceremonias junto a los candidatos.

Sap.·. M.·. – ¿Qué pide nuestro buen hermano Bendecar, hermano Gran Maestro de Ceremonias?

Gr.·.  M.·.  de C.·. – Que exijáis la extradición de los traidores que ha hallado ocultos en las cercanías de Geth cuyo territorio recorrió para percibir, como Intendente vuestro, los tributos del rey Maachab, y que hagáis ejecutar la sentencia que contra ellos se ha pronunciado.

Sap.·.  M.·.  Sentaos, hermanos míos.

El gran Maestro de Ceremonias ocupa su puesto.

 Sap.·.  M.·. – ¿Qué proponéis hermano Primer Inspector?

Pr.·. Insp.·. – Que se envíe una embajada de quince Maestros al Rey de Geth de la que formará parte nuestro hermano Bendecar, quien le expondrá la situación y le obligará a escoger entre la paz y la guerra. Recordaréis que su hijo Achis ha pocos años dio asilo a los esclavos de Semei, y aunque se devolvieron como era justo, fue necesario que su dueño, exponiendo la vida por infringir vuestras órdenes, que le asignaban por cárcel Jerusalén, pasase en persona a reclamarlos. Es­te hecho, unido al de la protección que da desde hace seis meses a los asesinos de Hiram, demuestra que el espíritu de independencia ger­mina en aquel país; si no sostenemos nuestra razón con el prestigio de la fuerza, seremos el ludibrio de todas las naciones. Así, propongo que acompañe a la embajada un cuerpo de tropas escogidas.

Sap.·.  M.·. – ¿Qué opina mi Consejo de Ministros?

Todos. – Que se haga lo que dice nuestro Primer Inspector.

Sap.·.  M.·. – Hermano mío: los que veis en esta Cámara, cuyo ne­gro cortinaje expresa nuestro dolor, y sus lágrimas blancas y rojas la pureza de nuestro sentimiento y el ardiente amor que profesamos al respetable Hiram Abif, demandan para vos el título de Embajador y que seáis nuestro Representante en la corte del rey Maachab. Pero antes de proceder conviene asegurarnos del hecho. Esos dos hombres disfrazados que habéis visto en la cantera, ¿son los criminales, u os engañaban las apariencias? Bajo el solio de nuestros Inspectores te­néis sus retratos. ¿Respondéis que son ellos mismos?

Cand.·.  – Sí, Sapientísimo Maestro.

Sap.·.  M.·.  – Sabéis que esos dos enemigos que buscamos reúnen la Ignorancia y la Hipocresía, y os advierto, hermano, que son más difíciles de destruir que la Ambición pues la primera se multiplica como la langosta y la segunda es un Proteo que cambia sin cesar de faces. El que acomete la empresa debe prepararse a la lucha más en­carnizada. Por eso nuestro Primer Inspector ha pedido que os acompañen no sólo los Nueve Elegidos, sino seis ministros más y un cuerpo de tropas escogidas. Pero la fuerza material no vale sin la in­telectual en este combate. Aquella impondrá a la Ignorancia y arran­cará gritos de fingida alegría a la Hipocresía; de manera que hallaréis amigos en todas partes que os adormecerán con sus festejos y menti­das promesas, para destruiros en cuanto estéis aletargado. Así, no ex­trañéis que para elevaros a la alta dignidad de Elegido de los Quince os someta a las pruebas necesarias.

INTERROGATORIO

Sap.·.  M.·. – ¿Qué opináis, hermano mío, acerca de la ley de extradición?

Respuesta. – Creo, Sapientísimo Maestro, que es muy útil cuando se trata de hacer juzgar al acusado en el punto en que se cometió el delito, porque en él se hallarán más fácilmente las pruebas de su cul­pabilidad o su inocencia. Por esta razón poderosa, el tribunal estable­cido en aquel lugar tendrá el derecho de reclamarlo a todos los demás de la nación o de los países tributarios; y si le ha juzgado ya, como resulta en el presente caso, el que resista a la entrega del criminal ofende a la Justicia y falta a los compromisos que le aseguran la exis­tencia mediante la indemnización estipulada, que es lo que sucede con el rey Maachab.

Sap.·. M.·. – ¿Creéis que esa ley de extradición debe generalizarse entre los países amigos, para que el crimen no quede impune?

El candidato dice lo que le parece.

Sap.·. M.·. – La extradición es auxiliar poderosísimo del poder ju­dicial, y freno del crimen, que con la propagación de esta ley se ve privado de todo asilo para librarse del castigo merecido; pero es prin­cipio inviolable que sólo pueden ser objeto de la extradición los reos de delitos de cierta gravedad y de carácter inmoral o perverso, tales como el robo, homicidio, el rapto, la violación y otros. Pero jamás de­be ningún Estado permitir la extradición de los perseguidos por cau­sas religiosas o políticas, en quienes el móvil no fue la perversidad, sino la libre conciencia, que es el derecho inalienable del hombre.

¿Creéis que una nación debe tener Representantes establecidos en las otras, o sólo nombrarlos en circunstancias especiales?

Si el aspirante no respondiere bien, el Sapientísimo maestro demostrará toda la conveniencia de que sean permanentes entre las naciones amigas, para la conserva­ción de la paz y la protección de los ciudadanos respectivos, así como de sus intereses comerciales.

Sap.·.  M.·. – ¿Quién debe nombrar los cónsules, ministros y emba­jadores para el extranjero, hermano. . .?

Respuesta. – El Jefe del Estado con la consulta de su Consejo de Ministros.

Sap.·.  M.·. – ¿Por qué, hermano?

Respuesta. – Porque es el que conoce el secreto de la política, y el único que puede juzgar de la aptitud de los individuos que nombre para engrandecer y servir mejor a su patria.

Sap.·.  M.·. – ¿Qué diferencia hay entre Ministros, Embajadores y Ministros Plenipotenciarios, hermano. . .?

Respuesta. – El Ministro representa al Gobierno, el Embajador a la Nación, y el Plenipotenciario es el que tiene facultades para tratar de un negocio determinado y decidirlo conforme a las instrucciones que lleva, en circunstancias previstas o eventuales.

Sap.·. M.·. – ¿Qué virtudes deben adornar a los Representantes destinados a países extranjeros?

Respuesta.- Instrucción, perspicacia, astucia, dignidad y pruden­cia.

Acabado el interrogatorio, el Sap.·.  M.·.  da un golpe y dice:

 Sap.·.  M.·. – Vuestras respuestas son satisfactorias. Venid hermano a recibir la recompensa que tan bien merecéis.

Hermano Zerbal conducidle al Altar de los Juramentos; y en el ín­terin vos mi Gran Secretario, extended las credenciales.

Todo se ejecuta; se forma la bóveda de acero el Sap.·.  M.·.  pone el cetro sobre la mano derecha que los aspi­rantes colocan encima del triángulo, y les dice:

Sap.·.  M.·. – ¡Repetid conmigo!

JURAMENTO

Yo…. prometo y juro bajo palabra de honor, no revelar jamás los secretos que me confíen; sostener dignamente los derechos de mi patria en los países extranjeros, si tengo el honor de ser su Re­presentante; y antes que ser traidor, preferiría que se me abriese el cuerpo de la barba al pubis y de un lado al otro, y que mis en­trañas quedasen por ocho horas al aire libre para que los insectos las devorasen. ¡Que Dios me libre de tal desgracia!

¡Así sea!

El Sapientísimo Maestro levanta su cetro sobre la cabeza del graduando y dice:

Sap.·.  M.·. – U.·.  T.·.  A.·.  A.·. G.·.  I.·.  …etc… os nombro y consti­tuyo ELEGIDO DE LOS QUINCE y miembro de este Consejo de Mi­nistros a vos…

Toca a cada uno en la frente con el cetro y dice en seguida:

Sap.·. M.·. – Consagrémoslos, hermanos míos por la batería del grado.

Todos dan un golpe en debida forma.

Sap.·.  M.·. – Hermano Zerbal, traedme las credenciales y los sím­bolos del grado.

Este presenta el pergamino que le da el Gran Secretario, cimitarra, el ramo de olivo y las insignias que están en el trono. El Sapientísimo Maestro los reviste de ellas y dice:

Sap.·.  M.·. – Recibid las insignias de vuestra dignidad. Ahora Bendecar, tomad las credenciales. ¡Vosotros seis, tomad la cimitarra y el ramo de olivo y partid a esa misión con los nueve Maestros!

¡Reclamad a los criminales, y emplead la persuasión, no acudiendo sino tras ella a los últimos medios!

¡Vos, Zerbal, reuniréis el cuerpo de tropas escogidas, y volveréis a informarme del resultado de la embajada!

Zerbal y trece hermanos salen con el graduando

Sap.·.  M.·. – Nosotros, hermanos, descansemos ahora. El Consejo suspende sus trabajos.

Después de un rato de recreación, todos vuelven a sus puestos, sentándose en Oriente los neófitos frente al Gran Orador. El Sapientísimo Maestro da un golpe y dice al Gran Maestro de ceremonias que estará sentado entre los Valles:

Sap.·.  M.·. – Hermano Zerbal, tenéis la palabra.

Gr.·. M.·. de C.·. – Sapientísimo Maestro: los quince Maestros que constituimos la embajada fuimos perfectamente recibidos. Maachab nos dio guías seguros, y sin la menor oposición prendimos a los trai­dores, que cargados de cadenas fueron conducidos a Jerusalén. Allí confesaron su crimen, y según vuestra orden, se les ató por los cuatro miembros a dos maderos cruzados en aspa, se le abrió el cuerpo de la barba al pubis y de un lado a otro, y se les dejó con las entrañas afuera para que los insectos las devorasen. Compadecido de los horri­bles tormentos mandé cortarles la cabeza a las ocho horas y arrojar su cuerpo a los fosos de la ciudad para servir de pasto a las hienas, po­ner las primeras con los instrumentos del crimen en las puertas del Sud y Occidente, como la de Jubelón estaba hace seis meses en la de Oriente; a los tres meses las cabezas de los tres asesinos fueron que­madas con las herramientas y sus cenizas arrojadas al aire para que no quede memoria de la culpa y su castigo más que entre los maso­nes, quienes aprenderán así que el crimen no puede quedar impune.

Sap.·.  M.·. – Esta bien; hermano mío ¡sentaos!

Lo ejecuta, y el Sapientísimo Maestro dice a los neófitos:

Sap.·.  M.·. – Habéis sido los actores de la última parte del drama sublime de Hiram, que comenzó en el tercer grado. Cuanto la Naturaleza tiene de oculto y grandioso, la Moral de elevado, la Filo­sofía de útil y la Política de universal, se expone y desenvuelve en sus cinco jornadas de la manera más interesante e ingeniosa. En la pri­mera, la Maestría, estudiasteis la Creación y los Misterios de la Vida y la Muerte; en la segunda, o Maestro Secreto, conocisteis al juez in­exorable que premia y castiga vuestras buenas obras, la Conciencia; en la tercera, Maestro Perfecto, os elevasteis al Creador y visteis que todos somos hijos suyos y copartícipes del reino de la tierra y de los cielos, en la cuarta o Elegido de los Nueve, usasteis de vuestros dere­chos eligiendo quien os representase en vuestra nación; y en la quinta y última, que vais concluyendo, habéis sido un Embajador en los paí­ses extranjeros. Todos ellos no tienen, sin embargo, a primera vista, otro fin que la reparación material de un crimen y su castigo, enri­quecido con explicaciones morales que en los Pequeños Misterios se revelaban a los curiosos. ¡A esas explicaciones vulgares ha sido redu­cida la Masonería por los falsos escoceses! Pero nos hallamos en el santuario de la Verdad, en la hora de los Grandes Misterios: yo os ex­plicaré este décimo grado tal y como lo hacia el Gran Hierofante de Eléusis a los escogidos después de la reforma de Orfeo, y como debe explicarse en el siglo XX.

Comencemos por la alegoría astronómica. Si sumáis los tres me­ses transcurridos del fallecimiento de Hiram a la muerte de Jubelón o los seis del último al de Jubelás y de Jubelós, tendréis los nueve del solsticio estival en que comenzó la catástrofe, al equinoccio invernal en que finaliza el movimiento retrógrado del Sol, culminando éste en el punto en que la Eclíptica corta al Ecuador y figura una cruz en as­pa, de suerte que el astro del día brilla en aquel centro como un hom­bre suspendido en el Cénit, que con sus miembros alargados en opuestas direcciones pudiera abrazar al Universo, sobre el que parece cernirse. De aquí viene el nombre de Andros que dio la Grecia al sig­no que significa Hombre; palabra que alteraron ligeramente los cris­tianos muchos siglos después, para sacar de ésta a San Andrés y su extravagante suplicio. Y como al ocupar el Sol aquel sitio salva el mundo de los rigores del invierno, le fecunda y cubre de flores, de la misma manera que al hallarse en el Meridiano de un país, el territorio que domina recibe su vivificante influjo, y el círculo men­cionado divide el Ecuador en ángulos rectos, lo que forma la cruz latina, la India la tomó por símbolo del astro en su apogeo. El Egipto, ilustrado por Hermes Trismegisto 1696 años a. J.C. inventor de los je­roglíficos, la convirtió en el símbolo del poder y la fuerza, y la figuró en la clave que abría o cerraba los arcanos de la Creación, según la vemos en el TAU o mazo sostenido por el índice de los grandes dio­ses y que es una cruz truncada a la que el brazo de la divinidad sirve de complemento. La Grecia, perspicaz y voluptuosa, halló la seme­janza poética entre ese jeroglífico y los órganos sexuales del hombre, y confundiendo aquel mito con el de Tauro o Buey Apis, emblema del vigor estival, adorno el poder genésico del Creador en el dios gnido, origen del Falo y del cirio pascual. Los masones la hicieron dechado de la igualdad perfecta, porque la constituyen cuatro escuadras unidas como se ve en la Cruz griega, y finalmente, fue para los cristianos se­ñal de redención y terror de Satanás, porque al llegar el Sol a aquel punto, las constelaciones inferiores desaparecen, sepultándose en el abismo.

Os rasgo con la mano poderosa de la Ciencia el velo impenetrable con que hasta el día de hoy la filosofía simbólica ha encubierto las verdades que enseñaba a sus adeptos. Cada símbolo, cada sujeto, es la imagen más o menos palpitante de una verdad oscura, o la representa de un modo positivo; y el inteligente sabe hallar, estudiándolos, la historia de los conocimientos humanos, religiones, cultos, moral, le­gislación, ciencias, artes e industria. Para castigar los dos últimos asesinos partisteis quince Maestros con un Cuerpo de tropas esco­gidas. Entre aquellos se encontraban los nueve que mataron a Abí Balah, y los dirigían los otros seis como agentes inmediatos y Minis­tros más selectos del monarca. Estos últimos con el ejército auxiliar, completan el estudio astronómico. Sabéis que los nueve Maestros eran Aries, Tauro. Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Capricornio. Acua­rio y Piscis, y conocéis además la Balanza, Escorpión y Sagitario, la Osa Mayor, las Pléyades, las Hiadas. el Perro Mayor, Andrómeda y Perseo. Los seis favoritos que completan la embajada de los Quince son oficiales inmediatos del Sol, o los planetas Mercurio, Venus, la Luna, Marte. Júpiter y Saturno. Las tropas que los hacen invencibles son las constelaciones de Orión, Hércules, Pegaso, la Corona boreal, el Cochero, Casiopea, el Cisne, la Lira, el Águila, el Delfín, la Balle­na, la Mosca, la Liebre, el Perro Menor, la Hidra, Serpentario y

Medusa. Las canteras donde según la ficción estaban escondidos los traidores, son los grupos de Cefeo y el Dragón y la Osa Menor el país de Geth que los explotaba. Para que nada quede incompleto, recor­daréis que habéis dado tres viajes en opuestas direcciones: el primero en la Maestría, para buscar por todo el Universo a Hirám desapareci­do; el otro más determinado y como Elegido de los Nueve, para casti­gar a Abí Balah; y el último hacia un lugar conocido, para prender a Jubelás. Simbolizan los tres movimientos de las estrellas fijas; el de Oriente a Occidente alrededor de los polos del mundo; el de Occiden­te a Oriente circunvalando los de la Eclíptica, y el de cada estrella en torno del punto real en que está situada.

Así enseñaban nuestros padres toda la Astronomía, y de ellos la aprendieron Tales de Mileto e Hiparco, luengos años antes de Alejan­dro; los Caldeos se dedicaban a su estudio, y colocaban al Sol, como se confirmó en los últimos siglos, en el centro del sistema planetario.

El equinoccio de primavera se celebraba en Egipto con el mayor de los Misterios de Isis que se practicaban en Ménfis 2900 años antes de nuestra era; el homenaje al buque de aquella divinidad (la Luna) en que fue a recibir a Osiris (el Sol), que le buscaba anhelante; en Roma, con su Hilaria destinada a Cibeles, madre de los dioses, cuyos festejos comenzaban el día después del equinoccio, hasta el 25 de marzo; por lo que los cristianos le dedicaron a la madre el suyo (María), y dicen le concibió entonces y dio a luz en el solsticio en que el Sol muere y renace. ¿Por qué en la India y en Egipto los legislado­res estudiaban de preferencia la Astronomía? Porque la Agricultura era la fuente de su riqueza, el conocimiento de los fenómenos celestes y de las estaciones no sólo los hacia útiles a su país para dirigirle en sus agrícolas empresas, sino que aumentaba su prestigio, creyendo el vulgo que por sus relaciones con la divinidad predecían los cambios meteorológicos, los eclipses y los resultados de la cosecha. La inmen­sa mayoría de su población, no aguijoneada por el estímulo natural de proveer, por un cuidado asiduo, a su alimento en aquellas tierras feracísimas que abastecían, con poco trabajo, las necesidades mate­riales, dejó dormir la inteligencia, y lentamente el Gobierno patriar­cal que lo regia compuesto de hombres excepcionales, que se entregaban al estudio de la ciencias y pensaban por los demás, se convirtió en poder soberano, que con el transcurso del tiempo se organizó en casta legisladora, sacerdotal y guerrera, para unir a la pericia del saber la pujanza del atrevimiento y el esplendor de la opulencia.

Su máxima era: todo para el pueblo y nada para el pueblo.  Que­rían que la extensión de los conocimientos estuviera siempre acompa­ñada de la elevación del alma, y que no se prostituyese la doctrina reservada a los corazones generosos comunicándola a los que no sa­bían emplearla. Por eso daban sus lecciones en emblemas astronómi­cos, apólogos y jeroglíficos que sólo entendían los iniciados. De ellos nos vienen los grados de Maestría que habéis recibido, y que Salo­món, a quien represento, reformó inventando la leyenda de Hiram.

Unid a lo científico de la idea y su dramática exposición el brillo de las vestimentas orientales y el deslumbrador aparato de sus deco­raciones, y convendréis que estos grados, tan sencillos hoy, eran dig­nos de los grandes Maestros que los ponían en escena.

Meditad los dos últimos de la leyenda de Hiram y comprenderéis el secreto de los misterios y dogmas de las distintas religiones anti­guas o modernas, que se visten de este o aquel ropaje para encantar la imaginación o aterrarla, por ser de suyo tan inclinada a lo maravillo­so. Que seduzcan la Razón con las lecciones de la moral más pura, y halaguen el buen sentido con los preceptos de la más perfecta higie­ne; aquellos principios y estas reglas nada tienen que ver con la creencia en uno más dioses, ni con la fe en tales o cuales revelacio­nes. Estudiadlas, y siempre veréis que todas ellas denuncian la Inteli­gencia o Malicia humana que las formula. Nuestros padres creyeron hallar la salvaguardia de su casta y del bien general uniendo la reli­gión a la política, y para radicar el orden la hicieron institución del Estado; más no averiguaron con la Razón lo más conveniente, siem­pre oculto y menos hacedero. Es más sencillo contener al pueblo por el temor a la cólera divina, que morigerarle con la educación. Para aterrar no se requiere sabiduría, el instinto sobra; en tanto que siem­pre la inteligencia viene corta para sacar al pueblo de la piscina de la ignorancia; y si Osiris decía que Mercurio le inspiraba sus leyes, Mi­nos de Júpiter Coronda, que Saturno; Moisés, que Jehovah, y Solón, que Minerva proclamemos nosotros, en el Templo de la Razón, el reinado de la Inteligencia y que todo progreso viene de la actividad y de la constancia en el estudio y el atraso, de la apatía o el abando­no.

El Sapientísimo Maestro da un golpe con el cetro y dice:

 Sal.·.  M.·. – Hermano Gran Maestro de Ceremonias, ¡conducidle a Oriente!

Una vez que se ha ejecutado dice el

Sap.·.  M.·. – Este grado hermano mío, tiene signos de Orden, de Saludo y de Respuesta. El primero se hace cruzando los dedos de ambas manos, que se elevan hacia la frente con las palmas hacia ade­lante. El segundo, llevando el puñal o el pulgar derecho, con los otros dedos cerrados, debajo de la barba y haciéndolo descender a lo largo del cuerpo. El tercero es el de Aprendiz, hecho con aquel pulgar y los dos dedos en la postura antedicha.

La Batería, es un golpe.

La Edad, veinticinco años.

La Palabra de Pase.. .

La Palabra Sagrada…

¡Hermano Gran Maestro de Ceremonias, servíos llevarle a nues­tros Inspectores!

Hecho el anuncio, se le proclama, aplaude y da asiento en los puestos vacíos de los Valles, y se ofrece la palabra al Orador; dice su columna grabada; se aplaude, se ofrece la palabra; después se dan gracias a los visitadores y se circula la Caja de asistencia fraternal.

CLAUSURA DEL CONSEJO DE MINISTROS

El Sapientísimo Maestro da un golpe con cetro y dice:

Sap.·.  M.·. – ¿Que edad tenéis, Hermano Primer Inspector?

Pr.·.  Insp.·. – Veinticinco años, Sapientísimo Maestro.

Sap.·.  M.·. – ¿Y por qué esa edad, hermano Segundo Inspector?

Seg.·.  Insp.·. – Por ser aquella en que la Razón esta apta para com­prender los principios de la Alta Filosofía que profesamos, y porque además tenemos la actividad y energía que se requiere para propagar­los en el Universo.

Sap.·. M.·. – ¿Qué nos queda que hacer, hermano Primer Inspector?

Pr.·.  Insp.·. – Educar a las masas, para que la Ignorancia, la Hipo­cresía y la Ambición, que hemos destruido, no resuciten.

Sap.·.  M.·. – ¿Qué hora es, hermano Segundo Inspector?

Seg.·.  Insp.·. – Las seis de la mañana.

Sap.·.  M.·. – ¿A qué hora se cierra el Consejo de Ministros, herma­no Primer Inspector?

Pr.·.  Insp.·. – A la de cumplir sus acuerdos; a las seis de la mañana.

Sap.·.  M.·. – Pues entonces, servíos hermanos Primero y Segundo Inspector, anunciar que voy a proceder a su clausura.

Hecho el anuncio, el Sapientísimo Maestro da un fuerte golpe que los Inspectores repiten.

Sap.·.  M.·. – En pie y al orden, hermanos.

Todos lo ejecutan.

Sap.·.  U.·.  T.·.  O.·.  A.·.  A.·.  G.·.  I.·.  etc., declaro cerrados los trabajos.

Signo y Batería, seguido de las palabras VINCERE AUT MORI

Sap.·.  M.·. – Id en paz, hermanos, pero antes jurad guardar silen­cio acerca de lo ocurrido en esta sesión.

¿Lo juráis?

Todos, ¡Lo juro!

Y se retiran en silencio