GRADO VIGESIMO OCTAVO

PRÍNCIPE ADEPTO

O

CABALLERO DEL SOL 

DECORACIÓN DEL CONSEJO

Es campestre y representa el jardín del Edén. Del lado del Mediodía y en forma de arco de círculo, se colocan las sillas y mesas triangulares de los siete Querubines, vestidas de azul y blanco.

La primera, que da al extremo occidental de la curva, tiene la Escuadra sobre las puntas del Compás, como en la Logia de Aprendiz, y el Cuerno de la Abundancia; en su frontis, el símbolo de aquél, o sea el Martillo y la Regla entrecruzados, el Querubín, llamado MIGUEL, representa a Saturno, planeta que brillará con su anillo, arriba del asiento, en transparente. La silla será ocupada por el Primer Teniente Gran Maestro.

La segunda, el Martillo, la Regla, la Plomada, el Cincel, la Palanca y la Escuadra con una punta arriba y otra de­bajo del Compás, como en el grado de Compañero, cuyo símbolo se pintará en el frontis; el Querubín es GABRIEL, y representa a Júpiter, planeta que brilla con sus cuatro satélites. La silla será ocupada por el Segundo Teniente Gran Maestro.

La tercera, la Cuchara, tres Antorchas y la Escuadra con sus ramas debajo de las puntas del Compás, como en la

Logia de Maestro, pintándose en el frontis el símbolo de dicho grado; el Querubín es URIEL, y representa a Marte, planeta rojizo que luce sobre el sillón, donde se sentará el Gran Experto.

La cuarta, el Triángulo, la Balanza y el Globo Terres­tre circuido de una guirnalda de flores, con el símbolo de Maestro Secreto en el frontis; el Querubín es HAMALIEL, y representa a Venus, lucero que se destaca arriba. El Gran Canciller ocupa el asiento.

La quinta, dos columnas pequeñas con el Compás graduado y el Caduceo, que es una cruz con dos serpientes enroscadas, y en el frontis el símbolo de Maestro Perfecto; el Querubín es RAFAEL, y representa a Mercurio, planeta que estará en el transparente. El Gran Tesorero ocupa la silla, y a su derecha se pondrá el Estandarte de la Logia, que es verde, triangular y con una colmena, bien pintada o bordada.

La sexta, el Rostrum o candelabro de siete luces, y con una Paloma, pintado en el frontis el Arco Iris; el Querubín es SAFIEL, y representa a la Luna, que se ostenta sobre la silla. El Gran Introductor se sienta en ella, teniendo a su derecha el Estandarte del Soberano Capítulo de Rosa Cruz, que será rosado y triangular, con la Cruz, la Rosa y el Pelícano alimentando con su sangre a sus hijuelos.

Y, la séptima, el Arca de siete sellos, dentro de la cual estará el Estandarte del Grado, de fondo blanco, cuadrilá­tero, con un corazón alado e inflamado debajo de una corona de laurel, con el lema “ARDENS GLORIA SURGIT”. Arriba del Arca, el Mazo o la Llave táutica, y en uno y otro lado pebeteros ardiendo de alcohol perfumado; el Querubín es Z’RAHHIEL o ZARAQUIEL, y representa al Sol. Ocupa la silla el que se nombre, y tiene a su derecha el astil para el Estandarte, cuyo sustentáculo se halla en la entrada de Oriente.

El Hermano Verdad, que lleva por distintivo un bastón azul de cuatro pies de largo, tiene su trono en medio del semicírculo del Norte, y será el Caballero de Elocuencia. No hay otro Vigilante, y a su derecha e izquierda se pon­drán las sillas de los demás Hermanos, que se llaman SILFOS.

El Oriente se hermosea como un paraíso, y sobre el trono de Adán, que es el nombre del Poderoso Gran Maes­tro, brillará un Sol dentro de un Triángulo inscrito en un círculo, y en cada ángulo una S alumbrará toda la escena, y si no es posible, se pondrá al Mediodía un gran globo de vidrio lleno de agua, con la luz detrás, y transparentes en las otras partes; pues no se han de ver más antorchas que las del tercer Querubín. Sobre la mesa, vestida de azul y blanco, habrá un cesto dorado con un globo de oro arriba, las Constituciones Concejiles, los Estatutos y Reglamentos y el Libro de la Ley.

El Capitán de Guardias se llama GUARDIÁN DEL EDÉN.

La insignia es un collarín blanco de aguas, ribeteado de azul, que sostiene la alhaja del símbolo del grado, que puede bordarse en su ápice.

APERTURA DE LA CÁMARA

Se reconocen los miembros antes de sentarse, se ponen las insignias, y cuando todo está listo, da un golpe con el cetro y dice el

Padre Adán.—¿Qué hora es en la Tierra, Hermano Verdad?

H.·. Verdad.—Es media noche, aunque el Sol brilla ahora sobre nuestras cabezas.

Padre Adán.—Mis caros hijos, aprovechemos la luz del espléndido astro que nos ilumina, para reflejarla en el mundo y desvanecer las tinieblas que lo envuelven.

Da diez golpes, por dos y ocho, y todos se ponen de pie y al orden:

Padre Adán.—A la G.·. etcétera, declaro abiertos los trabajos de los Príncipes Adeptos o de la Décima Cámara Filosófica del Consejo Kadosch… N°…

¡A mí, hijos míos!

Se hacen los signos de los diez grados Concejiles, y al último se da la batería con las palabras AR DENS GLORIA SURGIT.

Padre Adán.—¡Sentaos, hijos míos!

Lo hacen, luego se anuncia, lee y sanciona el ba­laustre de la sesión anterior, se despachan los asun­tos de familia, se proponen y votan los candidatos, se recibe a los Visitadores, se les consulta acerca de los iniciados, se hace justicia a sus observaciones, y se envía al Gran Porta-Estandarte a que los prepare.

Éste escoge al más hábil para que sea HIRAM QUE RENACE, y le viste del modo que sigue:

Una corona en la cabeza.

Una máscara en la cara.

Un talego lujoso pendiente del cinturón.

Una cadena que le inhabilita el brazo izquierdo.

Una hermosa capa ensangrentada.

Una espada desnuda y fácil de romper, en la mano derecha.

Y un velo negro que le cubre la cabeza y la cara.

Lo conduce así a la puerta, seguido de los demás, y le hace tocar como Gran Comendador del Templo.

INICIACIÓN DE LOS CANDIDATOS

G.·. del Edén.—¡Tocan de un modo desusado a la en­trada del Edén, Hermano Verdad!

H.·. Verdad.—Padre Adán, alguno toca de un modo extraordinario a la entrada del Edén.

Padre Adán.—Mira quién toca, Hermano Verdad, interrógale, y si lo juzgáis digno, concededle paso.

Se dirige a la puerta, el Guarda le abre, y aquél pregunta al Candidato en alta voz, respondiendo de igual modo por los graduandos el que los conduce.

H.·. Verdad.—¿Por qué has dejado, Hermano Hiram, los trabajos de la fábrica del Templo de Salomón y vienes a tocar a la entrada del Edén?

Hiram.—Porque emprendí con los reyes de Israel y Tiro la tarea de educar al pueblo y concederle derechos y garantías conforme a sus adelantos, y la fuerza bruta de los ambiciosos ha podido más que la Razón y el buen deseo. Así llego al Edén para que me enseñéis a “Glorificar a Dios en las alturas y libertar al hombre en la Tierra”.

H.·. Verdad.—¿Estás pronto a abjurar toda superstición y fanatismo, y los afectos mundanos de interés personal?

Hiram.—Sí lo estoy.

H.·. Verdad.—¿Tienes además el valor moral que te caracteriza y que has mostrado muriendo antes de envi­lecerte, el valor físico y la destreza que resiste y vence los ataques de la fuerza bruta?

Hiram.—El amor que tengo a la Justicia me animará para rechazar la fuerza, siempre que sea inútil la Razón para que impere.

H.·. Verdad.—¡Entonces, sigue mis pasos!

Lo conduce de la mano al centro del Consejo. El Gran Porta-Estandarte, coloca a los   demás un poco atrás del que hace de Hiram.

H.·. Verdad.—Padre Adán y Querubines mis Hermanos! Os presento a nuestro Hermano Hiram, conocido entre los profanos con el nombre de… (y si hay otros, añade: y a los Grandes Comendadores del Templo…), que aspi­ran, como nosotros,  a que la Razón reine en la           Tierra, y no saben el         modo de alcanzarlo, pues si no los destruye la malicia, los mata la fuerza bruta.

Padre Adán.—Te felicito, hijo mío, por tu deseo, así como a los demás, y la Verdad Divina te será revelada. Pero antes consulta tu corazón y dime si estás pronto a seguirla.

Hiram.—Lo estoy.

Padre Adán.—En ese caso, ya penetra en él, porque la demostración de la Verdad se reduce con frecuencia a la eliminación del error, y el que comprende que se ha equi­vocado y la busca, está en camino del Progreso. Así debes experimentar una sensación hasta aquí desconocida.

¡Hermano Verdad, presenta a mi hijo Hiram a los siete Querubines para que así sucesivamente le preparen!

Lo lleva al primero, y el Porta-Estandarte se sienta con los otros graduandos delante del trono del Norte.

H.·. Verdad.—¡Te presento, oh Miguel, al Hermano Hiram! Tú que distribuyes con mano experta entre los necesitados los bienes del Eterno, por lo que te llaman

PAUPER DEI derrama sobre su cabeza ese Cuerno de la Abundancia, símbolo de su munificencia!

Miguel.—¿Sabe tu patrocinado que da la muerte si ignora el modo de emplear su contenido?

H.·. Verdad.—¡Dale a probar el fruto del ÁRBOL DE LA VIDA que cultivas en Saturno y encierras en tu anillo intraspasable! ¡Es el antídoto del de la Ciencia del Bien y del Mal!

Miguel.—¿Y por qué trata de recogerle a ciegas? La Mentira pide Fe a la ignorancia: la Verdad quiere luz que la ilumine; aquélla busca crédulos que no examinen sus monstruosidades y las tengan por maravillas; ésta, ojos de lince, sano entendimiento y juicio perspicaz. ¡Quítale ese velo que le cubre!

H.·. Verdad—¡Tú que eres la experiencia misma, eres el único que puede hacerlo!

Se levanta, le pone la mano derecha sobre el hombro izquierdo, y le dice:

Miguel.—¿Deseas, Hermano, salir de las tinieblas del error y hallar la Verdad usando de tu libre albedrío, ya te lo revele la boca del potentado o del pordiosero, y seguirla en medio del triunfo o de la proscripción?

Respuesta.—Sí, lo quiero.

Le quita el velo, y dice sentándose:

Miguel.—¡Ve y oye! Quieres probar el fruto del ÁRBOL DE LA VIDA cuya guarda el Eterno me ha confiado, y pides que derrame sobre ti este Cuerno de la Abundancia que le contiene. Mas dime, ¿has sometido tus pasiones a las leyes del deber que te señala la regla de este frontis, y dado a tus vicios los golpes irresistibles de este martillo?

Hiram.—Sí.

Miguel.—Para que comprendas bien el significado de este Compás y de esta Escuadra puestos en mi trono como en el grado de Aprendiz, traza un círculo con el primero, y si arreglas tus acciones y palabras con el orden y la armo­nía de esos puntos que distan igualmente del centro, alcan­zarán la suma perfección, poseerás el bien; pero si alteras su arreglo, tendrás el mal, del que serás responsable a ti mismo y a los demás hombres. Con la Escuadra nunca ob­tendrás un cuadro perfecto; ella simboliza tu flaqueza, a pesar de tu empeño en ser justo. Multiplica tus esfuerzos para alcanzar la sabiduría, y si enseñas lo que sabes al igno­rante, tu Razón será el ÁRBOL DE LA VIDA, tus palabras su fruto celestial, y tu boca el Cuerno de la Abundancia que esparcirá en el Universo Fuerza, Belleza y Candor.

¡Sigue tu peregrinación, Hermano!

Lo conduce al segundo Querubín, y dice el

H.·. Verdad.—¡Poderosísimo Gabriel, Vis Dei o Fuerza de Dios, que riges a Júpiter nuestro más culminante pla­neta, concede el paso a este Gran Comendador del Templo, para que aprenda a sostener los derechos que le concedió la naturaleza!

Gabriel.—¿Y qué cosa hace con esa espada cuyo uso se le mandó aprender en el grado de Compañero? ¿Qué se le dijo al nombrarle Preboste y Juez? ¿Qué le encargó Ciro al elevarle a Masón Libre o Sátrapa de Oriente? Si no supo emplearla en la Tierra al ver que no bastaba la Razón para que reinara la Justicia, ¿qué va a hacer con ella en el Paraíso?

H.·. Verdad.—Excúsale, Hermano, su error fue creer que la razón de los hombres era superior a sus intereses y vicios. Por otra parte, no quiso dar la muerte para con­servar su vida, y lleva esta espada en señal de dignidad, no por amenaza.

Gabriel.—¡Que la haga pedazos para entrar en el Edén, y recuerde que la Inteligencia, la Rectitud, el Valor, la Prudencia y la Filantropía que le recomendaron al hacerle Compañero, no fueron para que sucumbiera, sino para vencer a sus enemigos!

Hiram quiebra la espada y lanza sus restos a lo lejos.

Gabriel.—Está bien, Hermano Hiram, y sabe, que si eres dueño de no matar a otro por exceso de generosidad cuando sólo peligra tu existencia, todo hombre está obli­gado a defender la de los demás, la Libertad de la patria y la Constitución, que garantiza los derechos y deberes de sus conciudadanos. Sé el paladín de la Verdad, y de­fiéndela con la Razón y con las armas.

Con la primera, enseña a los otros a dominar las pasiones; y con la segunda, oblígalos al cumplimiento de sus deberes: aquellas pasiones, en número de siete, como estos instrumentos que te enseñaron a usar al hacerte Compañero, son la avaricia, la ambición, la soberbia, la lujuria, la sed de goces o la gula, el juego, y la última, que es la peor, la de la Religión. Nacen todas ellas de los sentimientos más funestos del ánimo que la mala educación corrompe. La Avaricia hace prevaricar al juez y venderse; a la mayor parte de los hombres los vuelve crueles hacia los otros, y llegan al estado de ser crueles también consigo mismos; ahí la pena sigue a la culpa inmediatamente, por­que el comprador desprecia al comprado. ¿Y por qué se ha convertido en tal? Por los instrumentos de la propiedad y la previsión excitados sin cordura. Regularízales en el yun­que con ese martillo, y combate la avaricia con la filan­tropía. El ansia de dominio o la Ambición viene del amor a la gloria extraviado, causando la más fuerte de las guerras, todas las opresiones, todas las esclavitudes. Lleva en sí también el castigo, poique nos hace odiosos y engendra rivalidades que nos destruyen. Limita con esa regla los deseos; da a cada uno lo que es suyo, y con la sensatez domina la ambición. La Soberbia es el extracto del senti­miento de la propia dignidad que nos somete a incesantes tormentos. Toma la plomada, cuida que nunca se desvíe de la línea del deber, y con la modestia ganarás los corazo­nes que enajenaba tu destemplado orgullo.

¡Prosigue tu camino, Hermano!

Lo lleva al tercer Querubín y dice el

H.·. Verdad.—¡Fervorosísimo Uriel, Ignis Deo, que cam­peas en el planeta Marte por tu valor sin segundo; Hiram te pide paso al Edén!

Uriel.—¡Que rompa sus cadenas, porque en él no se da entrada sino a los libres! Que enseñe a hacer lo mismo a sus Hermanos, pues el que lo espera de socorro ajeno, no sabrá nunca conservar lo que no supo adquirir. Un solo hombre libre vale más que un millón de esclavos: puede engendrar hombres libres como él, hábiles en con­servar su magnífica herencia.

El graduando rompe las cadenas y las arroja a lo lejos.

Uriel.—¡Hermano, donde se halla el espíritu de Dios, ahí está la Libertad! Defiéndela hasta el último trance, porque ella es la fuente de la Fraternidad, la Igualdad y todas las perfecciones que te indica esta Cuchara. Si quieres ser libre, inflama tu corazón con esta triple antorcha, y pide al Eterno que te dé la Fuerza, la Inteligencia y el Orden que representan. ¿De qué sirve la Fuerza sola? Pre­gúntalo al león, que el hombre más débil mata de un fle­chazo. Pero con la Inteligencia, aquélla vence los obstáculos y con el Orden, todo se conserva y armoniza. Por eso al levantarte en la Cámara del Medio, dijo el Muy Respetable a los Vigilantes que representan la Fuerza y la Inteligen­cia: NADA PODRÉIS SIN Mi. No lo olvides y continúa tu viaje, para que alcances la inmortalidad que la Maestría te promete!

Lo lleva al cuarto Querubín y dice el

H.·. Verdad.—¡Tú que simbolizas la Indulgencia de Dios (Indulgentia Dei), por lo que brillas de noche y mañana en el planeta Venus, dulcísimo Hamaliel, Hiram viene a tu angélica presencia para que le enseñes a es­tablecer y arraigar la Justicia entre los hombres, y a reunirlos en un solo pueblo con el Amor que te caracteriza!

Hamaliel.—¡Y la pretende por el terror! ¿Trae por eso la capa ensangrentada, o para expresar que no perdona a los que le asesinaron en el Templo?

H.·. Verdad.—¡Cayó de súbito y no ha tenido tiempo de arrojarla, pero lo hará en el acto!

Hiram se despoja de la capa y la echa lejos.

Hamaliel.—Si quieres conseguir lo que deseas, mira este Triángulo, alegórico por sus lados, de la Conciencia, la Inteligencia y la Razón, dotes divinas que nos elevan al Creador y nos hacen hallar las leyes del deber y del derecho para establecerlas y regirnos, pesando en la Balanza de la justicia nuestras acciones y palabras. Para que ella y el Amor que representó entre los paganos, abracen y liguen a la Humanidad entera, como este ceñidor de flores al globo, y para que las gracias, la belleza y el encanto de la vida hagan del mundo un paraíso, trabaja en perfeccionarte y en educar a los demás, inculcándoles que hay un solo Dios, cuya inmensidad lo encierra todo; una sola autoridad, la Razón; y una sola patria, el Universo. Este es el pensa­miento sublime elaborado en común por la Asociación ma­sónica. Pero advierte que las naciones no serán rivales, sino enemigas, mientras no reine en ellas la verdadera Fraternidad, que estriba en la libre comunicación entre todas, de las ideas y los productos industriales, y en el com­pleto equilibrio de los cambios. Y hoy que se relacionan los países más distantes, y se tocan las inteligencias, la voz de la Sibila no se perderá en el espacio, porque el espacio ha desaparecido, ni se olvidará en el tiempo, por­que el ingenio lo ha anulado, y el Edén que nos reveló el sentimiento instintivo de nuestra perfectibilidad, y que sin esperanzas de poseerla fingió la fantasía ser el primer albor de la Creación; el hombre la realizará, porque es hijo del Orden, y esa la Divina recompensa del Progreso. Ve a conquistarlo, Hermano, y no olvides ese símbolo, que conociste en el grado de Maestro Secreto, y es la base de la Justicia!

Lo lleva al quinto Querubín y dice el

H.·. Verdad.—¡Sagacísimo Rafael, que reverberas desde lo alto del Firmamento la luz refulgente del Sol, de quien eres favorito; tú que imperas en Mercurio y sanas nuestros males, por lo que te nombran MEDICINA DEI, Hiram te pide la gracia de que le des paso al Edén y le enseñes a arraigar la Libertad, la Fraternidad y la Igualdad entre los hombres!

Rafael.—¿Y quién nos garantiza de que su astucia y saber no le sirvan para dominar como los Augustos e Hildebrandos? ¿No ves que trae la máscara de la hipocre­sía y se ha nutrido con el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal? ¡El Paraíso no se abre a las personas de doble cara o al que teme llevar la suya descubierta! El que dijo que “la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud”, fue un lisonjero que con el primor de la metáfora cubría la monstruosidad del pensamiento y dejaba a los necios el patrimonio de la flaqueza. ¡Sal de aquí, taimado! Si posees ese genio previsor de los verdaderos tiranos, que Ies revela los alcances de la ambición y la codicia, las fla­quezas del carácter y los pingües frutos que recogerá el que sepa explotarlos, a nosotros nos anima el espíritu de la verdad, el genio celestial que inspira el honor y la pureza inmaculada y sabremos vencerte a ti y a tus iguales. ¡Quítale de mi presencia, Hermano Verdad!

H.·. Verdad.—Detén tu justa indignación, ¡oh Rafael! En el mundo de que sale Hiram, reina el error, y si el sabio no aparenta ser de la medianía, si el más recto no cede temporalmente a la opresión de los ilusos, sublévense al instante su envidia y su rencor, pasiones que animadas por los fementidos, asombran por la iniquidad de sus con­secuencias; Arístides se ve desterrado, y Sócrates bebe la cicuta, y Jesús muere en el monte Olivete, y el pensador que no expira en patíbulo afrentoso, roe el pan amargo de la proscripción en regiones extranjeras.

Rafael.—¡Que sea discreto y no hipócrita!

H.·. Verdad.—Tienes razón. Pero ¡él buscaba la Luz y la ha hallado! Confundía el disimulo con la Discreción, y de hoy más llevará la faz descubierta y jurará conmigo.

“¡Desprecio eterno a los hipócritas!”

El graduando se quita la careta, la arroja y dice:

Hiram.—“¡Desprecio eterno a los hipócritas!”

Rafael.—Estoy satisfecho. Tú conoces estas dos Colum­nas del pórtico del Templo, que simbolizan la Libertad y la Fraternidad de nuestro linaje y este Compás graduado, criterio de la Igualdad. La Soberanía del hombre sobre sí mismo, es la Libertad; protección de su totalidad al indivi­duo, es la Fraternidad; y la identidad de la concesión que cada uno hace a todos de su Soberanía, es la Igualdad. Explícalo así para que todos comprendan esas palabras. Realizarás tus ideas, si no constituyes poderes públicos que sean de base Divina; porque si lo ejecutas, o los confías a un solo hombre, estas columnas y su regulador caerán pul­verizadas. Sostenlas mientras vivas; y si se desploman, que te sepulten bajo sus escombros. Haz que vivan tus hermanos en el reino del derecho, garantizado por poderes na­cionales que los dejen en posesión de toda su individualidad para elegir y juzgar a los representantes del derecho. Sé prudente y sagaz como estas dos Serpientes enroscadas en la Cruz, que forman el Caduceo, para destruir y adivinar las artes de los ambiciosos. Ellas son los emblemas de aquellos dones; y con su auxilio propaga nuestros principios, y reúne a tus Hermanos con la armonía que señala esa Col­mena.

¡Sigue adelante, Hermano!

Lo conduce al sexto Querubín, y dice el

H.·. Verdad.—¡Dulcísimo Safiel, que reflejas a Dios, Mirans Dei, en su inefable bondad, y moras en la Luna, para sustituir en el mundo las ausencias del astro del día, dígnate amparar a mi protegido y darle paso al Edén!

Safiel.—¿Y cómo presumes que lo haga yo, al ver en sus sienes esa corona, viva representación de su vanidad y orgullo? ¿Olvidas que todos somos iguales, y que el que quiere ser el primero será el último a los ojos del Omnipo­tente?

H.·. Verdad.—El voto de sus hermanos se la puso en la cabeza, y no hay ley superior a la voluntad del pueblo.

Safiel.—Hay la de la Conciencia. ¿No sabes que es nulo el voto del que se priva de lo que es inherente a su natu­raleza, porque lo hace por ignorancia, por locura, por desesperación, o en el arranque del entusiasmo que le ciega y suicida, y que semejante acto es siempre un crimen? Y no digas que la heredó de sus padres, porque entonces harías más inicuo el despojo. ¿Ignoras que el que se da o reconoce por su gusto un amo deja al punto de ser hombre y se convierte en bestia de carga? Dios no coronó a nuestro Padre Adán: “crece y multiplícate”, le dijo; esto es, engendra hombres iguales a ti. No exceptuó a ninguno del dolor y nadie puede reclamar la fraternidad de su raza envileciéndola. El que se vea llamado por la voluntad uni­versal a regir un pueblo, debe asumir el carácter de Con­sejero y sacrificarse para elevarlo a su altura, en vez de rodearse de la pompa soberana y tomar la corona; porque si la acepta, el mismo pueblo que le eligió, asume el derecho de castigarle por presuntuoso si no llena sus deseos. ¡Di a tu patrocinado que rompa esa corona y proclame la Igual­dad, si quiere llegar al Edén!

Lo ejecuta Hiram, y dice con el Hermano Verdad:

Los dos.—¡Viva la igualdad entre los Hermanos!

Safiel.—¡Hermano, ese signo del poder no probaba tu talento ni virtudes, sino la abyección de los que te lo conce­dieron! Contempla este Rostrum y esa Paloma inmaculada, y cultiva las artes del trivium y el quatrivium a que las siete antorchas del primero sirven de emblema. Eleva tu alma a la ternura maternal y previsora de la Paloma y sé para tus Hermanos el Arco Iris que une la Tierra al cielo, símbolo primitivo de la Alianza entre Dios y el hombre, que tranquilizó a Noé después del diluvio; y sigue tu camino hacia el Edén, para que vuelvas al mundo y lo salves con la energía y la abnegación de los que levantan el Estan­darte de los Soberanos Príncipes de Rosa Cruz!

Llegados al séptimo Querubín, dice el

H.·. Verdad.—¡Brillantísimo Zaraquiel, Oriens Dei, a quien adoraron los pueblos primitivos, porque eres fuente del calor y de la luz y haces germinar con tus rayos vivi­ficantes la simiente de la tierra, y ante cuya imagen se postran aun los que se llaman civilizados, figurando tus virtudes con la custodia y la hostia en que se graba la cruz: “Sol la primera, trigo la segunda, tierra la tercera”; dígnate abrir el Edén que iluminas como último Guar­dián, y dar paso a este Gran Comendador del Templo, a quien la fuerza bruta lanzó del Tribunal Supremo de Jus­ticia, hollando la ley, destrozando la Constitución, y pri­vando de la vida a sus sagrados defensores!

Zaraquiel.—Y así será mientras los hombres no rechacen la fuerza con la fuerza, y desde el primero hasta el úl­timo no sean SOLDADOS DE LA PATRIA. ¡El que no está pronto a morir en defensa de sus libertades y a castigar al que intente oprimirla, es un cobarde, o un miserable es­peculador! ¿Pero qué veo? ¿No es un talego de oro el que brilla en el ceñidor de tu recomendado? ¡Sí, no hay duda! Hábil en el trabajo de los metales, le domina la pasión de la riqueza y pierde la vida por salvarla. ¡Es un verdadero tirano que especula hasta con su Conciencia! ¡No puede entrar en el Edén!

H.·. Verdad.—¡Oh tú, celador del Arca de siete sellos, invencible adalid del Firmamento, que obligas a todos los planetas a girar a tu rededor, tú no alumbrabas a Jerusalem cuando Hiram fue asesinado; de otro modo no le culparías! ¡Era la media noche, y ese es el tesoro que iba a distribuir al amanecer entre los operarios; tesoro material, mil veces inferior al que les prodigaba excitando sus vir­tudes y enseñándoles las ciencias y las artes! Mira cómo lo deposita en tu trono.

Hiram coloca sobre él el talego, y dirigiéndole la palabra, dice:

Zaraquiel.—Hermano: sé prudente como esta Arca de siete sellos, porque la Prudencia es el áncora de los Es­tados. Los errores de los que fueron, advierten a los que son: cartas son de marear, que con ajenas borrascas o prósperas navegaciones, están reconocidas las riberas y los escollos. Consta de muchas partes que se reducen a tres: memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente y providencia de lo futuro. Por eso te la han recomendado como antídoto de la peor de las pasiones: la pasión religiosa. Toma la llave (le entrega el mazo), mas no rompas de pronto los sellos, sino medita su significado y consulta sus virtudes. ¡Si eres verídico como te lo exigió Miguel, rompe el primer sello; si posees el valor físico y moral que te recomendó Ga­briel, y prefieres la muerte al envilecimiento o a la escla­vitud, rasga el segundo; si tu corazón alienta el fervor que te indicó Uriel, y ardiendo en gloria te remontas en alas de la esperanza a la realización de nuestras miras, arranca el tercero; si la justicia rige tu corazón, según te ordenó Hamaliel, destroza el cuarto; si la discreción guía tus pasos y odias la vil hipocresía, como Rafael te prescribió, divide el quinto; si eres tierno y previsor hacia tus Herma­nos como la Paloma de Safiel lo es para sus hijuelos, no respetes el sexto; y que el Genio Divino de los Redentores de la gran familia humana te haga alcanzar la corona de laurel que el hombre consagró al Sol, o a Apolo entre los griegos y a Zaraquiel entre los persas, israelitas y sus descendientes, inflamando tu corazón las llamas de la Filantropía como nuestro símbolo representa!

La música toca mientras Hiram rompe los sellos, saca el estandarte, lo coloca en el astil que le entrega el Hermano Verdad y llega empuñándolo a la entrada del Oriente. Cesa la música y el Hermano Verdad da diez golpes, por dos y ocho, con su bastón en el piso.

Padre Adán.—¿Quién toca?

H.·. Verdad.—Mi Hermano Hiram, a quien los siete Guardas del Edén conceden entrar en el Paraíso.

Padre Adán.—¡Pues que enarbole ese estandarte a la entrada de Oriente, y dale asiento, Hermano Verdad, para que responda al interrogatorio!

Lo pone en el pedestal que estará preparado, y sienta a Hiram y a los otros graduandos que estaban al pie de su trono, entre los semicírculos.

INTERROGATORIO

Padre Adán.—Decíais al entrar, hijos míos, que aspirabais, como nosotros, a que la Razón remase en la Tierra, y que no sabíais la manera de alcanzarlo, pues si no os destruía la malicia, os mataba la fuerza bruta. Se os ha indicado que contra ella es indispensable otra fuerza ma­terial eficiente, que someta a los recalcitrantes al cumpli­miento de las leyes, corrija al criminal y contenga las ban­derías que levantan los fanáticos, los astutos y los ambi­ciosos, moviendo las pasiones; que abata al tirano que pre­tenda esclavizar al pueblo, y defienda la nación de las invasiones extranjeras.

¿Qué crees que deba establecerse para la conservación del Orden e impedir todo linaje de exceso?

Si no responde bien, se le explicará lo que conviene.

Respuesta.—Un cuerpo de policía bien equipado y suficientemente pagado.

Padre Adán.—¿Y contra la fuerza bruta de los tiranos, conquistadores o revoltosos?

Respuesta.—Otra fuerza material, activa, inteligente, que se imponga a la vez a la turba de criminales y ambicio­sos que disponen a su voluntad de paniaguados y de gente ganosa de poder o de dinero.

Padre Adán.—¿Convendrá poner la conservación de la paz interior o exterior en manos de hombres independientes de la autoridad civil, hijo… ?

Respuesta.—Jamás, porque se convertirían en tiranos. Está demostrado que no hay más Soberanía que la del Pueblo, y que la compensación de poderes, o lo que se ha llamado POLITICA, es una fantasía, una hipótesis que hace del gobierno una habilidad, y no una ciencia razonada que se apoya en los inmutables principios de la Verdad que proclamamos.

La autoridad civil representa a los ciudadanos que le delegan la necesaria para la conservación de la paz, la de­fensa de sus derechos y el cumplimiento de los deberes de los habitantes. La milicia y el ejército, no son más que instituciones de resistencia o de auxilio para que aquella autoridad llene su cometido y, por consiguiente, han de estar a sus órdenes en todos casos y circunstancias. Si los que constituyen gobierno o la autoridad civil son los representantes de los derechos combinados de los asocia­dos, a ellos Ies toca mandar: a sus agentes, obedecer; los unos son la cabeza, los otros los brazos.

Padre Adán.—¿Y en dónde se han de buscar esos brazos defensores de la ley y de la patria, hijo… ?

Respuesta.-En la nación entera, porque todos los ciudadanos y cuantos se establezcan definitivamente en su territorio, están comprometidos por ley natural a sacri­ficarse por su propia conservación y la de ella. El pueblo es el que debe defenderse a sí mismo, y ninguno está peor garantizado que el que confía su seguridad a agentes mer­cenarios o protectores extranjeros.

Padre Adán.—¿Y qué dices de las tropas regulares, hijo…?

Respuesta.—La experiencia ha demostrado que las que se levantan durante la guerra, son los mejores apoyos de la libertad porque las anima el patriotismo, acuden sin demora a donde se necesita, y si sus jefes se han adies­trado en la estrategia, vencen los obstáculos sin sacrificar las poblaciones, destruyen las empresas del enemigo, y siempre listas para llenar sus deberes, subliman la nación que defienden y la llevan de victoria en victoria; mas en tiempos de paz deben reducirse a la menor expresión, para conservar el núcleo y servir de directores a la milicia ciudadana en los casos de guerra inevitable. Se debe li­cenciar el resto, porque la ociosidad no tarda en convertir al héroe en parásito, y acostumbrándole a subsistir a costa de otros, lo desmoraliza hasta conducirle al extremo de hacerle traidor a aquella misma Libertad por la que sacri­ficaba orgulloso la sangre de sus venas y el esfuerzo de su brazo. La patria siempre mirará como enemigo o como traidor al que se niegue a armarse para el bien común, y como vil al que vacile en sacrificarse por ella el día de la lucha; pues si se debe a cada uno de sus hijos, todos han de sostenerla como madre.

Padre Adán.—Piensas muy bien, hijo mío, al proclamar la necesidad de establecer la “Milicia Nacional”, como el modo mejor de garantizar la Paz y defendemos de los enemigos interiores y exteriores. Ella es tan capaz de dis­ciplina como los ejércitos permanentes, y tiene más motivos de valor y perseverancia.

Piensas muy bien, PERSEVERANCIA. Los asociados han de estar constituidos de manera que puedan sostenerse sin una fuerza material que asegure su consideración, y hay que elegir entre las tropas regulares y la milicia. Desde que Carlos VII estableció las compañías de ordenanza, base del ejército regular francés, comprendiendo los reyes los prodigiosos resultados que con aquellas tropas obtendría el despotismo, se apresuraron a imitarle. Arrancaron de la producción a los hombres más activos, los hicieron vivir en la abundancia a expensas de los demás; los llenaron de condecoraciones, y fomentaron la vanidad jactanciosa, la tiranía y el pauperismo; aquellos parásitos devoraron en la paz a las masas, con el pretexto especioso de salvarlas en la guerra; esos mercenarios sin interés en la cosa pública, fieles satélites de sus mandarines, pasaron a ciegos instrumentos del poder arbitrario; porque el que paga y distri­buye grados y pensiones, será el jefe, el soberano de la tropa que se ocupa en obedecerle, y no de la que está destinada a la seguridad y al apoyo de la libertad del pueblo; así ella es sólo temible a los que supone defender, y siempre que el HÉROE pagado ha acometido con fuerzas no iguales, sino superiores, al patriota que sostiene con las armas su libertad, su propiedad y su familia, aquél ha sucumbido, porque más poderosa que el cañón que truena y la caballería que arrolla, más formidable que los cuadros de los ejércitos aguerridos, es la cólera del pueblo, torrente que destruye, choca, resiste; y si es vencido por el número y la pericia en un combate regular, luego acaba parcialmente con su enemigo. Un pueblo no expira sino con el último patriota; el ejército del déspota desaparece al primer fracaso; el hombre que cae llena de pavor al que está en pie; en cambio, el patriota, al ver sucumbir un com­pañero, redobla su furor, y rabioso de venganza, centuplica sus fuerzas.

La conservación de un ejército poderoso, lejos de defender a las masas, arruina más al país que lo costea que la guerra que se trata de cortar; y como el último sólo ex­perimenta daños con su gobierno, llegada la hora de la lucha, el conquistador se apodera de la nación en una sola batalla; ella ve en su venida el alivio de las exacciones que sufre, y no la engañan los sofismas de los que por con­servarse en el mando excitan el nacional orgullo.

¿Cómo organizarías la Milicia Nacional, hijo…?

Respuesta.—De un modo sencillísimo. Cada cien hombres elegirán a los que manden su Compañía, y por su propio interés buscarán los más a propósito. Éstos esco­gerán los cabos y sargentos, y los oficiales de cada diez Compañías, propondrán al Jefe del Poder Ejecutivo los que deben mandar el Regimiento. Aquél, con la consulta del Congreso, los aprobará o mandará que presenten otros, y en todo caso nombrará los empleados superiores. El es­píritu público hará que los más peritos en estrategia ense­ñen a sus hermanos.

Padre Adán.—¿Y qué piensas de la Marina, hijo… ?

Respuesta.—Que conviene tener un cuerpo bien instruido de Oficiales, y escuelas pagadas por la nación para su enseñanza; pero que se reduzca lo posible el número de buques de guerra, y se coloque a la Oficialidad en los mer­cantes más adecuados, recibiendo su paga del gobierno, con lo cual se consigue a un tiempo, controlar las empresas de los especuladores, garantizar la habilidad de los ma­rinos al público, instruirlos en la práctica y economizar los fondos del Estado, lo que disminuye las contribuciones.

Padre Adán.—Como Oficiales Administradores vais a ser, hijos míos, soldados de la paz; pero no olvidéis que antes de ser ciudadanos nacisteis hombres, y que todos ellos son vuestros Hermanos. Volad al socorro de los que padecen por los odios que nos dio la Naturaleza, y bien sabéis por experiencia cómo hay que luchar para librar al mundo de los males que le oprimen. ¡Tenéis que ser maes­tros de sus defectos, y sus salvadores! ¡Que esa estrella flamante (señala al Sol que está sobre el Trono), ese Sol de donde emana luz que jamás se agota y que encierra el triángulo inscrito en el círculo, os ilumine! Es la antorcha de la razón que desvanece las tinieblas del error, del fanatismo y del patriotismo jactancioso. Es el ÚNICO SOL DE LOS SO­LES, como lo indican los signos de los antiguos, fuente de la seguridad, la sociabilidad y la sabiduría; la que levanta en su corazón el verdadero trono de la dignidad humana, y nos hace hijos legítimos del Soberano Señor de todas las cosas. Así el símbolo característico os muestra que la Ra­zón gobernando al mundo, representado por el círculo, hará que reinen la Fraternidad, la Libertad y la Paz, a las cuales sirve de emblema el Triángulo. Ese estandarte en que veis el corazón inflamado y alado que asciende hacia la corona de laurel, ha de ser el trasunto del de los Príncipes Adeptos; su color blanco indica nuestra pureza. Buscaba Hiram el ÁRBOL DE LA VIDA, y vais a recoger el fruto, antídoto del bien y del mal: ¿sabéis cuál es ese árbol? Es la Razón, que salva a la Humanidad, la sublima y la eleva a su Creador. Ella nos hace vencer los obstáculos y crear las ciencias y las artes, porque la Humanidad no es el hombre sujeto a la muerte, es la inteligencia en su ideal más absoluto, la fusión de lo finito en lo infinito, la hipótesis de la unión de las dos naturalezas: de la material, que cambia de forma; y de la racional, que es eterna; mi YO, es mi pensamiento, y mi carne su instrumento; aquél es el ESPIRITU o el hijo del padre invisible, y está en la he­chura de la madre visible o de la Naturaleza. Su mito más acabado pasa desconocido; desde tu infancia estás oyendo el misterio sin comprenderlo, y Mahoma, al ver cuán pocos hombres se elevaban a su concepto, no impuso el cristia­nismo a los que sacó de la barbarie, porque quería que tú comprendieras lo que enseñaba. Tú has adorado como Dios el mito de aquella brillante idea, sin detenerte en su estu­dio. Tres siglos se emplearon en elaborarle con la ayuda de los misterios de los judíos tradicionales. ¡Ese mito de nuestra perfección es… Jesucristo!

¡Adán, Jesucristo, Inmortalidad! Son palabras místicas: la primera, de la NATURALEZA HUMANA con sus necesidades y flaquezas; la segunda, de la HUMANIDAD en el conjunto de sus perfecciones; y la tercera, del PEN­SAMIENTO, elevándose a su esencia y proclamando su divinidad. Él te constituye, te muestra la vía y te con­vence de la verdad a que has llegado. Esos “Querubines” son símbolos o imágenes, que es lo que significa en nuestra lengua aquella palabra. Figuran los siete profetas del Ejér­cito de Dios, creados por él, que defienden el Paraíso, y hacen cumplir sus leyes. Desde hoy vas a ser, si lo deseas, guerrero o Silfo… PADRE ADÁN, es decir, defensor de la ley natural y de los derechos y deberes del hombre, que grabó el Eterno; su más considerable sostén son dichos principios; y proclamando sus garantías y libertades, rea­lizaremos el Paraíso verdadero.

Para completar tu instrucción, sabrás que los judíos durante su cautiverio en Babilonia, tomaron de los persas los mitos de los profetas, de sus Coros Celestiales, que transmitieron a los cristianos; y que esos mitos, como los dioses paganos, son alegorías del firmamento. El número fijo de siete Querubines que los hebreos asignaron al go­bierno de Jehová, viene de que no conocían más astros; representan a Marte y a Saturno sepultados en los terrenos de Occidente, como el germen en el seno fecundante; y así, fue el padre de los dioses. Gabriel o Júpiter, que se eleva en el Zenit, fue el Rey. Uriel o Marte, que representa el color rojo, fue el Dios de la guerra. Hamaliel o Venus, representa su hermosura, y porque preside a la entrada de la noche y a la aurora, fue la madre del amor. Rafael o Mercurio, fue un cristal por su gran proximidad al Sol, por su pequeñez rutilante, y por elevarse como mensajero de los dioses. Safiel o la Luna, que ilumina la noche y excita al estudio, figura la previsión, el bien, y fue Ceres, Hécate y Diana; Zaraquiel o Sol, que da vida, fue Hér­cules, Febo, Apolo, YO, en fin, represento a ADÁN que dignifica, engendra, produce; y así te comunico la ciencia que poseo.

Acabado el interrogatorio, dirá el

Padre Adán.—¡Aproxímalos al trono, Hermano, y voso­tros, hijos míos, acompañadme al acto solemne del jura­mento y colación del grado!

Se forma la bóveda de acero, se acercan los graduandos, ponen la mano derecha sobre su corazón, y les dice el

Padre Adán.—¡Repetid conmigo!

JURAMENTO

Yo……. juro por mi honor trabajar de todos modos y siempre hasta sacar a los hombres de la ignorancia y envilecimiento en que yacen, sacrificarme por la defensa de sus derechos y deberes, por la Constitución que los proclama y afirma, y sin vacilar un momento, juro ser SOLDADO DE LA PATRIA, y si necesario fuere, morir por ella y por sus libertades. Y antes que faltar a estos juramentos o perseguir a los que saben más que yo para suplantarlos o auxiliar a los tiranos, quisiera como a los delatores, me quemasen la lengua con un hierro, enroje­cido al fuego, me arrancasen los ojos, me cortasen la nariz y ambas orejas y manos, y así me arrojasen en montes agrestes para ser devorado por las bestias feroces.

Así sea.

Levanta su cetro sobre la cabeza do ellos, y dice el

Padre Adán.—A la G.·., etcétera, os creo, nombro y constituyo Príncipes Adeptos y miembros… de esta dé­cima Cámara Filosófica del Consejo de Kadosch, N°… a ti Hermano…

¡Consagremos la iniciación con la batería!

Todos la dan.

Padre Adán.—¡Sentaos, hijos míos!

Todos lo ejecutan, menos los neófitos y el Her­mano Verdad.

 Padre Adán.—Los modos de reconocerse en este grado, son los siguientes:

SIGNO.—Levantar la derecha y mostrar con el índice el cielo.

TOQUE.—Tomar las dos manos que presenta el que reconoce, y apretarlas suavemente, formando un gran círculo que representa al Universo.

PALABRA DE PASE…

PALABRA SAGRADA…

BATERÍA.—Diez golpes, por dos y ocho.

EDAD.—Noventa años.

SIMBOLO.—Un corazón inflamado y alado, debajo de una corona de laurel. Los que ignoraban el secreto de nues­tros grados hicieron del de “Príncipe Adepto” un misterio de la Alquimia, y su palabra de pase era “Stibium”. En vez del Símbolo propio, tomaron el de la Estrella Flamí­gera o el Sol. Pero basta ver el Estandarte, todas las ale­gorías, el nombre de Adán y las reminiscencias mitológicas, para conocer la impropiedad de aquel título, y probar que todo el grado es de la pura iniciación primitiva.

¡Hermano Verdad, sírvete proclamar Príncipe Adepto a tu protegido Hiram!

Se sienta, se le proclama, se el conduce a Oriente para honrarle, y se despachan los asuntos pendien­tes. Luego se ofrece la palabra, se dan gracias a los Visitadores, se circula la caja de asistencia fra­ternal, da un golpe, y procede a la

CLAUSURA DE LOS TRABAJOS

Padre Adán.—¿Quién fundó este grado, Hermano Verdad?

H.·. Verdad.—Nos viene del Egipto, que lo recibió de la India, y ésta, de los primeros hombres que se unieron para defender sus libertades. Los que establecieron las castas privilegiadas de aquellas naciones, se aprovecharon de lo que enseñaba la experiencia, y se levantaban ejércitos mandados por sus Adeptos para sentar su poder, nosotros nos armamos para afianzar el del pueblo.

Padre Adán.—¿Qué hora es en la Tierra, Hermano Verdad?

H.·. Verdad.—Siempre media noche, porque el hombre se complace en el error, que le evita el trabajo del pensamiento.

Padre Adán.—¡Volemos a él con el FRUTO DEL ÁRBOL DE LA VIDA!

Da diez goles por dos y ocho, y todos se levantan poniéndose al orden.

Padre Adán.—A la G.·. etcétera; cierro los trabajos del Consejo de los Príncipes Adeptos.

¡A mí hijos, hijos míos!

Hacen los signos de los diez grados y la batería del último.

 Padre Adán.—¡Id en paz, hijos míos; pero antes jurad guardar silencio acerca de lo ocurrido en la sesión!

¿Lo juráis?

Todos.—Lo juro.

Lo dicen en forma y se retiran en silencio.