GRADO VIGESIMO CUARTO

SACERDOTE

O

PRINCIPE DEL NUEVO TABERNACULO

DECORACIÓN DE LA JERARQUIA

Figura circular, vestimenta blanca, y una cortina roja que la separa de Oriente, y la oculta, hasta el tiempo de la Iniciación. Delante de la cortina una silla con su mesa para el Jefe, y en ella un cetro con un triángulo de oro en su ápice y un compás abierto en el otro extremo. Los tronos de los tres Vigilantes esta­rán: el del Primero al Occidente, con un mazo, un incensario y perfumes; el del Segundo al Sur, con el mazo, los Reglamentos de la Orden y los del Supremo Consejo; y el del Tercero al Norte, con otro mazo y el vaso de las abluciones. En el centro se hallará el Altar de los Juramentos con las Constitucio­nes Concejiles, un puñal y un Trípode que sostiene siete luces, y en cuyos pies hay de un lado uno de estos letreros: SABIDURÍA, BUENA FE, FIDELI­DAD; y del otro: DERECHO DE REUNIÓN, HABEAS CORPUS, JUICIO DE AMPARO, JUICIO POR JURADOS.

Esta Cámara circular está precedida del Vestíbulo del antiguo templo, donde hacían su guardia los Le­vitas, y cuyo piso formará cuadros blancos y negros: las paredes se adornarán con atributos masónicos, y el gran recipiente de las abluciones y el Mar de bronce se colocarán cerca de la entrada. Un solo hermano se hallará en dicho Vestíbulo para recibir a los Visita­dores y Aspirantes.

El Oriente, que se halla detrás de la cortina roja, se dispondrá como dice la Biblia: el Arca con el Propiciatorio y los dos Querubines, a la derecha, y la Mesa de los Panes de Proposición con éstos y el Candelabro de siete lámparas, al frente de aquélla, o sea a la izquierda. Sobre el trono un incensario con deli­cados perfumes, y dos redomas, la una de aceite y la otra de tinta color sangre. Por encima del asiento del Jefe, el símbolo del grado que se ve en el encabezamiento.

El Muy Poderoso Gran Maestre representa a Moisés o al Sumo Pontífice.

El Primer Teniente Gran Maestre o Aarón.

El Segundo Teniente Gran Maestro Bezaleel, hijo de Urí, de la Tribu de Judá.

El candidato representa a Eleazar, sucesor de Aarón en los deberes del Tabernáculo.

Los demás se llaman SACERDOTES o PRÍNCI­PES DEL NUEVO TABERNÁCLLO.

La insignia es una banda de derecha a izquierda, o un collarín color de fuego o de amapola, que sostiene la alhaja, o el globo de oro con el corazón esmaltado en él, que es el símbolo del grado.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que ocupan sus puestos, da un golpe con su cetro y dice el

M.·. P.·. G.·. M.·. —Mi intención. Hermanos, es abrir la JERARQUÍA DE LOS PRÍNCIPES DEL NUEVO TABERNÁCULO, y os doy gracias por vuestra venida. Carísimo hermano Aarón, sírvete pasar al Vestíbulo y encomendar la guardia a uno de nues­tros fieles.

El Primer T.·. G.·. M.·. se levanta, sale acompa­ñado del M.·. de C.·., a quien hace la señal de que le siga, lo deja en el Vestíbulo para que reciba a los Visitadores y Aspirantes, recomienda al Guar­da Exterior que esté fuera del Vestíbulo y vigile los alrededores, y luego entra, da un golpe en su trono con el mazo y dice:

P.·. T.·. G.·. M.·.—¡Muy Pod.·. G.·. M.·., he cumplido tu orden!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Gracias, Hermano! ¡Servíos recorrer vuestros semicírculos y; ver si todos somos Sacerdotes, pidiéndoles las palabras del grado!

Lo ejecutan y al volver a sus tronos da un golpe y dice el

S.·. T.·. G.·. M.·.—¡Todos los de mi semicírculo son del grado!

Da un golpe y dice el

P.·. T.·. G.·. M.·.—¡Y los del mío, M.·. P.·. G.·. M.·.!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Si todos podemos entrar en el SANCTUM SANCTORUM, pongámonos nuestras insignias!

Cuando está hecho, da un golpe y procede a la

APERTURA

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuáles son los deberes de un Príncipe del Tabernáculo, Hermano Aarón?

P.·. T.·. G.·. M.·.—Trabajar incesantemente por la Gloria de Dios, la educación del Pueblo y la felici­dad del Hombre.

M.·. P.·. G.·. M.—¿Y cómo lo consigue?

P.·. T.·. G.·. M.·.—Con la Filantropía o el Amor a la Humanidad, de que es símbolo el corazón esmal­tado en el globo de oro que tenemos por alhaja.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué hora es?

P.·. T.·.G.·. M.·.—La primera del primer día de los destinados a la constitución de esta Jerarquía.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Pues si es la primera hora del día de vida y dulzura de los siete, comencemos los trabajos!

Da seis golpes, por dos y cuatro, y todos se levantan y se ponen al orden.

M.·. P.·. G.·. M.·.—A la G.·. etc., declaro abier­ta la JERARQUÍA o esta Cámara Filosófica del Con­sejo Kadosch……. N°…….

A mí, hermanos!

Hacen los signos de los seis grados y la batería del último.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Sentaos, Hermanos!

Hácenlo y  en seguida se anuncia, lee y sanciona el balaustre de la sesión anterior, se proponen y se votan los candidatos admitidos, se despachan los negocios de familia, se recibe a los Visitadores, se les consulta acerca de los candidatos, y si no hay oposición, se envía al M.·. de C.·. a que les diga que pasen a la Jerarquía.

INICIACIÓN DE LOS CANDIDATOS

Abierta la puerta, el candidato entra sin que nadie le dirija. Naturalmente, no sabe qué hacer después de hallarse allí, y vacila. Al verle, da un golpe con el cetro y dice el

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡En pie, Hermanos! ¡Obser­vad a este temerario que invade el SANCTUM SANCTORUM!

Luego dice al candidato:

¡Desgraciado! ¿Ignoras, por ventura, que ningún Levita puede entrar en este Círculo de la Jerarquía, y que cualquiera que se acerca al Tabernáculo del Señor, muere, porque lo profana con su presencia? ¿No sabes que los Sacerdotes únicamente pueden administrar lo que pertenece al culto y está del velo adentro? ¿Por qué has abandonado el Vestíbulo? “Si algún extraño se acercare, será muerto”. Esta es la ley.

El M.·. de C.·. que ha entrado en el ínterin, dice:

M.·. de C.·.—¡M.·. P.·. G.·. M.·.! Cuando Dios te mandó tomar de nuestras tribus varones sabios e ilustres, y elevarlos a Príncipes, Tribunos, Centurio­nes y Cabos de cincuenta y de diez para que nos ins­truyeran en cada cosa, y fundase la Jerarquía, los ancianos que llevaban el Arca la dejaron caer en un terreno cenagoso del que no podían sacarla por la debilidad de sus fuerzas; y éste es uno de los doce Levitas que volaron a ayudarlos, a pesar de la ley que los condenaba a muerte si la tocaban, y con la mayor facilidad la salvaron. Tú les habías dicho que Israel sería destruido si el Arca se perdía, y prefi­rieron morir a dejar perecer a todos sus hermanos. ¡Condénale si tienes valor de hacerlo!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Hermano! Lo que acabáis de oír es la parábola de la Asociación abismándose por la insuficiencia de las antiguas instituciones polí­tico-religiosas para garantizar la libertad, la propiedad y la vida de los contribuyentes. Parábola que expresa la facultad de las nuevas generaciones para reformar las leyes de los que les precedieron, porque nunca la antigüedad ha sacrificado el error, ni autoriza lo que el Progreso de las luces demuestra que es ruinoso.

¡Sentaos y quedad con los candidatos en Occi­dente!

M.·. P.·. G.·. M.·.—Hoy entráis por vez prime­ra, Hermanos, en el SANCTUM SANCTORUM, por­que os figurasteis al iniciaros en la Maestría, como todos los que poseen el tercer grado, que penetrabais en él; no fijasteis la atención en que era la Cámara del Medio de los Trabajadores; que nuestro lenguaje alegórico y el mito de Hiram no os enseñaban sino la Inmortalidad de la Idea, que cualquier hombre de conocimientos generales comprende tan bien en derre­dor con los grados Capitulares, y hasta que os hicieron Gran Pontífice no cayó la venda que cubría vuestros ojos: fuisteis escépticos, y si cumplís la promesa de creer únicamente lo que satisface a la Razón y está en consonancia con la naturaleza de las cosas, habréis comenzado a ser hombres. No lo es para nosotros el que cree y se abstiene de pensar y discutir el Credo que aprendió en la infancia: es un niño grande. Como Tribuno u Orador principiasteis a sacar al Pueblo de su letargo; y al oír vuestra voz elocuente, rompió sus cadenas. Más pronto os convencíais en el grado de Patriarca Noaquita de que si es fácil destruir, es muy difícil edificar; y discutisteis las leyes que salvarán al mundo de la Ignorancia. Pasasteis luego al monte Líbano y proclamasteis la Libertad del Trabajo y el Libre Cambio. Últimamente, se os elevó a Levita o Guardián de la Ley, y levantasteis con el HABEAS CORPUS el dique más poderoso contra los abusos de la autoridad constituida.

Ahora daréis un paso más: arrancaréis la palanca irresistible de la tiranía, LA ADMINISTRACIÓN DE LA JUSTICIA, de las garras del Poder, y en vez de afianzarla en el yunque del despotismo para cons­truir su eje, la asentaréis en la conciencia de las na­ciones, ese Gran Parlamento de la Inteligencia, del cual seréis Senadores. En este templo de la Razón discutiréis, explicaréis y aplicaréis las leyes. El Trípode que tenéis delante os dice en cada rama, y por un lado, las virtudes que debéis tener para tan elevado sacerdocio, y por el otro, las leyes fundamen­tales de la Libertad.

Donde no hay SABIDURÍA, BUENA FE Y FI­DELIDAD, los más astutos engañan a los menos avisa­dos, los legisladores promulgan leyes sobre leyes para asegurar la inocencia y destruir la malicia, y sólo consiguen multiplicar los litigios y consumar la corrupción. ¿Qué ley podrá infundir Buena Fe ni crear Fidelidad? ¿Será el temor al castigo? Éste hará hipócritas. ¿Será el premio a las acciones virtuosas? Lo recibirá el apadrinado por el que le explota o el más lisonjero de los pretendientes. Y por otra parte, ¿quién será el juez? Un intrigante que todo lo debe a su habilidad, o un hombre honrado a quien engañarán las apariencias.

Los primeros cristianos, que participaban de nues­tros misterios, fueron demócratas; pero en el Concilio de Nicea del año 321 de la era vulgar, el sacerdocio constituyó su Jerarquía a imitación de la de Moisés y los exarcas, tenientes y obispos de Constantino, olvidando las máximas que profesaban en las catacumbas mientras se vieron perseguidos, levantaron el estan­darte de la intolerancia y sumergieron al mundo en la barbarie.

Los masones gildenses, en lucha contra aquellos apóstatas, consignaron en la Magna Carta de Inglaterra las tres leyes fundamentales de la educación pública y de la verdadera Libertad que veis en el Trípode: DERECHO DE REUNIÓN, HABEAS CORPUS y JUICIO POR JURADOS.

De igual manera, esos derechos se consagran en nuestro país, a través de las GARANTÍAS INDIVIDUALES, con rango constitucional, al poder disfrutar de ellas todos y cada uno de sus habitantes.

INTERROGATORIO

—¿Qué idea tenéis del Jurado, Hermano?

Si no contesta bien, se explicará claramente la

Respuesta.—Es el Jurado un Tribunal constituido por hombres independientes del gobierno, a quienes basta saber leer y escribir y no tener incapacidad física o moral, sacados por suerte y admitidos por las partes; que juzgan según conciencia por las pruebas que se dan en los Estrados, y por unanimidad, acerca del hecho que se les somete y su intención. Las partes pueden recusarlos en masa y pedir un Jurado especial, o bien admitirlos en totalidad y hacer recusaciones personales con fundado motivo, según se vayan sorteando, y si sus razones se desestiman, pueden ejercer su derecho de recusación perentoria. Los doce admi­tidos con esta triplicada facultad de recusación, juran o afirman votar según su conciencia, no tener interés en el negocio, ni estar relacionados con las partes o con alguna de ellas en el grado de parentesco que la ley designe, y no haber formado opinión; y desde aquel momento no se comunican sino entre sí, oyen en pú­blico la lectura del proceso, al acusador o fiscal y al acusado, quienes presentan los testigos, preguntándo­les el qué los trae acerca del hecho en cuestión, y luego a la parte contraria, así como a cuantos se lla­man al juicio para que lo ilustren, resumiendo el magistrado el asunto y proponiendo las cuestiones después de explicar todas las leyes que se refieran al hecho, las que aplicarán según las respuestas del Ju­rado, que debe favorecer al que se acusa con lo que sepa de la mala conducta de los testigos. Esta exposi­ción sencilla es alabanza de hecho y comentario per­suasivo de su excelencia; porque en las cuestiones de hecho no hay otra alternativa que la de ser o no ser, y lo mismo en si fue o no premeditado, que es lo que constituye la graduación del delito; y doce hombres así escogidos, que después de aquella indagación juz­gan sin restricciones y unánimemente que acaeció o no el suceso y que se debió al acaso o se ejecutó con mal fin, dan todos los grados de certeza asequibles.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Y por qué se exige la una­nimidad para el juicio?

Respuesta.—Porque uno solo que discrepe basta para demostrar que el hecho o la intención ofrecen dudas, y podemos sostener de una manera irrefraga­ble que en doce juicios en que bastaban once jueces juramentados contra uno para condenar o absolver, se cometería una iniquidad en la docena, dos si fueran suficientes diez votos, tres si nueve, cuatro si ocho y cinco si siete o la simple mayoría decidiera; pues dadas la buena fe y la conciencia de los Jurados, las probabilidades del acierto o del error entre hombres que se suponen iguales en todo, y dignos de la confianza de los que los toman por jueces, son necesaria­mente relativas, y debe medirse las de uno y otro por la misma pauta, en la totalidad y en el individuo. Y esto sin que nada influyan la pasión ni las distraccio­nes de Jurados que personalmente no devuelven a la Asociación un asesino, o despojan a la familia, o martirizan a la inocencia, porque la entidad mayoría deja la conciencia individual en reposo. En la vo­tación unánime ninguno se distrae, todos recogen y toman notas y hacen apuntaciones, a cuyo efecto se proveen las mesas de lo necesario; y el que decide contra su conciencia o sin haber considerado los antecedentes, lleva en ella el torcedor eterno de su infa­mia, porque él es el culpable de la iniquidad que se comete. La unanimidad es el crisol de la conciencia y honradez en cada Jurado, pues como toda decisión ha de tener el asentimiento de cada uno, que es consecuentemente responsable para consigo mismo, para las partes y para con el público, de la verdad y justicia de su declaración, hay en ello una fianza de su cui­dado en virtud de que cada juez asume toda la responsabilidad del juicio; y si por ventura hubiere alguno que con pruebas claras y convincentes, guiado de su bajeza, de su corrupción o de su piedad inoportuna, votara en contra de un inocente o a favor de un cri­minal, un grito de execración o de desprecio se oiría entre sus compañeros, y le obligaría a una comparación que le envilecería.

Tan seguros son esos principios, y tan unánime la estimación de la verdad, que en la mayor parte de los juicios el Jurado vota sin moverse de su puesto, y su Presidente, que es el primer juez admitido, o el que elijan los demás si renuncia o no se conforman los otros, o el que nombra el magistrado entre los doce, recoge en voz baja sus pareceres y pronuncia el VEREDICTO que transcribe el escribano al pie de la letra; y tiene en pocos casos que pedir venia para ejecutar si hay la menor discordancia. Por otro lado, puede afirmarse que hay la presunción de dos contra uno de que no se hallará en el Jurado un juez que dé voluntariamente una falsa declaración; de cuatro contra uno a que no habrá dos; de nueve a uno a que no se verán tres que se concierten en aquella mira; continuando el cálculo tendremos la suma de novecientos setenta millones contra uno a que no se ligarán doce personas, escogidas como se ha dicho, para consu­mar un hecho escandaloso; mientras que por el mismo cálculo tienen que ser falsas cinco de las doce decla­raciones, si se procede por mayoría en el Jurado. Y como cada ciudadano ha de ser juez a su turno, y el derecho de recusación elimina a los sospechosos, ¿quién podría exigir más garantías para la Adminis­tración de Justicia? Pero si la unanimidad se suprime, o si el gobierno elige los jueces, se convertirá el Ju­rado en un Tribunal de sangre o “Comisión militar”, espantoso remedo del dommare ad bestias de los em­peradores romanos. ¿Y qué será en los juicios civiles, en que el borrón de cometer un asesinato no acalla el deseo de servir al poderoso contra el desvalido?

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Cuáles serán las precaucio­nes de los Jurados?

Respuesta.—Se guardarán de ceder a los arrebatos poéticos, que por más poderosos a mover los ánimos usan los defensores y fiscales, y a las sugestiones del ma­gistrado; no olvidarán que son los protectores del acusado y de los testigos, y que han de portarse con ellos como quisieran que los jueces procedieran si las situaciones se trocaran. Fríos e impasibles, oirán al abogado agotar el caudal de su decir y la habilidad de su talento para tergiversar los hechos, si no está la razón del lado del que le paga, o del que por amis­tad o amor defiende, y al magistrado que es su guía en el derecho, como susceptible también y más que otro de errar en el hecho; porque acostumbrado a ver al crimen vestir el traje de la inocencia, basta que se acuse a uno para que lo considere delincuente, si no existe un tercero a quien culpar; y habituado a proceder por sus principios y teorías, difícil es que sea imparcial y no trate de influir, quizá sin conocerlo, en las de­terminaciones. Procederán con la mayor independen­cia, examinarán si las cuestiones que les proponen son capciosas, darán siempre respuestas explícitas que abracen el hecho y las intenciones; señalarán los gra­dos de culpabilidad en los delitos que los admitan; y por último, deben preguntar en caso de duda, por medio de su Presidente, cuáles serán las consecuencias de uno u otro veredicto.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿A qué deben concretar éste en lo civil?

Respuesta.—Al artículo o artículos a que los liti­gantes limitan su discusión, respondiendo: “Por el demandante?” o “Por el demandado”, términos generales y definitivos que no dejan lugar a duda; y sólo darán juicios parciales cuando las partes lo pidan o el magistrado quiera reservar un punto de derecho en que vacile.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Y en lo criminal?

Respuesta.—Se limitarán al delito de que trata el acta de acusación, y a él sólo, respondiendo: “Culpa­ble o No culpable” porque si al absolver a un hombre a quien se atribuye un hecho y que es punible de otro que se refiera o no a aquél, produjese algún mal, éste se compensaría con la advertencia saludable a los acusadores o jueces de no exagerar los crímenes ni hacer más aflictiva la situación del preso. ¿En dónde está la garantía si se nos acusa de una cosa y se nos condena por otra para cuya defensa no nos habíamos preparado?

¿No es eso faltar al primer deber de la Justicia, la Seguridad de los asociados?

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Hay apelación del veredic­to de un Jurado?

Respuesta.—No, M.·. P.·. G.·. M.·.. Un Jura­do se anula por vicioso cuando se prueba que el go­bierno ha influido en la elección o decisión con ame­nazas o promesas, u otro individuo poderoso; que los Jurados tuvieron comunicación con las partes, que uno o más de ellos estaban interesados en el asunto, lo que se descubrió después de constituirse el Tribu­nal; que fueron las pruebas que en él se presentaron, falsas; que algún juez mostró parcialidad en los es­trados hacia cualquiera de las partes, o que el magis­trado los dirigió mal o hizo un resumen erróneo; en todos estos casos se abrirá un nuevo juicio. La apela­ción es un contrasentido si se procede con legalidad y se sentencia de igual modo, y solo el Tribunal Su­premo debe resolver las dudas de las que dicte el ma­gistrado, pues es falible como juez del derecho en la aplicación de la ley, no así la calificación determinada por el Jurado. Si se constituyen tribunales de segunda y tercera instancia, que definitivamente resuelvan el hecho y el derecho, y el último es el que presenta las garantías, ¿por qué no dejarlo solo? Es justo que se anule el Jurado si se vicia, y que si el magistrado impone mal la ley, o no se han seguido los trámites judiciales, reclame la parte agraviada al Tribunal Supremo de la Nación para que se abra nuevo juicio.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Danos la historia de la ape­lación, Hermano. . .!

Respuesta.—Fue una consecuencia de las malas instituciones. Dictaba la razón natural, que si el Pueblo era el Soberano, a él pertenecía la Administración de la Justicia; y como no se conocía el Jurado y era imposible reunir a los habitantes para todas las causas, se concedió a cada ciudadano el derecho de apelar al Pueblo de las sentencias de los jueces. Pero dividida la asociación en oprimidos y opresores, los magistra­dos aplicaban inmediatamente la pena a los primeros, mas no a los segundos. El Senado de Roma, por ejem­plo, que era una aristocracia hereditaria en lucha con los pueblos vencidos, que elevaba a la Plebe, nombra­ba los Cónsules o agentes del Poder Ejecutivo, y aquélla estuvo a merced de ellos, como antes a la de los reyes, hasta que Valerio Publicóla le concedió apelar a sus iguales en los “Comicios Curiales”.

En todos los tiempos gozaron los Cónsules del derecho de vida y muerte: lo tuvieron también los Dictadores, los Pretores, los Tribunos del Pueblo, los Comisarios del Senado y éste último con más razón, porque matar fue un derecho que correspondía a todo poder, al crédito, a la riqueza; después del asesinato de los Gracos, seguido del de los trescientos y de los cuarenta mil Ciudadanos, la satisfacción fue: ¡levan­tar un templo a la Concordia! Tiberio, poseedor de la autoridad imperial, reducida antes al mando abso­luto del ejército y las provincias, abolió los Comicios y se enseñoreó de la República, dominando por el terror al Senado. Regían aún las leyes municipales y quedaba al acusado el recurso que consagraba la costumbre de apelar al Pueblo de las sentencias; pero Adriano le privó de todo influjo y anuló las garantías, nombrando los jueces municipales y haciéndose centro único de la Soberanía con una sombra del Senado.

Cómmodo dejó a los Prefectos del Pretorio unir el mando político al militar, y entronizó el despotismo. Vino Justiniano, que resumió todos los códigos de la tiranía en sus Instituías, y murió el Senado, expiró Roma, desapareció el Pueblo, y se levantaron a la voz del usurpador las hogueras del Sacerdocio y los patíbulos de sus sicarios.

Nada se alcanzó entonces sin la protección o el dinero. ¡Feliz el que tenía a quien apelar! ¡Y lo con­cedió el tirano para que la esperanza de hallar justi­cia detuviera la venganza de los desposeídos! Y ésta es igualmente la razón de por qué cuando en la Edad Media, los barones, obispos, priores y abades se eri­gieron en señores de horca y cuchillo, se permitió al feudatario influyente apelar al tribunal del rey o es­tablecer el recurso de fuerza según su condición, con­tra las iniquidades de sus señores. Como en las últimas centurias los monarcas se arrogaron la Ad­ministración de la Justicia para’ disponer a su arbitrio de los derechos y propiedades de las personas, y sus agentes servían antes que todo a los intereses de su poderdante, ningún tribunal presenta garantías, y los fundadores de la “Magna Carta” para librarse del suyo, dispusieron: “Ninguno podrá ser privado de la vida, de su libertad o de sus bienes, sino por la ley del país y el juicio de sus iguales”, palabras a las que debe Inglaterra su Jurado. En resumen, si la ape­lación aminora el mal en los gobiernos despóticos y representativos, es una monstruosidad en los países libres, que nombran sus magistrados y poseen el DERECHO DE REUNIÓN, el HABEAS CORPUS, y él JUICIO POR JURADOS. Por lo tanto, derecho de apelación de un fallo que no se ataca de nulidad por vicioso o contrario a las leyes, y mala Administración de Justicia son una misma cosa.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Decís bien, Hermano; y an­tes de cerrar este interrogatorio, no puedo menos de advertiros que en la nación donde se goza de aquellas tres instituciones, todos son reyes, todos soberanos, mientras que en las que las desconocen, se vive a mer­ced del que manda. Haced que cada ciudadano de veinticinco años que sepa leer y escribir y no desempeñe cargos públicos, ni sea abogado, médico, ciru­jano o farmacéutico, que ejerza sus profesiones y tenga una clientela que los ocupe con actividad, ni ministro de los cultos, ni empleado en el ejército, marina o guardia nacional en activo servicio, ni esté bajo la dependencia de otro como sirviente, ni viva de la caridad pública, o con algún defecto moral o físico que se lo impida, o cuyos medios de existencia u obligaciones sean incompatibles con las de su entra­da en el Tribunal, tenga obligación de tomar parte en el Jurado al llegarle su tumo, y lograréis educar al Pueblo, y elevarlos a todos a la dignidad de hombres.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¿Qué entendéis por JUICIO DE AMPARO?

Respuesta.—Es el medio jurídico que preser­va las Garantías Constitucionales contra todo acto que las viole.

Da un golpe con el Cetro, y continúa:

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Servíos, M.·. de C.·., con­ducir al candidato al vaso de las abluciones para puri­ficarle !

Toca la música, y al llegar a la mesa del S.·. T.·. G.·. M.·., éste le hace lavar las manos, se levanta, cesa la música y dice:

S.·. T.·. G.·. M.·.—¡Levita, vas a administrar Justicia, a ser intérprete y representante del Pueblo Soberano, al que debes instruir en la ciencia del deber y del derecho! ¿Qué excelencia ha de caracterizarte para que lo consigas y le enseñes a elegir sus magis­trados?

Graduando.—La SABIDURÍA.

S.·. T.·. G.·. M.·.—¿Y cómo lo propagarás a los demás hombres?

Graduando.—Con el DERECHO DE REUNIÓN.

Da un golpe con el mazo y dice el

S.·. T.·. G.·. M.·.—¡M.·. P.·. G.·. M.·., el gra­duando se ha purificado, y acaba de levantar la primera columna del Trípode salvador con la SABI­DURÍA que ilumina su inteligencia, y que propagará con el DERECHO DE REUNIÓN en todo el universo!

Llegando a esto, se levanta el S.·. T.·. G.·. M.·. y dice:

¡Levita: vas a contarte en el número de los que componen esta Jerarquía, y sentado cabe la Justicia Eterna se elevará tu influjo en Israel para que reine entre los hombres! Aquí tienes nuestro Código. ¿Cuál será tu virtud para no tergiversarlo?

Graduando.—La BUENA FE.

S.·. T.·. G.·. M.·.—¿Y cómo impedirás que otro magistrado lo infrinja?

Graduando.—Con el HABEAS CORPUS.

S.·. T.·. G.·. M.·.—¡M.·. P.·. G.·. M.·., el Levi­ta ha levantado la segunda columna del Trípode Sa­grado con la IU E\ \ FE y la sostiene con el HA­BLAS CORPUS!

M.·. P.·. C.·. M.·.—¡Conducidle al Altar de los perfumes, y a nuestro P.·. T.·. C.·. M.·.!

Al llegar a su mesa, se levanta y dice el

P.·. T.·. G.·. M.·.—¡Levita, no queremos que hagas lo que nuestros mayores de la India, Egipto, Israel, Grecia y Roma, que unían la Sabiduría a la Buena Fe, y olvidaron sus juramentos, fatigados de luchar contra la Ignorancia, y al ver que no podían destruirla se convirtieron en tiranos! ¿Cuál será la cualidad que ha de distinguir al Príncipe del Nuevo Tabernáculo para que no falte a su compromiso?

Graduando.—La FIDELIDAD.

P.·. T.·. G.·. M.·.—¿Y cómo impedirás que vuelva la tiranía a sentarse en el Tribunal de la Jus­ticia?

Graduando.—Con el JUICIO DEL JURADO.

P.·. T.·. G.·. M.·.—¡Has levantado la tercera columna de nuestra Trípode, y así como este incienso se elevará a las alturas, que tu espíritu se remonte hasta el Eterno para que te ilumine, nos ilustre con su Luz Divina, y cumplas tu misión en la Tierra ense­ñando a tus Hermanos!

Toma el incensario, y mientras baña con sus emanaciones al graduando, la música toca el Hosanna: se corre la cortina, se quita la mesa del jefe, quien sube al trono, y se ilumina brillante­mente la escena. Da un golpe, cesa la música y dice el

P.·. T.·. C.·. M.·.—¡El Levita está preparado y podéis consagrarle, M.·. P.·. G.·. M.·.!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Acompañadme, Hermanos, al acto solemne del Juramento y la Consagración!

El P.·. T.·. V.·. G.·. M.·. viene con el incensario; el S.·. T.·. G.·. M.·. con la ropa de sangre y el algodón, con la redoma del óleo, y se colocan a los lados del Jefe. El M.·. de C.·. aproxima a los candidatos, quienes ponen su mano derecha sobre la bóveda de acero.

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Repetid conmigo!

JURAMENTO

Yo…de mi libre voluntad, prometo y juro propagar los principios de este grado inscritos en el Trípode; estudiar con el mayor empeño para adquirir la SABIDURIA que requiere el cumpli­miento de mis deberes de SACERDOTE O PRIN­CIPE DEL NUEVO TABERNACULO; tener la BUENA FE por regla de mi conducta en todos los actos públicos y privados en que intervenga, y guardar la Soberanía y la Educación del Pueblo con el JUICIO POR JURADOS. ¡Y si alguna vez falto en todo o en parte a este juramento, quiero ser apedreado hasta morir, y que mi cuerpo quede insepulto!…

…¡Que Dios me libre de tal desgracia!

El M.·. P.·. G.·. M.·. toma la redoma del aceite y vierte un poco sobre la cabeza del graduando, y dice:

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Este óleo, zumo del olivo que la antigüedad consagró a Minerva, es el símbolo de la SABIDURÍA, y lo vierto en tu cabeza para que ella dirija tu Conciencia en la Administración de Justicia!

Entrega la redoma, recibe la del líquido rojo que le da el S.·.  T.·. G.·. M.·., moja en él su índico derecho, tora sucesivamente el lóbulo de la oreja            derecha del graduando y el pulgar de la mano y  el dedo grueso del pie del mismo lado, diciendo:

M.·. P.·. G.·. M.·.— ¡Que cuanto oigas te infunda el valor y te inspire el deseo de vencer las dificulta­des! Al cobarde se le hiela la sangre en las venas con lo mismo   que     exalta al animoso.       ¡Robustece con ella tu mano, y que tus pies te lleven     con paso firme a la gloria o al martirio!

Entrega la copa sube uno de los escalones de modo que domine al graduando, extiende las dos manos sobre su cabeza. y dice con solemnidad:

M.·. P.·. G.·. M.·.—A la G.·., etcétera, te he consagrado, y te creo, nombro y constituyo SACERDOTE O PRÍNCIPE DEL NUEVO TABERNÁCULO, y miembro…… de esta JERARQUÍA del Consejo de Kadosch……. N°……. y te visto con la insignia del grado.

(Le da una de las preparadas al efecto)

Ahora, con este incensario, símbolo de la dignidad sacerdotal que estableció Moisés, purifica y prepara tu espíritu a elevarse al Omnipotente.

El P.·. T.·. G.·. M.·. le entrega el incensario, y el M.·. de C.·. le hace que perfume el Arca de la Alianza, luego el resto de Oriente, y desde la entrada de éste al Occidente. Recoge el incen­sario y queda a la derecha del neófito. El M.·. P.·. G.·. M.·. levanta sus manos al cielo y hace esta

INVOCACIÓN

M.·. P.·. G.·. M.·.—“¡Oh tú, Padre universal del linaje humano, que nos diste el poder de hallar la Verdad y de elevaros a ti por la Conciencia humana! ¡Al despojar a los usurpadores, que se dicen sus re­presentantes, del derecho que se habían inicuamente arrogado, de disponer según su conveniencia de la libertad, de la propiedad y la vida de los otros hom­bres, que valen tanto o más que ellos, y al asentar la administración de la Justicia en este sentimiento subli­me que nos infundiste al crearnos, hemos cumplido nuestra misión y profesado el más bello de los sacer­docios! ¡Gloria a ti, oh Padre nuestro. Ya no lloraremos las desgracias de Sion: no eran efecto de tu voluntad: la ignorancia que las engendró se desvanece en la nada de su imperio abortado; y la Sabiduría que esperamos alcanzar en su nombre, la Buena Fe que juramos practicar y la Fidelidad en el cumplimiento de nuestros compromisos, nos garantizan la posesión de ese Edén en que hemos de convertir la Tierra con el DERECHO DE REUNIÓN, el HABEAS CORPUS, el JUICIO DE AMPARO y el JUICIO POR JURADOS!”

¡Confirmemos la iniciación con la batería del grado!

¡A mí, Hermanos!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Sentaos, Hermanos!

Todos lo ejecutan, menos los neófitos y el M.·. de C.·.

M.·. P.·. G.·. M.·.—Los medios de reconocerse los de este grado son los que siguen:

SIGNO.—Llevar las dos manos abiertas sobre la cabeza, y reunir los pulgares e índices por sus puntas para formar un triángulo.

TOQUE.—Cogerse el codo izquierdo mutuamente con la mano derecha, arqueando los brazos para figu­rar un círculo. Simboliza el Universo, como la alhaja. PALABRA DE PASE. ..

PALABRA SAGRADA…

BATERÍA.—Seis golpes, por dos y cuatro,

EDAD.—Setenta y cinco años.

SÍMBOLO.—Un globo de oro con un corazón esmaltado. Aquél representa, con el toque, la Asociación; y éste, que se sostiene vinculada en el Amor y la Con­ciencia universales.

Llevadle al P.·. T.·. G.·. M.·. a que le examine, M.·. de C.·.

Luego los manda proclamar, los aplaude y sienta en el Santuario; el Caballero de la Elocuencia pronuncia su balaustre, se despacha lo que ocurra, se ofrece la palabra, se dan las gracias a los Vi­sitadores, se circula la Caja de socorros, y en seguida se procede a la

CLAUSURA DE LOS TRABAJOS

Da un golpe con el cetro, y dice el

M.·. P.·. G.·. M.·. —¿Qué hora es, P.·. T.·. G.·. M.·.?

P.·. T.·. G.·. M. —¡La última hora del séptimo día de vida y dulzura!

M.·. P.·. G.·. M.·.—¡Esa será siempre la de ce­rrar el Santuario!

Da seis golpes, por dos y cuatro, y todos se ponen de pie y al orden.

M.·. P.·. G.·. M.·.—A la G.·. etcétera, declaro cerrados los trabajos de los Príncipes del Tabernáculo o de la JERARQUÍA del Consejo Kadosch……. N°……. ¡A mí, Hermanos!

Se hacen todos los signos de los grados concejiles, a saber: el de Gran Pontífice, Tribuno, Patriarca, Noaquita, Príncipe del Líbano, Levita, y por último el del grado, con su batería y la Pa­labra Sagrada.

M.·. P.·. G.·. M—¡Id en paz, y que vuestro corazón, lleno de amor por la Humanidad entera, como lo expresa nuestro símbolo, convierta al mundo en un pueblo  de  hermanos!

Pero antes jurad guardar silen­cio acerca de todo lo ocurrido en la sesión! ¿Juráis?

Extienden la mano derecha y dicen

Todos.—¡Lo juro!

Y pasan a la Mesa que es de orden en este grado, y se distingue de las otras por algunas de ­sus fórmulas.