GRADO DECIMO SEXTO

PRINCIPE DE JERUSALEM

DECORACION DEL CONSEJO

Consta de dos Cámaras como en el grado precedente.

CAMARA VERDE

Es la de Occidente, o Consejo del Sanhedrin, y estará ador­nada de verde con el símbolo del grado bajo el solio. El Doctísimo se llama MUY EQUITATIVO MAESTRO; los Grandes Vigilantes, MUY VALEROSOS PRINCIPES, y todos los hermanos VALEROSOS PRINCIPES.

CAMARA ROJA

Es la de Oriente, o de Darío en Babilonia, y estará vestida como la de Ciro. Los Dignatarios son el rey y sus siete oficiales, quienes conservan los mismos títulos, aunque representan a distintas personas.

Cinco estrellas bajo el solio, con la mano de la justicia.

Las insignias son: banda color aurora o amarillo de oro, que se lleva al cuello, y tiene pintadas o bordadas en su ángulo las cinco estrellas; de ella pende la alhaja, que es una medalla de oro, en la que se graban, de un lado, aquellas y del otro la mano de la Justicia. Mandil rojo forrado y ribeteado de verde con la mano en la solapa, y las cinco estrellas en el centro del mandil.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que todos ocupan sus puestos, da un golpe y dice el

M.·. Eq.·.M.·. — Hermanos míos: mi intención es abrir el Gran Consejo de los Príncipes de Jerusalem, y os doy las gracias por haber ocurrido a mi llamamiento.

¿Cuál será nuestro primer cuidado antes de hacerlo. Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Asegurarnos de que nadie espía en los alrededores del Gran Consejo.

M.·. Eq.·. M.·. — ¡Aseguraos de ello, Muy Valeroso Her­mano!

Pr.·.  Gr.·. Vig.·. — ¡Muy Valeroso Príncipe Segundo Gran Vigilante, servíos proveer a la seguridad del Gran Consejo!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. —Valeroso Príncipe Guarda del Gran Consejo, servíos recorrer las avenidas y ver si alguien nos espía.

Luego que cumple con su deber dice el

G.·. del Gr.·. Consejo. — Ningún espía nos acecha; los centinelas cubren sus puestos, y estamos en completa seguri­dad, Muy Poderoso Príncipe Segundo Gran Vigilante.

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Están tomadas todas las precaucio­nes, y hermanos fieles nos guardan, Muy Equitativo Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — Cada uno en vuestro Valle respectivo, servios, Muy Valerosos Príncipes Grandes Vigilantes, pedir la consigna a todos los presentes.

En pie y al orden, Valerosos Príncipes.

Lo ejecutan y vuelven a sus tronos, da un golpe y dice el

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Las fechas son conformes, Muy Equi­tativo Maestro, y los Príncipes están instruidos.

M.·. Eq.·. M.·. — Siendo así, revistámonos de nuestras joyas.

Todos se condecoran con ellas.

APERTURA DE LA CÁMARA

Da un golpe y dice el

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Para qué nos reunimos, Muy Valeroso Príncipe Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Para proclamar la LIBERTAD DE LAS NACIONES.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Y a qué hora principian nuestros trabajos, Muy Valeroso Príncipe Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Al levantar del sol, Muy Equitativo Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Qué hora es, Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — El sol aparece en el horizonte.

M.·. Eq.·. M.·. — Pues si es la hora de comenzar nuestros trabajos, Muy Valeroso Príncipe Primero y Segundo Gran­des Vigilantes, servíos pedir a los que decoran vuestros Valles respectivos, se unan a vosotros y a mí para llevarlo a efecto.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Valerosos Príncipes que decoráis mi Valle, servíos ayudarnos a abrir los trabajos del Sanhedrin!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Valerosos Príncipes que decoráis mi Valle servíos ayudarnos a comenzar los trabajos!

Da siete golpes por uno y seis, que repiten los Gran­des Vigilantes, y dice el

M.·. Eq.·. M.·. — ¡En pie; y al orden, Valerosos Príncipes!

Todos lo ejecutan.

M.·. Eq.·. M.·. — A la G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·. bajo los auspicios de los SOBERANOS GRANDES INSPECTORES GENERALES del Trigésimo tercio y último grado del Rito Es­cocés, Antiguo y aceptado, reunidos en Supremo Consejo pa­ra… y en virtud de la autoridad que me ha delegado el SOBERANO CAPITULO ROSA CRUZ. . . . . . declaro abiertos los trabajos del GRAN CONSEJO DE LOS PRINCIPES DE JERUSALEM!

¡A mí, Valerosos Príncipes!

Signo y batería con HOSCHEA tres veces repetido.

 M.·. Eq.·. M.·. — ¡Sentaos, Valerosos hermanos!

Todos lo hacen y en seguida se anuncia, lee y sancio­na la columna grabada de la sesión anterior; se propo­nen y votan los candidatos; se despachan los negocios de familia; se recibe a los Visitadores, y se les consulta acerca de los aspirantes. Después se envía al Gran Maes­tro de Ceremonias por ellos. Serán en número de cinco, completándose el total con los del grado. Aquél dará el Mazo al más inteligente, un rollo de pergaminos a otro, y luego tocará a la puerta como Consejero de Oriente.

INICIACION DE LOS CANDIDATOS

El Guarda del Gran Consejo no contesta pero dice:

G.·. del G.·. Cons.·. — ¡Muy Valeroso Príncipe Segundo Gran Vigilante, a la puerta del Gran Consejo tocan como Masón Libre!

P.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Muy Equitativo Maestro, tocan como Masón Libre a la puerta del Gran Consejo!

M.·. Eq.·. M.·. — ¡Servíos inquirid quién pretende se le admita!

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Muy Valeroso Hermano Segundo Gran Vigilante, inquirid quién llama de ese modo!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Valeroso Príncipe Guarda del Gran Consejo, ved quién es el que toca!

Entreabre la puerta y pregunta el

G.·. del G.·. Cons.·. — ¿Quién ha llamado?

Gr.·. M.·. de Cer.·. — Consejeros de Oriente que piden en­trada.

G.·. del Gr.·. Cons.·. — ¡Son cinco Consejeros de Oriente que piden entrada, Muy Valeroso Hermano Segundo Gran Vigilante!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante, son Consejeros de Oriente que piden entrar!

P.·. Gr.·. Vig.·. M.·. Eq.·. M.·. — ¡Son cinco Masones Libres Consejeros de Oriente que piden entrar!

M.·. Eq.·. M.·. — Sin duda nos traerán mayores pruebas de las vejaciones que experimentamos desde la muerte del Gran Ciro, ¡que entren!

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Que entren, muy Valeroso hermano!

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — ¡Dadles paso, Valeroso Príncipe Guar­da del Gran Consejo!

El Guarda del Gran Consejo abre, entran, saludan co­mo Masones Libres, y luego dice el

Gr.·. M.·. de Cer.·. — Muy Equitativo Maestro y Valeroso Príncipe de este Gran Consejo: Tengo el honor de presentaros a los Consejeros de Oriente, Zorobabel, Seraiah, Bilsham, Mispar y Mordecar, que vienen a quejarse de la opresión e insultos que sufre el Pueblo de Israel por parte de las naciones ve­cinas, y con especialidad de los samaritanos, que se niegan abiertamente a pagar el tributo destinado a sostener el Tem­plo, y pretenden hacerse ya nuestros señores. Podéis revisar sus actos en esos documentos que os presenta el Venerable hermano Mordecar!

M.·. Eq.·. M.·. — ¡Sed bienvenidos, Venerables hermanos! Tomad asiento; y vos, Valeroso Príncipe Gran Maestro de Ceremonias, entregad los documentos a nuestro Gran Orador para que los examine.

Se les da asiento entre los Valles y el Gran Maestro de Ceremonias hace lo que se le ordena, y ocupa su puesto.

M.·. Eq.·. M.·. — Venerables Maestros: Siento, como po­déis imaginar, la dolorosa confirmación de los males que sufre el pueblo de Israel hace tanto tiempo. Para ocuparnos de ello había reunido este Gran Consejo de los ancianos. Toma­réis parte en la discusión, y acordaremos juntos el mejor modo de asentar nuestro derecho y cuanto se refiere al bien común y al Templo que elevamos al Gran Arquitecto del Universo.

¡Valeroso Príncipe Gran Orador, exponed el caso al Gran Consejo!

Gr.·. Orad.·. — Valerosos Príncipes y Venerables Maes­tros: sabed que antes de Nabucodonosor nos despojara de lo que poseíamos y nos redujera a la espantosa esclavitud de los setenta años, los samaritanos y otros pueblos que pro­tegíamos nos pagaban anualmente por ello un tributo que cesó durante la cautividad, a la que también se vieron sometidos. Al darnos libertad y devolvernos nuestras riquezas, el Gran Ciro los agració de igual modo, mas les impuso la obligación de seguir abonándonos lo que antes nos paga­ban, para que pudiéramos levantar y sostener el nuevo Tem­plo. Pero a su muerte se sublevaron, y al ver hoy nuestro corto número, no solamente no nos pagan, sino que nos in­sultan y saquean. Ha llegado su arrogancia a tal extremo, según los partes oficiales que tengo a la vista, que destruyen nuestras fábricas y nos amenazan con toda clase de depre­daciones si no les rendimos vasallaje y nos hacemos tributa­rios suyos. Las obras están paralizadas, y seremos inevita­blemente destruidos o esclavizados si se tarda en providenciar lo más oportuno.

INTERROGATORIO

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Creéis Ven.·. M… que una nación tenga derecho para obligar a otra a pagarle tributos, ser­vidumbre o rendirle vasallaje, sólo porque es más fuerte?

Responde el preguntado.

Respuesta. — Esa fue la ley durante la barbarie. Pero hoy se sabe que no hay más obligaciones y derechos que los que se derivan de la naturaleza humana, y que son tan eternos los principios de donde nacen como el que los creó al concedernos el instinto innato de la Conciencia y el sen­timiento de la Justicia. Esas obligaciones y derechos son iguales para la persona que para la Asociación y lo que aquella no está facultada a exigir de otra, es imposible que las naciones puedan imponérselo recíprocamente. Por conse­cuencia si cada uno es libre y parcialmente soberano, y si debe rebelarse contra el que pretenda sin razón dominarle, tiranizarle y hacerle perder su dignidad, deja de ser hombre para convertirse en bestia de carga; aquellas que asumen la soberanía de los individuos que las constituyen, han de estimarse las unas con respecto a las otras como Cuerpos Soberanos, y considerarse entre sí libres e independientes, o pierden su derecho a llamarse naciones.

Por estos mismos principios universales del Deber y del Derecho, de la misma manera que los hombres entre si pueden obligarse por un interés bien entendido a prestarse ayuda y servicios diferentes mediante una retribución conve­nida, no es válido el acuerdo si interviene la fuerza o medió el engaño; toda nación está autorizada a hacer pactos con otra u otras, y aún a pagar tributos y subsidios en determina­das circunstancias, sin abjurar de su Soberanía, antes por el contrario, ejerciéndola, siempre que a ambas les sea prove­chosa y que sin fraude o coerción lo estipulen, nunca abu­sando de la debilidad de una o más de ellas, pues esto sería proclamar el gobierno de los salvajes.

M.·. Eq.·. M.·. — Decid, Venerable Maestro… ¿Cuál será la obligación de las naciones que vean a otra abusar de su fuerza para oprimir a las que no puedan resistirla?

Respuesta. — La de todo hombre que vea un Hércules abatir a un niño o a un anciano. Debe amonestarle, hablar a su Conciencia, a su Razón; si no desiste del intento, colo­carse al lado del débil y llamar en su ayuda a todos los de­más para poner a raya las inicuas pretensiones del tirano. ¡Desgraciadas las que abandonen a la que sucumbe a la fuerza bruta! ¡Se verán a su vez esclavizadas, o condenadas por su egoísmo a la execración del mundo entero!

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Podrá una nación, Venerable Maestro… tener derecho a despojar a otra de la totalidad o de parte de su territorio, porque no sepa sacar de él los bene­ficios que proporcionaría, mejor administrada, no sólo a los naturales, sino a todo el mundo?

Respuesta. — No faltan utopistas que a título del Progreso y en nombre de la Humanidad, propagan semejante idea, vestida de un ropaje     que oculta la perversión de todos los principios de la Conciencia, la Equidad y la Justicia. Se­gún ellos, debe hacerse feliz a un pueblo por la fuerza como si la dicha fuera para todos una misma cosa y no vaciara con la educación, las preocupaciones y la manera de sentir de las personas, pueblos y países diferentes. Basta con que uno quiera hacer pensar a otro como él, contra su voluntad, para que éste lo odie. ¿Cómo, pues, se le hará feliz obligándole a proceder contra sus sentimientos, inclinacio­nes o instintos?

Dios nos ha dado necesidades, talento para satisfacerlas, y la conciencia de nuestra Dignidad, que se irrita al más pequeño ultraje hecho al amor propio. Que el que quie­ra hacerme feliz a su manera o hacer que yo piense como él, me convenza primero; y si pretende que imite sus obras, me enseñe a gozar en lo que le deleita, me instruya y me eduque de un modo gradual y consistente. El deber de las naciones más adelantadas no es forzar a las que lo   están menos a seguir leyes que no comprendan y alterar su organización fundamental, porque crearán la anarquía y no la Reforma; la licencia y no la libertad; la guerra civil y no la Paz; el obscurantismo y no el Progreso. Para educar a esas naciones sólo existe un medio: ¡LA MASONERIA! Institu­ción Sublime que enseña a cada hombre sus deberes y forma un apostolado irresistible, porque proclama la VERDAD y sabe demostrarla. Guardémonos de prostituirla afiliando a los egoístas, los interesados y los ignorantes, y concedien­do grados a los que no los merezcan por su virtud, honor y talento. El que tal hace es indigno de pertenecer a nuestro número; es un impío que ultraja a la madre generosa que lo recibió en su regazo, o un inepto que pone en manos de un loco un arma de dos filos.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Podrá una nación cambiar sus leyes fundamentales sin la intervención de alguna de sus provin­cias. Venerable Maestro?. . .

Respuesta. — Ese hecho es un insulto que sólo puede sufrir el esclavo.

El Muy Equitativo Maestro da un golpe. El Gran Maestro de  Ceremonias colocará al aspirante que tiene el mazo, en el Norte, con la cara al muro, y le hará que se cubra el rostro con el pañuelo como si llorara.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Creéis, Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante, que tengamos derecho a exigir que los samaritanos nos paguen el tributo?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Muy Equitativo Maestro: los samaritanos hicieron libremente con nuestros padres una alianza ofensiva y defensiva, en la que eran los más favorecidos. Para compensar la diferencia se comprometieron a pagar un tributo para sostenimiento del Templo. Caímos todos en esclavitud antes de que espirara el pacto, y al libertarnos el gran Ciro les impuso la obligación de abonarnos la misma suma destinada al propio objeto, comprometiéndonos           unos y otros a continuar   la misma alianza. Nosotros hemos cum­plido nuestro deber, y durante la vida del libertador los defendimos de las tribus salvajes que los asaltaban, abando­nándolo todo para acudir en su defensa. Pero desde su muerte se han unido aquellas hordas errantes, y viven del robo y del terror que inspiran sus desafueros. Mi sentir es que tenemos derecho de exigir el tributo e indemnizarnos por los estragos que sin cesar nos hacen.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Pero cómo, si carecemos de la fuerza necesaria?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Acudiendo a Darío, rey de Persia y Media, en Babilonia. Su honor está interesado en dejar airo­sas las bondades de su predecesor, y la justicia de su gobier­no es demasiado conocida para que no confiemos en que dará razón a nuestra demanda.

M.·. Eq.·.M.·. — ¿Y cuál es vuestra opinión, Muy Valero­so Príncipe Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — La misma, Muy Venerable Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — Conceded la palabra a I os Valerosos

Príncipes aquí reunidos.

Reina el silencio y dice:

Y vos, Valeroso Príncipe Gran Orador, ¿qué pedís?

Gr.·. Orad.·. — Delante tenéis a Zorobabel, que recibió de Ciro todas las mercedes, y me sorprende, Muy Equita­tivo Maestro, que no haya reclamado de Darío su cumpli­miento. El es quien debe partir a la corte de Babilonia.

M.·. Eq.·. M.·. — En pie y al orden, hermanos.

Todos lo ejecutan, menos el que representa a Zorobabel. Se forman en procesión, y guiados por el Gran Maestro de Ceremonias se dirigen a donde aquel está sentado. Al llegar, el Muy Equitativo Maestro dice:

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Por qué calláis, Zorobabel? ¿Creéis que ese mazo está en vuestra diestra para que os sirva de mero adorno? ¿Nos habéis sacado de la esclavitud para vivir en la indignidad, o ignoráis que el que una vez se coloca a la cabeza de un país no es dueño de retirarse mientras éste lo necesita?

Cuando el Gran Arquitecto del Universo concede a un hombre       talentos o      virtudes superiores, no es para que los goce a solas, sino       para que los emplee en    beneficio de sus semejantes. ¿Creéis que cumplís vuestros deberes con sus­pirar y gemir? ¿No veis que la yerba crece en los cimientos del Templo, y que pies profanos huellan el SANCTUM SANCTORUM?

Gr.·. M.·. de Cer.·. — Zorobabel no ha desmerecido de vuestro concepto, y su intención al presentarse con los cuatro Venerables Maestros que le acompañan, era ofrecerse con ellos para la Embajada.

M.·. Eq.·. M.·. — No esperaba menos de su patriotismo. ¡Que sean nuestros salvadores, y proclamemos a esos cinco hermanos PRINCIPES DE JERUSALEM para que puedan dig­namente representar a la nación!

Será un nuevo grado que sólo sé concederá a los que se sacrifiquen por la patria y sepan asegurar su LIBERTAD y SOBERANIA. — ¡Realizarán el símbolo de la JUSTICIA cuya mano está allí, y afianzarán la FUERZA y el ORDEN, de que es emblema el triángulo que constituyen aquellas cinco estrellas!

Señala el cuadro que está bajo el solio.

M.·. Eq.·. M.·. — ¡Valeroso Príncipe Gran Canciller, extended las credenciales que serán recibidas en la corte de Babilonia, y su monarca les de la investidura y nos conce­da la protección que demandamos, conforme a las palabras del Gran Ciro: “¡Vos seréis mío y yo vuestro, como hermanos!”

Aproximaos al Ara. Venerables Maestros, para que pres­téis el solemne juramento de PRINCIPES y JEFES DEL PUE­BLO ISRAELITA.

El Gran Maestro de Ceremonias conduce a los recibi­dos, se hace la bóveda de acero, y así que todo está en regla, dice el

M.·. Eq.·. M.·. — Repetid conmigo.

JURAMENTO

 Yo … prometo y juro a fe de hombre de honor, cum­plir todas las obligaciones que he contraído hasta aquí, y además sacrificarme por el bien público y sostener la LlBERTAD Y LA SOBERANÍA de mi nación; si algún pode­roso o tirano por la fuerza u otros medios pretendiere des­truirlas en todo o en¡ parte, juro morir con las armas en la mano antes que consentirlo. Juro sujetarme en todos los casos a la voluntad de la mayoría libremente expresada, obedecer los mandatos del Congreso de los Representantes de mi patria, y auxiliar a todos los Príncipes de Jerusalem con cuantos medios estén en mi poder, en cualquiera des­gracia que sufran. Juro igualmente no desafiar a ninguno de ellos; no admitir a este grado sino a hombres de honor, de virtud, de valor y talento. Y si alguno falla a este juramento parcial o totalmente, juro acusarle como a un vil trai­dor e infame ante todos los Cuerpos Masónicos constitui­dos, para que le cierren sus puertas, y su nombre y su me­moria sean maldecidos y execrados del universo eterno. Que el G.·. A.·. D.·. U.·. me proteja.

Así sea.

El Gran Secretario presenta las credenciales al Muy Equitativo Maestro, quien dice:

M.·. Eq.·. M.·. — Tomad, Zorobabel, las credenciales y partid con Seraíah, Bilsham, Mispar y Cordecar a Babilo­nia. Ved a Darío y convencedle de que por grandes que hayan sido nuestras precauciones y esfuerzos en defensa de Jerusalem, y el valor de nuestros hermanos en los sangrien­tos combates que sostenemos, los samaritanos nos abruman con su número, asolan nuestras mieses, y apenas levanta­mos una torre o redificamos un muro, los destruyen. En fin, que en vez de abonarnos el tributo convenido, nos lo imponen y nos amenazan de esclavizarnos. Partid Valerosos Príncipes; y vos, Zorobabel, salvadnos de nuevo.

Le entrega el pliego, y el Gran Maestro de Ceremonias sale con los cinco hermanos. Después pasan los miembros a la otra Cámara y así que todos ocupan sus puestos respectivos, avisa al Gran Maestro de Ceremo­nias para que presente a los aspirantes.

CAMARA DE ORIENTE O ROJA

El Gran Maestro de Ceremonias entra con los cinco hermanos sin hacerse anunciar y frente a Oriente saluda con ellos como Masón Libre. Así que el Poderoso So­berano contesta el signo, dice:

Gr.·. M.·. de Cer.·. — Poderoso Soberano: el Pueblo de

Israel  te desea Salud, Alegría y Prosperidad, y te presenta su Embajada. Tu Sátrapa de Persia, Zorobabel, trae las credenciales.

Pod.·. Sob.·. — Acercaos, Zorobabel, y leed.

Este despliega el pergamino y lee.

Zorob.·. — “Poderoso Soberano: los samaritanos, a quie­nes el gran Ciro libertó, comprometiéndolos a pagar el tribu­to que nos abonaban antes de la conquista para sostener el Templo, no sólo se niegan a ello, sino que desde su muer­te talan nuestros campos, derriban nuestros muros y des­truyen nuestras obras. Unidos a las tribus feroces que viven de la caza y de la guerra, nos abruman con su número, nos saquean y asesinan. Nuestro Pueblo se halla en la mayor consternación, y Jerusalem será un montón de escombros si tu mano poderosa no nos ampara. Acógenos bajo tu protec­ción, para que nos sea dable elevar el templo al G.·. A.·. D.·. U.·. . ¡Dígnate conceder a tus Consejeros de Oriente, Zoroba­bel, Seraiah, Bilsham, Mispar y Mordecar, a quienes libre y unánimemente hemos elegido como nuestros diputados y constituido gobernadores de nuestras Provincias en uso de nuestros derechos, la investidura de PRINCIPES DE JERU­SALEM! Esto sólo bastará para que las hordas salvajes tornen a sus bosques y para que los samaritanos, al ver que entre ti y nosotros media el protectorado del padre y el respeto filial que te guardamos, cumplan sus deberes. Confiamos en que atenderás nuestra solicitud con la benevolencia que te carac­teriza. Fechado en Jerusalem el tercer año de tu reinado”.

Zorobabel le entrega el pergamino.

Pod.·. Sob.·. — Oficiales y Consejeros: ¡acabáis de oír las quejas del Pueblo de Israel y su confianza en nuestra justicia! ¡No se dirá nunca que una nación débil ha implorado nuestra protección contra las que pretenden esclavizarla, y que sus súplicas han sido desoídas!

Gran Canciller, ¿qué es lo que el Gran Ciro dispuso?

El Gran Canciller se levanta, abre el libro de los archivos y dice:

Gr.·. Canc.·. — Poderoso Soberano: el día del cumplimiento del primer año del reinado de vuestro ilustre prede­cesor y de la fundación del Consejo General, se proclamó este decreto:

‘‘Esto manda Ciro, Rey de Persia: ¡que todo el que yazca esclavo en mis dominios se levante libre! Dios me ha dado los reinos del mundo conocido y me ordena alzarle un Templo en Jerusalem, que está en Judea. ¿Quiénes’ de vos­otros sois de su Pueblo? ¡Dios está con vosotros. Acudid, partid a Jerusalem, y edificad el Templo!”

Y más adelante consta que mandó a los samaritanos pagar a los israelitas el mismo tributo que les abonaban de ¡a conquista, para que el nuevo Templo fuera tan grandioso como el destruido.

Pod.·. Sob.·. — ¿Cuál es vuestra opinión, Oficiales y Consejeros?

Todos. — Que se conceda a la Judea lo que pide.

Pod.·. Sob.·. — ¡Escribid el decreto, Gran Ministro del Despacho, y entregadle al Gran Canciller para que lo selle!

Aquél lo ejecuta, y luego lo da al Gran Maestro de Ceremonias, quien lo entrega al Gran Canciller: este lo sella, se levanta y lee:

Gr.·. Canc.·. — ‘‘Nos Darío, Rey de Reyes, Soberano y

Señor de Señores: queremos a ejemplo de nuestro poderoso antecesor el Rey Ciro, acoger y proteger con toda nuestra autoridad al Pueblo de Judea, defendiéndole de los samaritanos y de todos los que ataquen a Jerusalem. Y mandamos que aquellos les paguen el tributo convenido y reconozcan la autoridad de la PENTARQUIA HEBREA DE LOS PRINCIPES DE JERUSALEM, Zorobabel, Seraiah, Bilsham, Mispar y Mordecar, a quienes constituimos nuestros: Representantes para que sean obedecidos como Nos.”

“Dado en nuestra corte de Babilonia el cuarto día del cuarto mes, año 3534, y autorizado con nuestro sello, el ter­cer año de nuestro reinado”.

El Gran Maestro de Ceremonias da el pliego a Darío, y éste a Zorobabel.

Pod.·. Sob.·. — Jorobabel, Seraiah, Bilsham, Mispar y Mordecar: Vuestro mérito superior, no sólo nos ha hecho en todo mis iguales, sino que os ha elevado sobre mí. Sois PRINCIPES DE JERUSALEM por la elección de vuestra pa­tria y proclamación general, mientras yo lo deba únicamente al azar de mi nacimiento. Así, no puedo honraros, sino cumplir un deber al constituir la PENTARQUIA HEBREA, para que seáis las cinco estrellas que iluminen nuestro Oriente, dándoos las investiduras de PRINCIPES DE JERUSALEM. ¡Acercaos para hacerlo!

¡En pie y al Orden Oficiales y Consejeros!

Todos se levantan; se forma la bóveda de acero, así que el Gran Maestro de Ceremonias los aproxima, el Po­deroso Soberano alza el cetro sobre la cabeza de los can­didatos y dice:

Pod.·. Sob.·. — A la G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·. bajo los auspicios de los SOBERANOS GRANDES INSPECTORES GENERALES trigésimo tercio y último grado del RITO ESCO­CES ANTIGUO ACEPTADO, reunidos en SUPREMO CONSEJO para… y en virtud de la autoridad con que me ha delegado el SOBERANO CAPITULO ROSA CRUZ… N°… os creo, nombro y constituyo PRINCIPES DE JERUSALEM y miembros de su GRAN CONSEJO, a vosotros. . .

Les toca sucesivamente la frente con el cetro.

Pod.·. Sob.·. — ¡Oficiales y Consejeros, consagrémoslos

Todos lo ejecutan con la palabra HOSCHEA tres veces repetidas.

Pod.·. Sob.·. — ¡Sentaos, Oficiales y Consejeros!

Todos se sientan, menos el Gran Maestro de Ceremonias y los graduandos.

Pod.·. Sob.·. — ¡Mi Gran Maestro de Ceremonias, conducidlos a! Primer General para que los instruya!

Se ejecuta como se ordena.

Pr.·. Gen.·. — Este grado tiene un signo de saludo y otro de respuesta. El primero es presentarse con la mano izquierda en la cadera y los pies en escuadría, en son de des­afío. El segundo, extender el brazo derecho a la altura del hombro con arrogancia, formando escuadra el talón de aquel pie con el del izquierdo, como para comenzar el combate.

EL TOQUE es darse la mano derecha abrazando con el pulgar las coyunturas de todos los dedos y dando con él cinco golpes sobre la del meñique, en Recuerdo de los cinco primeros Príncipes de Jerusalem, mientras se aproxima en línea y se tocan las puntas de los pies derechos y luego las rodillas, figurando la rectitud y el triángulo de la fuerza y el orden, terminando con tomarse la espalda con los dedos de la mano izquierda separados.

LA BATERIA consta de siete golpes por uno y seis.[1]

LA EDAD, treinta y un años.[2]

LA PALABRA DE PASE es. . . y la respuesta …[3]

El Primer General los deja entre los Valles, se sienta y dice:

Pr.·. Gen.·.  — Poderoso Soberano: los Príncipes de Jeru­salem están bien instruidos.

Pod.·. Sob.·. — Valeroso Gran Maestro de Ceremonias, proclamad la PENTARQUIA HEBREA.

Gr.·. M.·. de Cer.·. — “¡Oíd! ¡Oíd! ¡Esto manda Darío, rey de Babilonia! Ha constituido una Pentarquía hebrea, para que usando de todo el poder de Dios, levante el Nuevo Templo de Jerusalem y se le obedezca como a él mismo”.

Pod.·. Sob.·. — Generales: ceded vuestras plazas, así co­mo mi Gran Ministro de Hacienda y mi Gran Ministro del Despacho. Seraiah, Bilsham, Mispar y Mordecar ocuparán vuestros puestos.

Cada uno de aquellos, cede su plaza y llevan a Zorobabel a Oriente.

Pod.·. Sob.·. — Zorobabel: primero entre vuestros iguales, como lo indica el mazo que lleváis en la derecha, ocupad el trono como mi representante; y lo mismo haréis en toda Lo­gia o Cámara Capitular en que no haya un Jefe que os supere en grado, retirándoos de ella al instante y sin tomar asiento si el que la dirige olvida su deber de ofreceros la presidencia.

¡Que Dios os guarde!

Se levanta, hace ocupar el trono a Zorobabel, y sale con los Generales, el Gran Secretario y Tesorero. Los presentes se levantan y dicen:

Todos. — ¡Viva el Gran Darío, digno sucesor de Ciro!

Zorobabel ofrece la palabra al Gran Orador quien pronuncia su columna grabada. Se le dan las gracias y se ofrece de nuevo aquella por el bien de la Orden en general y el Gran Consejo en particular. Después se aplaude a los Visitantes y se circula la caja de asis­tencia.

CLAUSURA DEL GRAN CONSEJO

Zorobabel da un golpe con el mazo y dice:

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Sois Príncipe de Jerusalem, Muy Vale­roso Príncipe Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Conozco el camino de Babilonia.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Y qué habéis aprendido en vuestro via­je Muy Valeroso Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — A respetar la LIBERTAD de las naciones.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿A qué hora se cierran los trabajos de los Valerosos Príncipes de Jerusalem, Muy Valeroso Hermano Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — A medio día, Muy Equitativo Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Para qué, Muy Valeroso Príncipe Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Para proclamar muy alto a la faz del Orbe, y con todo el valor que nos distingue, sus doctrinas.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Qué nos resta por hacer, Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Esparcirnos en todas direcciones para propagar y sostener nuestros principios.

M.·. Eq.·. M.·. — ¿Qué hora es, Muy Valeroso hermano Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Medio día en punto, Muy Equitativo Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — ¡Qué edad tenéis, Muy Valeroso Príncipe Primer Gran Vigilante?

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Treinta y un años, Muy Equitativo Maestro.

M.·. Eq.·. M.·. — Pues servíos anunciar que voy a cerrar los trabajos.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. — Muy Valeroso hermano Segundo Gran Vigilante y Valerosos Príncipes que decoráis mi Valle, servíos atender a la clausura de los trabajos.

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Valerosos Príncipes que decoráis mi Valle, el Muy Equitativo Maestro va a cerrar los trabajos. Anunciado, Muy Valeroso hermano Primer Gran Vigilante.

Da otro golpe.

Pr.·. Gr.·. Vig.·. Anunciado, Muy Equitativo Maestro,

Da otro y dice el

M.·. Eq.·. M.·. — En pie y al orden, Valerosos hermanos.

Todos lo ejecutan.

A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo; bajo los auspicios de los Soberanos Grandes Inspectores Generales, Trigésimo tercio y último grado del Rito Escocés, Antiguo y Acep­tado, y reunidos en Supremo Consejo para. . . y en virtud de la autoridad que me ha delegado, el Soberano Capítulo Rosa Cruz. . . . . . . declaro cerrados los trabajos del GRAN CONSEJO DE PRINCIPES DE JERUSALEM. A mí, Valerosos Príncipes.

Signo y batería con HOSCHEA repetido tres veces.

M.·. Eq.·. M.·. — id en paz, hermanes; pero antes, jurad guardar silencio acerca de toda lo ocurrido en la sesión. ¿Lo juráis?

Extienden su mano derecha y dicen:

Todos. — Lo juro.

Y se retiran en silencio.

ENSEÑANZAS COMPENDIADAS DE LOS GRADOS I AL XVI

GRADO I.—Generación y no creación. Virilidad como causa de la generación.

Los trabajos tienen por objeto sembrar la duda filosófica en el espíritu del iniciado, haciéndole tocar con el dedo la esclavitud en que ha vivido, despertando en su corazón el sentimiento de la propia dignidad e impulsándolo al estudio de la verdad, libre de preocupaciones.

GRADO II.—Generación, no creación. Dulzura como medio de la generación.

Los trabajos tienen por objeto hacer que el iniciado conozca bien las facultades intelectuales y morales de que está dotado y los medios mejores y más adecuados para utilizarlos debidamente, tanto desde el punto de vista intelectual, cuanto desde el punto de vista clásico.

GRADO III.—La vida y la muerte como principio y fin de cuanto existe, como producto de la generación.

Los trabajos tienen por objeto demostrar al candidato por el estu­dio de la vida y de la muerte, que la inteligencia sola constituye y distingue al hombre y que para conservarle toda su integridad se deben resistir siempre, en todas circunstancias y con todas las fuerzas, los ataques mortales de los enemigos de todo progreso; la ignorancia, la hipocresía y la ambición.

Los trabajos tienen por objeto demostrar que nuestra concien­cia es nuestro verdadero Juez, siempre equitativo e interno; que ella sola, convenientemente ilustrada, es suficiente para hacernos conocer las nociones de lo bueno y lo justo, independientemente de toda revelación; y que la educación profana, falseada por las preocupaciones, es capaz de obscurecer los instintos sociales que llamamos honor, virtud y justicia.

GRADO V.—Eternidad, no temporalidad de la existencia de la humanidad.

Los trabajos tienen por objeto demostrar que el hombre, ser finito, no podría arrancar a la Naturaleza sus más ocultos secretos ni crear las ciencias y las artes si su inteligencia no fuese una emanación directa de la Causa Primera; y deducir de allí la con­secuencia inmediata de que todos somos libres, todos hermanos, todos iguales y copropietarios de los frutos y productos del mundo entero.

GRADO VI.—Poseer el secreto del mal es vencerlo y evitarlo.

Los trabajos se proponen despertar la curiosidad de los Her­manos sobre el estudio de las miserias sociales y sobre la investi­gación de sus causas reales, y provocar una discusión ilustrada y profunda sobre su remedio más eficaz, cuál es el reinado abso­luto de la libertad, la Igualdad y la Fraternidad entendidas desde el punto de vista filosófico y social que es el masónico.

GRADO VII.—No hay más derecho que el derecho natural.

Los trabajos tienen por objeto poner en claro que el derecho de dictar las leyes y hacerlas efectivas pertenece exclusivamente al Pueblo y que a éste toca discutirlas, ponerlas en vigor y abrogarlas; de manera que se proclama la Soberanía Popular como base de la organización de las sociedades políticas:

GRADO VIII.—La libertad es el único vínculo sólido y legí­timo entre el trabajo y la propiedad.

Los trabajos tienen por objeto el estudio de las bases más só­lidas sobre que debe descansar el edificio de la Asociación humana y precisar bien el sentido que debe darse a las palabras Propiedad, y Trabajo, así como las relaciones que deben mediar entre una y otro.

Los trabajos tienen por objeto investigar los medios prácticos más propios para llegar al mejor modo de elección de los agentes encargados de ejecutar la voluntad del pueblo, la manera más eficaz de limitar convenientemente sus facultades y la de corregir los abusos en que pudieran incurrir.

GRADO X.—Guerra a la inmovilización del capital humano.

Los trabajos se proponen el estudio de las relaciones internacio­nales consideradas desde el triple punto de vista de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que todos los hombres de todas las na­ciones poseen con el mismo título, por derecho personal inalienable; todo para obtener el mayor progreso de la especie humana y la ma­yor suma de bienestar general posible.

GRADO XI.—Venganza cumplida contra todos los traidores.

Los trabajos se proponen caracterizar bien las líneas de demar­cación que separan la familia del municipio, el municipio de la provincia y la provincia de la nación; estudiar los medios más eficaces para armonizar estas diversas autonomías necesarias, y establecer y determinar la sanción indispensable contra los que atentan contra su existencia o su evolución económica tal como se deduce del criterio filosófico y masónico.

GRADO XII— La representación del pueblo.

Los trabajos se proponen el estudio del Tributo e investigan los medios eficaces y prácticos de hacer de él un elemento real de la riqueza pública; y una vez que en los grados anteriores se han asentado sobre sus verdaderas bases las nociones del Capital, de la propiedad y del trabajo, se procura en este grado sentar sólida­mente la noción y arreglo del Tributo, como complementaria de aquellas nociones y como un auxiliar poderoso y eficaz de ellas.

GRADO XIII.—Deísmo antimasónico.

Los trabajos tienen por objeto el perfeccionamiento de la ins­trucción del pueblo por el examen profundo de las nociones que tenemos sobre la Causa Primera, de su origen y de su modo de ser en nuestro espíritu; y también de la modificación de la enseñanza idealista para hacerla compatible con las exigencias de la Justicia universal e inmutable, y con las necesidades ingentes de la civi­lización y del progreso creciente de la especie humana.

Los trabajos tienden a hacer proclamar y reconocer en todas partes el derecho inalienable de la libertad absoluta de la conciencia y del pensamiento, que todos los hombres poseen de derecho por su propia naturaleza y deben poseer de hecho, sin excepción nin­guna; y se proponen la reivindicación más amplia y más formal de este precioso derecho por los medios que se creen más eficaces.

GRADO XV.—Lucha incesante para obtener el triunfo del progreso por la razón.

Los trabajos tienen por objeto precisar bien claramente que, siendo el hombre libre por su derecho natural y propio, la libertad personal no puede ser restringida por la ley, sino cuando la ley es realmente la armonía entre los derechos del hombre aislado y los deberes del hombre en sociedad; y que la infracción de este principio engendra un conflicto entre los derechos, los deberes y los intereses de los hombres, y hace imposibles el progreso y el bienestar de las sociedades.

GRADO XVI.—El triunfo de la libertad exige valor y perse­verancia.

Los trabajos ponen en claro que la igualdad humana trae como consecuencia inmediata el respeto a la libertad e independencia de las naciones, consideradas como agrupamientos históricos o territo­riales; y como consecuencia inmediata el respeto a los derechos y a los intereses generales de la’ humanidad, que no deben ser restrin­gidos ni limitados por las fronteras de las naciones, ante las cuales sólo se detienen los intereses puramente-nacionales.