Maestro Secreto

GRADO CUARTO

MAESTRO SECRETO

INSIGNIAS

Todos los Maestros Secretos llevarán “precisamen­te” al entrar al Santuario, un collarín blanco con orilla negra, del que penderá la alhaja que es una llave de marfil con una Z incrustada. Llevarán también un mandil blanco orillado de negro; en el medio se le bordarán o pintarán dos ramas, una de laurel y otra de olivo, formando una corona abierta encerrando la letra Z y la solapa con un ojo al centro.

DIGNIDADES

El Venerable se llama “Sapientísimo Maestro” y representa a Salomón; el Primer Vigilante se denomi­na “Inspector” y se supone que es Adonhiram; el Se­gundo Vigilante se nombra “Introductor” y es Azarías.

El Guarda Templo se titula “Guarda del San­tuario”.

APERTURA DE LOS TRABAJOS

El Sap.·. M.·. da un golpe con el cetro y dice:

Sap.·. M.·. — H.·. Guardia del Santuario, ved si estamos a cubierto.

El G.·. del S.·. hace su reconocimiento y dice:

G.·. del S.·. — Estamos a cubierto, Sap.·. M.·.

Sap.·. M.·. — HH.·. Instr.·. e Intr.·., servíos pe­dir a los HH.·. presentes la Pal.·. de pase.

Ambos cumplen la orden y contestan:

Intr.·. — Los HH.·. de mi Valle son Maestros Se­cretos, H.·. Insp.·.

Insp.·.—Los HH.·. de ambos Valles son del Gra­do, Sap.·. Maest.·.

Sap.·. M.·. — ¿Sois Maestro Secreto, H.·. Adon- hiram?

Insp.·. — He pasado por la Escuadra y el Compás y embalsamado el corazón de Hiram Abif, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Para qué, H.·. Azarías?

Intr.·. — Para que el amor a la Humanidad que le inflamaba sirva de modelo al mío, y me inspire sus virtudes.

Sap.·. M.·. — ¿A qué hora abren los trabajos del Santuario de los Maestros Secretos, H.·. Inspector?

Insp.·. — Cuando la Gran Luz ilumina el Santuario.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, H.·. Introductor?

Intr.·. — El alba aparece en el horizonte, las ti­nieblas se disipan y la Gran Luz penetra en el San­tuario.

Sap.·. M.·. — ¡Pues si ella nos alumbra, comen­cemos los trabajos! En pie y al orden.

Da seis y un golpes con el cetro y dice:

U.·. T.·. 0.·. A.·. A.·. G.·. I.·. en su nombre, por la Confraternidad Universal, bajo los auspicios del Supremo Consejo de GGr.·. IInsp.·. GGrales.·. del 33° y U.·. G.·. para la jurisdicción masónica de los EE.·. UU.·. Mexicanos, y en virtud de los poderes que se me han conferido, declaro abiertos los TTrab.·. de esta Sub.·. Log.·. Cap.·. de Perf.·. (Nombre y N° de Logia), en el Gr.·. 4° Maestro Secreto del R.·. E.·. A.·. y A.·.

A mí Hermanos: 000000 0.

Signo y Pal.·. Sag.·.

Todos contestan con el signo completando el círculo y diciendo la Pal.·. de Pase.

Sap.·. M.·. — Los TTrab.·. del Santuario están abiertos. Sentaos, QQ.·. HH.·.

H.·. Sec.·. servios dar cuenta con la Col.·. Grab.·. de nuestros últimos trabajos.

Se despachan los negocios de familia, dando preferencia a los Balaustres del Sup.·. Consejo, cuya lectura se escucha estando todos de pie.

Preliminares de la Iniciación

Se consulta acerca de los Iniciados, si están cumplidos los trámites y cubierto el Tes.·. se envía por ellos al H.·. Experto con los ayudantes necesarios. Éste los despoja de sus insignias, les pone el mandil sobre los ojos, sosteniendo una Escuadra en la frente y una luz en su mano iz­quierda; y así los hace llamar de Maestro a la puerta del Santuario.

INICIACIÓN

G.·. del Sant.·. — ¡Tocan de Maestro en el Sancta-Sactórum, H.·. Introductor!

Intr.·. — ¡Tocan de Maestro en el Sancta-Sanctórum, H.·. Inspector!

H.·. Insp.·. — Sap.·. Maest.·., a las puertas del Santuario tocan de Maestro.

Sap.·. M.·. — ¡Servíos inquirir quién es el que toca, H.·. Adonhiram!

Insp.·. — ¡Preguntad quién toca, H.·. Azarías!

Intr.·. — ¡Ved quién toca, H.·. Guarda del San­tuario!

Entreabre y pregunta sin volver a cerrar.

G.·. del Sant.·. — ¿Quién toca?

Exp.·. — Es el M.·. Exp.·. con viajeros que cono­cen la Acacia y que se perdieron porque la buscaron con la Escuadra, olvidando el Compás.

G.·. del Sant.·. — ¡H.·. Azarías, es nuestro Exp.·. con viajeros que conocen la Acacia y que se perdieron porque la buscaron con la Escuadra, olvidando el Compás.

Intr.·. — H.·. Adonhiram, es nuestro Exp.·. con viajeros que conocen la Acacia y que se perdieron porque la buscaron con la Escuadra, olvidando el Compás.

Insp.·. — Es nuestro Exp.·. con viajeros que cono­cen la Acacia, y que se perdieron porque la buscaron con la Escuadra, olvidando el Compás.

Sap.·. M.·. — Decid, H.·. Exp.·. ¿Esos Maestros nos dan garantía de su buena fe y confiesan su igno­rancia?

Exp.·. — Como astros lanzados fuera de sus órbitas y deslumbrados por el esplendor de sus propios rayos, no ven por dónde van, corren al acaso perdidos en las regiones del infinito, y claman por un guía que los salve de situación tan lastimosa.

Sap.·. M.·. — ¡Que entren!

El Guarda acaba de abrir la puerta y el Intro­ductor se levanta y con el M.·. de C.·. y el Ex­perto, conduce a los graduantes al Inspector. El Inspector baja del trono, les hace ejecutar una marcha de Ap.·., dos de Comp.·. y tres de M.·. comenzando estas dos marchas con el pie dere­cho, tanto las de C.·. como las de M.·. con los que llegan a la entrada del Or.·.

Sap.·. M.·. — ¡Pedís un guía HH.·., que os saque de las dudas que confunden vuestra razón extraviada! ¡Nosotros también le buscamos, y vivimos en la desola­ción, porque desde la muerte de nuestro respetable Maestro Hiram, no tenemos quién nos dirija! ¡Perdida la Verdad, el Error nos extravía, y la falsa luz del sofisma nos engaña! ¡Nuestros trofeos de luto, nuestros mazos de duelo, son la expresión del estado de nues­tra alma! ¡Todos los trabajos están suspensos, y Adonhiram, vuestro jefe, guarda las herramientas en las Columnas, esperando se presente el más apto para di­rigir las obras! ¿Queréis someteros a las pruebas ne­cesarias y ver si sois dignos de suceder a Hiram?

Grad.·. — Sí queremos.

Sap.·. M.·. — ¡Aproximaos, y vosotros, Hermanos, asistid al solemne juramento!

Todos se levantan; el M.·. de C.·. y el Exp.·. forman la bóveda de acero, los graduantes ponen su mano derecha sobre el triángulo del trono y les dice el

Sap.·. M.·. — ¡Repetid conmigo!:

JURAMENTO

“Yo… juro por mi palabra de honor y de Maestro Masón, respetar los derechos de los otros, cumplir mis deberes, estudiarme a mí mismo para corregir mis defectos, disimular los de mis Herma­nos, aconsejarlos para que se reformen, ejercitar mi Razón en destruir los sofismas que extravían la Inteligencia, y buscar en la brújula que nos guía, mientras esa facultad se desarrolla, los principios de la moral.” ¡Que el G.·. A.·. me ayude!

El Sapientísimo Maestro da seis y un golpes; el Maestro de Ceremonias recoge sucesivamente las luces y luego las Escuadras y mandiles, excepto los del que ha de entrar en el mausoleo; pues a éste se lo hace el Jefe, según ya hablando y a su tiempo le ciñe la corona que está en el trono.

Sap.·. M.·. — En uso de los poderes que se me han otorgado, os quito esta Escuadra (lo hace), símbolo de la Tierra y del Instinto Social para que, estudiando su origen y aplicaciones a los usos de la vida, le fecun­déis con vuestra Razón: os saco de la oscuridad en que habéis estado hasta ahora, y os doy la Gran Luz (recoge el mandil), para que os eleve a la base fundamental del deber y del derecho, meditando el sentido de ese cuadro resplandeciente (señalando el que está bajo el dosel). El círculo, representa el Universo; las tres letras escritas, forman uno de los nombres que daba el pueblo hebreo a su Creador, I. O. D. “CAUSA PRIMERA”, el triángulo marca, en sus tres lados sucesivamente, lo que debéis a Él, a vosotros mismos y a vuestros semejantes, objeto de nuestros es­tudios, como debisteis comprender al contestar a las preguntas que se os hicieron al iniciaros Aprendiz; la Estrella Flameante es la Razón que nos eleva sobre todo lo creado y nos da a conocer el porqué de las cosas; y el ojo que brilla en su centro, es el emblema del Maestro que buscáis. Os ciño esta corona de laurel y de olivo (se la pone en la cabeza), por la gloria que os cabe al emprender vuestro viaje, y la Ciencia que os dirige para conseguirlo, y os entrego esta llave para que penetréis en el Santuario. (Se la cuelga al ruello) ¡Id con los Maestros, a recoger las cenizas de Hiram, y a embalsamar su corazón, para que imitéis sus virtudes y os hagáis dignos    de sucederle!

Le colocan dentro del sepulcro, y si son varios, los sentarán detrás, para que oigan lo que va a decirse. Así que todos están en sus puestos. Dice el

Sap.·. M.·. — ¿Dónde está Hermano Intr.·. el Maestro que buscaba un guía que le dirigiera en el ca­mino de la Verdad?

Intr.·. — Sap.·. M.·. está en un sepulcro, para que la naturaleza que ha impresionado sus sentido, se refleja en las profundidades de su pensamiento, y al hallar allí una urna de oro para las cenizas de Hiram, y al embalsamar           aquel corazón que ardía en amor a sus semejantes, y le inspiró el sacrificio de su vida antes que faltar a sus deberes, medite y comprenda que el Instinto Social dado al hombre y a no pocos animales, es el conservador del individuo y de la especie; pero que sólo en el primero puede desarrollarse por la razón, de la que los otros están privados, y elevarse al conocimiento abstracto de la Justicia o de las leyes del deber y del derecho. Extraviado hasta aquí por sofismas, vagaba sin brújula: no sabía lo que debía negar o creer, imaginaba que sólo el interés material nos dirigía, e iba a precipitarse en el materialismo. Mas al preguntarse ahora, cuál es el origen del home­naje que rendimos a los padres de la civilización hu­mana y por qué hay actos que todos abominan y hechos que el Universo ensalza, le responderá su Razón que si aquel conocimiento es intuitivo, y ésta le fue dada para definirle y comprender la Verdad  — lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto — no son creaciones sociales, como las “propiedades” del triángulo no son hechuras de nuestra fantasía sino el secreto de Dios; secreto que podemos descubrir en el mundo moral, y formularle para constituir la sociedad humana, y go­bernarla con una Legislación de principios ciertos, de la misma manera que hemos hallado el mundo físico en aquellas “propiedades” que nos sirven para fundar la Arquitectura: la Astronomía, la Náutica, etc.; en bases indestructibles. Disipadas las nubes que confun­dían la mente al entrar en el obelisco, su corazón renacerá a la esperanza; sentirá que la Justicia es tan real como el pensamiento; que si Dios le formó de un cuerpo material lleno de necesidades y combatido por pasiones, también le dio la “Conciencia” para que fecundada por la Razón, viese en ella al Maestro Secreto que las regula, y a la que debe el poder moral que le sublima.

Sap.·. M.·. — ¿Pues no había ya estudiado la naturaleza en los Grados anteriores, y comprendido sus misterios?

Intr.·. — La Creación había hablado ciertamente a la Inteligencia; pero el mundo físico no da a compren­der el mundo moral; éste sólo se comprende some­tiendo las percepciones a la consulta del “MAESTRO SECRETO”.

Sap.·. M.·. — Si él nos revela los principios de la Justicia y dirige a la Inteligencia extraviada por el sofisma; la “CONCIENCIA” es el guía que buscába­mos. ¡No vaciléis más! Abrid el sepulcro de nuestro Respetable Hiram, y si, como decís, allí se halla el Maestro que dudaba de la realidad de la Virtud, de la Justicia y del Progreso, porque tenía ojos y no veía, tenía oídos y no oía; haced que nos traiga la urna de sus cenizas con su corazón embalsamado para que se inspire con su ejemplo, arda en las llamas del Amor Social que le rodea, destruya el error con la Razón y sea digno de tributar los últimos honores a aquel Gran Maestro, y de remplazarle entre nosotros! Id y sen­tadle en Occidente junto a Adonhiram.

El Instructor se levanta, saca al que está en el sepulcro, le hace traer la urna cubierta con un velo, y le sienta en Occidente con los otros; des­pués de lo cual, la coloca sobre el trono de Adon­hiram. Así que todos están en su puesto, dice el

Sap.·. M.·. — HH.·., el Grado de Maestro Secreto continúa la alegoría de la leyenda de Hiram, y en sus nuevos símbolos los estudios más sublimes de la fi­losofía, estudios indispensables al conocimiento de nuestra propia naturaleza. En la última iniciación penetrasteis los secretos de la Materia; visteis que la apa­rente destrucción de la materia que constituye nuestro cuerpo, no arrastraba la del pensamiento, antes por el contrario, renacía con mayor vigor, porque la verdad nunca muere; así se dice que el velo que cubría los misterios del Templo, se rasgó al lanzar el Nazarita su último suspiro; y que de los miembros palpitantes de los mártires de la civilización humana, se alza el espíritu de Redención que debe salvarnos. Sabéis lo que es la Inteligencia; hoy vais a conocer el regulador social. Buscabais un guía que os ilustre, y habéis entrado en el sepulcro de Hiram para recoger sus restos, embalsamar su corazón y conservar religiosa­mente sus cenizas. ¿Quién os ha excitado a rendir tan piadoso homenaje a su memoria? EL SENTIMIENTO DE LA VENERACION, de la gratitud al Gran Maes­tro de la Verdad. Ese sentimiento indica que hay en nosotros algo que nos obliga a respetar a los grandes hombres durante su vida, y a tenerlos presentes para imitarlos después de su muerte; que dirige todos nues­tros actos, y nos fuerza a dar a cada uno lo que le per­tenece. Visitad los sepulcros de los beneméritos de la Humanidad, y sentiréis que circunda el reflejo de lo infinito, y en el aire que se agita, en torno de sus tumbas silenciosas, percibiréis una armonía que, a pesar vuestro, os fascina y quisierais excederlos. Esta intuición del deber que dirige los actos sublimes que a todos arrebatan, guio al hombre de una manera indefinida en los primeros tiempos, por lo cual hechos de barbarie se veían al lado de los de la abnegación más bella. De un modo viciosamente explicado, cuan­do la inteligencia envanecida de su poder deducía juicios prematuros de fugaces impresiones, en nombre de Dios se encendían hogueras y el linaje humano se destruía creyendo salvarse. Pero cuando de un modo claro y demostrable, o por la abstracción, el hombre se estudió a sí mismo y al mundo, distinguió los efec­tos de las causas y los reclamos de la intuición le forzaron a separar el bien del mal, lo cierto de lo falso, y lo justo de lo injusto. Ese “MAESTRO SE­CRETO”, tiene el nombre de “CONCIENCIA HU­MANA”, y su estudio, tan indispensable para que po­damos conocemos a nosotros mismos, y las bases del deber y del derecho, es lo que constituye el misterio del Grado que vamos a profundizar con vuestra ayuda.

 INTERROGATORIO

Sap.·. M.·. — ¿Qué entendéis por Conciencia…?

Si no contesta bien el graduante, se le explicará:

Los MMas.·. damos el nombre de Conciencia a la capacidad intuitiva, sujeta a desarrollo y perfección por medio del raciocinio y la experiencia, de conocer el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar, para la conservación del individuo y de la especie humana. El ser que ocupa el eslabón más evo­lucionado en la gran cadena zoológica, está dotado de facultades especialísimas que lo distinguen del resto. Posee inteligencia, puede reflexionar, analizar el bien y el mal y escoger el primero para su felicidad y progreso, racionalmente comprende su propia existen­cia y su libertad para determinar lo que es bueno y lo que es malo. Las dos grandes facultades, la Con­ciencia y la Inteligencia, deben funcionar en perfecta armonía. La Conciencia indica lo que es bueno, lo que es conveniente; pero en los actos del pensamiento, la Inteligencia, esa palanca poderosa, fuerte, violenta y luminosa como el rayo, al ponerse en ejercicio ayuda a la Conciencia, analiza el sentimiento y facilita y ennoblece la obra.

Estas dos grandes facultades colocan al hombre en aptitud de ser feliz y de ser útil. La Masonería es enemiga de cualquier egoísmo, quiere el bien de todos, la dicha y el progreso general de los hombres. Aquel que pusiere los elementos que la naturaleza le dio, al servicio exclusivo de su YO, es un ser egoísta e impro­ductivo. Conservad en la memoria nuestras máximas: “Perfeccionaos para provecho propio y de vuestros semejantes”. El progreso individual es preciso, en cuanto que es necesario para el adelanto de la Humanidad. Los Masones trabajamos por el bien general de la Humanidad. La Conciencia, fuente del conoci­miento reflexivo, es el mejor y más elocuente auxiliar del hombre, porque le traza el camino por el cual puede llegar a ser útil a sus semejantes, labrando su propia dicha. ¡DESGRACIADOS DE LOS QUE DESOYEN LA VOZ DE LA CONCIENCIA!

Sap.·. M.·. — Decidme, Hermano. ¿Los animales tienen Conciencia?

Se oyen las respuestas y después se dice:

Sap.·. M.·. — Si se admitiera que la Conciencia es el instinto propio de la conservación del animal que irreflexivamente lo conduce a lo bueno, a lo que le conviene, y lo aleja de lo malo, de lo que le daña, sería evidente que los animales tienen Conciencia; pero si ésta se define como una facultad inherente al hombre, al ser racional, para normar sus ideas y sus actos, entonces es forzoso concluir por qué los animales des provistos de Inteligencia, carentes de ideas, no pueden tener Conciencia. Están divididas las opiniones en lo que respecta a la inteligencia de los animales; pero suponiendo que la tuviesen, es inconcuso que en ellos la facultad de pensar es rudimentaria, y que rudimentaria sería también su conciencia, difiriendo en alto grado de la del hombre.

Sap.·. M.·. — ¿Qué diferencia hay entre Instinto e Inteligencia?

Se oye la respuesta y después se dice:

Sap.·. M.·. — Instinto es fuerza irreflexiva: fun­ciona por sí propia, y conduce siempre al mismo objeto y fin. La Inteligencia, es la acción combinada de las ideas del hombre, fuerza reflexiva, que determina el albedrío. Decidme, Hermano, ¿el albedrío es propia­mente el signo de la animalidad? ¿Los animales tienen albedrío?

Oída la respuesta se agrega:

El albedrío nace de la inteligente combinación de ideas, como la luz nace de la combinación de los siete colores primitivos. En consecuencia, donde no existe Inteligencia no puede haber albedrío. El hom­bre se distingue de los demás seres, cuyos impulsos son sólo instintivos por la facultad de controlar esos ins­tintos y su libertad de actuar de acuerdo con los im­pulsos exteriores o interiores y aun suprimirlos cuando la razón y la inteligencia se lo aconsejen.

Hay además, una diferencia radical: el hombre dotado de inteligencia, de libre voluntad y de con­ciencia, sabe lo que es Justicia y aspira a alcanzarla; los demás animales están colocados dentro de un círculo que la naturaleza les ha impuesto, y del cual no pueden prescindir.

¿Qué entendéis por Justicia?

Oída la respuesta se agrega:

Sap.·. M.·. — Justicia es la voluntad de vivir honestamente, no dañar a otro, y procurar el equilibrio entre el derecho propio y el ajeno. No podemos vivir aislados, hemos nacido para la sociedad y para ser útiles a nuestros semejantes y a nosotros mismos y debemos procurar ser justos. En la investigación ardua de lo bueno y de lo malo, de lo útil y de lo dañoso, de lo que nos iguala y nos humaniza, la Conciencia desempeña un importante papel; nos sirve de guía, indica el camino que nuestra Inteligencia examina y que la voluntad escoge. La tendencia final de los Masones es la Justicia, aspiración tan ardua como noble, y sin la cual no puede llegarse a la fraternidad. Los hombres para ser hermanos necesitan ser iguales, y para al­canzar la igualdad precisa que sean justos.

Ya veis, querido Hermano, cuán compleja es la fi­losofía del Grado 4°. Principia por el estudio de la Conciencia humana y nos conduce a través de compli­cados problemas filosóficos al establecimiento de la Justicia. Tenéis que estudiar las facultades del hombre aisladamente y su modo de ser en la familia y en la sociedad.

Acabado el interrogatorio, da un golpe de cetro y dice el

Sap.·. M.·. — Tales son, Hermanos, los estudios del Cuarto Grado del Rito Escocés Antiguo y Acepta­do. Todo lo que veis es alegórico. La Logia es la de los Siete Príncipes de Israel, que tratan de conocer el móvil de las acciones humanas y hacer que reine la Justicia en sus acuerdos después de la muerte de Hiram, y antes que se prendiera a los asesinos. Recor­daréis que nueve compañeros fueron enviados en busca del cadáver. Adonhiram, que dirigió los trabajos hasta la llegada del maestro a Jerusalén, y que volvió a la Superintendencia a su fallecimiento, es nuestro Ins­pector; Azarías, hijo de Nathán y jefe de aquellos Príncipes, es nuestro Introductor, y hoy rige los Talle­res del Monte Líbano; y los siete Príncipes, Jehoshaphat, Zadoc, su hijo Azariah, Elihoresphs, Aliah, Bernaiah, y Abiathar, son los otros dignatarios. Ellos le trajeron y enterraron con gran pompa en el atrio del Templo, cuidando de conservar intactas las manchas de sangre para que sirvieran de pruebas del crimen, según recomendó Salomón, a quien represento. Embalsamaron su corazón, y como el primero de los siete Príncipes subió a Jefe de todos, resultó una vacante que se concedió a Jeroboam, luego Rey de Israel, porque éste les ayudó en su último trabajo. Vosotros ocupáis la plaza de él y cuanto os ha sucedido es lo que la leyenda le atribuye; porque equivale a las pruebas de la expiación a que se sometía el candidato en las catacumbas cristianas; y os he envia­do a Occidente junto a Adonhiram, o “el que se elevó al Señor”, otro de los nombres de Dios entre los Israe­litas, porque si no creéis en él, jamás comprenderéis la Conciencia, ni la Justicia de la responsabilidad de las acciones. El altar que se alza en el centro de la Logia es un emblema; nadie puede llegar a él, pues es un asilo en que sólo el que lo creó, como un verdadero Señor, tiene entrada; por eso hay sobre él un triángulo de oro, símbolo de Dios entre los hebreos. La Inteli­gencia que defiende la Conciencia del funesto influjo de las preocupaciones, de la superstición y del fana­tismo, y formula vuestros deberes y derechos, es el círculo que lo rodea. Volved ahora vuestra vista al “Santuario”; culmina en él esa Arca (señala a la que está a su derecha frente al Orador) es la de la Alianza entre Dios y el hombre, y como tal, otro mito más expresivo y más sublime de la Conciencia, porque la caracteriza de intermediaria entre el Creador y la criatura. Por esa causa se coloca en el Sancta-Sanctórum, lugar sagrado y recóndito del Templo. Para que no cupiese la menor duda de su significado, Moisés puso dos querubines, que se miran recíprocamente arriba de ella, o dos imágenes del Espíritu intelectual y del intuitivo, de la razón reflejada en el espejo del Sentimiento, y de la Intuición en el de la Inteligencia; y colocó al frente un candelabro de siete luces (señala el que debe estar encendido junto al Orador y frente al Arca) porque solas no pueden luchar contra los instintos y las pasiones. ¡Iluminadlas con las ciencias que como Maestros conocéis! ¡La Gramática, la Re­tórica, la Lógica, la Aritmética, la Geometría, la Mú­sica y la Astronomía, que se representan en esas siete antorchas emblemas de los siete planetas, cuya luz material sirve a los ojos del cuerpo, como las de aque­llas ciencias a las de la Razón para guiar al Sentimiento! — El mandil blanco ribeteado de negro, es mítico del bien y del mal, de la lucha entre la verdad y el error, la luz y las tinieblas. Una rama de laurel y otra de olivo forman la corona abierta en que se inscribe una Z, monograma de Zerbal, o el “MAES­TRO SECRETO” que ahí resplandece victorioso. El laurel consagrado a Apolo, Dios de la Luz, u Osiris (Osh iri, Sol deificado), se tomó por el signo de su triunfo sobre las tinieblas, y lo es del que obtenemos sobre nosotros mismos con el auxilio de la sabiduría, figurada por el olivo que se consagró a Minerva. El ojo, jeroglífico del Sol entre los egipcios, y que en la solapa azul del mandil brilla como aquél en el firmamento, lo es también de la Conciencia humana que vigila nuestros actos, y centinela incorruptible, despierta el remordimiento para que destroce el co­razón del que la ofende.

Lapso de silencio, durante el cual tocará la música algo solemne y grave. Al acabar se da un golpe y dice el:

Insp.·. — ¡Conforme a vuestras órdenes, Sapientí­simo Maestro, Jeroboam ha embalsamado el corazón de Hiram y le ha puesto con sus cenizas en una urna del oro más puro!

El Sapientísimo Maestro da un golpe con el cetro y dice:

Sap.·. M.·. — El que amó la Verdad sobre todas las cosas; el que la proclamó y murió antes que prostituirse, es igual a los reyes de la Tierra, por humilde que haya sido su nacimiento. ¡Que sus restos se colo­quen en el Santo de los Santos! ¡Que sean conducidos por el que los arrancó a la corrupción, y que se tri­buten a Hiram los honores de los monarcas israelitas!

H.·. M.·. de Cer.·., servíos entregar las luces y hacer formar la bóveda de acero.

Éste lo ejecuta entregando las luces a once Hermanos que forman dos hileras, y la bóveda entre los graduantes y el Altar. El M.·. Exp.·. con la espada desenvainada, se coloca delante de aquélla, del lado de la puerta. El Inspector baja de su trono, hace que el graduante descubra la urna y la lleve con el corazón hacia el Altar, y le dice al ejecutarlo:

Insp.·. — Coronado de laurel y olivo vas Hermano, a pasar bajo la Escuadra y el Compás, y a salvar el corazón de Hiram Abif. ¡Toma esta urna, pues eres el más digno de tributarle los últimos honores!

El Inspector se coloca a la derecha del graduante y el Maestro de Ceremonial a su izquierda, y los tres desfilan lentamente bajo la bóveda de acero, mientras la música toca una marcha ade­cuada. Al llegar al Altar, el Experto presenta su espada, la música cesa al momento, y aquél dice a los tres que se adelantan:

Exp.·. — ¡Este es el Santo de los Santos y ninguno puede entrar en él si no abre su puerta, con la llave del Templo de la Razón. ¿Cuál de vosotros la lleva consigo?

Insp.·. — ¡El que ama la Verdad sobre todas las cosas, y que os presenta el corazón de Hiram ilumina­do por las llamas del amor a la Humanidad!

Exp.·. — ¡Que entre, deposite esos restos sagrados, y los adorne con la corona de la Gloria y de la Ciencia para mostrar al mundo que si los asesinos destruye­ron el cuerpo de nuestro Gran Maestro, su memoria vive      y vivirá          eternamente en nuestros corazones!

La música toca solemnemente, mientras el gra­duando coloca la urna en el Altar y pone sobre ella la corona que lleva en la cabeza. La música cesa un momento, y Adonhiram dice:

Insp.·. — ¡Gloria y Paz a nuestro Gran Maestro!

Todos. — ¡Gloria y Paz a nuestro Gran Maestro¡

Insp.·. — ¡Venid ahora, Hermanos, a recibir vues­tra recompensa!

Se encienden las luces del Templo y toca la música victoriosamente. El graduante sale en el mismo orden que antes, seguido de todos los demás, se dirige al Oriente. El Sapientísimo Maestro baja del trono a recibirlos, con la espada en la mano izquierda y el cetro en la derecha, y al llegar a su encuentro la levanta sobre la cabeza de los graduandos. La música cesa y aquél dice:

Sap.·. M.·. — A la G.·., etcétera, os creo, nombro y constituyo Maestro Secreto y miembro activo de los trabajos del Santuario de la Sub.·. Log.·. Cap.·….

Da seis y un golpes con el cetro sobre la espada.

Sap.·. M.·. — ¡Sentaos, Hermanos!

Todos vuelven a sus lugares, menos los neófitos que quedan en Oriente con el Sapientísimo Maes­tro, quien les dice:

Sap.·. M.·. — Hermanos, este Grado tiene signo, tocamiento y palabras especiales. En la puerta de la Logia, daréis seis y un golpes, que es la batería del Grado. Entraréis dando cuatro pasos de la marcha de Maestro, y frente a los tronos, haréis el “SIGNO DE LA DISCRECION”, poniendo el índice y el dedo del medio de la mano derecha, reunidos sobre la boca. Se contesta haciendo lo mismo con los de la mano izquierda.

El “TOCAMIENTO” se da, tomándose recíproca­mente la derecha como Maestro, en seguida se adelanta la mano hasta el codo que se empuña balanceando el brazo siete veces, mientras se aproximan las piernas derechas para tocarse por su interior.

La “EDAD” del Maestro Secreto es de siete años y más, por el tiempo transcurrido desde la muerte a las exequias de Hiram. No hay instrumentos porque el Maestro Secreto no necesita de símbolos materiales; pero usaréis un collarín blanco con orilla negra del que penderá la alhaja, que es una llave de marfil con una Z negra incrustada, y este mandil en el que hay un ojo símbolo de la Conciencia que vigila nuestros actos. (Se los pone.)

La “PALABRA DE PASE” es “AZIZ” (resplan­deciente) nombre del hijo de Jonathán, hijo de Judá, hijo de Onán. De esta palabra los rabinos sacaron su famoso pájaro (Ziz) que cuando abría las alas ocul­taba a la Tierra los rayos del Sol. Así explicaban los eclipses.

La “PALABRA SAGRADA” es “DOI” (Principium).

Os he dicho que la batería de este Grado consta de seis y un golpe, porque todo lo que se hace entre nosotros, expresa una idea o recuerda un hecho; así la de Aprendiz, conmemora los años de prueba que pre­cedían a la Iniciación; la de Compañero, los de estu­dios, y la de Maestro, el número de Compañeros que fueron en busca de Hiram. Pero de aquí en adelante no indicará el Grado que se trabaja, pues sus ideas son tan grandiosas, que lo único que puede justamente señalar en cada uno, es el espíritu lógico de su ordenamiento; de otra suerte, producirá confusión, lo que es contrario al Progreso. También os dije que vuestra edad es de SIETE AÑOS y MÁS, por el tiem­po transcurrido del asesinato a los funerales de Hiram, porque en los Grados Sublimes de la Logia Simbólica, se calculan las edades por los años de la fábrica del Templo, y si el Maestro tiene SIETE y el Maestro Perfecto OCHO, el Maestro Secreto ha de contar la que asignamos.

Sap.·. M.·. — H.·. M.·. de C.·., conducid a los neófitos a nuestro Inspector para que los examine.

Luego se les manda proclamar, se aplaude la Iniciación, se les da asiento en O.·., el Orador presenta su Columna Grabada, se le agradece y se pasa a la lectura del

INSTRUCTIVO

Sap.·. M.·. — ¿Sois Maestro Secreto, Hermano Inspector?

Insp.·. — Conozco sus dictados.

Sap.·. M.·. — ¿Dónde fuisteis recibido?

Insp. — Bajo el laurel y el olivo.

Sap.·. M.·. — ¿Cómo merecisteis esa gracia?

Insp.·. — Imitando a Hiram, nuestro Gran Maestro, cuyo corazón embalsamé.

Sap.·. M.·. — ¿Quién os inició?

Insp.·. — El mismo Salomón y Adonhiram, Inspector de las obras.

Sap.·. M.·. — ¿Cómo lo conseguisteis?

Insp.·. — Fecundando con la Razón el instinto social que me dio la naturaleza.

Sap.·. M.·. — ¿Y quién es el Maestro Secreto?

Insp.·. — El que nos enseña a distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto, y nos inspira el sentimiento de lo bello y el deseo de poseer todas las perfeccio­nes. Es la Conciencia humana.

Sap.·. M.·. — ¿No es la Justicia un término convencional?

Insp.·. — La Justicia, Sapientísimo Maestro, es la ley Divina, y la menor injuria que le hagamos acarrea nuestra desgracia o la de otros, o nos precipita en el camino de la destrucción, porque todo mal trae males. Así cuando una ley se promulga contra la justicia, no es verdadera ley, sino iniquidad desastrosa; el que la ejecuta es un verdugo y sólo será justo el que se opon­ga a su cumplimiento.

Sap.·. M.·. — Si las leyes de la Justicia son Di­vinas y no convencionalismos sociales, ¿qué será el castigo?

Insp.·. — La consecuencia natural, uno de los efectos irremisibles de la culpa, la ley inscrita en el cora­zón humano, que antes del desarrollo de la Inteligencia exigía en su lógica sencilla, ojo por ojo, diente por diente. Todo hecho es irrevocable y eterno en sus resultados: no hay poder que impida lo sucedido; ni la pena, ni el arrepentimiento, ni el olvido del injuriado, ni la más completa satisfacción y cambio de conducta harán que el que atacó sin razón nuestra persona, fama, propiedad legítima y bienestar, deje de haber delin­quido; y habrá perpetuamente un océano entre el que hizo mal, y el que siempre ha hecho bien. Y si el arrepentimiento, como cualquier otro acto, lleva en sí su propio fruto, también purifica el corazón y me­jora el porvenir, porque ninguna acción por infame que sea imposibilita a proceder con rectitud en lo fu­turo; la injuria queda grabada en los anales de lo pasado, y reverbera en la eternidad del tiempo. El criminal vive, aunque le pese, encadenado al testimo­nio de su crimen, y si los demás le ignoran o le ol­vidan, su conciencia infatigable se lo recuerda.

Sap.·. M.·. — ¿Qué será, pues, la Conciencia hu­mana?

Insp.·. — La base fundamental de la asociación, el vínculo que une al Creador con la criatura, el censor perenne en nuestros actos, el Maestro que os guía en el peligroso camino de la vida y que nos castiga sin piedad destrozándonos el corazón con el remordimiento si desatendemos sus dictados.

Sap.·. M.·. — ¿Qué significa la palabra Sagrada de este Grado?

Insp.·. — Es uno de los nombres que daba al Ha­cedor el pueblo hebreo porque estaba prohibido decir el verdadero.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué Moisés lo prohibió, así como el que se hicieran imágenes de la Divinidad, bajo pena de muerte?

Insp.·. — Porque al presentarla de esa suerte, ex­pone al pueblo a los peligros de la superstición, y darle un nombre propio es suponer que se conoce su esencia.

El Sapientísimo Maestro da un golpe con el cetro y procede a la

CLAUSURA DE LOS TRABAJOS

Sap.·. M.·. — ¿Qué edad tenéis, Hermano Adon hiram?

Insp.·. — Siete años y más, Sap.·. Maest.·.

Sap.·. M.·. — ¿Por qué esa edad, H.·. Azarías?

Intr.·. — Por el tiempo transcurrió desde la muerte de Hiram a las exequias que acaban de celebrarse.

Sap.·. M.·. — ¿A qué hora se cierra el Santuario, H.·. Insp.·.?

Insp.·. — Cuando la Gran Luz desaparece de la Logia.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, Hermano Intr.·.?

Intr.·. — Las tinieblas invaden el Santuario, Sap.·. Maest.·.

Sap.·. M.·. — ¡Servíos entonces, HH.·. Insp.·. e Intr.·., invitar a los demás para que nos ayuden a cerrarlo por los golpes y signos misteriosos!

Insp.·. — ¡H.·. Intr.·. y HH.·. de mi Valle, en nombre de nuestro Sap.·. M.·., os invito a que nos ayudéis a cerrar el Santuario por los golpes y signos misteriosos!

Intr.·. ¡HH.·. de mi Valle, nuestro Sap.·. M.·. os invita a que nos ayudéis a cerrar el Santuario!

¡Anunciado, H.·. Insp.·.!

Da un golpe.

Insp.·. —¡ Anunciado, Sap.·. M.·.!

Da otro.

Sap.·. M.·. — De pie, QQ.·. HH.·.

Dando seis golpes y un golpe de cetro, dice:

Sap.·. M.·. — ¡El Santuario está cerrado! Pero an­tes de retirarnos, recordemos nuestro juramento:

¿Juráis por vuestra palabra de honor, como Maes­tros Secretos en presencia del G.·. A.·. D.·. U.·. cumplir con vuestros deberes, estudiaros a vosotros mismos para corregir vuestros defectos, disimular los de vuestros Hermanos, aconsejarles para que se refor­men, ejercitar vuestra Razón en destruir los sofismas que extravían la Inteligencia y buscar en la brúju­la que la guía, mientras ésta se desarrolla, los prin­cipios de la moral y de la justicia?

Todos — Sí, juro.

Sap.·. M.·. — Recojo vuestros juramentos y uno los míos. RETIRÉMONOS EN PAZ.