En segundo lugar, la masonería se encaminaba a la práctica de la beneficencia y de la fraternidad interestamental y transnacional, es decir, universal, sin distinción de credos religiosos y políticos, raza o condición social. De esta manera, en la medida en que cultivaba una tolerancia respetuosa con las ideologías políticas y creencias religiosas imperantes en Europa, las logias acabaron por quebrar la sociabilidad oficial practicada en las corporaciones y gremios, o en los estamentos del clero, nobleza y tercer estado. En esta línea, un testimonio del año 1743 definía la masonería como una “especie de academia que admite toda clase de personas, desde el príncipe más excelso, hasta el más vil plebeyo, para estar juntos en reuniones y discurrir con entera libertad de cualquier materia imaginable a excepción de lo que respecta a la religión y a los príncipes”. En efecto, las Constituciones de Anderson de 1723 establecen de manera inequívoca que “la Masonería defiende el derecho de cada persona a tener sus individuales opiniones dentro del mutuo respeto entre personas rectas y honradas cualquiera que sea el credo o denominación que las distinga…” (Landmark I). Además, en virtud del Landmark II, “el Masón ha de ser pacífico súbdito del Poder civil doquiera resida o trabaje, y nunca se ha de comprometer en conjuras y conspiraciones contra la paz y bienestar de la nación ni conducirse indebidamente con los agentes de la autoridad”. A ello se añade lo preceptuado en el Landmark IV, especialmente revolucionario para su época, y que establece que “no se habrán de promover disputas ni discusiones en el recinto de la Logia y mucho menos contiendas sobre religión, nacionalidades y formas de Gobierno, pues somos de todas las naciones, razas y lenguas”. Finalmente, las Constituciones de Anderson, en su Landmark VI, insisten en la igualdad natural de los masones en logia: “toda distinción entre los masones ha de fundarse únicamente en la valía y mérito personal […] todos los masones son hermanos y serán tratados como iguales”.
No es de extrañar que tan novedosos principios propiciaran el rápido éxito de la masonería moderna o especulativa, máxime en una época en la que aún no estaban reconocidos el derecho ni la libertad de asociación, o de reunión.
Hermano Benjamín | https://www2.uned.es/dpto-hdi/museovirtualhistoriamasoneria/1finalidad_de_la_masoneria/que%20es%20la%20masoneria.htm | Septiembre | 2020
La Francmasonería es una fratría iniciática, y como tal, o es un organismo vivo o no es. La Francmasonería se define por su quehacer y cumplirá sus fines y principios no sólo ajustándose a sus coordenadas temporales, sino estando en la vanguardia ética, social y filosófica de cada época, lo que significa que ha de tener un papel de referencia crítica y, al mismo tiempo, de ancla que permita transmitir los valores humanistas y librepensadores que han servido, y creemos que deben continuar sirviendo, para progresar en el conocimiento, elevar la dignidad de las personas y mejorar las condiciones de la existencia humana.
Los indicios de los cambios de los que hoy somos testigos y actores (voluntarios o involuntarios) pudieron atisbarse ya en la década de los setenta del siglo pasado y fueron acelerándose en los noventa al hilo del imparable y globalizador desarrollo de las nuevas e impresionantes tecnologías, de las que internet es el exponente de mayor proyección pública.
Desde hace una generación se han ido acelerando los cambios que hoy ya son visibles en nuestras sociedades y que afectan directamente a nuestras vidas; y dentro de otra generación el mundo será difícilmente reconocible para quienes la mayor parte de su horizonte vital ha transcurrido en la segunda mitad del siglo XX, la época en la que la vieja y ahora decadente Europa logró las mayores cotas de libertad, bienestar y justicia social que se han conocido.
Nuestro tiempo no deja de ofrecer síntomas muy preocupantes de intolerancia, fanatismo y confusión. Se ha extendido y acrecentado la banalización de nuestra cotidianidad, incluyendo la violencia. Es tiempo de miedos, a los que no debemos ceder ni una micra.
Valentín Díaz | Cultura Masónica | Abril | 2011