GRADO DECIMO TERCERO

REAL ARCO

DECORACIÓN DEL CAPITULO

El Oriente se llama SANTUARIO. Se viste de azul con estrellas de oro, y se ilumina con esplendor. Frente al Orador, y a la izquierda del Secretario, en el sitio que ocupa generalmente el Altar con el Arca de la Alianza, se pondrá una armadura de madera ligera figurando nueve arcos dispuestos de tres en tres y unos sobre otros; advir­tiendo que los tres inferiores serán más grandes que los del centro, y éstos que los superiores. La base de donde parten los tres arcos inferiores será una gran tabla trian­gular que presentará en su centro un cuadrado para recibir la piedra de mármol y el triángulo con el nombre indeci­ble, que se coloca debajo de ella, por lo que habrá espacio suficiente entre los arcos para quitarla cuando se necesite. Los tres arcos inferiores se fijarán por arriba en otro triángulo de donde partirán los tres del centro, para soste­ner otro más pequeño, del que salen los tres arcos superio­res. El que sirve superiormente a estos últimos tendrá en su centro un cuadrado que se cierra con una tapa con un anillo arriba. Los otros triángulos tendrán en el centro el cuadrado libre. Los tres arcos primeros ofrecerán los letreros siguientes, en caracteres de oro bien visibles: CAUSA PRIMERA, CREADOR, VIVIFICANTE.

Los tres centrales, las palabras que siguen: ALTISIMO, INMUTABLE, ETERNO.

Los tres inferiores, estos nombres: ORDENADOR, OMNIPOTENTE, INTELIGENCIA SUMA.

Todo se pintará como sr fuera de mármol o granito, figurando escalones en la parte interna de los arcos como para bajar de la tapa o círculo superior al sitio en que está la piedra cuadrada. Una cortina que se corre en un tiempo dado de la iniciación, cubrirá el aparato.

Debajo del solio del Sapientísimo Maestro se pondrá el Símbolo del Grado, o el nombre JEHOVAH en grandes letras de oro y cubierto con un velo. El Altar de les Jura­mentos como de costumbre, e insignias para los candi­datos.

Los dignatarios son los del Grado anterior, menos Hiram Segundo.

Las insignias son: banda de púrpura que se lleva como collar y de la que cuelga la alhaja, que es el símbolo del Grado; en el reverso del triángulo se verán las letras I. V. I. O. L. Mandil blanco con orilla roja, y en el centro, pintada o bordada, la bóveda de nueve arcos.

PRELIMINARES DE LA APERTURA

Así que todos ocupan su lugar respectivo da un golpe con el cetro y dice el

Sap.·. M.·. — Hermanos míos, mi intención es abrir los trabajos del CAPÍTULO DE REAL ARCO, y os doy las gracias por vuestra asistencia.

Hermano Adonhiram, ¿cuál es vuestro deber?

Clar.·. M.·. — Asegurarme de que el CAPÍTULO está a cubierto.

Sap.·. M.·. — Servíos cumplirlo, Hermano mío.

Clar.·. M.·. — Hermano Segundo Gran Vigilante, haced cubrir el CAPITULO.

Seg.·. G.·. Vig.·. — Hermano Guarda del Capítulo, colocad los centinelas y cuidad de que ningún profano pueda vernos ni oírnos.

Lo ejecutan en forma y luego dice el

 G.·. del Cap.·. — Hermano Segunda Gran Vigilante, es tamos a cubierto.

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Clarísimo Maestro, ¡podemos proceder!

Clar.·. M.·. — Sapientísimo Maestro, los Guardias ocupan sus puestos respectivos, y los profanos no pueden sor­prender nuestro secreto!

Sap.·. M.·. — Hermano Segundo Gran Vigilante, ¿cuál es vuestro deber?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Examinar con el Hermano Primer Gran Vigilante si todos los presentes son REALES ARCOS.

Sap.·. M.·. — Hermanos Primero y Segundo Grandes Vigilantes, aseguraos de ello.

Recorren los Valles, piden las palabras y vuelven a sus sillas: da un golpe y dice el

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Hermano Primer Gran Vigilante, todos los de mi Valle son del Grado.

Da otro y dice el

Clar.·. M.·. — Sapientísimo Maestro, ¡todos somos REALES ARCOS!

Sap.·. M.·. — ¡Hermanos míos, pongámonos las in­signias!

Se ejecuta

APERTURA DE LA CÁMARA

Da un golpe y dice el

Sap.·. M.·. — Hermano Primer Gran Vigilante, ¿dónde estamos?

Clar.·. M.·. — En el centro del lugar más sagrado de la Tierra.

Sap.·. M.·. — ¿Para qué hemos penetrado en él, Hermano Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Para ver si hallamos en las antiguas ruinas de Henoch al Delta resplandeciente de purísimo oro en que está grabado el sublime nombre del G.·. A.·. D.·. U.·.

Sap.·. M.·. — ¿Sabrías leerle, Hermano Adonhiram?

Clar.·. M.·. — Sólo los Perfectos y Sublimes Masones conocen su verdadera pronunciación. Nosotros buscamos la palabra para saber cuáles son las letras que la forman.

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, Hermano Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Las tinieblas que nos rodean indican la llegada de la noche.

Sap.·. M.·. — ¿Y por qué comienzan nuestros trabajos a esta hora. Hermano Adonhiram?

Clar.·. M.·. — Para simbolizar nuestra ignorancia acerca del nombre del verdadero Dios y sus atributos, y expre­sar con la Verdad el deseo que nos excita a salir de ella.

Sap.·. M.·. — Pues si es así, Hermano Primero y Se­gundo Grandes Vigilantes, servíos anunciar en vuestros Valles respectivos que es mi intención proceder a abrir los trabajos.

Clar.·. M.·. — Hermano Segundo Gran Vigilante y Hermanos que decoráis mi Valle, el Sapientísimo Maestro os anuncia que es intención proceder a la apertura de los tra­bajos.

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Hermanos que decoráis mi Valle, de parte del Sapientísimo Maestro os anuncio que intenta abrir los trabajos.

¡Anunciado, Clarísimo Maestro!

Da un golpe.

Clar.·. M.·. — ¡Anunciado, Sapientísimo Maestro!

Da otro golpe.

Da cuatro en su trono por vino y tres, que repi­ten los Grandes Vigilantes, y dice el

Sap.·. M.·. — ¡En pie y al orden, Hermanos!

Todos lo ejecutan.

Sap.·. M.·. — A la G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·., bajo los auspicios   de       los Soberanos Grandes Inspectores Gene­rales, trigésimo tercero y último Grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, reunidos en Supremo Consejo para la Jurisdicción de los Estados Unidos Mexicanos y en virtud de la autoridad que me ha conferido esta Logia Capitu­lar de Perfección. . . Núm. . . declaro abiertos los trabajos del CAPITULO DEL REAL ARCO. ¡A mí, Hermanos!

Signo y Batería con las palabras: INVENI VERBUM IN ORE LEONIS.

Sap.·. M.·. — ¡Sentaos, Hermanos!

Lo hacen, y en seguida se anuncia, lee y sanciona la columna grabada de la sesión anterior; se proponen y votan los candidatos; se despachan los negocios de familia; se recibe a los visitadores y se les consulta acerca de los aspirantes.

INICIACIÓN DE LOS CANDIDATOS

El Sapientísimo Maestro envía al Gran Maestro de Ceremonias a que prepare a los Candidatos. Éstos serán precisamente tres, seis o nueve, y así que estén listos, los conduce a la puerta y avisa al Guarda del Capítulo para que la entreabra de modo que oigan lo que va a decirse, sin que se les pueda ver desde el interior.

Da entonces un golpe con el cetro en el trono y dice el

Sap.·. M.·. — Hermanos míos: como Diputados del Pueblo para legislar, y en vuestra calidad de Grandes Maestros Arquitectos, habéis hallado el modo de sostener el edificio social por la REPRESENTACIÓN y la CON­TRIBUCIÓN; y para completar la gran obra que empren­disteis, os reunís en esta Cámara secreta y en el silencio de la noche, estudiando con la sagacidad que os caracte­riza los sentimientos y las necesidades humanas, de suerte que vuestro Código no ofenda las conciencias ni subleve las voluntades. Piénsese generalmente que la VIRTUD de los hombres nace de su creencia religiosa; error que se destruye con la simple, observación de que con cualquiera de ellas hay justos en los países más diversos, sabios o ignorantes. Pero como sin una buena Moral la Justicia cambia a merced de la pasión que predomina, y no hay rémora al Querer si a éste se une el Poder, vamos a inqui­rir antes de todo si el origen de aquellas creencias tiene algo que ver con el Honor y la Virtud, base de la Asocia­ción Humana e hijos del Instituto Social, y si lo que sabe­mos del verdadero Dios asegura la tranquilidad individual, la paz de las familias o de las naciones, de manera que el elemento religioso entre en nuestras disposiciones legislati­vas. Para auxiliarlos de la experiencia de los siglos en asunto tan importante, he seguido a la letra la parábola de Henoch, y he hecho construir un Tabernáculo en el lugar más oculto de este recinto, depositando en él el Delta pre­cioso con el nombre indecible, debajo de la piedra de mármol que se halla en su fondo. Se desciende a través de nueve arcos que forman tres pisos, simbólicos de las Cámaras de los Compañeros que estudian, los Maestros que discuten y los Legisladores que determinan: y la entrada, que está en la cúspide de los tres arcos superiores, se cierra por una piedra cuadrada con un anillo arriba; los trabajos están concluidos y seréis jueces de su buen o mal desem­peño.

Al acabar esas palabras, el Gran Maestro de Ceremonias entra sin anunciarse, pero haciendo bastante ruido para llamar la atención; y así que está entre Valles, saluda y dice:

Gr.·. M.·. de C.·. — Sapientísimo Maestro, tres Gran­des Maestros Arquitectos, discípulos de los Magos y cuya fama es universal, nombrados Benami, Tul y Hamelabel, por la veracidad del primero,    el fervor del segundo y la constancia del tercero, han recorrido el Oriente y el Occi­dente, el Septentrión y el Mediodía, consultando a los sabios. Como en todas partes se os proclama el PRIMERO, desean explicaros el fin que los induce a sus investigacio­nes, para que los ilustréis; y habiendo sabido que os aguar- ciaban en palacio con intención de pediros la gracia de una audiencia, los he hecho venir hasta aquí por si os dignáis recibirlos.

Sap.·. M.·. — ¡Dadles entrada, Hermano!

Saluda, sale y vuelve con los candidatos, quienes al llegar entre los Valles saludan como Grandes Maestros Arquitectos.

Gr.·. M.·. de C.·. — Sapientísimo Maestro, tengo el gusto de presentaros, así como al Capítulo, a estos Grandes Maestros Arquitectos de conocida experiencia.

Sap.·. M.·. — ¡Sed bienvenidos, Hermanos míos! No podíais llegar a mejor hora; pues si venís a buscar conse­jeros, yo también consultaba en este instante a mi Capítulo acerca de una obra en la cual vuestra pericia nos será muy útil. Así, comenzad por (Reponernos el fin de vuestra venida; pero antes:

Hermano Gran Maestro de Ceremonias, ¡tened la bondad de darles asiento en el lugar que les corresponde!

El Gran Maestro de Ceremonias los coloca entre los Vallas, quedando de píe a su derecha.

Sap.·. M.·. — ¿Qué buscáis en vuestras excursiones, Hermanos míos?

Gr.·. M.·. de C.·. — Quieren conocer al verdadero Dios, para desvanecer las dudas que precipitan en el Ateísmo o en el Panteísmo a los filósofos profanos, e ilustrar al vulgo que destruye hoy al ídolo de ayer y que adorará mañana otro tan ridículo como el precedente.

Sap.·. M.·. — ¡Sentaos, Hermano mío!

El Gran Maestro de Ceremonias ocupa su puesto.

Sap.·. M.·. — Hermanos: la cuestión que proponéis es afortunadamente la misma de que íbamos a ocuparnos a vuestra llegada. Pero como el estudio de Dios, la Inteligen­cia Suma, entra en el de nuestro Pensamiento o la Inteli­gencia limitada, y como ambos nos encaminan al de la Moral y al de los Cultos y Religiones, y son inseparables del de su utilidad o incongruencia con la Política, para que la acepción diferente que algunos dan a aquellas pa­labras no nos embarace, o discurramos inútilmente horas enteras, permitiréis que comencemos por definirlas.

INTERROGATORIO

Sap.·. M.·. — ¿Qué entendéis por RELIGIÓN, Hermano. . .?

Si no responde bien, lo hace el Sapientísimo Maestro después de oír a los otros.

Repuesta. — Nuestra profesión de fe acerca de la Causa que rige al Universo y el Destino que nos ha reservado.

Sap.·. M.·. — ¿Qué es Culto, Hermano. ..?

Respuesta. — La representación material del sentimiento religioso, o sea la forma exterior con que rendimos home­naje a la Divinidad en que creemos.

Sap.·. M.·. — Decid, Hermano. . . ¿cuál es el sentimien­to que obliga a los hombres a adorar al Eterno y establecer el Culto?

Cuando acaba de hablar el candidato dirá el

Sap.·. M.·. — Voy a explicaros cómo se fundan las creencias religiosas: todas vienen de la interpretación de los fenómenos naturales. Al contemplar lo creado, la inte­ligencia se detiene absorta ante ese conjunto de maravillas que ningún hombre ha podido formar; y como nos anima el sentimiento innato de la VENERACIÓN, ese vínculo de la sociedad humana que obliga al hijo a respetar al padre; al joven, al anciano, y fuerza al ignorante a obe­decer al instruido; al criminal a humillarse ante el vir­tuoso, acatamos espontáneamente al SER DESCONOCI­DO CAUSA del portento. Según la manera de sentir de cada uno, toma por DIOS los cuerpos o sus actos, confun­diendo en su impericia causas y efectos, hasta que de la comunicación y discusión de sus impresiones con sus se­mejantes, y de los juicios prematuros hechos en sus esfuer­zos por concebir aquellos fenómenos naturales, esfuerzos que dependen de la intuición, o sea de la facultad intelec­tual que nos hace inquirir y conocer el porqué de las cosas, que caracteriza nuestra especie y constituye el lazo que une al mundo moral con el físico, nace el mito que personifica el PODER CREADOR, idea que con el tiempo se perfecciona y la imaginación sublima, para ostentarse en religioso sistema, grosero y material en los pueblos incultos, pulido y abstracto en los civilizados.

Como en ese periodo de transición todo infunde espanto, los efectos más dependientes de las causas físicas, la salud, la enfermedad, la muerte, el rayo, el huracán, la lluvia y la sequía, se atribuyen a la intervención de Dios o de los seres sobrenaturales, y se presentan adivinos, inspirados, presuntos ministros del Eterno, que aseguran poseer medios de captarse el amor o aplacar la cólera de la Divinidad ofendida, y con expiaciones y penitencias, que envilecen a los crédulos, y los postran a los pies de los explotadores, con donativos que los enriquecen, con fiestas y oraciones que les hacen vivir, y que los fieles costean, para seducir a la Divinidad como a los simples mortales, hacen que arraiguen la superstición, el fanatismo y la ignorancia.

Ved al Indostán que adora la SERPIENTE porque se halla en el santuario como símbolo de la astucia; al Egipto, el BUEY, porque lo es de la fuerza y de los beneficios de la constancia en el trabajo; a la Persia, crear ángeles para todas las pasiones y virtudes, y llegará el día en que la corrupción de los emblemas haga dioses de todos ellos, y se divinice al Hombre y se erijan templos a los más espantosos tiranos. Los legisladores, para salvar al mundo de prostitución tan degradante, al ver que el amor a lo maravilloso hacía que los pueblos adoraran bestias si no se divinizaban las abstracciones, cedieron a la necesidad e inculcaron como dogmas los principios de la Moral y de la Higiene, infundiéndoles el amor a lo grande y a lo bello, la obediencia a la autoridad consti­tuida que los educaba y defendía, enseñándoles, según el grado de civilización que habían alcanzado, una religión en armonía con su felicidad y sus costumbres.

Decid, Hermano… ¿quiénes han sido los fundadores de las distintas creencias y cultos religiosos?

Así que responde, dice el

Sap.·. M.·. — Los más sabios, los más entusiastas y los más astutos. Los primeros, adelantándose a su siglo, to­maron por fórmula el principio religioso y proclamaron las verdades científicas y morales, e ilustraron a los estu­diosos, consolaron a los afligidos y convencieron al vulgo de la torpeza que le hacía adorar seres materiales. Los segundos, exaltados por la concentración de su pensamien­to en una idea, la personificaron, y la convirtieron en rea­lidad por su imaginación arrebatada; se creyeron en con­tacto íntimo con su Dios, llegando en su locura a persua­dirse de que estaban inspirados por él, y dictaron en su nombre los principios que guiaban sus conciencias más o menos ilustradas o pervertidas. Las masas, siempre anhelosas de novedades, y tanto más difíciles de conmover cuanto mayor es el prodigio que se les presenta en pers­pectiva, no tardaron en contaminarse de su delirio, y mo­vidas como un solo hombre, asombraron al mundo por el heroísmo de sus virtudes o la atrocidad de sus crímenes, según la bondad o crueldad natural de sus maestros, o la pasión que las dominaba. En fin, los terceros formaban la inmensa turba de especuladores que se engrandecen a costa de la debilidad humana, ultrajando todos los prin­cipios del Honor y la Justicia; entre ellos se cuentan muchos que dotados de esa perspicacia y talento dedicaron de buena fe su juventud al estudio y su actividad a su desarrollo, y al ver los beneficios que podían sacar sintieron la Ambición despertarse en sus corazones; no se armaron para el crimen, pero el crimen se les presentó en el camino y los encontró armados. Estos son los más te­rribles enemigos de la EDUCACION, que corrompen, y del PROGRESO, que detienen, declarando la guerra al que descubre sus arterías y revela sus vicios; éstos son los que hacen beber la cicuta al sabio virtuoso al que llaman impío; los que declaran la guerra o consumen en las llamas, o sepultan el puñal de sus fanáticos discípulos, en el corazón de las gentes generosas que se sacrificaron por la verdadera civilización del Pueblo; mientras abren sus brazos fraternales a la IGNORANCIA que los enriquece, a la HIPOCRESÍA que los sostiene, y a la AMBICIÓN que les proporciona nuevos auxiliares.

¿Qué opináis acerca del ACASO, Hermano. ..?

Responde el aspirante

Sap.·. M.·. — ¿Y qué decís del DESTINO, Hermano…?

Así que contesta, dirá el

Sap.·. M.·. — Hermanos míos: nosotros no creemos en el ACASO ni en el DESTINO; proclamamos a Dios y con­vencemos de su existencia al que duda. Probamos que negarle es vanidad, orgullo o ignorancia. Vanidad es la falsa ciencia y el deseo de pasar por espíritu fuerte. Or­gullo del que no quiere superiores en la tierra ni en el cielo. Ignorancia del que no sabe distinguir la Verdad de la astucia que la explota.

Todo se mueve, agita y conserva en un orden invariable; todo existe eternamente, y sólo cambia de forma, des­apareciendo, renaciendo y modificándose ésta sin que se baile un átomo más ni menos al principiar que al acabar; todo está balanceado y ponderado con tan infinita sabi­duría en el reino orgánico e inorgánico, que el más justo equilibrio subsiste en los elementos que componen el con­junto, imperando el orden en ese círculo sin fin que nace del Caos. ORDO AB CHAO: ¿Puede decirse que la inteligencia depende del ACASO? El ACASO, Hermanos míos, es la impotencia, y el Orden en el desorden es el po­der, es Dios. No hay ACASO en la Creación ¡Triste ceguedad la del presuntuoso ateo que para no humillarse ante el GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO que le hizo, in­venta, como el salvaje, un duende, un ACASO que le sustituya! Su mismo desvarío prueba la necesidad de la creencia para el hombre, pues como Dios lo creó para que le conociera y amara, dejándole el libre albedrío, no hace más que cambiar de objeto, y en vez de remontarse a las regiones de lo sublime a que su inteligencia naturalmente le encamina, corta al pensamiento las alas y lo sepulta en el polvo!

Sí, Hermanos míos; el hombre ha nacido para apreciar la Creación y comprender la CAUSA DE LAS CAUSAS, y si no rinde homenaje al Omnipotente, adorará los mons­truos que le forja su fantasía, o se volverá misántropo y supersticioso. Preguntadle: si no existe aquella Inteligen­cia Suma. ¿De dónde le ha venido el Entendimiento? Si es el producto de los fenómenos naturales del Universo, ¿por qué domina la tierra, el agua, el aire y el fuego? ¿Cómo puede descubrir sus leyes y sacudirlo a su voluntad en cuanto halla, más feliz que Arquímedes, el punto de apoyo a la palanca? La Ciencia es la misión del hombre en la Naturaleza, y Dios lo formó, sin duda para que la estudiase, pues la Creación no tendría objeto faltando quien la admirara y comprendiera.

Su inteligencia personal, el sentimiento de la Justicia que rige sus acciones, y su poder intrínseco de comunicar a los demás hombres por la palabra, la escultura, la pintura o la música, el éxtasis que le arrebata, y hacer que todos los corazones le respondan unísonos, y los pen­samientos se pongan a la altura de la idea que le domina, ¿no son la prueba más perentoria y terminante de que cuando todos tenemos una misma intuición, debe ser esa la VERDAD, y de que hay un SER superior a la materia, e de que Dios existe, por el sólo hecho de que todos lo sentimos y pensamos? El que niega de buena fe la CAUSA DE LAS CAUSAS, que es el único y verdadero Dios, es un loco o un extravagante que corre al embrutecimiento y se precipita en el Panteísmo, error grosero donde todo es Dios, excepto Dios mismo; donde la razón, la moral, el honor, la virtud, la justicia y la inteligencia son iguales al susurrar del bosque y al murmurar del agua, a la roca bruta y al infusorio imperceptible.

No es menos despreciable la invención del DESTINO, burlesca deidad de los que no se detienen un momento a discurrir. ‘’¡Todo depende de él!” dicen envanecidos con aspecto magistral. “¡Es incontrastable, es la FATALIDAD!” ¡Risible doctrina! ¡Asegurar que sucederá lo que ha de suceder, y que lo que ha pasado ha sucedido! ¡Infame axioma que destruye el Libre Albedrío, anonada la Inte­ligencia y somete al hombre a la obediencia pasiva! ¡El criminal deja en el acto de ser culpable, y cuanto enaltece a la Humanidad es sueño! ¡Somos máquinas, títeres que bailamos al son del charlatán que con nosotros se divierte!

Otros niegan a Dios porque la Ignorancia les da los atributos del hombre, con todas sus pasiones y preferen­cias, y dicen que de él dependen el mal del uno y los bienes del otro. Estos ateos no quieren por Dios al hombre poeti­zado. y tienen sobrada razón.

¿Quién es, dicen, el Dios de los Judíos? La personificación del Poder y la Energía. Un Faraón a quien sólo apiada la súplica, y lanza rayos al que le desobedece. ¿Y el Dios católico? I n sublime Señor, déspota eclesiástico y político, patrono de conjurados y reyes, rodeado de una cohorte de ídolos o Santos de ambos sexos, que se ofende basta del pensamiento y tiene por Vicario al Papa, persona INFALIBLE a quien informa el confesor de lo más oculto de las conciencias para dirigirlas a su antojo; Dios epis­copal, príncipe de los oligárquicos, Soberano que como rey moral del mundo culmina en el trono con sus ilustres falanges genealógicas de obispos y eclesiásticos eslabona­dos en apostólica sucesión; por lo cual los devotos buscan a Dios en las catedrales y desoyen el clamor de la Razón y el grito de la Conciencia. — ¿Y el Dios presbiteriano? Un legislador aristócrata por excelencia, lógico en todo, que eligió AB INITIO los eternos habitantes de los cielos, y lanza a las multitudes a las profundidades del Gehenna — . ¿Y el Dios metodista? El monarca constitucional que une la fuerza de carácter a la benevolencia, por lo que supri­me las cadenas de la predestinación y concede, a todos, los medios de alcanzar la gloria eterna, haciendo del mun­do el gimnasio moral. — ¿Y el cuákero? El de la tempe­rancia y la fraternidad, y en él se funden la Paternidad y la Humildad; el que le busca en la fe se ilumina en su espíritu. — ¿Y el Dios universalista? Personifica el Amor y es el vasto, indulgente y tierno Padre de los Espíritus. Es el de los Vedas, Platón, Jesús y Pablo y en predestina­ción asegura la salvación de todos los hombres. — ¿Y el Dios unitario? La abstracción del pensamiento que abarca la Armonía Universal.

Ninguno de éstos es el Dios verdadero; y lo que impi­de la caída instantánea de esos ídolos es el talento, unido a las perfecciones morales de los que propagan las creen­cias. Así, no es el CREDO, sino el ingenio, la pureza y la fidelidad de sus apóstoles, lo que las sostiene.

Ved a cada filósofo, a cada jefe de partido, cómo se forja un Dios con las cualidades que supone o le convie­nen y lo derriba del pedestal otro más elocuente o avispado. De aquí nace la duda, que el conocimiento de mentiras de los falsos ministros del Eterno convierte en certidum­bre, de que cuanto se dice de El no es expresión de ver­dad . . . sino engaño.

Si queréis saber la causa que generaliza la impiedad en el mundo profano, y por qué mientras más adelanta un pueblo en la ciencia, mayor es su credulidad, remontaos a los extravíos de nuestro natural orgullo, que nos hace decidir a priori las materias más arduas, acudiendo al in­sulto cuando no podemos demostrar con la Razón lo que liemos adelantado. Tal es la causa de las persecuciones religiosas.

Decidles que no es ese el Dios verdadero, sino el Dios del Oscurantismo. El nuestro, tan superior al Hombre, que es dado comprender su existencia, mas no definirle. Si el rayo abrasa vuestra casa, si el terremoto sumerge una ciudad, si os emponzoña un animal, si os envenena un vegetal, si el huracán barre vuestras mieses o la peste arrebata lo que amáis, ¿suya será la culpa? ¿Diréis que es la cólera de Dios, o que no hay Dios, porque el inocente sufre como el culpable? ¡Mentira! Dios nos ama como a sus hijos predilectos, nos ha dado la Libertad para elegir y la Inteligencia para vencer. No nos espía como un ti­rano para sacudir su azote. Nos dio un cuerpo material y corruptible, sometido a las leyes universales de la Crea­ción, y no es tan versátil que las cambie para satisfacer nuestros antojos. A EL no le interesa uno más que el otro y todos los hombres para El son iguales. Si no queréis ca­taclismos, ¿qué será de la Naturaleza? Que no haya terremo­tos, y el reino animal perecerá, porque gracias a ellos y a los volcanes que les siguen, repone la atmósfera sus principios vivificantes. Destruid los venenos, las plantas y los animales mortíferos, y pereceremos a millones, por­que son los remedios para recobrar la salud y revivir nuestras agotadas fuerzas. Que no se desaten los huracanes ni vientos impetuosos, y epidemias asoladoras en los reinos vegetal y animal, será la consecuencia. Y el mismo Vómito negro o Fiebre Amarilla, la Peste misma, el mismo Cólera morbo asiático, ¿no son efecto inevitable de la putrefacción de esa misma Vida, que se alimenta de su propia sustancia y se reproduce con la Muerte? No podemos concebir la existencia de otro modo. Estudiemos constantemente, y cada día una ciencia, un arte, un nuevo descubrimiento aumen­tará nuestras riquezas, facilitará goces, prolongará nuestra vida y nos enseñará a dominar la Naturaleza. ¡No nos quejemos, ni nos abatamos!

¡QUERER ES PODER, Y SABER ES LOGRAR!

No busquéis adivinar los atributos del Creador, pues sólo podréis darle los que pertenecen al Hombre. Haríais de El un ser vivo, inteligente y libre, con todas las condi­ciones de existencia, lo que implica división de lo que es indivisible. A fuerza de deducciones, este ente desapa­recerá en lo Absoluto, será vana abstracción o sujeto con­tradictorio, ya simple, inmutable, infinito en toda facultad, por una parte, ya por otra duplo o triple, capaz de cambio, de preferencias y pasiones, que lanza rayos y anatemas a los unos y prodiga bendiciones a los otros. Dejad esa lo­cura a los siglos de ignorancia, y no os forjéis un Dios a vuestra fantasía; creed en el GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO, y seguid las inspiraciones de vuestra Con­ciencia, que es la única a quien ÉL se revela y a la que dicta los principios de la Moral y la Virtud, sin necesidad de medianeros. Sabed que ningún hombre vivo puede co­nocer a Dios más que por el pensamiento, y que un Dios que habla, se irrita, come y bebe como el animal, es la más estúpida de las creaciones, el parto de la Ignorancia o la invención de la Astucia.

Sap.·. M.·. — ¿Queréis todavía, Hermanos míos, unir la Religión a la Política, y establecer una ADORACIÓN o CULTO universales?

Respuesta. — Sería un precipicio espantoso en que lan­zaríamos al linaje humano. El orgullo ciega al que se erige ministro de un Dios cuya esencia nos es desconocida, y sólo la astucia del que habla a imbéciles puede sostener que a él o a sus predecesores se les ha revelado. La Reli­gión que se impone no es Religión, es la Política de los tiranos. Si el Creador dio a cada hombre una inteligencia personal y el libre albedrío, y si conforme al desarrollo de aquella de diversa manera le comprende, cada uno es dueño de adorarle del modo que juzgue más adecuado: en la sinagoga o en el campo, con fórmulas exteriores o en el silencio del gabinete; de rodillas, de pie o sentado y con el sombrero en la cabeza. Lo único que hay derecho a exigirle es que no turbe la paz pública, que no moleste la religión de los otros, o por su ignorancia subleve los sen­timientos humanos con sacrificios horribles, u ofenda las buenas costumbres con ceremonias indignas de los pueblos civilizados.

Sap.·. M.·. — ¿Creéis, pues, que es derecho inalienable e imprescindible de todo hombre adorar al ALTISIMO según le dicte su CONCIENCIA?

Respuesta. — Sí, Sapientísimo Maestro.

San.·. M.·. — ¿Debemos proclamar, pues, LA LIBERTAD DE CONCIENCIA O LA TOLERANCIA DE LOS CULTOS, Hermanos…?

Respuesta. (Que debe darla el Clar.·. M.·.) — LA LIBERTAD RELIGIOSA en toda la extensión de la palabra. Tolerancia de Cultos no indica la civilización, sino la de­bilidad del Poder. Equivale a decir que el país profesa una religión determinada, que es la del Estado; y como sea la que fuere, no se contentará con adorar a Dios y re­conocer la insuficiencia del hombre, para apreciarle, sino que en la tocara de su vanidad llama a la que profesa la ÚNICA VERDADERA, sucede que, de buena o mala fe, mira las demás como farsas despreciables, y si sufre que otros no piensen como él, ese mismo sufrimiento pa­tentiza que, lejos de unirse a ellos en ideas, prefiere dis­gustarlos expresando abiertamente su desaprobación; y divididos los ánimos, existe un descontento general y una guerra intestina, tanto más molesta y peligrosa cuanto más disimulada, mirando a los disidentes como pobres locos a quienes se consiente por bordad que satisfagan su manía, o bien como hombres rebeldes y atrevidos; que no se pueden reducir por la fuerza a la opinión general sin que peligre la unidad de la Nación o ésta pierda los benefi­cios de sus capitales o industria. Los partidarios de la Tolerancia de Cultos olvidan que en una Asociación así constituida hay divisiones, y que en la lucha secreta o de­clarada aspiran a destruirse recíprocamente los sectarios, hasta que los más atrevidos, crueles y fanáticos se cuentan y conocen por ser los más poderosos; entonces, sin piedad ni misericordia, se ordenan asesinatos universales, mons­truosos. . . y se ejecutan.

Con la Religión del Estado se extravía la más clara inteligencia y se pierde el primer instinto social: la JUSTICIA: pues ciegos los partidarios por el demonio del or­gullo y de la presunción, no existe ley más divina que la de convertir o exterminar. Las víctimas no son mártires; son facciosos, impíos, traidores. La obligación principal del Poder Ejecutivo es hacer gobernar a Dios, es decir, al Ministro del Altar, al sacerdote que para la torpeza hu­mana la representa, conforme a la misma ley por la que hace ejecutar las fundamentales del Estado. Dios está su­bordinado al hombre, pues el dogma que discurrió su juicio pasa a personificación divina, y los poderes religiosos son los de universal exterminio.

Sap.·. M.·. — Decís bien, Hermano: dejemos la Tolerancia para los países despóticos, y no olvidéis que la LIBERTAD Y PODER RELIGIOSO son cosas incompati­bles, porque no puede consolidarse éste sin la DEGRADA­CIÓN, ni aquélla sin el ENGRANDECIMIENTO de la Dignidad Humana.

Moisés pecó al no atreverse a decir la Verdad al pueblo israelita y en querer civilizarle con la obediencia pasiva. Aunque oriundo de los esclavos de Egipto, se enlazó con la casta sacerdotal, legisladora y guerrera, por su matri­monio con la hija del Gran Hierofante; e iniciado en todos los Misterios, batalló por libertar a sus hermanos, hasta que lo consiguió en su vejez, buscando con ellos una tierra donde escapar del influjo de sus inteligentes dominadores y fundar su Pueblo. Para organizar en nación la turba que le siguiera, nacida bajo el férreo yugo de sus tiranos, ex­plotada sin piedad por los Faraones, que en la Caldea y la Persia aprendieron la ciencia de los Magos, desmorali­zada por la grosera idolatría en que el más astuto despotismo la educara, siguió el ejemplo fatal de los que decían: “No echéis perlas a los puercos” y dándose por inspirado y en trato continuo con el Omnipotente, prohibió el culto de las imágenes y formuló el Rito uniendo la Religión a la Política, y tomando de sus Maestros sus Autoridades, Sacerdotes, Tabernáculos, sagrados utensilios, ceremonias de adoración, y el Dios único que nada ligaba a la Natu­raleza; y le dictó un Código inviolable que sirviese de norte a los Patriarcas que le sucedieran.

Él y sus herederos se convirtieron en tiranos, porque la insolencia del poder que se disfruta, destemplado por el goce, ensoberbece. Convencido de que se sufre con más facilidad la dominación absoluta por temor a la cólera celeste y al castigo eterno, que por el rigor material, contra el cual se rebela el instinto, los escogidos de la tribu de Leví se encargaron de asombrar la imaginación y desorien­tar la inteligencia para dominar sin rivales. Se les llamó PRIMOGÉNITOS DEL PUEBLO DE DIOS, y dejaron de contarse entre los israelitas para las cargas generales, de­dicándose únicamente al servicio del Tabernáculo, a pre­dicar y aconsejar al Pueblo, a llevar sobre sus hombros el Arca durante la peregrinación, y a defenderla de los pro­fanos. Conservadores y propagadores de la Ley de Moisés, morirían abrasados por el fuego de Dios si se atrevían a alterarla, como Nadab y Abiú, hijo de Aarón, a quien por ser el más elocuente eligió su hermano por compañero. La unión de los poderes religiosos y políticos para dictar leyes a la Conciencia y a los menores actos de las personas, anula el alma y esclaviza el cuerpo, constituye y constituirá eternamente la barbarie organizada.

Se ha confundido la Religión, que no es más que la fe en el CREDO que promulga el interesado en sostenerle, con la MORAL, la VIRTUD y el HONOR, que no nece­sitan de la Fe, para persuadir al vulgo de que atacar a la tiranía es atacar a Dios, y dudar de lo que el Rey-Sacer­dote prescribe es ser un perverso, capaz de todos los de­litos.

¿Qué tiene que ver la Asociación humana, imperfecta como todo lo material, taller de trabajo y producción que sin cesar se mejora o degenera, que sólo se apoya en lo palpable y en lo que aprueba tras la discusión de los prin­cipios, y que ha de estar siempre pronto a cambiar de vías si descubre otras mejores; qué tiene que ver con lo que dicen que Dios ha proclamado eterno e inmutable como Él?

¡Desgraciado el país que confunde la EDUCACIÓN con la Religión, el Progreso con lo Absoluto!

¡Han pasado esos siglos de superstición y de ignorancia, y de vuestra habilidad y talento en propagar la VER­DAD dependerá el que no vuelvan a reproducirse!

Leed el Libro de la Ley y comprended su parabólico lenguaje. En él se dice que hubo un HENOCH (significa INICIADO) 2704 años antes de nosotros, quien fue transpor­tado a una montaña y anduvo con Dios y desapareció a los 375 años de su edad; y ese mismo Henoch* único que sabía el Santo Nombre, y que 110 podía revelarlo para que no se perdiera en el Diluvio que debía sumergir la Tierra, mas cuya época no le fue dado prever, edificó un templo en las entrañas de la montaña, sostenido por NUEVE ARCOS, para guardar un DELTA de oro en que estaba grabado el verdadero nombre del Eterno.

¿Qué significa esa parábola? Que a Dios le adivina la Intuición, le comprende el Pensamiento, y la Conciencia le levanta el Santuario en lo recóndito del alma! Ninguno puede llegar a Él de otra manera, y aun menos decir cuáles son sus atributos; porque es sensible para la Inteligencia e impalpable a los Sentidos; y el que se esfuerza en des­cribir lo indescriptible, caerá de contradicción en contra­dicción; resultando de aquí que todos los pensadores que no se atengan a su propio juicio, sino al de los que han creado las distintas religiones, pasarán al Ateísmo, y el resto de los ignorantes ¡a la superstición, la idolatría y la intolerancia!

Nosotros hemos hallado el Templo de HENOCH en el que está inscrito el nombre indecible. ¡Si queréis ser de los nuestros y poneros a la altura del Progreso moral de la Masonería, manifestadlo!

Grad.·. — ¡Sí queremos, Sapientísimo Maestro!

Sap.·. M.·. — ¿Estáis prontos a hacer el juramento que nos garantice vuestra buena voluntad?

Grad.·. — Sí lo estamos, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — Si es así, ¡aproximadlos al Oriente, Hermano Gran Maestro de Ceremonias!

Se levanta el Gran Maestro de Ceremonias y los conduce a la entrada de Oriente. Entonces da un golpe en el trono y dice el

Sap.·. M.·. — Acompañadme, Hermanos míos, al acto solemne del Juramento.

Todos lo hacen; se forma la bóveda de acero, y el Sapientísimo Maestro les presenta la espada, sobre la que ponen los aspirantes la mano derecha, y aquél les dice:

Sap.·. M.·. — ¡Repetid conmigo!

JURAMENTO

Yo. . . prometo y juro bajo palabra de honor y del modo más solemne, reconocer a todo hombre su derecho inalienable c imprescriptible de adorar a Dios de la ma­nera que más le agrade siempre que no perturbe la paz pública ni corrompa las buenas costumbres. Juro de igual manera hacer cuantos esfuerzos me sea posible hasta lograr que se establezca en todas partes la LI­BERTAD RELIGIOSA y se destruya el infundado contubernio de la Religión y la Política; y quiero que se me arranque vivo el cuero cabelludo el día que por la fuerza quiera hacer a otro cambiar de creencia o rendir culto a la Divinidad en contra de su creencia.

¡Que Dios me libre de tal desgracia! ¡Así sea!

¡Sentaos, Hermanos míos!

Todos vuelven a sus puestos.

Sap.·. M.·. — Hermanos: según la parábola de que os he hablado, el terreno que escogió Henoch para encerrar el nombre del G.·. A.·. D.·. U.·. fue el corazón de una alta montaña de Canaan. Hizo levantar los Nueve Arcos que debían sostener la bóveda, y en la entrada de la cús­pide colocó una enorme piedra cuadrada, en cuyo centro fijó un anillo de hierro para que los que sobrevivieran al Diluvio pudieran alcanzarla y descubrir el Templo, al que se descendía por gradas que dejaban ver sucesivamente los Nueve Arcos. Temeroso de que se perdieran con el cataclismo el idioma, las ciencias y las artes, Henoch hizo colocar a los lados de la parte superior de la bóveda secreta y al nivel del piso dos grandes columnas: la una de bronce, para que resistiera el agua, y la otra de granito, para que soportara el fuego; e inscribió en la primera jeroglíficos que resumían los preceptos del Arte, la Moral y la Filoso­fía, y en la segunda encargó que buscasen el riquísimo tesoro que había depositado en el centro de la bóveda construida por él en las entradas de aquella altura. El tesoro era un triángulo con el nombre inefable que Henoch había engastado en una piedra de ágata de la propia figura, circuida de diamantes, esmeraldas y rubíes, cu­briendo el todo con una piedra cuadrada de blanquecino mármol en el fondo de la excavación. La columna de bronce llegó a la posteridad; mas la de granito desapareció en la catástrofe, y ningún ser humano pudo decir el nombre verdadero hasta que el Omnipotente se lo reveló a Moisés, quien lo grabó en una medalla de oro que puso en el Arca de la Alianza, y enseñó a pronunciarla a Aarón, su her­mano como se os dijo en el Grado de Maestro Secreto.

Perdióse el Arca, según continúa la alegoría en tiem­po de Otoniel, en una batalla con el rey de Siria Chusan Betstaim, en la que cayeron heridos los que la custodiaban. Israel vacía en la consternación, pues ninguno se acercaba a la selva en que la habían abandonado, sin que un león que tenía la llave en la boca le destrozase. El Gran Sacer­dote, que supo el portento, se dirigió al sitio acompañado de los levitas, y la fiera le aguardó mansamente, le dejó tomar la llave v se dirigió en el acto al lugar en que había caído el símbolo de la Alianza. Ese león es el emblema del Pensamiento que se rebela contra la Fuerza y abre el paso a la verdad. Decimos en nuestra divisa de Real Arco: INVENI VERBHM IN ORE LEONIS; HALLÉ LA PALABRA EN LA BOCA DEL LEÓN, para indicar que SÓLO EL ANIMOSO PROCLAMA LA VERDAD, Y QUE SA­BREMOS DETENERLA COMO VERDADEROS ARCOS DEL EDIFICIO DE LA CIVILIZACIÓN HUMANA.

En vida de Samuel, los filósofos se apoderaron del Arca, y después de matar a Afri y Fincas, hijos de Eli, que la defendían, fundieron la alhaja de oro para hacer el ídolo de Dagon; por lo que ninguno sabía escribir el ver­dadero nombre de Dios, aunque los reyes de Israel tradicionalmente lo pronunciaban. Los demás le llamaban como los Grandes Maestros Arquitectos, ADONAHI o EL SHEDI, que era el título que le dieron los patriarcas; y si siendo yo monarca no hubiera reconocido los caracteres que en el fondo de la      bóveda          de Henoch se conservaban, y que, como luego os diré, al    fin se hallaron, no sólo el nombre, sino la pronunciación también se ignorarían hoy.

Dignos Hermanos míos, ¿queréis ver si halláis el tesoro que se oculta en ella?

Cand.·. — Sí, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — Hermano Gran Maestro de Ceremonias, ¡guiadlos en su peregrinación!

Éste se levanta, hace dar a los aspirantes una vuelta entera alrededor de la Cámara, mientras la música toca algo adecuado, y los detiene frente al Ara, mostrándoles el Triángulo.

Sap.·. M.·. — ¡Mirad ese triángulo de oro que está siempre en el Ara del Capítulo! Lo mismo que el Círculo, no indica por su estructura dónde comienza ni dónde acaba; pero como más notable que él por su potencia irresistible cuando sirve de cuña, y tan bello por la igualdad mate­mática de sus ángulos y lados, si aquel fue emblema del Universo, y para algunos de la Eternidad, el Triángulo lo fue del Infinito y de la Fuerza y del Orden. Su unidad como objeto y su triple carácter en consonancia con sus tres ángulos y lados, indujo al pueblo israelita a tomarle por símbolo del Omnipotente, de quien no podía levantar imágenes ni pronunciar su nombre verdadero bajo pena de muerte. Aquél resumía la Trinidad del PODER, el SABER y el ORDEN.

El Sapientísimo Maestro da un golpe. El Gran Maestro de Ceremonias les da otra vuelta y los con­duce a la entrada de Oriente mientras toca la música.

Sap.·. M.·. — Hermanos míos: habéis llegado en este segundo viaje a las puertas de la Bóveda subterránea en que, según se os dijo en el Primer Grado Capitular, se supone en los pueblos esclavizados que los reyes de Tiro e Israel se entregaban al estudio de las relaciones del alma con Dios, por lo que condenaban a muerte al que los es­piase. Aquí, en vez de matar al curioso, le recibimos con los brazos abiertos, le revelamos lo único que se sabe de la Divinidad, y a semejanza de los Magos, los egipcios v los puros Masones que nos han precedido y que en el frontispicio del Templo de la Naturaleza, bajo cuyo mim­bre ocultaban su Deísmo, inscribían: SOY TODO LO OI E HA SIDO. TODO LO QUE ES. TODO LO QUE SERÁ. Y NINGUN MORTAL I1A ALZADO TODAVÍA EL VELO QUE ME CUBRE; nosotros, fieles sucesores de los Grandes Hierofantes que explicaban los misterios de Menfis, de Eléusis, de Ceres y de Orfeo, le decimos: “Creemos en Dios y en la inmortalidad del Alma, y nuestra fe es firme, no porque otros nos la han inculcado, sino porque nos la dicta nuestra Conciencia y satisface a nuestro Entendi­miento”. ¿Pensáis que Abraham, Isaac, Moisés, Jacob y las tribus primitivas de Israel conocieron al verdadero Dios por la intuición y el raciocinio?

No le conocían mejor ni peor que nosotros, y erraron al caracterizarle con los atributos humanos, tanto más cuanto los hicieron trasunto de las erróneas ideas de sus siglos de barbarie. ¡Era un Dios monárquico y vengativo, un faraón a     quien sólo la súplica apiadaba, un Dios de los ejércitos      como el jefe militar de    aquella  casta instruirla y despótica, y un Dios con todas las pasiones de los tira­nos y de los ignorantes!

Nuestro Dios es todo Amor, todo Paz, todo Armonía. Es padre del linaje humano; para Él no hay primeros ni últimos, nacionalidades ni condiciones. Todo hombre es hijo suyo y coheredero en los bienes de la Tierra y de los Cielos. ¿Qué cosa es más criminal que ocultar el testimonio del Señor? El obligar a otro a creer en Él por astucia, o a declarar por la fuerza que a él sólo se le ha revelado, es abusar de la ignorancia y debilidad de sus semejantes.

El Sapientísimo Maestro da un golpe, y el Gran Maestro de Ceremonias los hace viajar por Oriente y los aproxima al lado derecho; descorre la cortina que cubre los Nueve Arcos, y luego va señalando los letreros según el Sapientísimo Maestro los menciona, diciendo al cesar la música el

Sap.·. M.·. — Estáis en el SANTUARIO, se alza el velo que lo cubre, y ¿qué veis? Una bóveda de Nueve Arcos divididos de tres en tres, en cada uno de los cuales hay un letrero en cuya profunda significación debéis me­ditar. Ved en el más alto y anterior:

¡CAUSA PRIMERA! — Sí, Hermanos míos, Dios es la Causa de las Causas. Se revela en sus actos, y el Universo es un reflejo real, aunque imperfecto, de su divina esencia. El sabio no puede ser panteísta, porque distingue la causa del efecto, y llama a Dios CAUSA PRIMERA, porque de Él vienen las causas secundarias. — ¡Ved el segundo!

¡CREADOR! — ¿Pero de dónde sacó este Universo que admiramos? ¿Lo hizo, por ventura, de la Nada? No, Her­manos míos: Dios y nada son términos contradictorios. Una causa primera es incompatible con esa Nada, abstracción hipotética del no ser, que ni ha existido, ni existe, ni jamás existirá. Dios le sacó de sí mismo al crearle, porque es Causa, y como Causa puede crear; y como Causa Absoluta, no sólo crea, sino que hace de la Creación el estado natural del Universo. Ni un instante deja de obrar y de hacerse sensible en la Tierra y en el Cielo, en la Materia y en el Pensamiento; y no sería el verdadero Dios si un solo mo­mento dejara de ser Creador o su Génesis se agotara. — Ved el tercero:

¡VIVIFICANTE! — Porque en esa Creación jamás interrumpida, todo lo anima, todo lo reproduce y perfecciona en su Progreso interminable; sacando la Vida de la Muerte y reteniendo lo que le hace Principio y Causa, sin que nunca se absorba en sus efectos. —Bajad al segundo piso y ved el cuarto arco:

¡ALTÍSIMO!—Porque sólo le alcanza el Pensamiento y superior a toda definición es para nosotros la UNIDAD DEL SER. — Ved el quinto:

¡INMUTABLE!— Porque nunca se ha arrepentido de su obra, ni puede ser versátil, ni estar sujeto a nuestras vicisitudes ni mudanzas. En Él no hay venganza ni pasión; nos guía dado en la Conciencia nuestro propio guía, en la Justicia el derecho de corregir al culpado, y en la inteli­gencia el modo de morigerarle y de hacernos todos dignos de llamarnos hijos suyos. — Ved el sexto:

¡ETERNO! — Porque no ha tenido principio ni tendrá fin: es la VERDAD por excelencia, la Verdad Absoluta, la Verdad que nunca muere, y el foco de todas las verdades que cada día se subliman para nosotros más y más, conforme nuestra razón se perfecciona. —Descended al úl­timo tramo y ved el séptimo arco:

¡ORDENADOR!—Porque todo lo rige, y por su sabiduría infinita el átomo se une al átomo, la molécula a la molécula, y se forman los astros, el Sol, la Tierra, las aguas, los animales, el hombre, que por el divino aliento que le ilumina y que llamamos Alma, por ese efluvio ce­lestial que al morir el cuerpo vuelve a su Creador, le com­prende hasta poseerle por la Virtud y la Justicia. — Ved el octavo:

¡OMNIPOTENTE! — Porque es el único que reina en la Eternidad, el Tiempo y el Espacio! — Ved el noveno y último:

¡INTELIGENCIA SUMA! — ¡No hay más allá! Este nombre encierra cuanto el Sentimiento y la Razón alcanzan.

Tales son nuestras ideas acerca del verdadero Dios. ¡Que cada uno, conforme a su sentir y a las capacidades de su propio entendimiento, le glorifique! ¡Nosotros le adoramos!

La música tocará algo muy solemne, después dé­ lo cual el Gran Maestro de Ceremonias dará cuatro golpes por uno y tres con el pomo de su espada en el piso cerca del trono.

Sap.·. M.·. — ¿Quién llama?

Gr.·. M.·. de C.·. — Sapientísimo Maestro: los peregrinos han concluido sus viajes, han bajado las gradas de los Nueve Arcos que conducen al Santuario, y os piden que los admitáis en su seno.

Sap.·. M.·. — Para ello tendrán que hacer lo que Zabulón, Johaben y Stolkin, cuando los envié como Grandes Maestros Arquitectos a reconocer el sitio en que debíamos edificar el Templo en esta tierra prometida. Descubrieron el que Henoch hizo construir en las entrañas de Canaan, por el anillo de hierro que servía para levantar la enorme piedra que cerraba su entrada. Alzáronla con esfuerzos pro­digiosos, y como sólo uno podía pasar, Zabulón se ató una cuerda alrededor del cuerpo, que los otros sostenían desde fuera, y penetró por la abertura. Era tan profunda la bajada, que por dos veces tuvieron que izarle sus compañeros para alargar la cuerda. Alcanzó el fondo a la tercera ten­tativa, y como nada veía, tropezó con la piedra debajo de la cual estaba el triángulo, cuya forma y pulimento le re­velaban que el Arte y no la Naturaleza la había colocado en aquel punto. Procuró levantarla, y ¡cuán grande fue su sorpresa al verse de pronto deslumbrado por la vivísima refulgencia de un triángulo de oro engastado en piedras preciosas! Llevóse la mano a los ojos, y la izquierda atrás de la espalda para tomarse de la cuerda y no caer, que­dando así en admiración extática hasta que sus compañeros al sentir aquella presión continuada le alzaron a la superficie del suelo. Volvió en sí con el aire libre, y les dio cuenta del portento. Inclinárnosle hacia la bóveda, y como la luz llegaba del fondo a la entrada, vieron los escalones por donde podía descenderse, y uno tras otro los bajaron, cayendo de rodillas con las manos levantadas, y los brazos extendidos, la cabeza inclinada a la izquierda y los ojos elevados, al ver el triángulo milagroso en que estaban ins­critos caracteres indescifrables. Zabulón fue el primero que se levantó, puso sus manos debajo de los brazos de Johaben y ayudó a alzarle; lo mismo hizo éste con Stolkin, y los tres me presentaron el triángulo.

Hermanos: el monarca israelita, a quien represento, que sabía de la tradición de Henoch y la verdadera pro­nunciación de la palabra divina cuya escritura ignoraba, no vaciló ni un instante en reconocerla, e hizo el signo que desde entonces caracteriza el grado de los Masones Esco­ceses, mientras que el de arrodillarse es el de los otros ritos.

Dicen que por aquel maravilloso hallazgo Salomón mandó edificar el Templo en el Valle de Arunsca e hizo que Hiram Abif con operarios fenicios construyese una

Bóveda Subterránea que desde su palacio le conducía al de Henoch, y allí, con el célebre arquitecto y rey de Tiro, a quienes comunicó el secreto al fundar su primer Capítulo, acordó dar aquella palabra como la Sagrada de los Maes­tros, por lo cual no podía pronunciarse sino en presencia de los tres jefes de la Institución. Muerto Hiram, a quien llamaba PADRE, y no queriendo cargar solo con el peso del gobierno, consultó al rey de Tiro, y se dedicó a llamar a los escogidos por el Pueblo masónico que había creado, para que le ayudaran en lo legislativo y a inculcar a los demás los principios del Progreso que practicaba. Dio a aquellos sublimes Elegidos, que participaban con él de la autoridad soberana, el nombre de REALES ARCOS, por­que eran sus apoyos y los que debían sostener eternamente la libertad en Israel. Zabulón, Johaben y Stolkin se con­taron entre los fundadores del nuevo CAPITULO, y si queréis ser de su número, id con ellos en busca del DELTA en que se inscribió el nombre inefable.

El Gran Maestro de Ceremonias los conduce a la piedra, y después de algunos esfuerzos logran alzarla y sacar el Triángulo. Uno de ellos lo presenta al Sapientísimo Maestro, mientras la música toca solemnemente; aquél lo toma, y al ver el nombre, da tres golpes y todos se levantan con el signo: cesa la música y el Gran Maestro de Ceremonias corre las cortinas del solio, en que está el nombre en gruesos caracteres.

Sap.·. M.·. — Mirad, Hermanos míos, el precioso Delta en que está grabado el nombre indecible, que representa la unidad del SER que proclama la NATURALEZA, la IN­TELIGENCIA y la CONCIENCIA, representada por los tres lados que lo constituyen. Este nombre que véis inscrito también bajo el solio, significa: ¡EL QUE HA SIDO, ES Y SIEMPRE SERÁ! En ese Dios es en el que creemos los Masones, y en aquellos Arcos está escrito todo lo que sa­bemos de ÉL.

¡Sentaos, Hermanos!

Todos lo ejecutan, menos los candidatos y el Gran Maestro de Ceremonias.

 Sap.·. M.·. — Los tres viajes que disteis por la Cámara y el Oriente, conmemoran los de Zabulón. Éste nombre es simbólico: quiere decir MORADA DE DIOS. Como ésta no es otra que la Conciencia, limpiadla del fanatismo y la superstición, para que sea digna de su Creador, como vos­otros de la VERDAD, el FERVOR y la CONSTANCIA que por vuestros nombres representáis.

La inmensa piedra que ocultaba la abertura de la bóveda y el anillo de hierro que servía para alzarla con hercúleos esfuerzos, son emblemas, la una de la ignoran­cia, la preocupación y todas las malas pasiones que cierran el paso a la Verdad, y el otro de los ESFUERZOS que debemos hacer para salvar de esos males a los demás hombres; esfuerzos que serán vanos e infructuosos si no nos reunimos con el vínculo indisoluble de la MASONERÍA.

Sabed que la columna de bronce erigida por Henoch, que sobrevivió al Diluvio, es esta INSTITUCIÓN cuyos Templos propagan la Ciencia y las Artes, y desarrollan los gérme­nes del Honor y la Virtud que existen en el corazón hu­mano. La bóveda tantos siglos desconocida para el mundo, y en que se encerraba el más inestimable de los tesoros, es aquella misma Verdad, que los Ignorantes, los Hipó­critas y los Ambiciosos desterraron de la faz de la Tierra, en cuyas entrañas se escondían nuestros padres huyendo de pueblos engañados y de reyes asesinos, de tiranos, y verdugos. Allí, en secreto, adoraban al verdadero Dios, y transmitieron a los Iniciados los principios inmortales de la Dignidad y Grandeza humanas. El Delta de oro cuya refulgencia ilumina la Piedra cuadrada de mármol, en que están inscritas cuatro letras que forman el verdadero nombre de Dios, letras que no podéis leer sino una por una, IE HIO, VA, H, son alegorías del CREADOR y lo CREADO; el Delta es DIOS; el cuadrado de tan bellas armoniosas proporciones es el UNIVERSO; pues tal le ca­racterizan los cuatro elementos, las cuatro estaciones y los cuatro puntos cardinales. Es el gran libro de la NATURA­LEZA, en cuyas páginas está grabado ese nombre que buscabais; ¡en él podéis leerle durante el día y durante la noche, con los ojos del cuerpo y los del alma!

¡Benami, Tul y Hamelabel! Al entrar en esta Cámara queríais conocer al verdadero Dios, para desvanecer las dudas que precipitan en el ateísmo o el panteísmo a los filósofos, y destruir la idolatría en el mundo. ¿Estáis sa­tisfechos?

Si responden afirmativamente, dirá el

Sap.·. M.·. — Dignos Hermanos míos, ¡venid a recibir la recompensa de vuestra veracidad, fervor y constancia; y vosotros, Reales Arcos, ayudadme en tan augusta cere­monia!

Baja delante del trono: el Gran Maestro de Ce­remonias aproxima a los graduados, sobre cuyas ca­bezas levanta el cetro, mientras los demás dirigen a ellos su mano derecha extendida, y dice el

Sap.·. M.·. — A la G.·., etcétera, os creo, nombro y constituyo REAL ARCO y miembro del CAPITULO DE REALES ARCOS, a vos…

Les toca sucesivamente la frente con el cetro y luego les pone la insignia y dice:

Sap. . M.·. — Tomad esta alhaja y llevadla al cuello. Está sostenida por una cinta color de púrpura, emblema del amor y la amistad que ha de unirnos como Hermanos.

¡Consagrémoslos, Hermanos míos con la batería del Grado!

Todos lo ejecutan, diciendo la palabra I. V. I. O. L.

Sap.·. M.·. — ¡Sentaos, Hermanos!

Todos lo hacen, quedando de pie el Sapientísimo Maestro y los neófitos.

Sap.·. M.·. — Este Grado, Hermanos, tiene tres signos, un toque y palabras especiales.

El SIGNO DE SALUDO se ejecuta cubriéndose los ojos con la mano derecha, mientras la izquierda se lleva a la espalda.

El de ORDEN se hace levantando los brazos, extendidas las manos, y los ojos dirigidos al cielo, mientras se inclina la cabeza al lado izquierdo. Se llama también de ADORACIÓN.

El SIGNO GENERAL solo se ejecuta antes de cerrar el Capítulo. Todos los Hermanos se agrupan de tres en tres, y cada uno oprime entre su mano derecha la misma muñeca de otro de los compañeros, formando triángulo las tres reunidas del grupo. Lo propio se hace con las tres izquierdas, sin soltar las otras. Entonces se aproximan los tres pies derechos de modo que el empeine esté al centro v cada punta contra un talón. Se llama el signo de TRES VECES TRES O DE LOS NUEVE ARCOS, porque los tres pies derechos que forman un triángulo figuran con las piernas los tres arcos inferiores; las tres manos izquierdas forman otro, y los brazos los tres arcos del centro y las tres manos derechas otro triángulo, y sus brazos los tres arcos superiores. Para ello, las tres manos derechas que están arriba de la izquierda se levantan sin soltar las mu­ñecas de los otros, y las izquierdas se bajan. En esta posi­ción, dice cada Hermano una de las nueve palabras ins­critas en los arcos, comenzando el primero por las del grupo superior; así que el tercero dice la que le toca, principia el segundo Hermano por las de en medio; y al acabar las tres, el tercero lo hace por las del inferior, diciendo los demás las siguientes; de modo que cada uno da tres pa­labras.

El Toque se reduce a hacer uno el ademán de caer de rodillas ejecutando el signo, y otro el de levantarle poniéndole las manos debajo de los brazos.

LA BATERÍA consta de cuatro golpes, por uno y tres.

La EDAD, veintiocho años.

La PALABRA DE PASE es. ..

La PALABRA SAGRADA…

Ahora Hermano Gran Maestro de Ceremonias, llevad a los neófitos a los Grandes Vigilantes para que los examinen.

Hecho el anuncio se les proclama, aplaude y da asiento en los vacíos de los Valles, y se ofrece la palabra al Gran Orador. Dice su columna grabada, se aplaude, se ofrece la palabra, y después se den gracias a los visitadores y se circula la Caja de Asistencia.

CLAUSURA DEL CAPÍTULO

Da un golpe con el cetro y dice el

Sap.·. M.·. — ¿Qué hora es, Hermano Adonhiram?

Clar.·. M.·. — Va amanecer, Sapientísimo Maestro?

Sap.·. M.·. — ¿Qué tiempo duran nuestros trabajos, Hermano Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. G.·. Vig.·. — De la noche a la mañana, Sapientísimo Maestro.

Sap.·. M.·. — ¿Y qué debemos hacer antes de su clausura, Hermano Primer Vigilante?

Clar.·. M.·. — Cerrar la BOVEDA DE HENOCH.

Sap.·. M.·. — ¿Y por qué nos agrupamos de tres en tres, y se exige este número en la Iniciación, Hermano Segundo Gran Vigilante?

Seg.·. Gr.·. Vig.·. — Porque donde quiera que se reúnan tres hombres instruidos y de buena fe para buscar la Ver­dad, el ESPÍRITU DE DIOS será con ellos.

Sap.·. M.·. — Pues para que se halle siempre con nosotros, cerremos la Bóveda, Hermanos míos, invoquemos su nombre nueve veces.

Da tres golpes con el cetro en el trono; todos los Hermanos de tres en tres hacen signo general, y al acabar las palabras dice el    dignatario que dirige cada grupo:

Dignatarios. — ¡Sapientísimo Maestro, la Bóveda está cerrada!

El Sapientísimo Maestro dice la Palabra Sagrada; los Hermanos se sueltan y hacen el signo de orden.

Sap.·. M.·. — A la Gloria, etcétera, declaro cerrados los trabajos del CAPÍTULO DE REALES ARCOS. ¡A mí Hermanos!

Signo y batería con las palabras I. V. I. O. L.

Sap.·. M.·. — Id en paz, Hermanos; pero antes, jurad guardar silencio acerca de todo lo ocurrido en la sesión. ¿Lo juráis?

Extienden la mano derecha los presentes y dicen:

Todos. — ¡Lo juro!

Y se retiran en silencio.