Una odisea interior por los mares del deseo, la imagen y la insatisfacción.
La niebla era densa.
No era la niebla del clima, sino esa niebla más traicionera: la de la confusión, la comparación, el juicio.
Los remos apenas tocaban el agua negra como mercurio, en ese tramo del mar donde se decía que habitaban las sirenas.
Pero nadie las había visto realmente.
Solo sabían que cuando pasabas por ahí, algo en ti se quebraba.
Ulises lo sabía.
Ya no era el joven héroe impulsivo que retaba dioses y buscaba gloria.
Ahora buscaba otra cosa. Algo más difícil. Más raro: paz.
Antes de zarpar por ese tramo, Circe le habló con voz grave:
—Ulises, las sirenas ya no tienen colas ni arpas.
Ahora tienen selfies, slogans, likes y fórmulas de éxito.
No las subestimes.
Su canto ha evolucionado.
Ahora cantan en tu idioma.
Y así, Ulises tomó su decisión.
Pidió a sus hombres —hombres valientes pero vulnerables— que sellaran sus oídos con cera.
A él, que quería escuchar pero no ceder, lo ataron con nudos dobles al mástil de la nave.
No era cualquier mástil.
Era su verdad.
Su dolor asumido.
Su amor por Ítaca, por su hijo, por su mujer que tejía esperanzas cada noche.
Era su conciencia, tallada en madera.
Navegaron.
Al principio solo era un silencio espeso.
Luego, como el susurro de una brisa, el canto comenzó a subir, como si naciera de las mismas profundidades del alma.
Las voces eran suaves… pero con filo.
Eran dulces… pero llevaban veneno.
“Ulises… qué cansado debes estar de ser fuerte.
No lo niegues… quieres rendirte…
Te mereces un descanso… un placer… una recompensa.
Compra esa vida que todos aplauden…
No importa si la necesitas… importa que te la envidien.”
“Sin ese reloj no eres exitoso…
Sin esa firma, sin esa dieta, sin esa foto editada, ¿quién eres?”
“No estás completo si no tienes pareja…
Nadie te verá si no luces joven, productivo, sonriente…
La vida es una vitrina, Ulises…
Sé el maniquí perfecto.”
“Te has sacrificado demasiado…
¿Para qué?
¿Para seguir siendo invisible?”
Las sirenas no eran una.
Eran miles.
Tenían voz de influencer, de jefe, de ex pareja, de padre ausente, de madre exigente, de crítico interno.
Algunas cantaban con voz maternal: dulce y comprensiva.
Otras con voz erótica.
Otras con voz burlona.
Y algunas… con la voz exacta de la inseguridad de Ulises.
El mástil crujió.
Ulises se retorcía.
Quería soltarse.
No porque creyera lo que decían…
Sino porque le dolía que una parte de él sí quería creerlo.
Veía a sus hombres remando con firmeza, ojos tapados, oídos sellados.
Ellos no sabían lo que se decían.
No sabían que las sirenas ahora hablaban de ceremonias sagradas, de dietas milagro, de viajes que no sanaban, de relaciones de cartón.
La nave cruzaba lento… como si el tiempo se estirara para probar su voluntad.
Las sirenas comenzaron a subir la intensidad:
“Tú no haces lo suficiente…
Los demás ya llegaron…
Tú sigues remando como idiota.
¡Mira tu vida!
Sin aplausos, sin medallas, sin tendencia.”
“Lo que piensan de ti es más importante que lo que tú piensas de ti…
¿O no?”
“¿Por qué sigues luchando?
Nadie te quiere…
No como eres.
Solo como aparentas ser.”
“Compra… publica… filtra… responde… rinde…
No pares.
No dudes.
No pienses.
Solo… obedece.”
Y entonces Ulises lloró.
Lloró sin hacer ruido.
Porque supo que no eran ellas las que hablaban…
Eran los ecos de todas sus dudas, disfrazadas de seducción.
Y comprendió algo profundo:
Las sirenas no querían devorarlo.
Querían que se devorara a sí mismo.
Pasaron horas.
O tal vez minutos.
El sol rompió la niebla.
La canción bajó de volumen… hasta desaparecer.
El mar se volvió claro.
Los remos ya no dolían.
La nave flotaba libre.
Y Ulises… aún atado, con el rostro empapado…
sonrió.
Sabía que las sirenas volverían.
Que siempre aparecen disfrazadas de oportunidad, de moda, de necesidad.
Pero ahora conocía su verdadero rostro.
Y eso… lo había hecho libre.
🌊 Epílogo: Para el lector del alma
¿Te has sentido alguna vez frente a ese canto?
¿Has querido pertenecer, encajar, sobresalir… aunque tengas que olvidarte de ti mismo?
No estás solo.
Todos pasamos por ahí.
Pero recuerda:
No se trata de no oír el canto… se trata de no obedecerlo.
Átate a tu verdad.
A tus valores.
A tu historia.
Y cada vez que sientas que el mundo te empuja a aparentar, a rendirte, a seguir sin pensar…
recuerda a Ulises.
Y permanece firme.
Muchos confunden libertad con consumo. Ulises aprendió que la verdadera libertad es decir: no.”
— Hermano Benjamín