En las profundidades del Templo Masónico, donde las luces tenues y los símbolos enigmáticos danzan en las paredes, se encuentra una lección atemporal que resuena con la esencia misma de la existencia humana. “Soy más que mis cicatrices”, estas palabras, aparentemente simples, contienen una riqueza de significado que ha sido transmitida a través de las generaciones de masones.

Imagina un antiguo salón, donde los miembros de la Logia se reúnen en búsqueda de sabiduría y conocimiento. Un Venerable Maestro, con su toga blanca y joyas ornamentales, se alza ante los hermanos reunidos y comienza a compartir una historia que trasciende el tiempo. Una historia de vida, de luchas y de superación. Una historia que resuena en el corazón de cada masón que ha enfrentado los desafíos de la vida con valentía y determinación.

La filosofía masónica enseña que cada cicatriz, tanto física como emocional, es una marca de experiencias vividas. Son recordatorios de momentos de dificultad y también de triunfo. Pero más allá de estas marcas visibles, yace el alma resiliente del individuo. La filosofía masónica nos invita a ver más allá de nuestras heridas y a reconocer que somos seres capaces de superar cualquier adversidad.

La vida misma es una serie de pruebas y tribulaciones, pero la perspectiva masónica nos guía hacia la comprensión de que nuestras cicatrices son parte integral de nuestra historia y que nos han moldeado en quienes somos hoy. A través de rituales, símbolos y enseñanzas, la masonería nos recuerda que cada desafío que enfrentamos es una oportunidad para crecer, para aprender y para fortalecer nuestra conexión con lo divino.

En el camino hacia la iluminación, el masón es desafiado a abrazar sus cicatrices como parte de su viaje espiritual. No somos definidos por nuestras heridas, sino por cómo las enfrentamos y cómo seguimos adelante. En el cuadro de la vida, cada cicatriz es un trazo que contribuye a la obra maestra de nuestra existencia.

Así como el taller de un artesano transforma el metal en una espada afilada y poderosa, nuestras experiencias forjan nuestro carácter y nuestra resiliencia. La masonería nos enseña a mirar nuestras cicatrices con gratitud, a reconocer su importancia en nuestra evolución y a seguir adelante con la certeza de que somos más que la suma de nuestras partes dañadas.

En última instancia, “Soy más que mis cicatrices” es un recordatorio de que la esencia de nuestra humanidad trasciende cualquier imperfección física o emocional. Somos seres en constante evolución, capaces de sanar, de crecer y de iluminar nuestro camino y el de los demás. La filosofía masónica, con su sabiduría atemporal, nos guía hacia una comprensión más profunda de nuestra propia valía y nos inspira a abrazar cada capítulo de nuestra historia con gratitud y resiliencia.

Así, en la quietud del Templo Masónico, las palabras resuenan como un eco que atraviesa los siglos: “Soy más que mis cicatrices”. Y en cada masón, este eco se transforma en un llamado a la introspección, a la acción y a la trascendencia de las limitaciones impuestas por el tiempo y las circunstancias. Somos más que lo que el mundo ve; somos almas resilientes en busca de la luz interior que nos lleva a la verdadera comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.