El Rito del Miedo: Cuando la Masonería Se Arrodilla ante el Machismo

La masonería no es solo para hombres. Este artículo desafía las viejas creencias sobre la exclusión de la mujer, reflexionando sobre su lugar legítimo en la búsqueda de la verdad. ¿Estás listo para cambiar el paradigma?

En el mundo simbólico, donde el aprendiz busca luz y el maestro aspira a la trascendencia, persiste una sombra densa, espesa, agria: la exclusión de la mujer. No es una sombra proyectada por el Oriente, sino por la estrechez de miras de quienes han confundido el templo con una cueva tribal, y la iniciación con una cofradía de varones nostálgicos de un poder ya oxidado.

Imaginemos una fábula: un grupo de simios descubrió una fuente de agua pura en lo profundo de un bosque. Al inicio, todos bebían de ella —hembras y machos por igual— pero un día, uno de los machos más viejos colocó piedras alrededor y declaró que sólo los que tuvieran su tipo de pelaje podían beber de ahí. Los jóvenes, sin cuestionar, obedecieron. Con el tiempo, olvidaron que la fuente estaba hecha para todos. Así es como funciona el pensamiento de muchos masones hoy: un dogma convertido en ritual vacío, que niega la esencia en nombre de la forma.

¿Cómo llegamos aquí? ¿Dónde se torció el camino? En algún punto, confundimos la búsqueda de la verdad con la propiedad de la verdad. La masonería, esa escuela del pensamiento libre, se convirtió en una oficina de migración de espíritus, donde el paso se le niega a quienes no portan un símbolo fálico, como si la verdad tuviera testículos y barba.

Nos dicen que la mujer no puede porque los landmarks lo prohíben. Como si los landmarks fueran los diez mandamientos tallados por un dios rencoroso. Como si no supiéramos que esos landmarks, supuestos cimientos, fueron redactados por hombres que jamás imaginaron un mundo más allá del suyo. ¿Y si hoy, Anderson o Mackey regresaran, no se avergonzarían de ver que sus textos se han convertido en dogmas, usados para perpetuar la ignorancia que decían combatir?

El iniciado verdadero —el real— sabe que la conciencia no tiene sexo, ni la búsqueda de la verdad requiere pene. Afirmar lo contrario no es solo una herejía espiritual, es una mutilación filosófica. Y sin embargo, aquí estamos, en 2025, escuchando con escándalo que la mujer no puede ser reconocida como legítima.

¿Legítima según quién? ¿Un comité de ancianos que confunden la autoridad con la soberbia? ¿Logias que se parecen más a clubes de fútbol que a laboratorios del alma? Hay logias masculinas donde se trafica influencia, se persigue poder, se compran favores, y se reparten títulos como si fueran galletas. ¿Y tú vienes a decirme que las logias femeninas o mixtas son espurias?

Hay quienes citan los landmarks como quien lanza ladrillos a una casa con ventanas. “La mujer no puede, no debe, no está reconocida”. Pero esos mismos, al cerrar sus rituales, corren a casa a consultar el horóscopo, a golpear a sus esposas, a hablar de hermandad mientras excluyen. ¿Y la virilidad? Si aceptar la presencia femenina te hace sentir menos hombre, entonces nunca fuiste uno.

Y sin embargo, hay esperanza. Existen logias mixtas donde se trabaja en silencio y con profundidad. Donde el delantal no distingue sexo, donde las pasiones se subliman, no se disfrazan. Donde se ve a la hermana como una aliada, no como una intrusa. Donde el templo sí es sagrado.

Y permíteme decirte que tiene 143 años que María Deraismes escribió el siguiente texto. Te firmo y te juro, mi hermano, que en los 21 años que llevo en la masonería no he leído un trabajo tan agudo, tan claro, tan incómodo y a la vez tan luminoso como el suyo. No te confundas: no estoy diciendo que el rito masculino es obsoleto ni que el femenino sea hembrista. No se trata de superioridades, sino de coherencia. Cada quien debe encontrar el rito, el símbolo y el silencio que le acomode. Pero lo que sí es inadmisible es que sigamos hablando de la presencia de la mujer como si fuera una concesión misericordiosa o una mascota a la que se le da permiso para entrar al templo, con correa corta y voz baja.

¡Ya basta! Basta de disfrazar cobardía con tradición. Basta de usar los landmarks como si fueran las tablas de Moisés cuando en realidad son más bien los barrotes de una cárcel hecha de miedo. Si la masonería fue hecha por hombres y para hombres, fue porque durante siglos se les prohibió a las mujeres saber, hablar y pensar sin pedir permiso. Pero eso no convierte la exclusión en virtud. Al contrario, lo que revela es la mediocridad de algunos templos donde se repiten dogmas en vez de despertar conciencias.

Lee el trazado de María Deraismes no como una curiosidad, sino como lo que es: una bomba filosófica lanzada desde el siglo XIX contra los muros de un templo que aún hoy teme abrir todas sus puertas. Léelo como lo que realmente fue: una obra arquitectónica simbólica escrita por una recién iniciada, que demostró más comprensión, profundidad y valor que muchos “maestros” que hoy se la pasan cazando irregularidades ajenas para no enfrentarse a su propia pobreza espiritual.

Y es que María Deraismes no fue una excepción por ser mujer; fue una evidencia brutal de que el problema nunca fue el género, sino el ego de quienes, al no poder sostener su virilidad sin exclusión, usan la masonería como bastón para su debilidad emocional.

Tiene 143 años que María Deraismes escribió el siguiente texto, no veo que haya perdido vigencia alguna

Agradezco a la Logia “Los Librepensadores” el honor que me hace de recibirme entre sus miembros. Quiero testimoniar al Venerable Maestro toda mi gratitud por la halagadora acogida que esta Logia me ha dado. Pero siento que los elogios que me ha dirigido surgen más de una exquisita cortesía que de la verdad, pues no merezco ni la mitad. Y si os felicito, mis queridos hermanos, por la determinación que acabáis de tomar, os ruego que no veáis en ello un signo de pretensión por mi parte.
Si no se tratara más que de la recepción de mi ínfima persona en la Francmasonería, si no se tratara más que del débil aporte que puedo ofreceros, el hecho en sí mismo sería mínimo y de poco alcance. Pero tiene otra importancia. La puerta que me habéis abierto no se cerrará jamás para mí y toda una legión me seguirá. Habéis dado prueba, mis hermanos, de sabiduría y energía. Gracias a vosotros se ha vencido un prejuicio.
Sin duda sois una minoría, pero una minoría gloriosa a la que pronto será obligado que se adhieran la mayoría de las Logias. La presencia aquí de hermanos eminentes es una segura garantía. Lo que es particularmente curioso, es que esta adhesión de una mujer, considerada en nuestra época como un acontecimiento, no es más que una reminiscencia del pasado. En el siglo XVIII, las mujeres eran admitidas en Francmasonería. Una Duquesa de Bouillon fue incluso Gran Maestra. Se podría pensar que hemos retrocedido. Pero hay que remarcar que esto pasaba en un tiempo de privilegios. Bajo ese régimen todo podía ocurrir, incluso el derecho que no se basa en ningún principio de igualdad si-no simplemente en el favoritismo y el placer.
En este momento, sin embargo, toda manifestación de derecho resulta del derecho reconocido y proclamado por la Revolución Francesa como base de una sociedad libre. Así, la obtención de grados universitarios por las mujeres, su accesibilidad a las carreras que les habían sido hasta entonces prohibidas, es una adhesión pública a la equivalencia de los dos sexos. No es ya una excepción que se tolera, es un signo de nuestra próxima liberación. Y por ello, esto que ha podido pasar inadvertido en el reino de lo arbitrario, levanta protestas en el momento actual por par-te de hombres celosos de conservar sus privilegios. Es preciso reconocer que en Francia la supremacía masculina es la última aristocracia. Se debate en vano, pues su desaparición está próxima.
Si he de expresarme con toda franqueza, os diré que comprendo menos que nunca las resistencias obstinadas de la Francmasonería a la admisión de las mujeres. El mantenimiento irracional de la exclusión femenina no se funda sobre ninguna razón válida.

¿En nombre de qué la Francmasonería nos ha eliminado hasta el momento actual? ¿Acaso detenta el monopolio de verdades superiores accesibles solamente a las inteligencias de élite? No. ¿Trata de cuestiones abstractas, trascendentes, que exigen estudios previos preparatorios? No. ¿Encubre secretos, arcanos, misterios que no deben ser divulgados más que a un pequeño número de elegidos? No, pues el tiempo de los misterios, de los secretos y de los arcanos ha pasado.

La ciencia se enseña a plena luz y no hace excepción para nadie. Las mujeres, al igual que los hombres, son llamadas a ocupar su puesto en los conocimientos humanos. Se presentan a los mismos concursos, pasan los mismos exámenes y obtienen los mismos diplomas.

Otros pretenden que la introducción de las mujeres en Masonería haría perder a la Orden su carácter de seriedad. La objeción no es más que una broma. La Escuela de Medicina nos abre sus puertas: hombres y mujeres estudiantes reciben las mismas clases de los mismos profesores; los dos sexos realizan los mismos trabajos y aspiran al mismo título de doctor, que se otorga para ambos sexos en función de su mérito y saber. Y sin embargo, la Escuela de Medicina no cree perder nada de su dignidad ni de su seriedad actuando así.

Habéis dado un gran golpe de timón, mis queridos hermanos, rompiendo con las viejas tradiciones consagradas por la ignorancia. Habéis tenido el coraje de afrontar los rigores de las ortodoxias masónicas. Recogeréis los frutos. Hoy sois considerados como heréticos porque sois reformadores. Pero, como siempre, la necesidad de reformas se impone, por lo que no tardaréis en triunfar.

Existe un gran movimiento de opinión a favor de la liberación de las mujeres. Estamos en el principio, y por eso encontramos dificultades, pues los prejuicios seculares están fuertemente en-raizados en los espíritus; quienes se creen los más libres acarrean a sus espaldas el yugo de la leyenda. Desde el principio del mundo la mujer es un ser desclasado; es, permitidme la palabra, un valor desconocido.
La religión la ha declarado culpable. Una falsa ciencia ha afirmado que es incapaz. Entre los dos extremos se ha establecido un término medio y se ha dicho: la mujer es un ser de sentimiento; el hombre es un ser de razón… Se ha creído hacer un descubrimiento, creedlo.
A consecuencia de este juicio, se ha concluido que la mujer, ser sensible, afectivo, impresionable, es inhábil para la dirección de negocios. Corresponde, pues, al hombre hacer la ley, y a la mujer someterse a ella. Ciertamente no es difícil probar que esta clasificación es absolutamente arbitraria, y en consecuencia artificial. No es quien el hombre para distribuir los papeles, ya que no ha distribuido las facultades. Se pierde de forma extraña haciendo de creador. Al igual que el resto de los seres, es el producto de una fuerza primordial consciente o inconsciente. No es el lugar aquí para discutirlo.
La naturaleza ha hecho las razas, las especies, los sexos, ha fijado sus destinos. Es pues a ella a la que hay que observar, a quien hay que consultar, a quien hay que seguir. Cuando la naturaleza gratifica a los individuos con aptitudes, es porque ellos las desarrollan. La mujer tiene un cerebro y debe ser cultivado; nadie en el mundo tiene el derecho de circunscribir el ejercicio de sus facultades Hay mujeres que tienen mucho espíritu y hay hombres que no lo tienen, y este hecho no es raro. Es cuestión de cada uno seguir su camino.
Hay que señalar que esta pretendida desigualdad intelectual de los sexos no ocurre más que en la especie humana. En todo el reino animal, incluso en los grados más elevados, machos y hembras son estimadas de forma igual: examinad las razas de caballos, perros, felinos, y tendréis la prueba.
Esta depreciación del tipo femenino en la humanidad desentona en el orden general. Con seguridad no es más que una invención masculina que sin duda el hombre paga caro. Sufre los tristes efectos de la merma femenina de la transmisión hereditaria, ya que en la obra de la procreación hay universalidad de influencia de los sexos. La madre lega, al igual que el padre, sus caracteres morales a sus vástagos.
La inferioridad de la mujer, una vez decretada, hace que el hombre se haga dueño de todos los poderes. El solo se ha ejercitado en legislación, en política. Ha hecho las leyes, las instituciones, las constituciones, los reglamentos administrativos; ha redactado el programa pedagógico, dedicándose a quitar a la mujer de las asambleas deliberantes y de los consejos. En fin, en la vida privada, como en la pública, se ha impuesto como maestro y jefe. Las cosas no han ido nunca mucho mejor por esta razón. De esto se ha inferido que sería mucho peor si las mujeres se mezclaran. Algo que está por demostrar.

En realidad, la mujer es una fuerza. Media humanidad. Y si se confunde con la otra media por los caracteres generales y comunes, se distingue por las aptitudes especiales de una potencia irresistible. Aptitudes que constituyen un aporte especial, esencial e indispensable en la evolución integral de la humanidad.

Se alega que el lugar de la mujer está en la familia, que la maternidad es su función suprema, que en el hogar ella es la reina. Es una mentira flagrante. La mujer en la familia está igual de esclavizada que fuera, está dominada por la potencia marital y la fuerza paterna; en cuanto a sus hijos, le está prohibida toda iniciativa.
El conjunto de la legislación le es desfavorable: le priva de su autonomía, negándole la igualdad civil y política. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esta legislación? Toda ley que a priori niega el progreso, que dificulta el desarrollo de los individuos condenándoles arbitrariamente por incapacidad, es no sólo anormal porque es contraria al plan de la naturaleza, sino que es además inmoral, porque provoca en los que expolia el deseo de salirse de la legalidad para buscar fuera las ventajas que ésta le niega.
Hay, en efecto, más allá de la legalidad, un vasto dominio donde pueden ocurrir irregularidades, incorrecciones de la conciencia y de la conducta que no competen a ningún tribunal. Ahora bien, lo hemos dicho y lo repetimos: la mujer es una fuerza. Toda fuerza natural no se reduce ni se destruye. Se la puede corromper, pervertir, pero comprimida hasta el límite, se lanza hacia el otro con una mayor intensidad y violencia.
¿En qué se convierten entonces las fuerzas no utilizadas, esas facultades expansivas, esa actividad cerebral? A falta de una salida, se exaspera, se descompone, es como el vaso demasiado lleno que se desborda.
Así pues a las mujeres se le ofrecen dos vías, que son los dos extremos, los dos polos: el fanatismo o lo licencioso. Dicho de otro modo: la Iglesia o la prostitución. Tomo éste último término en su sentido más amplio. No me refiero aquí solamente a las que acaban bajo los reglamentos policiales, sino a la innombrable legión de mujeres que metódicamente, de una manera oculta y latente, trafican con ellas mismas en todos los estratos de la sociedad, y sobre todo en el más alto, extendiendo sus estragos por todos los rincones del sistema social.

Misticismo y libertinaje, aunque diferentes, se tocan en más de un punto. En los dos hay un rechazo de la razón, excesos y efervescencias malsanas producto de una imaginación desequilibrada. La devoción entenebrece el espíritu, el libertinaje lo deprava; el uno lo atonta, el otro lo embrutece. Pueden, pues, darse la mano.

Sé que entre estas dos manifestaciones de desorden mental, está la acción saludable y beneficiosa de la mujer virtuosa. Pero lo hemos dicho ya: en la vida doméstica la virtud de la mujer lleva la huella de la subordinación. Sometida al código de los fuertes y soberbios, se le imponen más deberes y se le dan menos derechos. En estas condiciones de inferioridad no puede tener una concepción clara, y la prueba es que no admite una moral para sus hijas y otra para sus hijos.
Cuando protesta en nombre de la razón, se le quita la competencia; cuando invoca el sentimiento, se le opone la pasión. En suma, no modifica en nada el estado general de las costumbres. Es muy a menudo la presa inocente y la víctima. A través de estas dos formas, religiosa y licenciosa, es como se manifiesta la fuerza femenina a través de los tiempos. Hojead la historia, pararos en cada reino, en cada época: encontraréis fatalmente estos dos tipos preponderantes, de los que los ejemplos más famosos son Mme. de Maintenon y Mme. de Pompadour. Ocurre incluso, en más de una ocasión, que los dos caracteres se confunden.
Nuestra sociedad está atraída en las dos direcciones y ninguna de las dos es la buena. La clasificación anormal de la mujer en el mundo la ha vuelto poderosa para el mal e impotente para el bien. Lo que ha perdido de razón lo ha ganado la pasión. Por lo tanto, donde la razón abdica, la pasión reina, es decir, el desorden
Podemos afirmar en voz alta, que la mujer ha sido apartada de su misión por las convenciones sociales. La naturaleza la ha formado para ser un agente moral, educador, económico y pacífico. Es moral porque tiene un pudor, una reserva instintiva; es moral porque es educadora nata, de la que recibimos las primeras lecciones y los primeros ejemplos. Su cualidad de madre le da las cualidades de previsión. Conoce las necesidades de la familia, se arregla para llegar; es ella la que distribuye los recursos, sabe bien los beneficios del ahorro pues es preciso garantizar el mañana.

Ama la paz y odia la guerra, ya que es la generatriz, la nutricia; sabe lo que cuesta una existencia. Ella es quien transmite la vida con el riesgo incluso de perder la suya, y quien asume la dedicación y los cuidados necesarios para conducir a un pequeño ser a su completa eclosión. Así pues, no ignora que mientras el cañón y la metralleta han permanecido en los campos de batalla matando a toda una joven generación, hacen falta veinte años para volver a formar otra.

Desgraciadamente, la mujer en su situación inferior jamás ha podido ser el órgano, el abogado, el defensor de sus propios sentimientos y de sus propias ideas, las cuales no han podido representarse más que de forma indirecta e inexacta. Hay, sin embargo, en ella, elementos indispensables para el desarrollo de la humanidad y para su progreso. ¿Por qué los trabajos sociales han sido y son todavía inválidos? Pues porque son incompletos, porque no han llevado nunca el sello de la dualidad humana.
¡Ay!, si en la Francmasonería hubiera penetrado bien el espíritu de su papel, si hubiera tomado la iniciativa hace solamente cuarenta años, habría realizado la mayor revolución de los tiempos modernos; habría evitado cantidad de desastres, y esto es fácil de demostrar.
La Francmasonería es una asociación revestida de un carácter universal y secular; sus orígenes se pierden en la noche de los tiempos, no tiene otro equivalente en el mundo más que el de la sociedad católica. La Francmasonería, enemiga de las supersticiones y del error, es el adversario natural de la Iglesia. Sin embargo, por una extraña contradicción, la Francmasonería, en el tema de la mujer, sigue los errores del catolicismo, lo que esteriliza en gran parte sus esfuerzos y sus actos. ¿Cómo la Francmasonería, antagonista del clero, odiada por él, no ha comprendido que la introducción de la mujer en su Orden era el medio más seguro de reducirlo y vencerlo? Tenía a su disposición el instrumento de la victoria y lo ha dejado inerte en sus manos.

La admisión del elemento femenino era para la Francmasonería un principio de rejuvenecimiento y de longevidad. La familia masónica se habría asimilado a la familia privada, habría ampliado su visión, aumentado sus horizontes; habría repartido la luz, y expulsado el fanatismo, ya que la mujer es clerical más por el ocio y por el desaliento que por temperamento.

La mujer Francmasona transmitiría a los suyos las impresiones recibidas en las Logias; inocularía a sus hijos los sentimientos de la vida colectiva, porque la familia es el grupo inicial, es la primera sociedad, la ciudad elemento.
Es en la familia donde el individuo reconoce la impotencia de su autosuficiencia. Es ahí donde aprende a olvidarse un poco de sí mismo para pensar en los otros y unirse a ellos. Pero es necesario que los sentimientos de fraternidad no se queden en el techo del hogar. Es preciso hacerle comprender que los intereses de la ciudad se confunden con los de la patria, y que todo el conjunto se contiene en esta vasta síntesis que se denomina humanidad.

La exclusión de la mujer ha producido los efectos contrarios. Alejada de las cuestiones de interés general, extraña en los asuntos públicos, ha concentrado sus energías, su inteligencia, su dedicación en los suyos. El enriquecimiento de los suyos, su prosperidad, su grandeza, han sido su objetivo, de tal manera que se ha producido un antagonismo entre la familia y la sociedad. La primera, quiere aprovecharse de la segunda y darle lo menos posible.

En el momento actual estamos devorados por un nepotismo desenfrenado. Tendríamos mil ejemplos para contar. Elegid para poner al frente de los asuntos públicos a un hombre que penséis capaz; desde que es nombrado para estas altas funciones, se aprovechará de su preponderante situación para dar los primeros empleos a algunos de los suyos. Éstos son generalmente mediocres, de capacidades escasas. Sucede que por cada hombre hábil que encontréis, os habréis quedado en manos de cuatro o cinco nulidades. Queda por saber si los servicios que podrá dar un hombre capaz, compensarán suficientemente las tonterías que cometerán inevitablemente aquellos cuatro o cinco imbéciles.
Para combatir esta tendencia funesta, para que haya una competencia eficaz al egoísmo familiar, se impone la transformación de la familia y no habrá otra forma de hacerlo que pedir a la mujer su concurso, haciendo de ella una igual, una colaboradora asidua.

Así, no sólo habréis hecho la adquisición de un motor que hasta ahora no ha podido realizarse en condiciones conformes a su naturaleza y cuyo impulso ha sido fatalmente apartado de su verdadero sentido, sino que además tendréis a la vez a la joven generación desde sus comienzos; al niño, en una palabra, quien recibe de la madre, a la vez que sus primeros alimentos del cuerpo, los primeros del espíritu. A través de la madre tendréis la educación y la podréis hacer nacional, verdaderamente colectiva, humanitaria. Es lo que no ha intentado hacer ningún colegio, ningún instituto, en fin, ninguna institución religiosa o laica.
La Francmasonería se convertirá en una escuela donde se formarán las conciencias, los caracteres, las voluntades; escuela donde se persuadirá de que la solidaridad no es una palabra vana, una teoría fantasiosa, sino una realidad, es decir, una ley natural, irrefutable, siguiendo la cual, todo individuo tiene tanto interés en cumplir sus deberes como en ejercer sus derechos. Así pues, prepararéis los materiales de una verdadera democracia.
Para terminar, permitidme añadir una sola palabra. Es soportable, aunque nos fastidie, que la ortodoxia francmasona nos prohíba todavía durante un tiempo la entrada en sus templos y que continúe considerándonos como profanas. Pero trabajaremos activamente para que salga de su error. En suma, lo que se dice en su seno no se dice entre nosotras: nosotras estamos bien aquí, y aquí permaneceremos

Los Puntos Más Destacados

  1. Gratitud a la Logia “Los Librepensadores”
    • Honor de ser recibido entre sus miembros.
    • Apreciación por la acogida del Venerable Maestro y la Logia.
    • Reconocimiento de la cortesía, aunque reconociendo que no merezco tanto.
  2. Felicitación a los Hermanos
    • Elogio a la determinación tomada por la Logia.
    • Expresión de humildad en cuanto a mi participación.
  3. Importancia de la Recepción
    • Más que una simple recepción, es una puerta abierta que permanecerá abierta.
    • El impacto de esta acción será más amplio que mi contribución personal.
    • Vuestro coraje y sabiduría han vencido un prejuicio.

Mujer en la Francmasonería

  1. El Significado de la Adhesión de la Mujer
    • La inclusión de la mujer es un acto de justicia, no una excepción.
    • Reminiscencia de tiempos pasados donde las mujeres ya formaban parte de la masonería (Ejemplo: Duquesa de Bouillon como Gran Maestra).
    • Rechazo de la exclusión femenina en la masonería: La razón de la exclusión es irracional.
  2. Cambio de Época: La Revolución Francesa
    • La igualdad de derechos y oportunidades, incluyendo la educación y la carrera profesional, es el producto de la Revolución Francesa.
    • La adhesión de la mujer en la masonería es parte de la evolución social hacia la igualdad de los géneros.
  3. Resistencia y Obstáculos
    • La resistencia de la masonería hacia la inclusión femenina carece de fundamentos válidos.
    • El cambio es inevitable; la supremacía masculina está en declive.

La Mujer y su Rol en la Sociedad

  1. La Larga Larga Lucha por la Igualdad
    • La lucha por la liberación de la mujer enfrenta fuertes prejuicios, pero el progreso es inevitable.
    • La clasificación artificial que establece que las mujeres son solo seres emocionales y no racionales está equivocada.
    • La naturaleza no impone diferencias en las capacidades intelectuales entre hombres y mujeres.
  2. Feminismo y Sociedad
    • El lugar de la mujer en la familia ha sido mal interpretado: la maternidad no debe ser su única función.
    • La sociedad ha impuesto a la mujer un rol subyugado, negándole su potencial en áreas como la política y la ciencia.
    • La mujer ha sido históricamente relegada a un papel de subordinación, limitando su autonomía.
  3. Los Daños de la Exclusión
    • La exclusión de la mujer genera daños tanto a ella como a la sociedad.
    • La mujer tiene un poder transformador y, cuando se la reprime, esta fuerza se desborda de forma destructiva.
    • La falta de oportunidades para la mujer ha conducido a que se presenten dos vías extremas: el fanatismo o el libertinaje.

La Mujer como Fuerza Integral en la Evolución Humana

  1. El Verdadero Rol de la Mujer
    • La mujer es una fuerza esencial y transformadora en la humanidad.
    • Su capacidad de cuidar, educar y traer paz la convierte en un agente clave en la evolución social.
  2. Maternidad y Paz
    • La mujer, como madre, es la transmisora de la vida y el principal agente de paz.
    • Su rol es indispensable para el desarrollo de la sociedad y el progreso humano.

La Francmasonería y la Revolución

  1. El Potencial de la Francmasonería para la Transformación
    • Si la masonería hubiera abrazado esta verdad hace años, habría provocado una revolución social.
    • La masonería tiene el poder de transformar la sociedad y evitar los desastres que hemos vivido, pero aún debe reconocer el valor de la mujer en su seno.

Conclusión

Hermano, después de todo lo que te he compartido y de haberte explicado cómo veo la cuestión, si decides seguir insistiendo en que la masonería es únicamente para hombres, lo respeto como tu derecho personal, aunque no lo comparta. Sin embargo, quiero pedirte que esa postura la mantengas en tu interior, porque la realidad de las cosas es que la masonería, como la entiendo y la vivo, está por encima de esas limitaciones. Y te lo digo con toda franqueza: cuando busques exponer ese tipo de ideas erróneas o falaces, no dudes que hermanos como yo estaremos aquí para cuestionarlas y, en su caso, exponerlas por lo que son.

Es importante que se entienda que, aunque yo formo parte de una logia masculina, esta es una elección que he tomado de manera personal, y no como resultado de una influencia irracional ni por adherirme a tradiciones que no aportan valor. No tengo ningún interés en perpetuar ideas desfasadas que no contribuyen al verdadero espíritu de la fraternidad. De hecho, te aclaro que también he tenido la oportunidad y el honor de visitar y colaborar con logias mixtas y femeninas, siempre que he recibido la invitación, porque la verdadera fraternidad no se limita a un único género o a una visión excluyente. La fraternidad masónica debe ser un espacio inclusivo, donde el respeto, la solidaridad y el trabajo común trascienden cualquier distinción que no aporte al desarrollo del ser humano en su totalidad.

La masonería que yo sigo es aquella que busca la transformación interna de cada hermano, sin importar su origen, su género o su camino. Si te empeñas en quedarte atrapado en una concepción estrecha, estás limitando tu visión de lo que realmente puede ser este viaje, que es sobre crecimiento, sobre comprensión mutua y sobre la búsqueda constante de la luz, sin barreras artificiales que nos dividan.

Así que te invito, de corazón y como hermano, a que reflexiones sobre lo que significa realmente ser masón. La fraternidad no es un club cerrado, ni una tradición inmutable; es una oportunidad para evolucionar, para aprender a ver más allá de las etiquetas que nos dividen y para compartir ese camino con quienes, sin importar su género, buscan la verdad y el entendimiento.

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