En un mundo impulsado por la prisa, donde los grados se acumulan como trofeos y las bandas de logros son la moneda de cambio en las redes sociales, la lentitud puede parecer una rareza. Pero en lo más profundo de la masonería, se encuentra una antigua verdad: “En un mundo adicto a los grados, las bandas y la multiritualidad, la lentitud es un superpoder”.

Imagina un ritual masónico, una ceremonia de iniciación que ha perdurado a lo largo de los siglos. A medida que los candidatos avanzan a través de los pasos y se sumergen en la riqueza simbólica de la masonería, se enfrentan a una paradoja intrigante. Aunque el mundo exterior corre cada vez más rápido, dentro de los muros de la logia, el tiempo se estira y se alarga. La lentitud es una característica distintiva.

La masonería no aboga por la lentitud por simple inercia, sino como una herramienta poderosa para el autodescubrimiento y la comprensión profunda. En la era de la gratificación instantánea y la información que fluye sin cesar, la lentitud nos permite detenernos, reflexionar y asimilar el conocimiento de manera más significativa.

El masón recién iniciado se encuentra en un viaje que trasciende la velocidad superficial. Cada paso, cada gesto, cada palabra está imbuido de significado y propósito. No se trata de avanzar rápidamente hacia la meta, sino de sumergirse profundamente en la experiencia y asimilar las lecciones que se presentan.

En este contexto, la lentitud se convierte en un superpoder. Permite que el masón se aleje de la agitación del mundo exterior y entre en un estado de introspección tranquila. Aquí, encuentra respuestas a preguntas fundamentales sobre sí mismo y su papel en el universo.

La lentitud también ofrece la oportunidad de forjar conexiones más profundas con los hermanos de la logia. En un mundo donde las relaciones suelen ser superficiales y fugaces, la masonería cultiva la camaradería basada en la confianza, el respeto y la comprensión mutua. Esto no se logra apresuradamente, sino a través de la convivencia, la conversación y la colaboración en el trabajo masónico.

Entonces, mientras el mundo exterior se precipita hacia adelante, la masonería abraza la lentitud como un camino hacia la sabiduría. En este rincón tranquilo y contemplativo, los masones descubren que la velocidad no siempre es sinónimo de progreso. Aprenden que la verdadera maestría se encuentra en la paciencia y la reflexión.

La masonería, con su enfoque en la lentitud y la profundidad, nos recuerda que, en última instancia, la vida no es una carrera para acumular títulos o recompensas efímeras, sino una búsqueda eterna de autenticidad y conocimiento. Como masones, navegamos con gracia y profundidad en las aguas de la vida, saboreando cada paso en este viaje fascinante hacia la verdad y la luz.

Y así, en un mundo obsesionado con la velocidad y la eficiencia, la lentitud se convierte en un superpoder que permite a los masones navegar con gracia y profundidad en las aguas de la vida. Es un recordatorio de que, en última instancia, no importa cuán rápido avance el mundo, la búsqueda de la verdad y la luz es un viaje que merece la pena saborear en cada paso.