En el silencioso recinto de la logia masónica, se revela una profunda verdad que trasciende las palabras y se arraiga en el alma del masón. Es una verdad que ha sido sutilmente transmitida a través de los siglos, y su esencia reside en esta máxima inquebrantable: “Nunca odies a tus enemigos, afecta tu juicio.”

Este antiguo principio masónico no es un llamado a la pasividad, sino un recordatorio constante de que nuestras emociones pueden nublar nuestro juicio y oscurecer nuestro entendimiento. Cuando permitimos que el odio y la ira dominen nuestros corazones, nos convertimos en prisioneros de nuestras propias pasiones, incapaces de ver la verdad con claridad.

Imagina un conflicto, una lucha entre dos fuerzas aparentemente opuestas. Ahora, lleva esa lucha a un nivel más profundo: la batalla que se libra dentro de cada uno de nosotros, donde nuestras emociones y razón chocan como titanes. La masonería, en su esencia, nos enseña a ser maestros de esta lucha interior.

En lugar de ceder al odio, la masonería nos insta a comprender, a perdonar, y a trascender nuestras diferencias. No implica que debamos renunciar a nuestros principios o abandonar la defensa de lo que creemos correcto. En cambio, nos recuerda que podemos ser firmes en nuestra convicción sin perder la compasión por nuestros adversarios.

Este principio se refleja en la toma de decisiones dentro de la logia. Los masones se reúnen en un espíritu de hermandad, independientemente de sus diferencias personales o creencias externas. Este ambiente fomenta la tolerancia y la búsqueda de soluciones que beneficien a todos.

La enseñanza central es clara: no permitas que el odio ciegue tu juicio. Cuando abrazamos esta sabiduría, nos volvemos más capaces de tomar decisiones equilibradas y justas en nuestras vidas cotidianas. Aprendemos a mirar más allá de la superficie de las cosas y a reconocer la humanidad en cada individuo, incluso en aquellos con quienes discrepamos.

Así que, en el espejo de la masonería, vemos nuestra propia lucha interior. Aprendemos que el verdadero poder reside en la paz interior, en la sabiduría que nace del autocontrol y la comprensión. Cuando dejamos de odiar a nuestros enemigos, ganamos claridad y serenidad. Y en ese espacio, encontramos la fuerza para tomar decisiones que reflejen nuestra verdadera naturaleza masónica: la de un ser humano en constante búsqueda de la luz.